La crítica situación de Bolivia sirve de ejemplo para plantear la siguiente pregunta: ¿puede existir en un país un sistema político democrático sin determinadas condiciones económicas, sociales y culturales? Un somero análisis sobre los acontecimientos del país andino puede permitirnos reflexionar sobre ello.
Bolivia es un país económicamente pobre, el más pobre de América Latina después de Haití. Sin embargo, el subsuelo de Bolivia ha sido, y sigue siendo, muy rico. En tiempos tuvo fama la plata de Potosí. ¿De dónde proviene el antiguo dicho vale un potosí ? Pues a esta ciudad colonial española se referían. En la primera mitad del siglo XX la gran riqueza de Bolivia fue el estaño, un mineral clave para la industria de la época. Pero el estaño reportó pocos beneficios a la población de Bolivia.
Quizás algún lector recuerde al multimillonario Patiño, llamado el rey del estaño, que residía habitualmente en París y ocupaba las páginas de las revistas del corazón de la época. Los beneficios del estaño no se quedaron en Bolivia, sino que se esfumaron al extranjero sin dejar rastro: lo recuerdan bien los bolivianos.
Pero el subsuelo siguió dando oportunidades a la economía boliviana. A finales de los años sesenta del pasado siglo se descubre cantidades importantes de petróleo en la zona de la entonces pequeña ciudad de Santa Cruz, situada en las extensas llanuras orientales que acaban en la frontera con Brasil. A partir de esta nueva riqueza, surge una potente burguesía industrial y agrícola en aquella región y Santa Cruz se convierte en la capital económica de Bolivia. A ello se añade el reciente descubrimiento de vetas inmensas de gas en la provincia de Tarija, fronteriza con Argentina. En cuarenta años la estructura económica de Bolivia ha dado un cambio radical: el sur y el este han pasado a ser zonas ricas y, potencialmente, todavía lo pueden ser más; La Paz y la zona minera andina se han empobrecido.
Desde el punto de vista político, en Bolivia tienen un gran peso tres factores: su composición étnica, su posición geográfica y su memoria histórica. La población boliviana es mayoritariamente indígena: la mitad son indios aymaras, quechuas y guaraníes, con un peso abrumador de los primeros; el resto se reparten a partes más o menos iguales entre mestizos y criollos (u otros procedentes de Europa). No hace falta añadir que los indígenas son los pobres y los criollos y europeos constituyen las elites históricamente dominantes. Por otra parte, Bolivia es el único país de América Latina -además de Paraguay- que no tiene salida al mar y, por tanto, depende comercialmente, sobre todo por la necesidad de exportar minerales e hidrocarburos, de los países vecinos: Chile, Perú, Brasil y Argentina.
Especial significación tiene la salida al mar por Chile, no sólo porque es muy cercana a la frontera boliviana, sino, sobre todo, porque se trata de una franja de la costa que hasta 1880 había pertenecido a Bolivia y le fue arrebatada por Chile tras una contienda militar. Esta guerra ha quedado en la memoria colectiva de los bolivianos como una agresión ofensiva a su dignidad nacional de la cual provienen todos los males de Bolivia. El nacionalismo, uno de los principales componentes de la política boliviana, está basado en un odio, hoy irracional, a Chile y a los chilenos. Este nacionalismo ha condicionado y sigue condicionando lograr una salida al mar por la costa chilena.
A todo ello hay que añadir que los accesos a La Paz pueden ser bloqueados desde la vecina ciudad de El Alto, un suburbio miserable situado a ocho o diez kilómetros, por el que transcurre la única carretera de acceso a la capital. El Alto está absolutamente dominado por el partido indigenista MAS y los líderes sindicales mineros. El control de este acceso es la clave de su fuerza política.
¿Qué esta sucediendo hoy en Bolivia? Básicamente dos cosas. Primera, los sectores indígenas y mestizos, junto al sindicalismo minero de la zona andina, debido el recuerdo del estaño que se esfumó y al nacionalismo antichileno, pretenden que la riqueza en hidrocarburos sea nacionalizada. Naturalmente no hay dinero en Bolivia para financiar las inversiones necesarias para extraer el petróleo y el gas escondido en el subsuelo. Mantener esta posición es continuar estando, pues, condenados a la actual situación de subdesarrollo. Segundo, las zonas ricas o con futuro como Santa Cruz o Tarija desconfían -justificadamente- del Gobierno de La Paz, piden autonomía política y, en caso de no obtenerla, amenazan con la secesión. De suceder, dejaría a la zona andina sumida en una pobreza aún mayor y provocaría una situación social más explosiva todavía, con repercusiones en los países vecinos.
El actual presidente en funciones Carlos Mesa es una persona culta e inteligente, independiente y demócrata, que se halla aislado por estar emparedado entre una clase política inepta y corrupta -los partidos tradicionales- o demagógica y populista -los sindicatos mineros y el partido indigenista MAS de Evo Morales-. El cese definitivo de Mesa probablemente supondría el golpe militar o una guerra civil.
¿Sucedería todo ello si el país no fuera tan pobre, la riqueza estuviera mejor repartida, el fanatismo antichileno no fuera un factor político clave y la explotación del subsuelo por parte de inversores extranjeros no fuera considerada como un seguro robo a la nación? ¿Puede una democracia política subsistir en estas condiciones económicas y culturales? Ésta es la reflexión que pretendía poner hoy a la consideración de ustedes.
FRANCESC DE CARRERAS, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB