Su primera mitad es estrictamente literaria. El resto contiene ensayos, diagnósticos sobre la Europa de su tiempo, ciertas fantasías. Pero ya se trate de una tormenta nocturna, de un recuerdo doloroso, de un soldado enloquecido, de los cuentos de Las mil y una noches, de los gestos de un bailarín, de las cartas de un ilustrado a su mejor amiga, del cine, del presentimiento de la guerra, de la tragedia de dos enamorados, lo que impresiona en Hofmannsthal es su capacidad para entrar con lo más profundo de la existencia. Como si fuese un ojo que ve en el interior de la tierra cómo los minerales hacen su recorrido.
Abrir cualquiera de sus páginas es asomarse a un abismo diáfano, luminoso, que nos permite ver el interior más hondo del mundo, lo más misterioso de las vidas, las verdades más simples y menos dichas. Y lo hace sin solemnidad. Se limita a remover en las aguas de la superficie para despertar lo que dormita en la profundidad. Toma realidades calladas, muertas y las empapa de vitalidad, las integra en una corriente torrencial, magnética y seductora, esmaltada de colores, de luces, de miradas, de naderías y murmullos.
En este mundo arrollador, que nos arrastra en una fuga incansable, vibrante, impetuosa, casi impaciente, todo resuena en todo. No hay en Hofmannsthal nada del pánico al abismo que pronto sufrirán las siguientes generaciones literarias. Es el último que no se resiste a la fuerza de atracción del mundo, el último que conserva la fe en la hermosura del lenguaje, aunque sepa que escribe en medio de una multitud de amenazas.
Este libro inédito de creación literaria y de ensayo se suma a los textos de Instantes griegos y otros sueños de Hofmannsthal (1875-1929) que asimismo fueron recopilados por esta editorial.
ABCD, nº 814, 8-9-2007
Revista de la AEN, nº 99, 2007
Archipiélago, nº 82, 2008
Este conjunto de escritos nos proporciona una de las imágenes más precisas del gran escritor austriaco, cuya obra fue muy estimada por T. Mann, T.S. Eliot, H.M. Curtius, S. Zweig, H. Broch, C. Magris, entre muchos otros. Su relativamente lenta recuperación, desde finales del siglo XX, prosigue hoy aún en todo el mundo.
Apenas había sobrepasado los veinte años, Hofmannsthal conocía ya a Schnitzler, a George, a Hauptmann, había escrito poesía, teatro, relatos: El loco y la muerte, los Tercetos sobre la fugacidad de las cosas, El cuento de la noche 672, Alcestes, La mina de Falun. Desde 1901, cuando crea una familia propia, se inclina por el drama, y publica Electra, Edipo y la esfinge y Venecia salvada. Dialoga con Rilke; colabora, a partir de 1906, en las óperas de R. Strauss (Elektra, Ariadna en Naxos, Elena egipcia, El caballero de la rosa, Arabella); pero también estudia a Molière, Lessing, Goethe, para aprender a fondo el oficio dramático. Y prosigue sus adaptaciones de Calderón y de Sófocles, impulsa el Burgtheater de Viena, escribe una pieza tan innovadora como El hombre difícil, hace y rehace su tragedia La torre.
Por añadidura, Hofmannsthal entregó dos textos de prosa incomparables, Andreas o los unidos y La mujer sin sombra, al tiempo que mantuvo correspondencia con sus amigos (por ejemplo, apoyará también al joven Walter Benjamin), animó revistas literarias y habló por las ciudades europeas. Pues bien, la segunda parte de este recorrido vital aparece claramente en Asomado al abismo.