1. Ricos y pobres
En el mundo actual hay mucha gente que "posee en superabundancia". Lo que quiero decir con esto, es que una vez satisfechas sus necesidades - de alimentación, techo, calefacción, vestimenta, salud y educación, tanto para ellas como para sus hijos, así como ciertas previsiones para las necesidades que pudieran presentarse en el futuro - les sobra dinero para cosas que no constituyen necesidades, por más que despleguemos nuestra imaginación. Si tienes dinero de sobra para gastar en buenos restaurantes, conciertos, viajes de vacaciones, discos compactos y para vestirte a la moda, en una palabra, eres rico. Tomás de Aquino nunca se hubiera podido figurar el tipo de riqueza que muchas personas tienen hoy en día - piensa simplemente en lujos como la calefacción y el aire acondicionado centrales, frutas exóticas frescas tanto de países templados como tropicales entregadas en la puerta de tu casa, o poder visitar todas las maravillas del mundo. Si Aquino pudiera transportarse a nuestra época pensaría que la mayoría de la clase media europea y norteamericana actual es inimaginablemente rica, y lo mismo le hubieran parecido aquellos que viven estilos de vida comparables en otros países.
Si los ricos son mucho más ricos que lo que persona alguna del siglo trece hubiera podido imaginar, sin embargo, los ingredientes esenciales de la pobreza siguen siendo los mismos. Al igual que en aquellos tiempos, los pobres son aquellos que no tienen medios suficientes como para satisfacer siquiera las necesidades más básicas, por ejemplo la comida, el techo y el vestido. ¿ Podríamos acaso agregar que hoy en día carecen además de recursos para obtener una mínima asistencia de la salud, o proporcionarle una educación a sus hijos? En la actualidad existen más de mil millones de esas personas "absolutamente pobres", que viven con no más de 1 U$ al día. Están los absolutamente pobres - es decir, pobres no sólo en relación a otros con los que se pueden comparar; sino en función de un criterio eterno y absoluto que tiene que ver con las necesidades humanas más básicas.
¿Qué actitud deben tener los ricos hacia los pobres? ¿Si hubiese algo que estuvieran obligados a hacer, qué sería? En este artículo plantearé que nuestras actitudes corrientes establecen distinciones indefendibles y que tienen que cambiar. Para hacerlo, presentaré un argumento que ya he planteado anteriormente, en un artículo en el New York Times , y luego pasaré en consideración algunas objeciones que le han sido hechas a este argumento.
2. ¿La vida de niño o un nuevo aparato de televisión?
En la película brasileña Estación central , Dora es una maestra retirada que se gana modestamente la vida en la estación, escribiendo cartas para personas analfabetas. De pronto, se le presenta la oportunidad de ganar $1000. Lo único que tiene que hacer es convencer a un niño abandonado de nueve años de que la siga hasta una dirección que le dieron. (Le han dicho que sería adoptado por unos ricos extranjeros) Entrega al niño, recibe el dinero, gasta una parte en un aparato de televisión y se instala a disfrutar de su nueva adquisición. Sin embargo, su vecina le echa a perder el buen humor al contarle que el niño es demasiado grande para ser adoptado - le dice que lo matarán y venderán sus órganos para transplantes. Quizá Dora por sí sola hubiera podido estar consciente de esa posibilidad, pero la descartó de su mente. Sin embargo después de lo que la vecina le dijo claramente, no logra dormir. Por la mañana se dispone a recuperar el niño.
Imagina si en vez de tratar de salvar al niño de ese destino, Dora le hubiera dicho a su vecina que este es un mundo difícil, que ella quiere un aparato de televisión, y que la venta del niño es lo único que le permite tener uno, que al fin de cuentas no era más que un niño de la calle, y que quien sabe, tal vez, después de todo, alguien lo adopte. Para los espectadores se hubiese transformado en una persona desalmada y egoísta, carente de toda conciencia y sentido moral. Se redime únicamente al prepararse a correr grandes riesgos para salvar al niño.
Al finalizar la película, en los cines de todas las naciones prósperas del mundo, esas personas que rápidamente habrían condenado a Dora si no hubiese regresado a rescatar al niño, vuelven a su casa, a sitios mucho más confortables que el apartamento de Dora. Conforme al standard que describí hace un momento, esa gente es rica. La familia promedio en los Estados Unidos gasta alrededor de la tercera parte de su ingreso en cosas que no son más necesarias para ellos, que lo que era el aparato de televisión para Dora. Pero también es cierto que Brasil y otros países de América latina, que tienen gran cantidad de gente absolutamente pobre, tienen también otra gente que es absolutamente rica. El dinero que los ricos gastan en lujos podría ser donado a una serie de agencias voluntarias, lo que para los niños necesitados significaría la diferencia entre la vida y la muerte.
Todo esto hace que uno se pregunte: ¿en última instancia, qué diferencia hay entre un brasileño que vende a un niño abandonado a personas que podrían ser traficantes de órganos y aquel que ya posee su aparato de televisión y lo cambia por uno mejor - sabiendo que ese dinero podría donarse a una organización que lo usaría para salvar la vida de los niños de la calle de Brasil?
Inmediatamente nos vendrán a la mente algunas diferencias. Para poder entregar a un niño que está justo ante ti a personas que podrían matarlo es necesario ser un tanto frío y despiadado. Resulta mucho más fácil ignorar un pedido de dinero para ayudar a un niño que nunca conociste. Por lo tanto, si el resultado que tiene el hecho de que una persona rica deje de donar su dinero, es que un niño más muera en las calles de una ciudad brasileña, en cierto modo, es tan malo como vender un niño a traficantes de órganos. En definitiva, resulta incongruente condenar tan rápidamente a Dora por entregar al niño a posibles traficantes de órganos, y no considerar al mismo tiempo, que la conducta de la persona rica plantea un tema moral grave.
3. ¿Es acaso diferente nuestra situación?
Permítanme considerar algunas diferencias posibles entre nuestra situación y la de Dora.
La sensación que tenemos de que disfrutar de todo el lujo que nuestra riqueza pueda comprar es una forma aceptable de vivir se basa ampliamente en la idea de que, en tanto el matar es algo muy malo, nosotros no estamos en obligación de salvar a personas cuyas vidas están en peligro. ¿Pero, es esto correcto? En su libro Living High and Letting Die , el filósofo americano Peter Unger presenta una serie ingeniosa de ejemplos imaginarios concebidos para mostrar que a menudo estimamos que un individuo comete una falta grave si permite, a sabiendas, que alguien muera, aunque sea por omisión y no por acción. La siguiente es mi paráfrasis de uno de estos ejemplos:
Bob está próximo a su retiro. Invirtió la mayor parte de sus ahorros en un automóvil muy raro y costoso, un Bugatti, que no ha podido asegurar. El Bugatti es su orgullo y su alegría. Además del placer de conducirlo y cuidarlo, Bob sabe perfectamente que su valor aumenta en el mercado y que todavía podrá venderlo y vivir confortablemente después de retirarse. Un día, cuando Bob sale a pasear, estaciona el Bugatti cerca del final de una playa de desvío de trenes en desuso y se baja a caminar por la vía. Cuando se ha bajado, ve que un tren sin nadie a bordo viene bajando por la vía. Al observar más atentamente, ve la pequeña figura de un niño jugando en un túnel, que muy probablemente será atropellado por el tren. No puede detener al tren y el niño está muy lejos como para advertirle del peligro, pero podría mover una palanca que desviaría al tren hacia donde está estacionado el Bugatti. Así nadie moriría, pero como la barrera que está al final de la vía está en mal estado, el tren destruiría a su Bugatti. Pensando en la alegría que constituye para él el poseer ese auto y la seguridad financiera que representa, Bob decide no mover la palanca. El niño muere. Pero por largos años Bob disfruta de su Bugatti y de la seguridad financiera que representa.
La mayoría de nosotros diría que la conducta de Bob es seriamente censurable. Estoy de acuerdo, pero, ¿ acaso podemos considerar que estuvo muy mal que Bob no moviera esa palanca para desviar al tren y salvar la vida del niño, y que no está mal que la gente rica decida no ayudar a personas que viven en una pobreza extrema? Al enviar dinero a una organización que trabaje en el alivio de la pobreza podemos salvar una vida humana, mediante un sacrificio mucho más pequeño que el que Bob debía realizar en el ejemplo que acabo de dar. De hecho, Unger calcula que una donación de U$ 200 es suficiente para salvar la vida de un niño.
Nadie que conozca el mundo de la asistencia internacional puede dudar de que exista esa incertidumbre. Pero esa cifra de 200 U$ que Unger estableció para salvar la vida de un niño, fue calculada después de hacer hipótesis conservadoras acerca de la proporción de dinero donado que llega realmente a su objetivo. De todas maneras, también existe algo de incertidumbre en las situaciones de Bob y de Dora. En el caso de Bob, si mueve la palanca sin duda destruirá su Bugatti, pero si no hace nada, podría ser que el niño fuera lo suficientemente rápido y despierto como para pegarse a la pared del túnel y salvarse. Dora no estaba totalmente segura de que el niño iba a ser sacrificado por sus órganos, en vez de ser adoptado. Es decir que en ninguno de estos casos existe la certeza de que entregar el dinero, o sacrificar el automóvil o la tele, tendrá un resultado positivo.
En el mundo real existen millones de niños, y también de adultos, que requieren nuestra ayuda, así que tienen derecho a decir que con entregarles U$ 200 no se acaban nuestras obligaciones. Pero piensa en cuánto calcula perder Bob, mientras considera mover la palanca. El automóvil es su orgullo y su alegría, y representa virtualmente todos sus ahorros. Aunque dijéramos que nadie está obligado a hacer un sacrificio acumulativo tan grande, como lo es la pérdida del automóvil para Bob, esto es bastante compatible con la gente que holgadamente puede asumir la obligación de dar mucho, mucho más que U$200. El sacrificio de Dora, en relación a su nivel, es más significativo que una donación de U$200 y hasta de U$1000 para alguien que vive muy cómodamente, en medio de una comunidad adinerada.
No hay posibilidad de que en un futuro cercano o incluso a mediano plazo podamos ver un mundo en el que sea normal de que los ricos ofrezcan buena parte de su riqueza para ayudar a extraños. Cuando se trata de elogiar o condenar a las personas por lo que hacen, tendemos a utilizar un criterio relacionado con cierta concepción de lo que es una conducta normal. En muchas comunidades, las personas ricas que dan, digamos, un 10 por ciento de su ingreso para ayudar a los pobres, le llevan tanto la delantera a virtualmente todas sus contrapartes igualmente ricas, que no voy a detenerme a condenarlos por no hacer algo más. Sin embargo, no están en posición de criticar a Bob por no lograr hacer el sacrificio mucho mayor de su Bugatti, o a Dora por vender al niño, y esto sugiere que en cierto sentido, realmente tendrían que hacer algo más.
El tema de cuanto debemos dar es una cuestión que hay que decidir en el mundo real - y éste, lamentablemente, es un mundo en el que sabemos que la mayoría de la gente no da montos substanciales a las agencias internacionales de ayuda, y no lo hará tampoco en un futuro inmediato. Así, sabemos que el dinero que podemos dar más allá de la "contribución razonable" teórica, permitirá salvar vidas que de otro modo no serán salvadas. Aunque la idea de que nadie necesita hacer algo más que brindar su contribución razonable es muy poderosa, ¿acaso prevalecería si supiéramos que otros no están dando su contribución razonable, y que habrá niños que morirán de muertes evitables a menos que demos algo más que nuestra contribución razonable? Esto implicaría llevar lo razonable demasiado lejos - y Aquino, Ambrosio y Graciano están aparentemente de acuerdo, ya que dicen que debes dar lo que tienes en superabundancia y no simplemente una contribución razonable hipotética, que resultaría suficiente si otros también dieran.
Sería ciertamente mejor que los gobiernos aumentaran sus asignaciones para la ayuda externa, ya que esto distribuiría el peso de manera más equitativa entre todos los contribuyentes. Lamentablemente, en los últimos veinte años el monto que los gobiernos de las naciones desarrolladas le han asignado a la ayuda externa ha descendido y la mayoría de los países están más lejos que nunca de alcanzar el objetivo de las Naciones Unidas del 0,7% del Producto Nacional Bruto. En particular, el monto de ayuda externa que dan los Estados Unidos es una miseria - sólo el 0,1%del PNB, es decir el porcentaje más bajo de todos los países de la OCDE , y en términos absolutos de dólar, es un monto menor al dado por Japón, a pesar de que la economía de los Estados Unidos es mucho mayor que la de Japón. Además, incluso dentro de este monto miserable, los mayores beneficiarios no son los países más pobres del mundo, sino Israel, un país que tiene un ingreso promedio que lo ubica entre las 20 naciones más ricas del mundo.
Como respuesta a lo que indica esta objeción, le diría que si cada uno diera realmente un monto substancial de dinero, el monto que necesitaríamos dar sería mucho menor. Si todos, o gran parte, de los ricos cumplieran con su parte, no harían falta enormes sacrificios para terminar con la pobreza absoluta. Como señaló Thomas Pogge, pensamos que será necesaria una suma enorme de dinero, porque sabemos que los pobres son muchos -alrededor de la cuarta parte de la población del mundo, es decir mil quinientos millones de personas. Pero nos olvidamos de que la diferencia de ingreso entre los ricos y los pobres es inimaginablemente acentuada:
El ingreso agregado del cuartil de los más pobres es menor al 0,7% del producto social mundial, menos de $210 mil millones entre cerca de 30 billones. Si hubiera un cambio en la distribución del ingreso mundial que duplicara (o triplicara) sus ingresos, totalmente a nuestras expensas, aún así sería bastante ínfimo. Sólo reduciría el décimo superior de los ingresos en un mero 1 o 2 por ciento - lo que difícilmente represente una seria amenaza para nuestra cultura y estilo de vida.
Por otra parte, cualquier impacto adverso sobre la economía se equilibraría por el hecho de que gran parte de la gente que haya podido salir de la pobreza absoluta podrá, con una mejor educación y formación, volverse autosuficiente y eventualmente entrar a su vez en el mercado mundial como consumidores.
Esta es una objeción práctica que se aplica a algunos tipos de ayuda, pero no a otros. Ciertamente el brindar apoyo alimentario es un último recurso, a ser utilizado en situaciones de extrema emergencia. Pero ayudar a las personas a transformarse en empresarios en pequeña escala, o brindarle a los pueblos agua potable, una escuela, asistencia básica de la salud, es algo diferente. Les da la habilidad de volverse autosuficientes, de trabajar por mejorarse a sí mismos. En cuanto a la cuestión de la población, es un error pensar que la única manera de reducir la fertilidad es dejar que la gente padezca hambre. Por el contrario, el único factor que muchos estudios diferentes han demostrado que se correlaciona mejor con una reducción de la fertilidad es el mejoramiento del nivel de educación y particularmente de la educación de las mujeres.
4. La necesidad de una nueva (o vieja) actitud hacia la pobreza
Los ejemplos de Dora y Bob muestran que nuestras ideas corrientes acerca de lo que los ricos le deben a los pobres no están en armonía con nuestras otras ideas sobre lo que se requiere para salvar la vida de un niño. Ninguna de las objeciones que he considerado indica de manera convincente que la diferencia entre la situación de Dora o Bob y nuestra propia situación sea suficiente como para impedirnos llegar a la conclusión de que no es correcto que gastemos dinero en lujos, mientras otros padecen hambre. Nuestras actitudes hacia la pobreza tienen que cambiar -no hacia algo totalmente nuevo, sino hacia algo más semejante a lo que citamos al comienzo, las actitudes de Ambrosio, Graciano y Tomás de Aquino. Aunque no acepto las bases religiosas y Aristotélicas en que se fundamenta Tomás de Aquino, acepto su conclusión de que "aquello que un hombre tenga en superabundancia, por derecho natural, debe dárselo al pobre para su sustento ", porque en la ética utilitaria que sostengo, las necesidades tienen prioridad por encima del deseo de lujo. Extrañamente, en lo que se refiere a este tema vital, esto me convierte en un mejor cristiano que muchos obispos y cardenales. Corren a condenar el aborto -un dilema moral que ninguno de ellos tendrá que enfrentar jamás- pero violan abiertamente las enseñanzas de sus propios santos sobre lo que el rico le debe al pobre, viviendo lujosamente en forma cotidiana. Afirman que está mal matar a un "niño no nacido", independientemente de las razones que pueda tener la madre para no desear proseguir un embarazo, pero ellos mismos permiten que mueran niños ya nacidos, amados y deseados por sus padres, cuando podrían evitarse esas muertes.
En algunos círculos hay ya señales de un cambio de actitud. En la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas, realizada en Nueva York en Septiembre de 2000, el Presidente sudafricano Thabo Mbeki hizo una vigorosa alocución en la que dijo que "los pobres del mundo se paran en la puerta de mansiones y palacios confortables, ocupados por todos los reyes y reinas, presidentes y primeros ministros que tienen el privilegio de asistir a este encuentro único." No se informó que los líderes invitaran a los sin techo a ocupar sus cuartos de huéspedes vacíos, pero la Asamblea General aprobó una declaración estableciendo una serie de objetivos ambiciosos pero específicos para el año 2015. El más importante fue el de reducir a la mitad la proporción de la población mundial que padece de hambre y que carece de agua potable para beber.
Otros de los que hablaron con una nueva visión fueron los directivos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, En Praga, el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn dijo :
Hoy en día el 20 por ciento del mundo controla el 80 por ciento del producto interno bruto. Se logró una economía de 30$ billones de los cuales $24 billones corresponden a los países desarrollados. El ingreso de los 20 que se encuentran arriba, es 37 veces mayor que el de los 20 de abajo, y en la última década esta cifra se duplicó. Estas iniquidades no pueden existir.
Lamentablemente esas iniquidades pueden existir y de hecho existen. La cuestión es qué se puede hacer con ellas. Ultimamente, las instituciones como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo le han dado mayor prioridad que en el pasado a detener la iniquidad. Ciertamente, desde un punto de vista ético, esa es la estrategia correcta. Es de importancia vital que esas organizaciones se aseguren de que lo que están haciendo producirá una diferencia para la gente más pobre del mundo. En el pasado, a menudo los esquemas amplios favorecieron no a los más pobres, sino a los que forman parte del problema. Es más difícil asegurar que la asistencia beneficie realmente a los más necesitados y requiere un trabajo más intenso. Así como Dora, en un comienzo pudo evitar pensar demasiado en lo que podría ocurrirle al niño, siempre podemos convencernos a nosotros mismos de que las cosas que son de nuestro propio interés, son también lo mejor para todos. Pero con frecuencia ese no es el caso. Dora representa una advertencia para aquellos que tienden a tomar el camino fácil del autoengaño. Cada agencia importante de desarrollo necesita un amigo como la vecina de Dora - alguien que la fuerce a tener una visión rigurosa y autocrítica del impacto real que tiene su trabajo sobre la gente que más necesita de su ayuda. De otro modo, una agencia de desarrollo, al igual que Dora, puede transformarse en cómplice de algo que tiene que ver con la injusticia y la explotación.
5. Unas últimas palabras: Lo político y lo personal
Horst Köhler, el nuevo director administrativo del FMI dijo recientemente: "Tenemos que detener el egoísmo de los países ricos. Se trata de una cuestión moral."
Köhler está en lo correcto, se trata de una cuestión moral. Pero la moral no solo es tema para las naciones y no es sólo el egoísmo de las naciones ricas lo que debe combatirse. La nueva ética debe sentirse en todos los niveles, desde las instituciones financieras internacionales, hasta las naciones y los individuos. Aquellos que deciden el destino de millones de personas que viven en la pobreza absoluta deben demostrar una actitud hacia la iniquidad y el egoísmo en sus propias vidas. Tienen que mostrar claramente que les parece reprobable que alguien viva en el lujo, mientras otros están en la extrema pobreza. Por supuesto, los líderes no pueden vestir con harapos y vivir en barrios marginales. Tienen que poder hacer su trabajo, recibir visitantes, comunicar rápidamente, garantizar la seguridad de su personal y representar a su país en público. Necesitan los equipos y el entorno que les permita hacerlo lo más eficientemente posible. Nada de eso es superabundancia. Pero no necesitan caviar en sus recepciones, ni pasear en limosinas, ni vivir en palacios. Si compartieran su superabundancia con los hambrientos, su expresión de deseo de acabar con la pobreza se volvería por fin creíble. Una vez que esto ocurra, todo es posible.