Esta reflexión data de diciembre de 1914. No es seguro que exprese un punto de vista que Kafka todavía hubiera admitido con posterioridad; por lo demás, es lo que calla, como si presintiera su lado impertinente. Pero, precisamente por su ligereza provocativa, es reveladora. Todo ese pasaje se podría resumir así: sólo se puede escribir si se permanece dueño de sí mismo ante la muerte, si con ella se han establecido relaciones de soberanía. Si es aquello ante lo cual se pierde continente, lo que no se puede contener, entonces retira las palabras bajo la pluma, quita la palabra; el escritor ya no escribe, grita, un grito torpe, confuso, que nadie oye o que no conmueve a nadie. Kafka siente aquí en lo profundo que el arte es relación con la muerte. ¿Por qué la muerte? Porque es el extremo. Quien dispone de ella, dispone en extremo de sí, está vinculado a todo lo que puede, es íntegramente poder. El arte es dominio del momento supremo, supremo dominio.
La frase: "Lo mejor que he escrito se basa en esa aptitud para poder morir contento" sin embargo sigue siendo difícil de aceptar, aunque tenga un aspecto atractivo que proviene de su simplicidad. ¿Cuál es esa aptitud? ¿Qué dá a Kafka esa seguridad? ¿Se ha acercado ya lo suficiente a la muerte para saber cómo se comportará ante ella? El autor parece sugerir que, en los "buenos pasajes" de sus escritos en que alguien muere, muere de una muerte injusta, que él mismo se ha puesto en juego en el que muere. ¿Se tratará entonces de una especie de aproximación a la muerte, realizada so capa de la escritura? Pero el texto no dice exactamente eso: sin duda lo que indica es una intimidad entre la muerte desdichada que se produce en la obra y el escritor que se alegra de ella; el escritor excluye la relación fría, distante, que permite una descripción objetiva; si conoce el arte de conmover, un narrador puede contar de una manera emocionante hechos emocionantes a los que es ajeno; en ese caso, el problema que se presente es el de la retórica y, por supuesto, del derecho a recurrir a ella. Pero el dominio de que habla Kafka es distinto, y el cálculo del que se reclama es todavía más profundo. Sí, fuerza es morir en el que muere, la verdad lo exige, pero hay que ser capaz de satisfacerse con la muerte, de hallar en la suprema insatisfacción la suprema satisfacción y de conservar, en el instante de la muerte, la claridad de la mirada que proviene de ese equilibrio. Ese contexto está entonces muy próximo a la sabiduría hegeliana, si ésta consiste en hacer coincidir la satisfacción y la conciencia de sí, en encontrar en la extrema negatividad, en la muerte hecha posibilidad, trabajo y tiempo, la medida de lo absolutamente positivo.
De todos modos Kafka no se sitúa directamente aquí desde una perspectiva tan ambiciosa. También es cierto que, cuando vincula su capacidad de escribir bien con la capacidad de bien morir, no hace alusión a una idea que concierna a la muerte en general, sino a su experiencia propia: porque, por una y otra razón, se tiende imperturbable sobre su lecho de muerte, puede dirigir a sus personajes una mirada imperturbable, unirse a su muerte mediante una intimidad clarividente. ¿En cuáles de sus escritos piensa? Sin duda, en el relato In der Strafkolonie (En la colonia penitenciaria), del que unos días antes hizo para sus amigos una lectura que le ha dado aliento; entonces escribe El proceso, varios relatos inconclusos en que la muerte no es su horizonte inmediato. También debemos pensar en La metamorfosis y en El veredicto. El recuerdo de estas obras demuestra que Kafka no piensa en una descripción realista de escenas de muerte. En todos estos relatos, los que mueren lo hacen en una cuantas palabras rápidas y silenciosas. Esto confirma la idea de que no sólo cuando mueren, sino al parecer también cuando viven, los héroes de Kafka cumplen sus actos en el espacio de la muerte, pertenecen al tiempo indefinido del "morir". Pasan la prueba de esa extrañeza y, en ellos, también Kafka está a prueba. Pero a él le parece que no podrá llevarla a "feliz término", sacar de ella relato y obra sólo si, de alguna manera, de antemano está de acuerdo con el momento extremo de esa prueba, si es el igual de la muerte.
Lo que nos choca en esta reflexión es que parece autorizar la triquiñuela en el arte. ¿Por qué describir como un hecho injusto lo que él mismo es capaz de acoger contento? ¿Por qué, contento con ella, nos hace a la muerte terrible? Esto da al texto una ligereza cruel. El arte tal vez exija jugar con la muerte, tal vez introduzca un juego, un poco de juego, allí donde ya no hay recurso ni dominio. Mas, ¿qué significa ese juego? "El arte vuela en torno a la verdad, con la intención decidida de no quemarse en ella". Aquí, vuela en torno a la muerte, no se quema en ella, pero hace sensible la quemadura y es lo que quema y lo que conmueve fría y mentirosamente. Perspectiva esta que bastaría para condenar el arte. Sin embargo, para ser justos con la observación de Kafka, también es preciso comprenderla de otro modo. A sus ojos, morir contento no es una actitud buena en sí, pues, antes que nada, lo que expresa es el descontento por la vida, la exclusión de la dicha de vivir, esa dicha que hay que desear y amar antes que nada. "La aptitud para morir contento" significa que la relación con el mundo normal ya está rota: en cierto modo Kafka ya está muerto, ello se le da como se le dio el exilio y ese don está ligado al de escribir. Como es natural, el hecho de hallarse exiliado de las posibilidades normales, por ello mismo, no da dominio sobre la posibilidad extrema; el hecho de ser privado de la vida no garantiza la posesión feliz de la muerte, sólo hace a la muerte contenta de una manera negativa (se está contento de terminar con el descontento por la vida). De ahí la insuficiencia y el carácter superficial de la observación. Mas, precisamente, ese mismo año y en dos ocasiones, Kafka escribe en su Diario: "No me aparto de los hombres para vivir en paz, sino para poder morir en paz". Esa separación, esa exigencia de soledad le es impuesta por su trabajo. "Si no me salvo en un trabajo, estoy perdido. ¿Lo sé tan claramente como es? No me entierro ante los seres porque quiera vivir apaciblemente, sino porque quiero perecer en paz". Ese trabajo es escribir. Se retira del mundo para escribir y escribe para morir en paz. Ahora, la muerte, la muerte contenta es el salario del arte, es la meta y la justificación de la escritura. Escribir para morir en paz. Sí, pero, ¿cómo escribir? Conocemos la respuesta: sólo se puede escribir si se es apto para morir contento. La contradicción nos devuelve a la profundidad de la experiencia.
Del libro DE KAFKA A KAFKA, Maurice Blanchot (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires-1993)