La transformación de las metrópolis

Alain Touraine
La Factoría. febrero 2005
Este artículo es la transcripción de la conferencia que Alain Touraine pronunció el día 2 de febrero de 1998 en Barcelona con motivo del "10è aniversari de la Mancomunitat Metropolitana".

El objetivo de éste artículo es reflexionar acerca de los problemas de la ciudad. ¿Auge o decadencia?: es el problema que me plantearon. Creo que la primera respuesta a la pregunta, complicada y difícil, es decadencia. Aunque, y en mi opinión, como punto de partida, no como punto de llegada. Como punto de partida, la historia moderna es la historia de la decadencia de las ciudades. El mundo moderno empezó con la creación de la ciudad como acto político principal. En Italia, en Flandes, después en Holanda y en otras partes como Alemania, etc. En esta época, que corresponde a la creación de la democracia política, o digamos primero, del Estado de derecho; pero primero del Estado nacional o de la ciudad nacional, la ciudad Estado, tipo Venecia, Amsterdam y también tipo Barcelona. En este momento, ciudadanía, burguesía, derechos urbanos, derechos cívicos, todo esto representaba el mundo moderno contra el mundo feudal que tenía su base en la dominación del campo, de la tierra, (del trabajo humano en la tierra). En ese momento esos privilegios los tenían todos, -o casi todos-, un poco más en los países, un poco menos en los Estados nacionales, que eran básicamente Gran Bretaña y Francia, pero incluso en estos países, Londres o París se identificaron totalmente con la modernidad, como en otras capitales u otras ciudades. La modernidad fue una realidad política antes de ser una realidad económica. Un sociólogo muy importante y famoso, Max Weber, explicó que la racionalización se desarrolló en el plano político mucho antes que en el plano económico. Está visión de hace 400 o 500 años mostraba que modernidad equivalía a ciudad. La ciudad quería decir apertura, capacidad de cambio, libertad, capacidad de organizar intercambios económicos o culturales, etc., básicamente por razones políticas. Entonces, la ciudad fue el elemento central, el elemento básico, la célula central de la sociedad moderna durante una primera época.

La ciudad se transforma Después vino la industrialización. La industrialización significa la pérdida del control del Estado sobre la economía, y, también, la pérdida del control de la ciudad sobre gran parte de su población. Se organizan afueras, ciudades satélite, o zonas puramente urbanas. Y poco a poco la mezcla de clases sociales, de categorías sociales que había, incluso en el siglo XVIII (comenzaron Dickens o Balzac descripciones literarias costrumbristas), fueron reemplazadas por un proceso de separación, de segregación. A veces de manera totalmente voluntaria, como en el París de mediados de siglo XIX, pero de modo parecido en todas partes. Londres fue el caso extremo de una ciudad totalmente dividida entre este y oeste, con gente que casi no hablaba el mismo idioma, que difícilmente se entendían debido a la diferencia entre el acento de la parte oeste de la ciudad y el del este. Esto me parece importante, la imagen de la ciudad se vuelve negativa en el sentido de que la ciudad es la burguesía y el pueblo se siente eliminado. Y muchas veces, en muchos casos es materialmente eliminado, literalmente expulsado de la ciudad. Todo esto es mucho más complejo, y especialmente, en mi país o en mi ciudad. En otras, hubo una lucha y el mundo popular, que no era el proletariado, pero era un mundo popular, intentó apoyarse en la ciudad, mantenerse dentro de ella. Pero fue eliminado, hubo una serie de derrotas, y, diría que casi a final del siglo XIX la idea ya era aceptada en casi todas partes, a excepción de algunas zonas. Alrededor de las estaciones de ferrocarriles hay zonas de desintegración social, que suelen conllevar prostitución, robo, etc. Pero aparte de eso, la ciudad de esta época tiene un sentido más bien de gente de clase media, de clase alta o de funcionarios públicos, mientras que las categorías populares y el mundo obrero están principalmente en la periferia, cerca de las empresas o de los medios de transporte. Todo esto es ya bien conocido. En el momento actual, a finales del siglo XX, creo que este proceso de desintegración de la ciudad ha avanzado mucho. Tomemos un ejemplo que repito en muchas partes del mundo, pero no por casualidad: Ciudad de Méjico, por tomar una ciudad donde se habla español. La Ciudad de Méjico no existe como ciudad. Existe porque una categorización bien clara, interesa. Se ha formado una categoría de gente que vive a nivel mundial a través del ordenador, del fax, del teléfono, de los circuitos financieros, que viven en comunidades generalmente aisladas, fuera de la ciudad. Viven en grupos en habitaciones vigilados por policía privada, a veces con rejas y muchas veces con escuelas privadas donde se da la enseñanza en inglés o, al menos, bilingüe. Esta gente de Méjico tiene bastante contacto con Florida, al menos porque los nietos quieren ir a Disneylandia. También la capital de América Latina tiene mucho contacto con Nueva York, Londres, Tokio. Fueron llamadas, en un libro excelente, las Ciudades Globales. En un libro de la socióloga Saskia Saser, medio americana, medio sueca. Esta elite se comunica perfectamente con los centros económicos del mundo entero a través del teletrabajo, de los medios de comunicación. Después hay un mundo intermedio -comerciantes, empleados públicos- no demasiado lejos del centro. Muchas veces existen ciudades universitarias; en el caso de Méjico, casi todas las grandes instituciones académicas y científicas están al sur. Y finalmente la enorme masa de los inmigrantes; en este caso, inmigrantes del interior, del sur, que suben, se van a quedar o van a inmigrar hacia Florida, o Texas, o, en casos más importantes, hacia California. Entonces estas categorías no se encuentran, no hablan entre sí, no se conocen, no tienen miedo de los otros. La política manipula a los pobres y tal vez esté manipulada ella misma por los ricos. Pero no digo que no haya conciencia nacional, de hecho hay una conciencia nacional muy fuerte; pero proviene del país, de la bandera. Eso es una realidad, en cambio la ciudad no lo es. La gente habla más bien en términos de barrio, de distrito.

El barrio como valor Recuerdo, -para tomar un ejemplo fuera de Méjico-, cuando hicimos -y estamos haciendo constantemente- estudios con jóvenes inmigrantes en París, en Lyon, en Marsella. Preguntamos a jóvenes que tienen la doble nacionalidad argelina y francesa: tú qué eres, ¿argelino o francés?, y responden: Yo soy de Marsella. Y más concretamente No, Marsella no me interesa, yo soy del conjunto habitacional X. O Yo soy del conjunto habitacional Víctor Hugo, o yo soy de la torre 12, y no tengo nada que ver con esos idiotas de la torre 14, que son exactamente la misma población. Es decir, hay un localismo que es una expresión muy importante de algo que comentaré después a un nivel más general. Lo que existe es una separación. Emplearé un vocabulario norteamericano: hay un mundo de los habitantes de la ciudad, los overnights. Hay una categoría pero esto es más cierto para los EE.UU. que para los países latinos, europeos o sudamericanos: los sub-overnights, que son la clase media que en los EE.UU. y en algunos países europeos está en la periferia, en los distritos ricos como por ejemplo Washington, que es un caso extremo. Overnights, sub-overnights y ex-overnights, tres categorías muy distintas, incluso desde un punto de vista administrativo. En los EE.UU. por ejemplo, muchas veces los ricos, digamos la clase media-alta, no pertenece a la misma ciudad ni al distrito federal, como es el caso de Washington; están en Maryland, camino a Baltimore. Existe una separación y el punto final es el gueto. Sería muy exagerado decir que es una tendencia general; sin embargo, para crear una imagen un poco dramática, diría que sí hay una tendencia fuerte en la historia urbana: una tendencia hacia la segregación y, por qué no, una tendencia hacia la ghetización. Un ejemplo, muy conocido por todos, es el de Los Ángeles -centro urbano muy limitado- con una serie de guetos en los que para pasar de un gueto a otro no hay otra solución que la autopista. Una autopista con guetos es, en mi opinión, una buena descripción del mundo actual. No hay comunicación, salvo la comunicación que todos conocemos: asaltos, guerra civil, racismo, xenofobia, etc. Cada grupo desprecia o tiene miedo de grupos nacionales, étnicos, religiosos, etc. Me parece el fin o la decadencia de la ciudadanía. En gran número de casos no somos más ciudadanos, sino más bien habitantes: gente que vive en un barrio, en un distrito, en una zona, en un edificio, etc.

El papel de los media Creo que es muy importante agregar que el mundo de los media juega aquí un papel enorme. La mayor parte de la gente va al trabajo, vuelve a su casa, se encierra y se comunica, no con su vecino, sino con un chino, con un peruano o con un noruego que aparecen en televisión. Es más fácil para la mayor parte de la gente encontrar un dinosaurio que un vecino, porque hay pocas televisiones que se interesan por la categoría de vecino, que no es muy dramática. En ciertos casos esta tendencia a la segregación es muy fuerte: el caso de los guetos negros de los EE.UU., el caso de Chinatown en varias ciudades -incluso ahora París-, barrios árabes, barrios turcos, etc. Alemania, por ejemplo, es un país donde hay una presencia muy visible de barrios turcos, con muy poca comunicación, porque los turcos no aprenden o aprenden lentamente y poco, la lengua mayoritaria: el alemán. Eso, obviamente, es una visión rápida, un poco extrema, no digo que todo el mundo viva así, pero si uno considera los muy ricos y los muy pobres, es así. ¿Ustedes se acuerdan del juicio famoso sobre Nueva York? Para vivir en Nueva York, para vivir en Manhattan, hay que ser o muy rico o muy pobre. Y el muy rico y el muy pobre tienen muy pocas posibilidades de intercambio. Está desapareciendo la vieja definición de ciudadano como elemento de la vida social, también los derechos del hombre y del ciudadano, que eran sinónimos. Esa es mi impresión, que presento no de manera descriptiva, sino como punto de partida en un análisis. A partir de eso, sin perder tiempo y sin pasar a un análisis más general que vendrá después, ¿qué podemos hacer? Podemos reconstruir las ciudades. No todas las ciudades están en ruinas, como algunas ciudades del Tercer Mundo, o como lo estuvo Detroit, o como algunas ciudades norteamericanas, o el Bronx, que es un campo de ruinas. No quiero dar una visión trágica del mundo, pero me pregunto cómo podemos reaccionar contra esta pérdida de control, no del Estado sino de lo político, del estatus político frente a la situación social y a la identidad cultural. Eso es la desorganización de la ciudad o la decadencia de la ciudad, expresión de la pérdida de influencia de la definición política frente a la definición económica y cultural. En el momento de la segunda Revolución inglesa, de la independencia americana, de la Revolución Francesa más que nada, nuestro concepto de ciudad, de sociedad, de libertad y de justicia es una concepción urbana, territorial. Se trata de eliminar al Rey como el personaje que domina un país, una ciudad, un pueblo, etc. En el s. XIX hemos aprendido a definirnos como trabajadores más que como ciudadanos. Cuando se dan derechos cívicos, por ejemplo en Francia, los hombres en 1.848 fueron los obreros, los que decían bueno, soy ciudadano, perfecto. Pero trabajo doce horas, mi mujer trabaja diez horas, mi hijo mayor tiene tuberculosis y vivimos en una casa medio destruida, lo que correspondía a la realidad y pensaban: que me interesa a mí ser ciudadano si como trabajador no tengo derechos. Por eso a finales del s. XIX, con mucha lentitud, primero en Alemania; después, de manera más sólida, en Inglaterra y mucho más tarde en EE.UU. y Francia, empezamos a crear una democracia industrial, es decir, a transformar la idea de derechos cívicos en derechos sociales o, para utilizar la palabra más difundida, en justicia social. Y ahora estamos viviendo una tercera etapa: cómo tomar en cuenta la diversidad, las identidades, las memorias culturales.

La diversidad cultural Nosotros sentimos que la gente quiere mantener sus derechos cívicos o ampliar sus derechos sociales, pero, además, quiere defender u obtener sus derechos culturales. No digo que todos estos problemas no tengan validez, no tengan efectos en la vida de la ciudad, pero no se trata de problemas de tipo global, de tipo territorial, de tipo social. En el tiempo de la vida urbana in stricto sensu, la liberación de las ciudades del poder religioso, imperial o extranjero, fueron realmente la definición de la modernización política. Todo eso va desapareciendo. Veamos aquí cuales pueden ser las respuestas. La primera respuesta puede ser la postmodernidad. Los postmodernos son la gente que dice que no hay ningún inconveniente en la separación de los bienes, que hay una economía globalizada, identidades culturales múltiples, o al menos hay una libertad total, una ausencia total de coherencia, pues no hay un principio central de la sociedad. Es la imagen de una sociedad reducida a redes de comunicación apoyados en centros de identificación. Esta visión me parece sumamente peligrosa porque si una economía globalizada, mundializada, está separada de la realidad social, se vuelve puramente financiera. Nos puede suceder, ya que vamos a entrar en una unión económica y monetaria. La parte monetaria es bastante visible; la parte económica, muy poco. La parte social es un fantasma. Y la parte política está completamente ausente. Es decir, que existe una gran posibilidad, diría casi una necesidad, de separar la economía de sus efectos, de sus significados sociales y entonces desarrollar lo que estamos viviendo, un aumento de desigualdades sociales, un aumento de la exclusión social, etc. Por otro lado, si estamos identificados con nuestra identidad, o nuestras identidades, ¿a qué llamamos identidad?: a nuestra memoria. Vamos a identificar valores o creencias o fe religiosa con una ley y con las costumbres. Tomemos un ejemplo muy conocido: la ablación de las niñas en algunas partes de África, que no tiene nada que ver con el Islam, nada que ver, y tampoco con la ley La Sharia, pues la mayor parte del mundo islámico no utiliza la circuncisión. Eso corresponde a costumbres de algunas partes de África subsahariana, que los etnólogos estudian y es un problema complicado, pero ustedes pueden defender, como lo hacen algunos antropólogos, la circuncisión, o, como hace la gran mayoría, pueden condenarla. Pero el Islam no tiene nada que ver. Es un tema bien sencillo para nosotros, incluso para ustedes, porque durante siglos tuvimos esta mezcla de costumbres, de ley y de fe religiosa en lo que se llama la Cristiandad. Gracias, no sé si a Dios, pero no tenemos más Cristiandad, tenemos Cristianismo y una autonomización, incluso un desarrollo intelectual y práctico de la fe religiosa cristiana. Pero vivimos en un mundo que es secularizado, laico y donde se dice claramente que hay costumbres, leyes, valores y creencias religiosas. Y las tres cosas pueden entrar en conflicto, pero tienen también que buscar acuerdos. Diré que si uno elimina el peligro de la financialización de la economía y el riesgo opuesto del comunitarismo, de las creencias o valores, tenemos que reconstruir -y este es mi punto central-, cierto tipo de comunicación entre el mundo económico globalizado y el mundo cultural fragmentado.

Lo económico y lo cultural Históricamente esta separación de lo económico y de cultural se inició en el siglo XVI, Renacimiento italiano, Reforma italiana. Entonces existían el mundo de la fe y de la subjetividad por un lado y el mundo de la ciencia y del arte por otro. Inmediatamente antes y después inventamos lo político, a partir de Maquiavelo, pero fundamentalmente a través de Hobbes, Locke y Rosseau. Existía en lo económico y en lo social un principio de igualdad. Este principio de igualdad era la ciudadanía y la soberanía popular, que fue tal vez el descubrimiento más importante como principio de acción y teoría del mundo moderno. Pero como ya indiqué -y no quiero volver, quiero plantear el problema en términos más modernos-, a medida que este reino de lo político está invadido por lo económico, por lo cultural... ¿cuál es entonces el principio que nos permite mantener un cierto grado de comunicación o de compatibilidad entre el mundo de la economía y el mundo de las culturas? Y ahí, creo que en muy pocas palabras hay que ver el cambio profundo, el cambio, en mi opinión, casi total que estamos viviendo. Como acabo de decir, el principio de lo político era un principio universalista. Por encima de las diferencias sociales somos todos iguales en derecho, para utilizar la famosa primera frase de la declaración de Versalles del 26 de septiembre de 1789. Esta igualdad de derecho perdió importancia. La gente insistió en la justicia social, en la identidad cultural, así que, en el momento actual me parece vacío buscar una comunidad, una neocomunidad de tipo político, nacional o administrativo. No digo que estas nociones hayan perdido todo el sentido. Digo que no hay manera de construir cierta unidad de la sociedad a través del llamado principio superior. Todos somos hijos de Dios, todos somos seres racionales, todos somos seres modernos e, incluso, todos somos alemanes o ingleses o mejicanos. En mi opinión no existe otra solución a parte de reconocer el derecho de cada uno o una a construir personalmente un tipo de combinación entre su participación con el mundo técnico-económico y sus identidades culturales. Me gusta emplear una palabra que fue a menudo usada por un biólogo como François Jacob hablando de la naturaleza, que es la palabra bricolaje, esto es que cada uno no encuentra una solución universalista, pero cada uno de nosotros como el mundo entero, ricos o pobres, blancos o negros o amarillos, estamos buscando un tipo de combinación que sea individual. Cada uno o una de nosotros estamos tratando de construir nuestra individualidad, nuestra personalidad como diferente de las demás. Y esta individualidad no se construye diciendo soy diferente, mi dedo es diferente, sino buscando, construyendo, con un éxito siempre muy relativo una mezcla de metas de tipo instrumental y motivaciones de tipo cultural. Volviendo, aunque no estaba muy lejos de la ciudad, ¿cuál era el papel de la ciudad? ¿dar ciudadanía? ¿crear igualdad de derechos? Sí, pero como ya indiqué varias veces, es un poco abstracto. Porque si soy miembro de una minoría étnica, nacional o religiosa; o si vivo a un nivel económico muy dramáticamente bajo, esta unicidad o igualdad cívica de todos me parece abstracta. Considero que la función principal de la ciudad, -lo que puede contrarrestar la decadencia del modelo clásico de ciudad- es la de ampliar, fomentar la comunicación entre proyectos de vida personales o colectivos. La ciudad, después de todo, es su más vieja definición, como la encuentro en el extranjero. El extranjero que no es el tipo totalmente diferente, el extranjero es el tipo que tiene un pie dentro y otro fuera. Entonces es que es diferente y semejante porque voy a hacer negocio con el extranjero, o voy a aprender su idioma o voy a admirar a su mujer. Eso significa que el papel de la ciudad no es el de crear ciudadanos, sino el de manejar, fomentar y proteger el deseo y la capacidad de cada uno de nosotros de comunicar con gente que busca, de manera diferente pero análoga, la construcción de su proyecto de vida personal en forma de una combinación entre una actividad tecno-económica y una memoria cultural.

Organizar la heterogeneidad Eso no significa que el papel de la ciudad sea el de dar una plena libertad, el de ser tolerante frente a una gran diversidad de experiencias sociales y culturales. Aunque creo que esto es mejor que nada; mejor tolerancia que intolerancia, por supuesto, pero diría que una meta importante para una política urbana es la de organizar la heterogeneidad. Es decir, organizar, defender y fomentar la comunicación entre gente diferente. Lo que significa cosas muy sencillas. Creo que la primera cosa que estamos esperando de una ciudad es que disminuya las distancias sociales, la segregación social y suprima los guetos; que actúe en términos de lo que llamamos solidaridad. Solidaridad no quiere decir que estemos todos en el mismo barco, ni este tipo de tonterías. Significa que nosotros, como colectividad, queremos dar a cada uno la posibilidad de construir su proyecto personal de vida. Eso es la solidaridad. Significa también que tenemos que tener escuelas que sean lo más heterogéneas posible, y no escuelas de ricos y pobres, no escuelas de blancos y azules. Esto me parece lo más importante. Ahora quisiera agregar una cosa un poco más limitada. Porque ustedes no están interesados en las ciudades sino en las ciudades metropolitanas. Y esto es un tema de enorme importancia actualmente. Voy a empezar con una referencia muy concreta y práctica de mi propia ciudad. París es una ciudad bien definida porque antes había murallas y ahora, autopista. Después existen en general, -al menos en el norte, este y sur-, núcleos urbanos que desde el s. XVIII (o más bien del XIX) fueron núcleos industriales y obreros. Después, durante los cincuenta últimos años, se han construido zonas de urbanización. Es muy notable ver que en las ciudades industriales, obreras y populares, muchas veces en gran crisis, con una tasa de paro muy alta, hay poca violencia. Y muchas veces en partes un poco destruidas de las ciudades, y en las ciudades urbanizadas, que muchas veces son agradables de ver. Recuerdo que pasando unos días en las afueras de Lyon -donde hubo muchísima violencia- había alguna cosa agradable. Habían servicios, árboles, centros de juego y centros para los jóvenes. Y había violencia. La gran diferencia es que lo que digo sobre la organización de las diferencias del pluralismo, del multiculturalismo supone a la vez la idea de qué es una ciudad; que es el espacio de protección o de fomento de las diferencias. Entonces, la identificación con un centro urbano es muy importante. Me acuerdo, porque estuve hace muy poco en barrio exterior de París que fue un poco simbólico de la miseria extrema, Overvié, recuerden que había canciones populistas sobre los niños de Overvié. Era realmente pobre, pero la gente tiene una conciencia fantástica, y el equipo de fútbol no es el Barça, tienen un nivel bastante modesto, pero tienen algunos campeones olímpicos. Y todo el mundo, el mundo 90% pobre, se identifica con el tipo que levanta pesos, o que nada, etc. Lo que me parece lo más interesante en vuestra solución es que en lugar de crear una gran Barcelona en el sentido de suprimir barreras para que cada uno pueda venir al centro con autopistas, con programas centralizados a nivel cultural, etc., ustedes han tratado de construir una red. Una red, por supuesto, en este caso, donde, tal vez no cada habitante, pero la mayoría de los habitantes puede identificarse con un núcleo urbano próximo, relativamente limitado y con cierta memoria colectiva, que puede ser la memoria de una fábrica, que puede ser la memoria de una persona, etcétera. A través de esta identificación local, está preparado a pasar a un nivel superior.

El mestizaje Creo que el mundo de un mestizaje generalizado es la peor solución del mundo, porque cada uno pierde su identidad y esto crea una solución muy vertical, muy jerarquizada, como en Brasil donde un negro que baja del avión es considerado blanco, porque el blanco es el tipo rico. La raza, la etnia, el color de la piel, todo esto estaría emplazado por una brutal escala social o jerarquización social. Por tanto, nada de mestizaje, nada tampoco de comunitarismo, soy muy anti-comunitarista, muy anti-identificación del individuo a una comunidad, porque eso se liga directamente a la cosa de Milosevich, o a la cosa de los grandes lagos africanos. Lo que necesitamos, y esto es política, no se hace de manera espontánea, es el voluntarismo urbano, que debe ser la voluntad de crear una red jerarquizada en la mayor parte de los casos, no jerarquizada en algunos casos, aunque esto ya es más complicado. Pero generalmente, por lo menos en Europa y en América latina, jerarquizada. Con posibilidad de aumentar constantemente la posibilidades del centro de acoger diferencias, de organizar encuentros, de organizar comunicación. Barcelona es una ciudad que tiene una tradición comerciante especialmente mediterránea. Creo que es fundamental ser un centro suficientemente sólido para organizar, acoger, hacer posible encuentros entre gente distinta. En el momento actual estamos todos aterrorizados ante la incapacidad de establecer contactos con el sur del mediterráneo, que es el vecino próximo. Por esto, nosotros -Italia, España, Francia- tenemos que ser agentes de secularización, de ayudar al mundo islámico que es como el mundo cristiano de antes. A separar los sedimentos -costumbres, leyes y creencias- y permitir el encuentro no de costumbres diferentes, sino de fe religiosas, ya que tienen un elemento de universalis-mo, aunque no sea el mismo Dios, aunque no sean las mismas leyes, pero hay por lo menos una intención de universalismo, de universalización.

La ciudad metropolitana Eso me parece la orientación posible, la orientación necesaria de una política urbana, aumentar, hacer que el centro tenga más posibilidades de comunicación entre culturas, grupos sociales, individuos y sexos diferentes. Que cada elemento, que la pirámide que viene de la vida local al centro metropolitano sea una jerarquía positiva de capacidad de comunicación y de manejar diferencias. Un filósofo, canadiense inglés, Charles Taylor, ha definido la democracia como la política de reconocer al otro. Por ejemplo, él en su país, es canadiense e inglés, dice tenemos que reconocer al canadiense francés, pero a la vez él tiene que reconocernos a nosotros. Esta idea de comunicación es fundamental, y se entiende que lo que estoy diciendo ahora es una respuesta a lo que he dicho en la primera parte: la decadencia de la ciudad. La decadencia de la ciudad es la segregación, la separación del mundo económico, técnico que se vuelve más y más global, más y más actual; y las identidades culturales que se cierran y tienen un deseo tremendo de mantener su homogeneidad, su pureza, etc. Por eso el papel de lo político a nivel mundial, a nivel de la UNESCO, a nivel de los países, pero más y más al nivel de las ciudades, y básicamente de este elemento fundamental del mundo de hoy que es la ciudad metropolitana, la gran ciudad. La ciudad puede ser de 20 millones de habitantes, o lo que sea, pero diría que realmente el papel, la meta central de una política urbana es aumentar el grado de heterogeneidad a medida que uno se acerca al centro y a la cumbre de la organización urbana. Ya he dicho lo esencial que quería decir. Lo interesante ahora sería pasar a las consecuencias concretas, pero quiero insistir sobre lo que acabo de decir porque estamos entrando, con esperanza o miedo en un mundo europeo cada día más unificado. Como todos sabemos en esta Europa actual los capitales, los bienes, las informaciones, los servicios, todo circula libremente, salvo los seres humanos. Eso significa que el ser humano no es una mercancía o una información, es un actor posible, y no podemos resolver el problema de los seres humanos como el problema de las mercaderías o de los capitales. No necesitamos una centralización, un banco central de las religiones o de las ideas filosóficas o de los cálculos científicos o de los pintores. No, lo que necesitamos es exactamente lo contrario, la función básica de la ciudad. Y por eso el Estado nacional está en un crisis más profunda que la ciudad, y ustedes saben que en todos los países europeos la importancia del alcalde ha aumentado enormemente, por ejemplo en mi propio país un alcalde no era nada, cualquier funcionario de la administración era mucho más poderoso. Ahora no es así. En Alemania también. El alcalde de Hamburgo es como un ministro, porque es un Estado. Pero la ciudad representa el lugar estratégico de lucha contra la centralización de la desocialización, de la tecnología y de la economía. Es solamente al nivel de la ciudad, y especialmente de la ciudad grande, metropolitana, que organizando la participación de la ciudad y de sus habitantes en la red internacional, mundial de tecnología, informaciones y actividades de producción, se puede organizar el encuentro, la compatibilidad de esta integración de tipo económico con la diversidad creciente de la cultura. Ustedes, como yo, encuentran en la calle todos los días gente que viene de África, gente que viene del s. XV, a veces del s. VIII. El problema es que vivimos en un mundo de simultaneidad. Encendemos la televisión y en la MTV son puros negros, como si en EE.UU. o en Inglaterra solamente los africanos cantasen. Pero es así, ustedes encuentran más fácilmente a un cantante de Jamaica que a un electricista para arreglar sus desperfectos. Es decir, porque en la televisión usted no ve electricistas pero ve muchos cantantes. La ciudad no como lugar, la ciudad en su realidad virtual, en su realidad material, en su realidad imaginaria, es el lugar central donde se puede recomponer, reinventar un espacio político. Es decir, esta mediación que necesitamos absolutamente para evitar que estos dos continentes de la objetividad y de la subjetividad se separen más y más hasta una doble catástrofe. Por eso creo que celebrar el 10ª aniversario de esta mancomunidad no es sólo una ceremonia, creo que puede ser una oportunidad buena para reflexionar sobre el futuro de la sociedad y civilización urbanas, y para darnos cuenta de que la ciudad no es un elemento, el pueblo, la ciudad, la nación, Europa, el mundo, no son elementos. Existen dos tendencias opuestas a la globalización y a la localización como dicen los ecologistas Think global at local. Sí, está muy bien, pero el global y el local están más y más separados, y ¿como pueden mantener una vinculación?: en la ciudad. La ciudad no como política, la ciudad como encuentro, como organización institucionalizada de comunicación entre grupos e individuos diferentes.

Alain Touraine

Catedrático de Sociología