Un clamor de alarma social surge de escuelas, hogares y vecindarios. Ya no hay quien los aguante, se dice. A los jóvenes de ahora. No hay respeto, no hay disciplina, no hay responsabilidad. Consumismo, libertinaje, alcohol, sexo, drogas y, a veces, violencia. La crónica mediática de sucesos se alimenta de este temor creciente y lo retroalimenta. Una niña de 14 años patea a su madre en plena calle, otra le corta el dedo a su maestra de un portazo, tras ser expulsada de la escuela. Las pandillas de adolescentes (chicos y chicas, inmigrantes y nativos) proliferan y amedrentan, copiando atuendos y actitudes del cine norteamericano. Las plazas públicas resuenan con una polifonía de estruendos que transforma las noches de verano en episodios de insomnio para un vecindario hastiado que ventea su protesta en las banderolas de sus balcones. Barcelona, capital mundial del grafiti. Sus muros se iluminan (o ensucian, según quién lo mira) con señas personales que transforman la ciudad en calidoscopio de identidades. El rayado de lunas y cristales se propone como surrealismo de nuestro tiempo. Discotecas y bares nocturnos rebosan de alcohol, ruido y excitación. El alba transfiere sus excedentes a los ámbitos after hours para iniciados. Y cuando la vida cotidiana reemprende su ritmo diurno, las motocicletas trepidan y se entrometen en calzadas y aceras, atronando la ciudad con sus escapes amañados para amplificar el ruido. Y, claro está, se estudia cada vez menos y, frente a las dificultades de trabajo y vivienda, muchos jóvenes y menos jóvenes se apalancan en el hogar familiar, frecuentemente convertido en hotel de paso.
¿Es real todo esto, más allá de algunos comportamientos minoritarios, magnificados por imágenes mediáticas? ¿No ha existido siempre un malentendido entre generaciones?
¿Es descarriada nuestra juventud?O, más precisamente: ¿es más descarriada de lo que fuimos los ahora mayores en nuestros años mozos?
El excelente Informe sobre la realitat de la joventut a la ciutat de Barcelona ,que acaba de publicar un equipo del Ayuntamiento de Barcelona bajo la direccion de Màrius Boada y Marta Isaac, permite objetivar algunos elementos de dicha cuestión.
Hasta donde yo conozco, los datos no difieren demasiado de los de otras grandes ciudades españolas o europeas. Veamos. Considerando como jóvenes a las personas entre 15 y 29 años, sí parece que tienen normas y valores claramente diferenciados de otros grupos de edad. Así, un 77% considera que es poco grave o no grave el viajar sin billete en el transporte público, un 52% tampoco reprueba el robar en un gran almacén, a un 75% le parece normal fumar porros, para el 73% no hay problema en pintar grafitis. Y aunque otros comportamientos claramente en ruptura con las normas dominantes son minoritarios, es significativo que a un 31% no le parezca mal no pagar impuestos, a un 30% el vender droga para vivir, al 25% vivir del paro sin buscar trabajo, al 24% consumir pastillas de droga y al 21% tomar cocaína. En cambio, un 97% piensa que es grave el contaminar un río y un 99% considera reprobable pegar a su pareja. O sea, no es una cuestión de falta de valores. Son otros valores que en muchos casos contrastan con la moral mayoritaría de la sociedad y, por tanto, los valores de su propia familia. Pero al mismo tiempo, estos jóvenes valoran la familia más que a nada en el mundo: para un 79% es lo más importante. Y para un 68% los amigos es lo importante.
Todos los demás objetos de valoración se sitúanm uy por detrás (los estudios sólo son importantes para un 19%, pero el dinero aún es menos apreciado: sólo para un 13% es lo más importante). A partir de esa protección familiar y personal, la práctica de un buen porcentaje de jóvenes corresponde a la imagen de pobladores habituales de la vida nocturna, aunque no en los días de trabajo.Un 36% sitúa a bares y discotecas entre sus principales actividades de ocio y casi dos tercios de los hombres y casi la mitad de las mujeres salen con mucha frecuencia los fines de semana. Y cuando salen, casi un 90% vuelve a casa después de las dos de la mañana, incluyendo un 30% que regresa después de las seis. Las salidas más frecuentes son para ir a bailar y a tomar copas. Un 29% declara beber mucho los fines de semana, un dato del 2002 que dobla el 14% que lo reconocían en 1997.Un 64,7% ha probado porros, al 40% le han ofrecido pastillas, al 33% le han ofrecido cocaína y el 18% la ha probado. Y hay una relación directa entre la frecuencia de las salidas nocturnas y el contacto con las drogas. De hecho, la mayor parte del dinero que gastan se va en ropa, bares, discotecas, cine y tabaco. En suma: es una juventud consumista y que en una alta proporción tiene el ocio nocturno como centro de su actividad de tiempo libre.
Es también una juventud indiferente o crítica con respecto a las instituciones y a la política formal, aunque interesada por las causas humanitarias y solidarias. Pero en pocos casos se traducen sus sentimientos en una práctica asociativa. Un 62,5% no pertenece a ninguna asociación, y el asociacionismo se concentra en clubs deportivos (un 23,8%). Los jóvenes se movilizan puntualmente, pero mantienen su independencia individual. En cuanto a la relación con el sistema educativo, el dato fundamental es un 30% de abandono escolar en la enseñanza secundaria y los bajos niveles académicos en comparación con los países de nuestro entorno, según los estudios internacionales, tales como el informe Pisa de la OCDE. Es precisamente en los últimos años de secundaria donde se concentran los problemas de disciplina. Por otro lado, casi un 40% de los jóvenes de entre 25 y 29 años tienen estudios universitarios. Lo cual no impide que un 38,5% de esa edad siga viviendo en casa de sus padres, así como el 73,7% de los que están entre 20 y 24 años. En cuanto a la dependencia económica, la mitad de las personas entre 25 y 29 años vive sólo de sus propios ingresos. A pesar de que la mayoría de ellos trabaja.
Si juntamos esta serie de observaciones, emerge una fuerte contradicción entre una juventud culturalmente autónoma y psicológicamente emancipada en contraposición a una dependencia material en la vivienda y en los ingresos con respecto a sus familias.
Y como las familias están en plena evolución hacia formas nuevas de relación y no han sabido transmitir valores claros; y como la escuela no está equipada para resolver lo que la familia no puede resolver; y como a las fuentes tradicionales de autoridad, como la Iglesia o el Estado, no las cree casi nadie entre los jóvenes (sólo un 14% tiene práctica religiosa en España); y como el mercado de trabajo no ofrece alicientes económicos y de estabilidad para una mayoría en el corto plazo, por todo ello, ni hay transmisión de valores, ni disciplina apoyada en incentivos, ni estructuras de apoyo social que no sean los grupos de amigos creados en la experiencia compartida del ocio y la comunicación (física, por internet y por móvil). De modo que la percepción del problema de un choque cultural entre jóvenes y adultos corresponde a una realidad objetivable. Pero las causas de esa incomunicación son profundas, porque se refieren a la dominación de los valores de consumismo e individualismo en el conjunto de una sociedad que se ha constituido de hecho en una colección de individuos, cada uno a la suya. En todas las edades.
¿Juventud descarriada? Más bien una sociedad desorientada que ni sabe ni contesta.