Pelear con el ingenio

Ortensio Lando, Girolamo Cardano, Pedro de Mercado
Título del libro:
Pelear con el ingenio
Autor:
Ortensio Lando, Girolamo Cardano, Pedro de Mercado
Fecha de impresión:
2015
Número de páginas:
172
Precio:
14,00 €
ISBN:
978-84-938566-7

Ortensio Lando, Girolamo Cardano y Pedro de Mercado nos dan una visión inédita de la efervescencia del individuo a mediados del siglo XVI, cada uno con su ingenio, con un gran poderío verbal.

Lando inaugura un género literario desconcertante e ingenioso: las «Paradojas». Las peores desventuras —ceguera, locura, esterilidad, exilio, pobreza, atropello, engaño conyugal, encarcelamiento o la misma muerte— son preferibles, retóricamente, a las venturas opuestas. Rebate así lugares comunes a la vez que desvela verdades más complicadas.

Cardano, sabio biógrafo de sí mismo, nos deja entrever un abismo con su impresionante «Diálogo con su padre, ya muerto», prácticamente desconocido. Este coloquio casi dostoyevskiano con el fantasma paterno es una muestra de las elucubraciones de una mente obsesiva y contradictoria, pero muy exacta.

Con su «De la melancolía», Mercado se adelanta unas décadas a la Gran Tristeza europea. Se acerca a ese mal con sensibilidad, y define el malcontento, tan extendido en su tiempo, como «un pelear con el duende, preguntándose, respondiéndose y juzgándose». Esta bella y rigurosa expresión dibuja el espíritu de búsqueda personal que inspira a los tres autores.

Cardano y Mercado son los protagonistas de este Pelear con el ingenio. Ironía y desánimo en el siglo XVI. Destaca por su longitud y variedad Paradojas, 1543, de Ortensio Lando. Pero no de menos valía son De la melancolía, 1558, de Pedro de Mercado y la tardía ensoñación de Girolamo Cardano, su impresionante y autobiográfico Diálogo con su padre, ya muerto, 1574. De los tres, el más incógnito hoy en español es el irónico y enmascarado Lando; no sucede así con otro italiano notable, Cardano —sabio de mil caras—, que aparece eso sí en un texto muy raro. Por su parte, Mercado, tan valioso médica y literariamente solo ha comenzado a difundirse en ámbitos minoritarios.

Las Paradojas perturbaban las ideas comunes divertida, maliciosa y a veces cruelmente: la pobreza puede alabarse frente a la riqueza, y también la fealdad frente a la belleza, la ignorancia frente a la sabiduría; pero, por encima de esa simple inversión retórica, que él enriqueció, toda una serie de desventuras —ceguera, locura, embriaguez o esterilidad, exilio, inestabilidad social o escasez, llanto, debilidad o timidez, engaño conyugal o bastardía, angostura o encarcelamiento, atropello o la misma muerte— serían demostrablemente mejores que las venturas que ofrecen sus virtuosos opuestos, tan tranquilizadores. Estas Paradojas crearon una tradición irónica, desviada de la imitación, que expropiaba el patrimonio de los antiguos y lo situaba a pie de tierra.

Si Cardano en Mi vida (escrito casi al tiempo, en 1576) detallaba sus males, sueños o comidas y hasta su limpieza diaria, en cambio en este diálogo hizo destacar más su desasosiego ante extraños «prodigios». Como le dice al fantasma de su padre, «estoy aún más atemorizado, no por la conciencia de un delito que no he cometido, ni por ningún poder humano, aunque no ignoro que es muy grande, ni por la crueldad de los enemigos, que es máxima. Lo que me causa desazón es que nunca he podido descubrir una causa verosímil de aquellos prodigios ni nunca ha habido nadie capaz de interpretármelos, aunque se lo contaba a propósito a muchas personas para ver si podía averiguar el modo de liberarme de tan angustiosa preocupación». Es buena muestra de las elucubraciones propias de una mente contradictoria y a la vez rigurosa.

A principios del siglo XVI apareció la palabra «psicología», y tuvo en toda la centuria un sentido distinto al actual; era un neologismo sabio, con un espectro muy variado: remitía a las facultades vegetativa, sensitiva e intelectual, y manteniendo una base claramente humoral que definían la calidad de cada tonalidad anímica. Pero emociones, pensamientos e imaginaciones empezaban a ser mejor analizadas ahora, y especialmente en un individuo quejumbroso.

Lando estudió medicina, y tanto Cardano como Mercado eran médicos, una profesión totalizadora por entonces. En los escritos de ambos se mezclaban cosmología, ciencias naturales, dietética y valores morales; todo se veía abrazado por la física antigua —que regía los cuerpos como regía los cielos— y se veía proyectado, además, sobre el campo de las costumbres en su integridad.

De hecho, Mercado escribió De la melancolía, dentro de unos diálogos de filosofía natural y moral. Los grandes temas de la melancolía estuvieron presentes pronto con rigor en la Península, como sería esperable por nuestra presencia artística y médico-literaria durante la Gran Melancolía europea que tuvo lugar entre 1570 y 1623. Mercado destaca la agudeza del melancólico, su rapidez, sutileza y diligencia en ocasiones, así como su memoria. Ellos, dice, «con la presteza y facilidad que tienen en entender, descubren en breve tiempo cien mil cosas, entre las cuales, algunas han de atormentar y parar tristes; y jamás conocí hombre necio o torpe a quien la melancolía atormentase».