¿Qué se necesita hoy para existir? Aparecer en los medios de comunicación de masas. Así, nueve desconocidos entre los 10.000 que marcharon en Roma el sábado último por Palestina –escribe La Repubblica— se acercaron a los manifestantes con tres muñecos de cartón, que representaban a un soldado norteamericano, un israelí y un italiano, para prenderles groseramente fuego ante la presencia de telecámaras y cronistas, al grito machacón de: "Una, cien, mil Nassiriya".
Eran nueve, y duró sólo unos minutos. Se los podía ahogar en su insignificancia, pero no. Todos, absolutamente todos –diarios, políticos, generales con lágrimas en los ojos, hasta Ingrao, hasta el Presidente de la República— se lanzaron a amplificar el hecho. Repugnancia y horror, han insultado a "nuestros muchachos", quieren la destrucción de Israel, es la izquierda maximalista antipatriótica y antisemita, son los centros sociales, etc. El portavoz de Prodi, Sircana, ha salido con un sorprendente: eran pocos; esto es lo más grave, como si hubiera podido ser aceptable si hubieran sido muchos. En los noticieros del sábado a la noche y del domingo, aquel fuego volvía a arder en cada declaración de condena, como si Roma estuviera llena de hogueras. Los otros diez mil manifestantes de la capital fueron escarnecidos por ancianos y educados, los cincuenta mil de Milán, educadísimos y desprovistos de intenciones piromaníacas, fueron acusados –especialmente el secretario de la CGIL, Epifani— de haber participado de una marcha por Palestina en la que no se sabe nunca, o mejor dicho, se sabe bien, qué cosa puede suceder.
Así fuiste tú, querida Miriam Mafai, mujer sabia y periodista sagaz, que has escrito el editorial indignado en La Reppublica. Nos conocemos desde hace más de medio siglo. Eres una de las pocas líderes del periodismo italiano que se ha planteado, durante tu presidencia y en tiempos sombríos, preguntas esenciales sobre la deontología de nuestro oficio. ¿No habría que volver a proponerlas ante la conducta de los medios el 18 de noviembre?
Los periodistas se encolerizan cada vez que está en peligro el derecho de crónica. Tienen razón. Este consiste en escribir la verdad. Pero toda la verdad. De lo que sucedió el sábado fue enfatizado sólo un fragmento. Seguramente éste fue registrado porque demuestra que algunas cosas no andan bien en algunas cabezas, como los parpadeos de alguna que otra hoja que no se me han escapado. Pero si no se respetan las proporciones entre aquel minúsculo episodio y la imponencia de las manifestaciones verdaderas –nueve personas sobre sesenta mil- no se dice la verdad. Se la falsifica.
Por gusto del escándalo o por otras intenciones. No nacimos ayer, ni tú ni yo, sabemos cómo el apuntar los proyectores sobre una sola parte de la realidad es un modo de oscurecer la otra. En este caso, tanto para hacer pasar la tesis de que toda manifestación por Palestina lleva en sí un germen venenoso, como para subrayar que toda manifestación de la izquierda y del centroizquierda es maximalista, e incluso extremista. El gobierno, se sobrentiende, haría bien en liberarse de ellas. Se sobrentiende, pero no se dice, que sería mejor si Prodi se liberara de Rifondazione, el Pdci y los Verdes y se inclinara hacia la Udc. Se susurra pero no se escribe.
Y hasta aquí sería una muestra de nuestra poco admirable ficción política, si no estuviera en medio el conflicto Israel y Palestina, que todos declaran una tragedia, arrojando, por otro lado, combustible al fuego.
Por un Bernocchi de Cobas, que no quiere desfilar bajo el eslogan "Dos pueblos, dos estados" (pero finalmente desfila) porque prefiere ulular contra el único de ellos que por ahora existe, decenas de políticos se olvidan de que si algún cohete lanzado por poco previsores extremistas palestinos o de Hezbollah le hace daño a Sderot, las bombas de Tsahal demuelen presuntas madrigueras de presuntos terroristas en El Líbano y en Gaza, provocando cada vez muertos a decenas. Y Tsahal no es un grupo de exaltados; es el gobierno israelí, que amenaza a cada paso con volver a empezar la guerra. Hay una desproporción tal de fuerzas, que un elemental sentido ético sugeriría ponerla siempre en evidencia. Como la miseria de Gaza. Como el hecho de que Tel Aviv bloquee mucho dinero de propiedad palestina mientras los palestinos mueren de hambre. Y que para Tel Aviv las resoluciones de la ONU son guiñapos, y ha rechazado una sobre Gaza justo ayer. ¿Pero quién tiene el coraje de escribirlo, de titular que en estos días Francia, España e Italia han propuesto una conferencia sobre Medio Oriente pero Israel ha dicho rápidamente que no? Yo no pienso que Israel sea una nación como cualquier otra. Es la nación de un pueblo perseguido durante dos mil años y que la generación de nuestros padres –ay, también italianos- ha intentado exterminar. No es lícito olvidarlo. De los judíos es posible entender la angustia. No deben ser alentadas las pesadillas. No deben ser alentadas las desconsideradas represalias. No se debe callar –tiene razón Angelo d'Orsi— porque es hábito de los actuales representantes de la comunidad judía en Roma y Milán tildar de antisemita cualquier crítica al gobierno de Tel Aviv. Esta es una canallada, tal como la de los incendiarios del sábado. Busquemos razonar como David Grossman y Abu Mazen, desechando reticencias y chantajes. No es mucho pedírselo a la prensa democrática, pedírnoslo al menos a nosotros mismos.
Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado], Einaudi, Roma 2005. El lector interesado puede escuchar una entrevista radiofónica (25 de enero de 2006) a Rossanda sobre su libro de memorias en Radio Popolare: parte 1: siglo XX; octubre de 1917, mayo 1968, Berlinguer, el imperdonable suicidio del PCI, movimiento antiglobalización, feminismo; una generación derrotada; y parte 2: zapatismo; clase obrera de postguerra; el discurso político de la memoria; Castro y Trotsky; estalinismo; elogio de una generación que quiso cambiar el mundo.
Traducción: Ricardo González-Bertomeu