Brecht y la crítica

Roland Barthes
Primer Acto, n. 86, julio 1967

Carece de riesgo el profetizar que la obra de Brecht va a ser más importante cada vez; no sólo porque se trata de una gran obra, sino también porque nos encontramos también ante una obra ejemplar: brilla, al menos hoy, de forma excepcional en mitad de dos desiertos: el desierto del teatro contemporáneo, donde, aparte de Brecht, no hay grandes nombres que citar, y el desierto del arte revolucionario, estéril desde los comienzos de la burocratización. Quien desee reflexionar sobre el teatro y sobre la revolución, se encontrará fatalmente con Brecht. El propio Brecht ha querido que sea así: su obra se opone con todas sus fuerzas al mito reaccionario del genio inconsciente; tiene la grandeza que más conviene a nuestro tiempo, la de la responsabilidad; es una obra que está "complicada" con el mundo, con nuestro mundo: el conocimiento de Brecht, la reflexión sobre Brecht, en dos palabras, la crítica brechtiana, es extensiva por definición a toda la problemática de nuestro tiempo. Hay que repetir incansablemente esta verdad: conocer a Brecht tiene una importancia distinta a la que supone conocer a Shakespeare o a Gogol, puesto que es precisamente para nosotros -y no para la eternidad- para quien Brecht ha escrito su teatro. La crítica brechtiana es, pues, una crítica de espectador, de lector, de consumidor y no de exégeta: es una crítica de hombre a quien el texto le concierne. Y si yo mismo tuviese que formular esa crítica cuyo marco esbozo ahora, no dejaría de sugerir, aun a riesgo de parecer indiscreto, en qué aspecto esta obra me afecta y me ayuda a mí, personalmente y en tanto que hombre concreto. Con el objeto de señalar lo esencial de un programa de crítica brechtiana, daré únicamente los planos de análisis en los que esta crítica debe sucesivamente situarse.

I. Sociología .- De una manera general, nosotros no tenemos todavía medios suficientes para definir los públicos de teatro. De otra parte, al menos en Francia, Brecht no ha salido de los teatros experimentales. Aún no podríamos estudiar, pues, por el momento, más que las reacciones de la prensa. Hay que señalar, hasta el día de hoy, cuatro tipos de reacción. Para la extrema derecha, la obra de Brecht es integralmente mala por su filiación política: el teatro de Brecht es un teatro mediocre por ser un teatro comunista. Para la derecha (una derecha más astuta), Brecht debe ser sometido a la tradicional operación de amputación política: se disocia al hombre de su obra, se abandona el primero a la política (subrayando, sucesiva y contradictoriamente, su independencia y su servilismo respecto al partido) y se sitúa la obra sobre el pedestal del Teatro Eterno: la obra de Brecht, se dice, es grande a pesar suyo.

En la izquierda tenemos, en primer lugar, la concepción humanista de Brecht: Brecht sería una de esas vastas conciencias creadoras, ligadas a una promoción humanitaria del hombre, como pudo serlo Romain Rolland o Barbusse. Este simpático punto de vista encubre, por desgracia, un prejuicio antiintelectualista, muy frecuente en ciertos medios de la extrema izquierda: para mejor ¨humanizar¨ a Brecht, se desacredita o minimiza la parte teórica de su obra; su obra dramática sería importante a pesar de las sistemáticas consideraciones de Brecht sobre el teatro épico, el autor, el distanciamiento, etcétera, con lo que acabamos por alcanzar una de las teorías fundamentales de la cultura pequeño burguesa: el romántico contraste entre el corazón y el cerebro, la intuición y la reflexión, lo inefable y lo racional, oposición que disimula, en última instancia, una concepción mágica del arte. Finalmente, el comunismo -al menos en Francia- ha expresado también ciertas reservas frente al teatro de Brecht: afectan a la oposición de Brecht al héroe positivo, a la concepción épica del teatro, y a la orientación (formalista) de la dramaturgia brechtiana.

Cito aquí de memoria: haría falta reconsiderar con detalles todas estas posiciones. No se trata de rechazar las críticas de Brecht, sino, más bien, de llegar al dramaturgo a través de las vías que nuestra sociedad utiliza para "digerirlo". Brecht "revela a cuantos hablan de él, y esta revelación tiene, sin duda, un gran interés.

II Ideología. - ¿Hay que oponer a las figestiones de la obra brechtiana algo así como la verdad canónica de Brecht? En un sentido, y dentro de ciertos límites, sí. Hay en el teatro de Brecht un contenido ideológico preciso, coherente, firme, bien estructurado, que rechaza las deformaciones abusivas. Es necesario describir este contenido.

Para ello disponemos de dos clases de textos: primero, los textos teóricos, de una aguda inteligencia, de una gran lucidez ideológica, y que sería pueril subestimar bajo el pretexto de que son solamente un apéndice intelectual a una obra esencialmente creadora. Desde luego, el teatro de Brecht ha sido escrito para ser representado. Pero antes de representarlo o de verlo representar, no está prohibido el que sea entendido: esta comprensión resulta, además, orgánicamente ligada a su función constitutiva, que es la de transformar al público en el mismo momento en que lo congrega. Tratándose de Brecht, las relaciones entre la teoría y la práctica no deben ser subestimadas o deformadas. No hay decisión de estado o intervención sobrenatural que dispense graciosamente al teatro de las exigencias de la reflexión teórica. Afrontando una tendencia de la crítica, es necesario afirmar la importancia capital de los escritos sistemáticos de Brecht: no puede debilitar el valor artístico de este teatro el hecho de considerarlo un teatro pensado.

Por lo demás, la misma obra suministra los elementos principales de la ideología brechtiana. Sólo puedo señalar aquí los fundamentales: el carácter histórico y no "natural" de las desgracias humanas; el contagio espiritual de la alienación económica, cuya última consecuencia es la de cegar a quienes opinan sobre las causas de esta ilusión; el "status" corregible de la Naturaleza , la transformación del mundo; la adecuación necesaria entre los medios y las situaciones; la transformación de los antiguos "conflictos" psicológicos en contradicciones históricas, sometidas, como tales, al poder corrector de los hombres.

El preciso decir que los principios nunca son ofrecidos más que como salidas de situaciones concretas, y que estas situaciones son enormemente prácticas. Contrariamente al prejuicio de la derecha, el teatro de Brecht no es un teatro de tesis ni de propaganda. Lo que Brecht toma al marxismo no son consignas ni una articulación de argumentos, sino un método general de explicaciones. De aquí se deduce que en el teatro de Brecht los elementos políticos aparecen siempre recreados. El tema ideológico, en la obra de Brecht, podría definirse como una dinámica de acontecimientos que mezclase el testimonio y la explicación, la ética y la política: cada tema es, a un tiempo, expresión del querer ser de los hombres y del ser de las cosas, a la vez rebelde (porque desenmascara) y no conciliador (porque explica).

III. Semiología .- La semiología es el estudio de los signos y de las significaciones. No quiero discutir ahora esta ciencia propugnada hace cuarenta años por el lingüista Saussure, y, en general, juzgada como sospechosa de formalismo. Sin dejarme intimidar por las palabras, sería interesante reconocer que la dramaturgia brechtiana, la teoría del distanciamiento, y toda la práctica del Berliner Ensemble referida al decorado y los trajes, plantean un claro problema semiológico, puesto que la dramaturgia brechtiana postula ante todo que, al menos hoy, el arte dramático antes que expresar lo real debe significarlo. Es, pues, necesario que exista una cierta distancia entre el significado y su significante: el arte revolucionario debe admitir una cierta arbitrariedad de signos, debe abrir paso a cierto "formalismo", en el sentido de que debe tratar la forma según un método particular, que es el método semiológico. Todo el arte brechtiana está en contra de la confusión burocrática entre la ideología y la semiología, la cual sabemos muy bien a qué impasse ha conducido.

Comprendemos ahora muy bien por qué este aspecto del pensamiento brechtiano es el más antipático a la crítica burguesa y burocrática: una y otra están ligadas a la estética de la expresión "natural" de lo real: el arte es, a sus ojos, una falsa Naturaleza, una Pseudo-Phisys. Para Brecht, por el contrario, el arte de hoy, es decir, en el ámbito de un conflicto histórico cuya salida es la desalienación humana, el arte debe ser una Anti-Phisys. El formalismo de Brecht es una protesta radical contra el veneno de la falsa Naturaleza burguesa y pequeño burguesa: en una sociedad todavía alienada, el arte debe ser crítico, debe cortar toda ilusión, incluso la de la "Naturaleza": el signo debe ser parcialmente arbitrario para evitar caer en un arte de la ilusión esencialista.

IV. Moral .- El teatro brechtiano es un teatro moral, es decir, un teatro que se pregunta con el espectador: ¿Qué hay que hacer en tal situación? Esto nos llevaría a censar y describir las situaciones arquetípicas del teatro brechtiano, que, a mi modo de ver, nos conducen a un problema único: ¿Cómo ser bueno en una sociedad mala? Me parece muy importante señalar la estructura moral del teatro de Brecht: se comprende muy bien que el socialismo haya tenido objetivos más urgentes que el ocuparse de problemas de conducta individual; pero la sociedad capitalista subsiste, y el mismo socialismo se transforma: la acción revolucionaria ha de cohabitar cada vez más, y de un modo casi institucional, con las normas de la moral burguesa y pequeño burguesa: los problemas de conducta, y ya no de acción, surgen. Brecht puede tener en tales circunstancias un gran poder de estímulo, de vivificación.

Tanto más cuanto que su momento no tiene nada de catequístico, y es casi siempre interrogativa. Como sabemos, algunas de sus obras se cierran con una interrogación literal al público, al que el autor deja el peso de encontrar por sí mismo la solución al problema expuesto. El papel moral de Brecht es el de insertar una pregunta dentro de una evidencia (es el tema La excepción y la regla); se trata, esencialmente, de una moral de la invención. La invención brechtiana es un processus táctico para conseguir la corrección revolucionaria. Es decir, que para Brecht, la salida de todo impasse moral depende de un análisis más justo que la situación concreta en la que se encuentra el sujeto; es representando la particularidad histórica de esta situación, su naturaleza artificial, puramente conformista, cuando la salida surge. La moral de Brecht consiste esencialmente en una lectura correcta de la Historia , y la plasticidad de esta moral (cambiar, cuando haga falta, la costumbre o norma) procede de la misma plasticidad de la historia.