I. En uno de sus versos “sencillos” –así los llamaba el autor– José Martí habla, en una pegajosa música de canción popular, de un corazón a la deriva como una barca que no sabe a dónde va. José Martí –el Mazzini cubano, escritor y político democrático muerto en combate en 1895 luchando por la independencia de Cuba y por la idea de una libre y paritaria comunidad de los pueblos americanos– siempre supo hacía dónde ir. Fidel Castro lo definió “el autor espiritual” del asalto al cuartel Moncada; fallido, pero primera piedra de la revolución castrista. José Martí ahora es considerado el padre de la patria, aun si el partido único no encaja con su pensamiento democrático; el monumento dedicado a José Martí, iniciado en 1926, posee una seca severidad que se inspira en un sentido mazzinianamente religioso de la actividad política entendida como una misión. En efecto, en las enormes pintas de los muros resuenan frases e imágenes evangélicas que expresan que todo gran movimiento de liberación tiene su Nazareno y que solamente aquellos que están preparados para perder la vida le imprimen sentido y la salvan.
Todo régimen y toda sociedad tienen su retórica: la libertad, la patria, la justicia, la paz, la democracia. Retórica siempre falsa, porque estas nobles cosas, de por sí, no existen. Pero puede existir –así como puede ser, al contrario, meramente simulada– la fuerte voluntad humana de hacerlas vivir y de hacerlas capaces de incidir en la realidad. Incluso por esto, y no sólo por las ramplonerías de sus enemigos, Castro ha reinado durante tanto tiempo: cuatro veces y medio el Tercer Reich, casi el doble que Stalin, no mucho menos que la reina Victoria y que Francisco José. Cincuenta años de poder dicen, de todas maneras, algo sobre la estatura de un líder. Goethe –en su admiración, incluso brutal, de la fuerza vital capaz de sobrevivir y de la edad prolongada como expresión de dicha fuerza– se hubiera complacido con este hecho, también porque, como dice un verso suyo, no se hacía el escrupuloso ni siquiera con los autócratas.
No es sólo por un hecho logístico –el enorme espacio de la Plaza de la Revolución , entre el Monumento a Martí y el dedicado al Che Guevara– sino también por la fuerza simbólica del lugar, Juan Pablo ii celebró aquí su misa ante una desbordante multitud. El zafio y duro, pero genial pontífice –uno de los pocos en poseer una visión de la época de las actuales y futuras transformaciones del mundo, a diferencia de su más culto pero más entremetido sucesor–, dijo la famosa frase que ahora repite el cardenal Bertone en su visita de Estado: “Cuba se abre al mundo y el mundo se abre a Cuba.”
II. En la Feria Internacional del Libro –pero en todos lados– es como si la apenas anunciada dimisión de Fidel Castro no se hubiera verificado. Como siempre, ninguna bandera roja, pero sí muchas banderas nacionales. Es una manera inteligente de defender la normalidad de la transición, única garantía contra una eventual revuelta violenta. Acaso no es una casualidad que la dimisión haya sido declarada en un momento en que Estados Unidos, en vísperas de las elecciones, se encuentra en una fase de cambio de poderes.
La Feria , de por sí, es vivaz pero pobre; una fiesta, que tiene más de fiesta religiosa de pueblo que de muestra del libro, bajo la divisa –parece– de la casualidad, que alterna encendidos debates con ampulosas premiaciones, burócratas de partido que aterrizaron en la gestión cultural, con la que poco tienen que ver, e intelectuales que, no obstante las dificultades materiales (el costo, la escasez y el control de los libros, el escaso acceso a internet, la ingerencia del poder político, el problemático transporte interno en el país, los obstáculos económicos y políticos y hasta los viajes al extranjero) se demuestran increíblemente informados. Victor Fowler, escritor y ensayista, interviene con algunas observaciones sobre la cultura mitteleuropea y la literatura austriaca que revelan un conocimiento y una originalidad de interpretación difícil de encontrarse en Viena o en otras sedes consagradas. En compensación, una librería central, en la espléndida Habana Vieja (barroca, gloriosa fachada de miserias escondidas, cantera de trabajos continuamente interrumpidos) ofrece un surtido de libros desigual y mísero, incluso de autores cubanos –algunos grandes– que no resultan incómodos para el gobierno.
Detenerse en los libros –en un país en el que, a causa del embargo y las disfunciones internas, aparte de los vicios presentes en toda economía de Estado, faltan cosas de primera necesidad, productos alimenticios esenciales están racionados, pobreza y escombros despuntan en cada esquina– es una ociosidad propia de occidentales bien alimentados. Pero no lo es constatar la alfabetización general, mérito indiscutible de la revolución fidelista. Alfabetizar un país y proporcionarle una asistencia sanitaria de base no justifica ninguna vejación y ninguna represión de la libertad, porque nada justifica nunca nada, pero queda una gran cosa. Aquellos que, justamente, denuncian los aspectos despóticos del castrismo, o la pobreza en la que vive gran parte de la población, probablemente no lo hubieran hecho en los tiempos de Batista –acaso porque, inconscientemente, la hubiera dado por descontada, lo que es un involuntario cumplido para Castro.
Es grotesco que gobierne el Partido, pero tampoco era hermoso que primero gobernase Lucky Luciano y la mafia, que incluso fue contratada para asesinar –en varios intentos fallidos–, al líder máximo.
Soy adverso a la pena de muerte (y obviamente a todas las penas execrablemente inflingidas a disidentes y adversarios políticos, como también ha sucedido en la Cuba de Castro). Pero en el caso de la mafia, mi humanitarismo vacila; y si Castro, en la confusión inicial, hubiese expulsado a Lucky Luciano no sólo de Cuba sino del mundo, bueno… pensando mal, dice Andreotti, se comete pecado, pero no se comete un error.
III. La diversidad multiétnica como valor –este slogan de perico que los italianos escuchamos repetir continuamente, como un ábrete sésamo que mistifica los problemas reales de la integración– aquí triunfa con un esplendor real, precisamente porque es una realidad y no una ideología. Una variedad sobre la cual no se reflexiona, así como no se reflexiona sobre la vida inmediata y cotidiana. La humanidad aparece –como pensaba Herder, el amigo de Goethe– como un árbol con hojas, flores, frutos, colores diversos que se entremezclan y confluyen como los colores de las nubes en el fulgor del atardecer. La belleza –dice en su novela Ultima playa Atilio Caballero, un narrador cubano de fresquísima y creativa originalidad– existe para ser admirada. El universo del Caribe es una explosión de variedad y de belleza, desde el mar hasta los cuerpos, las flores y las miradas. Si la belleza, como escribe Dostoievsky, salvará al mundo, admirarla de una manera justa es ya un primer paso. Es sobre todo el elemento negro –que, en sus innumerables gradaciones, atraviesa todas las categorías sociales e intelectuales– el que hace sentir esta belleza de la humanidad y de la vida. Entiendo por qué, según paleontólogos y genetistas, todos descendemos de una Eva africana. Eva, la madre, la mujer, es negra.
IV. Finca Vigía, la famosa villa y heredad de Hemingway en San Francisco de Paula, en los alrededores de La Habana. Trofeos de cacería, libros, su máquina de escribir, admirables árboles. La directora, Ada Rosa Alfonso Rosales y luego, en un óptimo italiano, la subdirectora, Inaury Portuondo Cárdenas, ilustran ambientes, evocan episodios, costumbres. Es un lugar de culto, incluso por el apoyo que Hemingway le dio a la Revolución , besando la bandera revolucionaria al regresar a Cuba pocos días después del triunfo. Como muchas casas de los grandes que ya en vida lo eran y sabían que lo eran, también aquí aletea la sospecha de un automausoleo, por otra parte inevitable, porque cuando la fama toca continuamente a la puerta, todo gesto asume, incluso involuntariamente, otro significado. Con señorial distancia, Inaury narra que, en la torre blanca, Hemingway se encerraba durante horas con su joven amiga italiana Adriana Ivancich (ella y la directora sostienen tesis opuestas sobre la naturaleza platónica o no de su amor) sin que la esposa de Hemingway –la cuarta, creo– pudiera molestarlos. Todo esto estaría muy bien si también su esposa hubiera podido hacer lo mismo con algún amigo suyo. La trasgresión del artista deviene fácilmente pretensión filistea de ser el único autorizado a transgredir y ser admirado por esto. El aparente desorden antiburgués de los artistas a menudo es una tropelía represiva y mimada. Hay una parte de la casa en la que, aparte de los patrones, sólo estaban autorizados a transitar el mayordomo y la mayora de la cocina, no así el resto de la servidumbre, jerárquicamente inferior.
V. Cuba se abre al mundo y el mundo a Cuba. Premisas necesarias, inevitablemente, el fin de todo control represivo, la introducción –en los tiempos permitidos por la situación, que no es la de un país escandinavo– del pluralismo político y de la iniciativa privada, ahora apenas anunciada, como ejemplo en algunos excelentes restaurantes. Las “damas blancas” en marcha –sobre ellas escribió Michele Farina en el periódico Il Corriere della Sera–, las esposas de los detenidos políticos cuyas demandas de liberación de sus esposos deben ser concedidas. Pero no sólo por Cuba es necesario exigir democracia. ¿Por qué no indignarse con esos gobiernos y Estados Árabes, aliados nuestros o no, en los que se decapita a los homosexuales, se lapida a las solteras embarazadas, se menoscaban los derechos de las mujeres y los derechos civiles en general? No se ven muchas protestas contra Arabia Saudita ni muchas angustiadas expectativas o propósitos de hacer triunfar la democracia. ¿Por qué imitar al revés lo subversivo de los irresponsables de la ultra izquierda, que solamente ven las culpas de los estadunidenses y de Occidente? La oleada represiva en Cuba de 2003 es un escándalo, pero, por ejemplo, también lo es el hecho que desde hace ocho años las esposas de algunos detenidos cubanos de Estados Unidos no logran obtener el permiso para visitar en la cárcel a sus esposos (y la consiguiente visa temporal), cosa que no se le niega ni siquiera a los familiares de un asesino serial, que no ponen en peligro ninguna seguridad del Estado, degrada la pena a tribal venganza y ultraja la más grande democracia del mundo. Que el mundo se abra a Cuba no quiere decir coquetear de lejos con iconos revolucionarios, sino saldar cuentas con el conjunto de la realidad cubana y de su historia y ejercer ante esta luz la crítica debida. Cuando se va a Bahía de Cochinos, a Playa Girón, y se ven los lugares del desembarco, los mapas de los tres días de la épica batalla, ciertamente no desagrada que Maquiavelo haya tenido razón cuando hablaba de la superioridad de las milicias populares sobre las mercenarias, como ese desembarco en el mar en esta bahía, también porque probablemente el torpe invasor había subvalorado, en ese momento, la fuerza del patriotismo y el consenso popular. Ni siquiera este último, obvia y justamente, dura toda la eternidad. En la inevitable, esperada y gradual transición, se espera que a nadie se le ocurra la idea de fomentar y buscar otros problemas.