La gran ciudad

Le Corbusier
...

El crecimiento de las grandes ciudades ha superado todas las previsiones. Crecimiento vertiginoso y perturbación.

La vida industrial y la vida comercial que a ella se adaptan son fenómenos nuevos de amplitud devastadora.

Los medios de transportes son básicos para la actividad moderna.

La seguridad de la vivienda es la condición del equilibrio social.

El fenómeno nuevo de la gran ciudad ha surgido dentro del antiguo marco de las ciudades.

La desproporción es tal que provoca una intensa crisis.

LA CRISIS ESTA EN SUS COMIENZOS. Fomenta el desorden.

Las ciudades que no se adaptan rápidamente a las nuevas condiciones de la vida moderna quedaran sofocadas; perecerán; otras ciudades mejor adaptadas las reemplazaran.

La persistencia anacrónica de los viejos marcos de las ciudades paraliza su extensión. La vida industrial y comercial quedara ahogada en las ciudades retrogradas. El sistema conservador en las grandes ciudades se opone al desarrollo de los transportes, congestiona, hace anémica la actividad, mata el progreso, desalienta las iniciativas. La podredumbre de las viejas ciudades y la intensidad del trabajo moderno lleva a los seres a la enervación y la enfermedad. la vida moderna reclama la recuperación de las fuerzas gastadas. La higiene y la salud moral dependen del trazado de las ciudades. Sin higiene ni salud moral, la célula social se atrofia. Un país solo vale por el vigor de su raza.

Las ciudades actuales no pueden responder a los requisitos de la vida moderna si no se las adapta a las nuevas condiciones.

Las grandes ciudades rigen la vida de los países. Si la gran ciudad se ahoga el pais se hunde.

Para transformar las ciudades es preciso buscar los principios fundamentales del urbanismo moderno.

Manifiesto que acompaña el diorama de una ciudad contemporánea.

 

Salón de Otoño, 1922

La gran ciudad determina todo: la paz, la guerra, el trabajo. Las grandes ciudades son los talleres espirituales donde se produce la obra del mundo. Las soluciones logradas en la gran ciudad son las que predominan en las provincias: modas, estilo, desarrollo de ideas, técnicas. He aquí por que, cuando se haya resuelto la urbanización de la gran ciudad, el país todo habrá sido irrigado de golpe.

Aclaremos: los países son millones de individuos sometidos a una labor determinada; los acontecimientos de la existencia bastan para ocupar el limitado campo de pensamiento de cada día. Nos parece, por lo tanto, que trabajamos en forma tal porque eso siempre ha sido así. Ahora bien, la historia nos muestra alternativas de abundancia y de miseria, ondas de jubilo y de depresión; nos muestra el ascenso de pueblos, hegemonías y, paralelamente, decadencias; afecta los pueblos con coeficientes diferentes, índices de su valor. La historia es un movimiento. Nacida originalmente bajo las tiendas diseminadas de los pueblos pastores, se ha trasladado, a medida que se formaba el estado social, a los pueblos, las ciudades y luego las capitales. Las capitales se han convertido en su sede. Las capitales tienen su sede en el corazón de las grandes ciudades. En el fondo de las provincias, en las fabricas o en los barcos que están en el mar, en los talleres, en las tiendas, en los campos y en los bosques, el trabajo es dictado por la gran ciudad: las condiciones de dicho trabajo, su calidad, su precio, su cantidad, su destino; las ordenes y los medios han llegado de la gran ciudad.

Habiendo el siglo de la maquina desencadenado sus consecuencias, el movimiento se ha apoderado de un instrumental nuevo para intensificar su ritmo; lo ha intensificado con tal aumento de velocidad que los acontecimientos han superado nuestra capacidad receptiva y el espíritu, generalmente mas pronto que la realidad, ha sido esta vez, en cambio, superado por ella, con su aceleración siempre en aumento; con metáforas se expresa entonces esta situación: inmersión, cataclismo, invasión. El ritmo se ha acelerado al punto de poner a los hombres (que lo han provocado con sus pequeñas invenciones precisas, como se provoca un enorme incendio con un pequeño fósforo y algunos litros de petróleo) en un estado de inestabilidad, de inseguridad, de fatiga, de alucinación crecientes. Nuestra organización física y sentimental violentada, triturada por este torrente, gime y estallaría si, mediante una acción enérgica, clarividente y rapida no se impusiera el orden en el seno de esta explosión. El campesino, al trabajar su tierra, y sembrar su trigo, espera el sol y la lluvia que se revele la virtud milagrosa de la semilla. Pero los demás hombres movidos por esta fuerza (que es lo divino) a crear con su espíritu y sus manos, ponen la primera piedra de la solidaridad, y, rompiendo con el hecho personal, crean el fenómeno colectivo. Colocan los andamios del enorme edificio del trabajo. El fenómeno colectivo se asocia en el orden primer indicio de la acción. Un sentimiento domina, el asentimiento general otorgado a un haz de doctrinas convenientes. Lentamente la pirámide los valores constituye, grada a grada, serie de estados sucesivos donde alguna pasión ha profetizado. una claridad ilumina esos lugares donde se han efectuado la reunión. La belleza allí aparece a veces, resultante de un acuerdo exacto. Las formas se multiplican, hechas de lo que place a nuestros sentidos y a nuestro espíritu. Desde lejos acuden hacia esos centros de acción, aquellos que sienten en ellos el vacío de las vidas exiguas y la sed de las ambiciones. Desde hace poco, medios materiales accesibles drenan y canalizan en innumerables formas esas esperanzas hacia los centros. Los centros se hinchan, ostentosos la gente acude, se apiña, trabaja, lucha a menudo va a quemarse en la llama indiferente. La selección se produce en el movimiento brutal de un empuje siempre renovado. La gran ciudad vibra y se agita, aplastando a los débiles realizando a los fuertes. Aquí es donde, gracias a hinterlands apacibles, se halla la calle trascendente, intensamente viva.

.... A lo lejos, otros hinterlands han creado otra gran ciudad mas alli una tercera.

Y estas grandes ciudades se desafían, pues el demonio de superar de sobrepasar, es la ley misma del movimiento a que esta ligado nuestro destino. Se encaran, se baten, se hacen guerras. Se entienden, sea asocian. Grandes ciudades, células ardientes del mundo: de ellas vienen la paz o la guerra, la abundancia o la miseria, la gloria, el espíritu triunfante  o la belleza. 

La gran ciudad expresa las potencias del hombre; sus casas que abrigan un ardor tan activo se elevan en un orden insigne. Al menos tal que nuestro juicio, la conclusión lógica de un sencillo razonamiento.

La Antigüedad nos lega, en forma de recuerdo, la demostración de este hecho. Esto ocurrió en momentos preciosos, cuando el espíritu potente domino la confusión. Ya lo hemos visto explícitamente en Babilonia o en Pekin, y solo se trataba de ejemplos que confirmaban el recuerdo de las otras: grandes ciudades y ciudades mas pequeñas, incluso bien pequeñas en ciertas épocas de apogeo, iluminadas por el talento, la ciencia, y la experiencia. En todas partes hay todavía vestigios o unidades intactas proponiéndose su norma: los templos egipcios, las ciudades rectilíneas del norte de África (Kairouan), las ciudades sagradas de la India , las ciudades romanas del Imperio o las ciudades construidas con arreglo a la tradición persistente: Pompeya o Aigues-Mortes, Monpazier.

La estructura de las ciudades nos revela dos clases de acontecimientos: la reunión paulatina, azarosa, con su fenómeno de estratificación lenta, de formación escalonada, y luego su fuerza de atracción adquirida, creciente, fuerza centrifuga, atracción violenta, ímpetu, baraúnda. Esto fue Roma, como lo es Paris, Londres o Berlín.

O bien: la construcción de la ciudad nacida de un programa, de una voluntad, de una ciencia adquirida; es el caso de Pekín o de las ciudades fortificadas del Renacimiento (Palmanova), o bien las ciudades colonizadoras de los romanos erigidas en el corazón de los países bárbaros.

Nuestro occidente, después de haber derribado el Imperio empobrecido por un esfuerzo demasiado intenso, se hallo solo con sus medios embrionarios; pasaron los siglos antes que del campamento atrincherado, antigua imagen del salvaje que rodeaba con carros su vivac, saliera poco a poco una intención, se manifestara una concepción clara, se ofrecieran medios técnicos suficientes, se organizara la potencia financiera util. El espíritu, bajo la frente de los reyes, concibe y aspira a realizar; tentativas magnificas, resplandores de luz en medio del hormiguero bárbaro: Place des Vosgues, Luis XIII; Versailles, Ile Saint-Louis, Luis XIV; Champs de Mars, Luis XV; L´Etoile y los grandes caminos de acceso a Paris, Napoleón. Por ultimo, dote magnifica que deja un monarca a su pueblo, obras de Haussmann, Napoleón III. Se lucha contra el azar, contra el desorden, contra la desidia, contra la pereza que causa la muerte; se aspira al orden y el orden es logrado recurriendo a las bases determinantes de nuestro espíritu, la geometría. En medio del fango aparecen cristalizaciones puras formas cristalizantes, tranquilizadoras que dan a la belleza el sostén indispensable.

En esos momentos se ha reflejado, empleado los medios humanos y hecho obra humana. Estamos tan orgullosos que solo hablamos de ellos. Rodeamos esas manifestaciones históricas de tanta piedad que este culto retrospectivo nos absorbe todo. Legítimamente orgullosos, olvidamos simplemente que nosotros no hemos hecho nada todavía. La fuerza viva que origino esas obras conmovedoras es odiada por nosotros si llega a suceder que la hallamos alrededor nuestro, en hombres que están animados por el. Nuestra piedad nos lleva a la inquieta solicitud de guardianes de almas difuntas, de guardianes de tumbas. Vueltos hacia el pasado, hemos asumido un alma de enterrador. Y para responder al asalto alegre y formidable de la epoca, adoptamos el aire embotado de un viejito que recorre ilustraciones en el Gabinete de Estampas y exclama: ¡Fuera! ¡Estoy muy ocupado, ocupadisimo!".

La confusion esta, pues, en el origen de nuestras ciudades modernas. Construidas a la vera del camino de los asnos, los rasgos pueriles de su infancia han subsistido exactamente en el corazon de las inmensas ciudades modernas, ahogandolas con la red fatal de su desorden. y el mal se ha agravado del siglo X al XIX: los caminos de los asnos estan ordenados y se convierten en las grandes arterias de la ciudad. La muerte era todavia a largo plazo. Surgio el maquinismo y la muerte llama a la puerta. En cien años, las grandes ciudades han visto crecer localmente la cifra de su poblacion.

Una vez que, después de esta ultima guerra, se confirmo y desapareció la potencia del instrumental moderno, nos sentimos tomados por el cuello. Aquí esta la sofocación. La alarma esta dada.

En cada país el problema de la gran ciudad se plantea trágicamente. Los negocios habían reconocido finalmente el marco necesario de su acción: los negocios se concentran definitivamente en el centro de las ciudades. El ritmo de los negocios se puso en evidencia: la velocidad, la lucha por la velocidad. Era necesario, amontonarse, tocarse, pero también actuar con facilidad, con presteza. Por desgracia, se estaba como el motor herrumbrado de un auto viejo: el chasis, la carrocería, los asientos (la periferia de las ciudades), todo eso era todavía utilizable; pero el motor (el centro de las ciudades) esta roto. Es la falla, El centro de las ciudades es un motor roto. En estos términos se enuncia el primer problema del urbanismo.

Una ciudad que se detiene es un país que se detiene. Uno titubea en reconocer la verdad; no se tiene el coraje de diagnosticar y, habiendo reconocido la amenaza, de adoptar iniciativas valientes. No obstante, hay que tomar una decisión viril:

Frente a la decisión viril se yerguen:

la ley del menor esfuerzo

la falta de responsabilidades

El respeto del pasado

La curva del progreso se enuncia claramente: es un juego de causa y efecto, de simples deducciones regulares y consecutivas. Pero la masa opaca y pesada de los intereses mezquinos, de los hechos establecidos, de las perezas y de las nieblas mórbidas de una sentimentalidad criminal, levantan un obstáculo gigantesco. Encarar esa situación de hecho y semejante estado de espíritu constituye, precisamente, todo el problema del urbanismo; animar con un solo halito unitario la complejidad aplastante del fenómeno social; mantener el movimiento donde la parálisis se ha adherido.

Hasta el siglo XX las ciudades son trazadas de acuerdo con un programa de defensa militar. El borde de la ciudad es un hecho preciso, un organismo limpio de murallas, de puertas, de calles que llegan y de calles que comunican las afueras con el centro.

Además, hasta el siglo XIX, se entra a las ciudades por la periferia. Hoy, las puertas de las ciudades están en el centro. Son las estaciones.

La ciudad moderna ya no puede defenderse militarmente; su borde se ha convertido en una zona perturbada y ahogada comparable a enormes campamentos de gigantes apiñados en sus carretas en medio del desorden de la improvisación. A tal punto que la extensión de la ciudad ya solo se hace a través de un poderoso obstáculo.

La novedad de los suburbios inmediatos no existía en la época de las ciudades militares cuyo contorno nítido condicionaba una organización militar precisa.

El centro de las ciudades esta mortalmente enferma, su periferia esta roída por una plaga.

Este es el segundo problema del urbanismo: crear una zona libre de extensión.

Pienso, pues, con toda frialdad, que hay que llegar a la idea de demoler el centro de las grandes ciudades y reconstruirlo, y que hay que suprimir el cinturón piojoso de los arrabales, trasladar estos mas lejos y en su lugar constituir, poco a poco, una zona de protección libre que, en su día dará una libertad perfecta de movimientos y permitirá constituir a bajo precio un capital cuyo valor se duplicara y hasta se centuplicara si el centro de las ciudades es el capital intensivamente activo sobre el que juega la bolsa desenfrenada de la especulación privada (el caso de Nueva York es típico), la zona de protección constituye en los legajos de la municipalidad una formidable reserva financiera.

En diversos países ya las municipalidades compran mediante expropiación la zona de sus suburbios. Esto equivale, sencillamente, a asegurar el metro cúbico de aire necesario para respirar.

No se llega a decirlo todo y a decirlo sucintamente. El tema es tan nuevo y las conclusiones son tan graves que, a riesgo de repetirse, mas vale quizás desarrollar otros aspectos de la cuestión. He aquí un extracto de una comunicación presentada al Congreso de Urbanismo celebrado en Estrasburgo en 1923:

"Las municipalidades y los ediles de las grandes ciudades se ocupan del problema de los grandes suburbios y tratan de atraer hacia afuera las poblaciones que se han precipitado en las capitales con la fuerza de una invasión; tales esfuerzos son loables; son incompletos; dejan de lado el fondo del problema que es el del centro de las grandes ciudades. Se cuidan los músculos del atleta, pero no se quiere advertir que su corazón esta enfermo y que su vida esta en peligro. Si esta bien sacar fuera de las poblaciones enterradas en los barrios, hay que recordar que cada día a la misma hora, las multitudes que estarán mejor alojadas en las ciudades jardín deberán volver al centro de las ciudades.

Es conveniente representarse con exactitud el problema de la gran ciudad. La gran ciudad no son mas que cuatro o cinco millones de individuos reunidos por azar en un sitio determinado, la gran ciudad, tiene una razón de ser. Es en la biología del país, el órgano capital; de ella depende la organización internacional. la gran ciudad es el corazón, centro activo del sistema cardiaco; es el cerebro, centro rector del sistema nervioso, y la actividad de los países y los acontecimientos internacionales nacen y proceden de la gran ciudad. Lo económico, lo sociológico, la política tienen su centro en la gran ciudad, y toda modificación procedente de este punto preciso actúa sobre los individuos perdidos en lo mas remoto de las provincias. La gran ciudad es el lugar de contacto de los elementos activos del mundo. Este contacto debe ser inmediato, mano a mano; las decisiones que de el surgen son efecto de un debate de ritmo precipitado y acarrean las acciones del país y de los países entre si. El telégrafo, el ferrocarril y el avión han acelerado hasta tal punto, en menos de cincuenta años, la rapidez de los contactos internacionales que con ello se ha revolucionado el trabajo. La marcha de las ideas se opera en el estrecho espacio del centro de las grandes ciudades; dichos centros son, hablando con propiedad, las células vitales del mundo.

Ahora bien, los centros de las grandes ciudades son actualmente instrumentos de trabajo casi inutilizables; el contacto necesario solo se establece con exactitud precaria a través de la red de calles obstruidas. Mas aun, una verdadera fatiga nace de la congestión, un impedimento peligroso se interpone en esas oficinas de negocios con corredores ahogados y cuartos oscuros.

Puede concluirse, ante todo, que una perjudicial usura afecta rápidamente, incluso fuera de las condiciones de su trabajo, a aquellos que deben conservar un espíritu alerta y una gran claridad de pensamiento; luego, que el pais, que posee centros de ciudades bien organizados, tiene todas las posibilidades de lograr superioridad sobre los demás, la superioridad del industrial que posee un buen instrumental. La economía nacional sufrirá con esto el contragolpe feliz o desdichado.

Importa, pues, consagrar especial atención a la enfermedad de las grandes ciudades; es de la mayor urgencia. El plano de las grandes ciudades actuales muestra que, como consecuencia de sus orígenes modestos (antiguo caserío) y del desarrollo fabuloso que se ha efectuado en un siglo, el centro sigue formado por calles estrechas y cortas; solo al periferia posee arterias mas grandes. En el centro es donde se precipita una formidable circulación: la periferia se halla relativamente tranquila, reduciéndose a la vida de familia.

Si se aplica, sobre el grafico de las calles de la gran ciudad, el grafico de la circulación, se nota que existe oposición formal. Grafico de las calles: situación antigua; grafico de circulación: situación actual. Hay crisis (inútil insistir en ello: se sufren los desastrosos efectos en todas las grandes ciudades). Pero hay que considerar la curva febril de la crisis y admitir que sube vertiginosamente; se va a un callejón sin salida.

Las cifras prueban que la gran ciudad es un acontecimiento reciente, que data de hace cincuenta años, y que el crecimiento de las aglomeraciones ha superado todas las previsiones. De 1800 a 1910, en cien años, Paris ha pasado de 600.000 a 3.000.000 habitantes; Londres de 800.000 a 7.000.000; Berlín de 180.000 a 3.500.000 habitantes; Nueva York de 60.000 a 4.500.000. Ahora bien, esas ciudades viven con sus construcciones antiguas, con sus antiguos trazados que datan de antes de la ascensión, meteórica de las curvas de población y de las curvas de trafico. La perturbación es tal que una inquietud creciente se manifiesta. La palabra urbanismo ha aparecido solo hace algunos años, prueba de una germinación. Por una pendiente muy humana, los primeros esfuerzos se deslizan naturalmente hacia la menor dificultad; se presta atención a los suburbios.

Una causa mas profunda actúa igualmente; existe necesidad de reestudiar las bases de la habitación que debe responder a una vida de familia totalmente transformada por el maquinismo; la casa de las ciudades-jardín permite aislar el problema y experimentarlo. Por otra parte, en virtud de la ley del menor esfuerzo y a causa de la dureza de los únicos remedios posibles ante el espectáculo pavoroso del centro de las grandes ciudades, se da la espalda a la dificultad, y las personas muy energicas proclaman: "Hay que transportar a otra parte el centro, hay que ir a construir una nueva ciudad, un nuevo centro, lejos, mas allá de los suburbios; allá se estará tranquilo, sin ningún constreñimiento, sin ninguna situación prexistente". Argumentación falaz. Un centro esta condicionado, solo existe por lo que lo rodea, y esta determinado desde muy lejos, por convergencias innumeras, de toda especie, y que no seria posible cambiar; cambiar de sitio el eje de una rueda equivale a imponerse la tarea de cambiar de sitio toda la rueda. En materia de gran ciudad equivale a pretender desplazar todo 20 o 30 kilómetros a la redonda, lo que es en realidad imposible. El eje de la rueda esta obligado a ser fijo. En Paris, el eje desde hace mil años oscila de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, entre Notre-Dame y la Place des Vosges y Les Invalides, les Invalides y la Gare de l´Est, la Gare de l´Est y Saint Agustín. En relación a la rueda (ferrocarriles, barrios, suburbios, arrabales, rutas nacionales, trenes subterráneos, tranvías, centros administrativos y comerciales, zonas industriales y de habitación) el centro no se mueve. Ha permanecido. Debe permanecer. Por otra parte, constituye una enorme fortuna, una parte considerable de la fortuna nacional que, al querer desplazarla, se suprimiría por decreto. Decir: "Es muy sencillo; creemos el nuevo centro de Paris en Saint-Germain-en-Laye", es decir una tonteria o prometer la luna. Es un cuento con el que los eternos rezagados ganaran siempre un poco de tiempo. El centro debe ser modificado sobre si mismo. Se desmorona y se reconstruye en el transcurso de los siglos, como el hombre cambia de piel cada siete años y el árbol de hojas todos los años. Hay que adherirse al centro de la ciudad y cambiarlo, lo cual es la solución mas sencilla y, mas sencillamente, la única solución.

Henos aquí llevados a formular las bases del urbanismo moderno mediante cuatro postulados brutales, concisos, que responden con exactitud a los peligros que amenazan:

•  Descongestionar el centro de las ciudades para hacer frente a las exigencias de la circulación.

•  Aumentar la densidad del centro de las ciudades para lograr el contacto exigido por los negocios.

•  Aumentar los medios de circulación, es decir, modificar completamente la actual concepción de la calle que ya no tiene efecto frente al fenómeno nuevo de los modernos medios de transporte: subterráneos o autos, tranvías o aviones.

•  Aumentar las superficies plantadas, único medio de asegurar la suficiente higiene y la tranquilidad util para el trabajo atento que exige el nuevo ritmo de los negocios.

Estos cuatro puntos parecen inconciliables. Bueno es reconocer su justeza y de apreciar su urgencia. Por otra parte, planteado así el problema, el urbanismo responderá. Y puede responder, pese a las apariencias. Los medios técnicos y de organización de la época ofrecen para ello la solución armoniosa y es entonces cuando la cuestión se torna apasionante y se advierte el próximo nacimiento de un nuevo ciclo de grandeza y majestad. La arquitectura, en el curso de una evolución, marca el punto culminante; es una consecuencia que facilita un sistema espiritual. El urbanismo es el sostén de la arquitectura. Una nueva arquitectura, expresada y ya no veleidosa, es inminente. Se espera un urbanismo que la desate.

Es útil darse cuenta de las diferentes condiciones de los habitantes de una gran ciudad. Sede del poder (en el sentido mas amplio de la palabra; jefes de negocios, de industrias, de finanzas, de política, maestros de la ciencia, de la pedagogía, del pensamiento, portavoz del alma humana, artistas, poetas, músicos, etc...), la ciudad aspira todas las ambiciones, se orna en un espejismo deslumbrante con todos los esplendores; multitudes se precipitan en ella. Los que tienen el poder, los conductores, actúan en el centro de la ciudad. También sus auxiliares, hasta los mas modestos, cuya presencia es necesaria a hora fija en el centro de la ciudad, pero cuyo limitado destino tiene simplemente a la organización familiar. La familia se aloja mal en la gran ciudad. Las ciudades-jardín responden a su función.

Por ultimo la industria con sus fabricas, las cuales, por múltiples razones, se agruparan en gran numero alrededor de los grandes centros; con las fabricas, la multitud de obreros cuyo equilibrio social se realizara fácilmente en el corazón de las ciudades-jardín.

Clasifiquemos. Tres clases de población: los que habitan en la ciudad; los trabajadores cuya vida se desarrolla por mitades en el centro y en las ciudades-jardín; las masas obreras que distribuyen su jornada entre las fabricas de los suburbios y las ciudades-jardín.

Esta clasificación constituye, a decir verdad, un programa de urbanismo. Objetivarlo en la práctica es comenzar la revisión de las grandes ciudades. Pues estas están en la actualidad, como consecuencia de su crecimiento precipitado, en el mas espantoso caos: todo en ellas se confunde. Este programa de urbanismo podría, por ejemplo, precisarse así para una unidad de 30000000 de habitantes; en el centro y para el trabajo diario solamente, habría de 500000 a 800000 personas; por la noche, el centro se vacía. La zona de residencia urbana absorbe un parto, las ciudades-jardín el resto. Admitamos, pues, medio millón de habitantes urbanos (en el cinturón del centro) y dos millones y medio en las ciudades-jardín.

Esta aclaración, justa en principio, insegura en las cifras, incita a tomar medidas de orden, fija las líneas capitales del urbanismo moderno, determina la proporción de la ciudad (centro), de los barrios residenciales, plantea el problema de las comunicaciones y de los transportes, fija las bases de la higiene urbana, determina la forma de loteo, el trazado de las calles, la configuración de estas, fija las densidades y, por tanto, el sistema de construcción del centro, de los barrios residenciales y de las ciudades-jardín.

La cuestión de los rascacielos preocupa a Europa. En Holanda, en Inglaterra, en Alemania, en Francia y en Italia, se llevan las primeras tentativas teóricas. Pero no puede separarse al rascacielos del estudio de la calle y de los transportes horizontales y verticales.

El centro de la ciudad se hallaría, pues, definitivamente expurgado de la vida de familia. Todo hace pensar, en el estado actual de la cuestión, que los rascacielos no pueden abrigar la vida de familia; su organización interior representa un sistema formidable de circulación y organización cuyos gastos solo pueden ser soportados por las empresas; la explotación de los medios de circulación, verdaderas estaciones en altura, no pueden convenir a la vida de familia.

Los barrios urbanos de viviendas podrían pasar por las mismas transformaciones racionales. Las calles principales con 400 metros entre ejes los recorrerían. Contrariamente a los usos mas seculares, los inmuebles no se agruparían en macizos rectangulares que se desploman sobre las calles, con subdivisiones interiores en numerosos patios. Un sistema de loteo en rediente (anunciado en el Esprit Nouveau, nº 4 1921), al suprimir totalmente los patios, espaciaría las casas de 200 a 400 metros o 500 metros en medio de parques mayores de las Tullerias. La ciudad se convertía en un inmenso parque: 15 por ciento de superficie construida, 85 por ciento de superficie plantada, con una densidad de población equivalente a la de Paris congestionado de hoy, grandes calles axiales de 50 metros que no se cruzarían sino cada 400 metros (la circulación automotriz exige la supresión de dos tercios de las actuales calles); campos de deportes y de recreo adyacentes a las viviendas, supresión de los patios, transformación radical del aspecto de la ciudad, aporte arquitectónico de máxima importancia, etc...

Examinada al tamiz de la razón y animada del conveniente lirismo, la urbanización de una gran ciudad proporciona soluciones tan prácticas como altamente arquitectónicas. Nacen del análisis puramente teórico del problema: revolucionan nuestros hábitos. Pero ¿desde hace cuantos años nuestra propia vida no esta revolucionada? El hombre piensa teóricamente, adquiere certezas teóricas. Mediante la teoría se da una línea de conducta; armado de sus principios fundamentales, hace frente a los casos específicos de la vida práctica.

Tantos problemas plantea el urbanismo, cosas del interés, cosas de la técnica y cosas del corazón, que me parece conveniente enunciar ahora el programa de este estudio.