En Italia existe al parecer una expresión: "Tener más deudas que la liebre". ¿Por qué la liebre? Quizá porque, como dice nuestro La Fontaine, es un animal preocupado. Pues bien, aunque me siento cargado de deudas y por ende "liebre" hacia ustedes, tengan la certeza (...) de que ninguna preocupación me abruma, sino sólo una sensación de confusión y de gratitud por el honor que hoy me hacen.
Vaya también mi gratitud a los fundadores del Premio Internacional Nonino, puesto que nada me gratifica tanto como un premio relacionado en el pensamiento de sus creadores con otros -los premios Risit d'Aur- concebidos para honrar a agricultores e investigadores dedicados a defender e ilustrar las tradiciones campesinas.
¿Me permiten una confidencia? A lo largo de mi vida, he recibido una buena cantidad de honores, que me fueron conferidos no tanto por mis modestos méritos como por la extrema longitud de una carrera activa, que duró medio siglo (...) Ninguno me enorgulleció tanto como la medalla (...) al "Mejor Obrero de Francia". Me gusta, por cierto, el trabajo manual, y sólo por haberlo practicado con frecuencia he podido, en uno de mis libros, elaborar la teoría de lo que en francés llamamos "bricolage".
En realidad, me alegraría que un intelectual, una vez jubilado, se viera obligado por ley a ponerse a prueba en otra actividad; en ese caso, habría elegido sin vacilar un oficio manual.
¿Por qué digo esto? Desde el advenimiento de la civilización industrial, el trabajo pasó a ser una operación en un sentido único, donde el hombre -sólo él, siendo activo - modela una materia inerte, y le impone soberanamente las formas que le convienen.
Las sociedades estudiadas por los etnólogos tienen del trabajo una idea muy distinta. Lo asocian a menudo al ritual, al acto religioso, como si en ambos casos el fin fuera entablar con la naturaleza un diálogo en virtud del cual naturaleza y hombre pueden colaborar: concediendo ésta al otro lo que espera, a cambio de los signos de respeto, o de piedad incluso, con los cuales el hombre se obliga ante una realidad vinculada al orden sobrenatural.
El campo y la ciudad
Subsiste aún hoy una complicidad entre esa visión de las cosas y la sensibilidad del campesino y el artesano tradicionales. Estos, efectivamente, por seguir manteniendo un contacto directo con la naturaleza y con la materia, saben que no tienen derecho a violentarlas, sino que deben tratar pacientemente de comprenderlas, de atenderlas con cautela, diría casi de seducirlas, a través de la demostración permanentemente renovada de una familiaridad ancestral hecha de cogniciones, de recetas y de habilidades manuales transmitidas de generación en generación.
Por eso el trabajo manual, menos alejado de lo que parece del pensador y del científico, constituye asimismo un aspecto del inmenso esfuerzo desplegado por la humanidad para entender el mundo: probablemente el aspecto más antiguo y perdurable, el cual, más próximo a las cosas, es también el más apto para hacernos captar concretamente la riqueza de éstas, y para nutrir el asombro que experimentamos ante el espectáculo de su diversidad.
En la actualidad, nos dedicamos a organizar bancos de genes para preservar lo poco que sobrevive de las especies vegetales originales creadas a lo largo de los siglos por modos de producción totalmente distintos de los practicados ahora. Esperamos también eludir los peligros de la llamada "revolución verde", vale decir, una agricultura reducida a pocas especies vegetales de gran rendimiento, pero tributarias de sustancias químicas y cada vez más vulnerables a los agentes patógenos.
¿No deberíamos ir más lejos, quizá, y, no contentos con conservar los resultados de esos modos de producción arcaicos, esforzarnos además por tutelar los conocimientos insustituibles gracias a los cuales esos resultados fueron adquiridos? Quién sabe, efectivamente, si las amenazas que pesan actualmente sobre la civilización occidental no los volverán, algún día, providenciales para los que vendrán después de nosotros.
La filosofía en el origen
Tal es, me parece, la filosofía que inspiró a los fundadores de los premios a cuyo grupo pertenece el que recibo hoy. Y si este año se lo dieron a un etnólogo, me parece que la razón es que esta disciplina se propone también preservar la memoria de los géneros de vida y de nociones que, en los países exóticos y en los nuestros, se mantuvieron mejor entre grupos humanos pequeños que permanecieron en contacto directo con la naturaleza. Ya lo decía Jean-Jacques Rousseau en Emilio o de la educación: "A las provincias más alejadas, donde el movimiento y el comercio son menores, donde los extranjeros transitan menos, y menos se desplazan los nativos, precisamente allí es necesario ir para estudiar el genio y las costumbres de una nación. (...) Estudiar un pueblo fuera de sus ciudades, porque no es en las ciudades donde se los conocerá. (...) al país lo constituye el campo".
Pues bien, los investigadores italianos figuran entre los primeros que pusieron en práctica esta doctrina. Hacia mediados del siglo XVIII, uno de ellos, Giuseppe Baretti, indagaba acerca de los usos y costumbres populares. Curiosidad que el racionalismo romántico desarrollaría en el transcurso del siglo XIX y que, en el último cuarto, da lugar a la creación de esa fuente documental prodigiosa que es (...) el Archivo para el estudio de las tradiciones populares y la Revista de las tradiciones populares italianas, que compilan los trabajos de una pléyade de estudiosos entre los cuales me limitaré a citar el nombre justificadamente célebre de Giuseppe Pitrè.
Con frecuencia me he preguntado por qué Italia es uno de los primeros países de los cuales me llegaron señales de atención. En ningún otro se manifestó tanta solicitud para traducirme. Entre la publicación francesa y la italiana de algunos de mis libros, aun voluminosos, transcurrieron tres años, o dos, o incluso apenas uno. Paolo Caruso, que entre otros tradujo con talento Antropología estructural y pensamiento salvaje, recordará sin duda nuestras viejas conversaciones: fueron, creo, mis primeras conversaciones con un escritor extranjero publicadas por la prensa. Y recordará también que con la RAI , hace más de veinte años, trabajamos en el primer programa televisivo, en las galerías del Musée de l'Homme y en los jardines zoológicos parisinos, donde él me hacía contar ciertos mitos sudamericanos frente a las jaulas de los animales que son sus protagonistas. (...)
Es probable que esos testimonios de interés se expliquen en razón de dos tradiciones intelectuales en las que su país destaca particularmente. En primer lugar, como recordaba recientemente, por una curiosidad apasionada por las usanzas y las costumbres populares consideradas desde la perspectiva más concreta; y luego, otra muy diferente, florecida hacia fines del siglo XIX, por las investigaciones de orden formal, que dieron origen a la escuela italiana de lógica matemática.
Tal vez sea una ilusión, pero me gusta imaginar que han podido reconocer en mis trabajos una tentativa, por cierto rústica y torpe, de tender un puente entre los dos ámbitos. Pues partiendo de las creencias y las representaciones de los pueblos que viven en estrecha colaboración con la naturaleza y que piensan en términos de colores, ruidos, olores, texturas y sabores, he intentado extender los confines de nuestra lógica para asir mejor ciertos mecanismos hereditarios que preceden la actividad intelectual. Giuseppe Peano, genial fundador de la escuela matemática italiana, se había enamorado de la lingüística y de la historia de las ideas: tradición que se remonta a Vico, en cuya estela algunas veces me han colocado.
En la tradición de Vico
Sería el último en pensar que a partir de los resultados que creí alcanzar he conseguido algo definitivo. Las disciplinas sociales y humanas no entran dentro de las llamadas "duras", donde las hipótesis pueden ser refutables. No hemos llegado aún a ese estadio, y dudo que se pueda llegar algún día. En efecto, detrás de la cultura material, las costumbres, las creencias y las instituciones, intentamos comprender qué ocurre en la conciencia de los hombres y más allá de ésta. Ninguno de nosotros podrá afirmar nunca que el nivel en el cual eligió colocarse es el último; y tampoco que, por debajo de ese nivel, se puede alcanzar otro, y así sucesivamente en forma indefinida. (...) Simplemente he aspirado a dar cuenta de fenómenos múltiples y complicadísimos de una manera más económica, y más satisfactoria para el intelecto que todo lo hecho anteriormente. Pero con la certeza de que este estadio es provisorio y que otros, mejores, lo sucederán.
Me basta saber que el trabajo de toda una vida no ha sido completamente inútil y que puede servir de trampolín desde el cual otros tomarán impulso para catapultarse más adelante. Para un hombre que ha llegado al ocaso de su carrera, es reconfortante, incluso exultante, recibir muestras de que su enseñanza y sus escritos ofrecen todavía un tema de reflexión. (...)