Aunque poco conocido, Courier es una enorme figura de las letras francesas, como lo prueba este excepcional libro autobiográfico, que enlaza cartas e informaciones detalladas sobre su vida entre 1787 y 1814, esto es, desde su adolescencia hasta los 42 años.
De formación ilustrada y clasicista, pero cercano ya a la sensibilidad romántica —le atrajeron el horror, los amores errantes, la vida aventurera y la naturaleza—, Paul-Louis Courier (1772-1825) vivió en Italia una larga, dramática y siniestra experiencia, enrolado en el ejército de Napoleón, por quien no sentía simpatía.
En estas páginas narra, con tintes goyescos, los desastres y la frívola irracionalidad de la guerra en la que se vio atrapado. Su sensación de caos nos trae el recuerdo de La cartuja de Parma. Stendhal, con quien Courier llegó a tratarse, le consideraba el hombre más inteligente de su tiempo. Compartían, además, su atracción por ciudades, personas y paisajes del país mediterráneo, y Todo ha cambiado es también un homenaje al mundo italiano.
Entusiasmado por las letras clásicas, las antigüedades y las novelas griegas, Courier soportó los acontecimientos con la ayuda de los antiguos, a los que tradujo por placer, y quizá extrajo de ellos su agudeza narrativa, su ironía amistosa, su inconformismo. Con todo, su estilo combina muchos estilos: el crítico Sainte-Beuve decía, en 1852, que Courier escribió como un Montaigne menos reluciente pero más flexible.
«Todo ha cambiado, no reconozco nada» es una frase dicha por el joven escritor en el umbral del siglo XIX, tan agitado como decisivo. Leonardo Sciascia admiró siempre, desde muy joven, a Courier.
David Felipe Arranz, “Courier en guerra” (Revista LEER):
El escritor, helenista y panfletista parisino Paul-Louis Courier (1772–1825) consagró su pluma a la literatura anti monárquica, especialmente desde la Restauración de los Borbones por los aliados en el trono francés tras la derrota de Napoleón, en 1814, en un periodo extraordinariamente reaccionario. Sus Panfletos políticos —publicados en España en 1936 por la Revista de Occidente— sobresalen por su valentía y agudeza. Partamos de la base de la escasa simpatía que Courier sentía por el militar de Ajaccio, al que consideraba un verdadero déspota.
Tras entrar en la Escuela de Artillería de Châlons, Courier se unió al ejército napoleónico en 1792, en el que desarrolló una exitosa carrera como artillero, a pesar de su aversión a la disciplina militar. En 1798 se unió a las tropas de ocupación en Italia, país en el que escribió una gran parte de sus ensayos, en medio del fragor de las campañas, entre 1804 y 1809, año en que abandonó el ejército, tras la batalla de Wagram. Al igual que hizo su contemporáneo Stendhal (1783–1842) en La cartuja de Parma, Courier fue un testigo de excepción de un tiempo convulso, cuyo relato convirtió en literatura. Ahora la editorial vallisoletana Cuatro.Ediciones, especializada en rescatar exquisiteces europeas –obras poco conocidas de Derrida, Von Hofmannstahl, Starobinski, Machado de Assis, Foucault o Castelo Branco– en esmerado formato, publica en una excelente traducción de Paula Olmos –imprescindible resulta su prólogo– revisada por Rosario Ibañes y María José Pozo. Todo ha cambiado. Recuerdos italianos hacia 1800, un formidable testimonio autobiográfico que desarrolla un trenzado epistolar que abarca desde el 28 de abril de 1787 a abril de 1814.
Este libro, casi una novedad en caste llano –pues habría mos de remontarnos a la realizada en 1896 en París por Ricardo Fuente– abarca nada menos que un periodo de la vida de Courier que va desde sus quince años hasta los 42, bajo un formato epistolar ciertamente poliédrico, pues estamos ante una corresponden ia con glosa; es decir, con anotaciones del propio autor. Podría decirse que es una novela de formación o aprendizaje, una clásica bildungsro man, que posee a la vez la ventaja de una arquitectura extraordinariamente moderna y prerromántica, casi diríamos que experimen tal. Porque a Courier le caracterizan ante todo el riesgo y la libertad.
Lo que más asombra de este escritor soldado es su capacidad de combinar la acción –una lucha que rehuía y en la que no creía– con el cultivo de sus estudios e investigaciones mientras viajaba por Italia, Alsacia, Austria y Suiza. Estos recuerdos ita lia nos se levantan contra Napoleón y sus destructivas e imperialistas ambiciones, como si se tratase de un ejercicio pre vio de su obra panfletaria, pero sin su posterior acritud política. Así, en Mileto, el 16 de octubre de 1806, dirige una carta a un oficial de artillería en Nápoles en el que le cuenta cómo el comisario de defensa Michaud se había dejado degollar: «No me extraña; había perdido la cabeza; y no es una forma de hablar”. La milicia está plagada de rufianes que se disputan la cajita con el dinero que lle van consigo y el ascenso de un pobre oficial de artillería sin artillería es imposible, mucho menos en el caso de Courier, al que jamás se le tuvieron en cuenta sus servicios y cuyos generales, que tenían incluso dificultades para mantenerse, nunca hicieron nada por él. Escribe a sus amigos una y otra vez para que lo saquen de “la bota” italiana, de un agujero en el que se sentía —al igual que sus compañeros— completamente olvidado. Deliciosas son las reflexiones sobre Jenofonte y la caballería que le dedica al sr. de Sainte-Croix, su editor, en diciembre de 1807 y que terminó por convertirse en el prólogo a Du Commentaire de la cavalerie et de l’equitation: en el texto le informa modestamente de que no se espere de él erudición alguna, pues no son propias de él este tipo de investigaciones que requieren de tiempo y libros, una queja de impotencia sin duda ante el trance bélico que atravesaba cada día.
“Todo ha cambiado, no reconozco nada”, escribe Courier. Y nos recuerdan sus palabras a las del soneto de Quevedo, escrito hacia 1613: “Entré en mi casa: vi que amancillada / de anciana habitación era despojos, / mi báculo más corvo y menos fuerte”. Con el poeta madrileño compartió vis crítica, erudición y una alergia al poder que llevó a ambos a convertirse en los proscritos de la Corte, los no genuflexos, los enemigos de las ordenanzas sociales y los juegos del reino: obviamente los pensadores más interesantes de su época.