Las casas en la literatura CULTURAS.

J.A Masoliver Ródenas
CULTURAS. LAVANGUARDIA - 18/05/2005

Las famosas pinturas prehistóricas no sólo revelan la magia de las actividades humanas (la caza, el baile, el sexo) sino la necesidad de decorarlas y, si se hubiesen inventado las tablas, los lienzos y los marcos en los días de la prehistoria, y los clavos para colgarlos, seguro que hoy en lugar de la pintura mural de sus cuevas habría cuadros como los que llenan nuestras paredes. Y además de bisontes habría también los retratos que forman parte esencial de nuestra decoración. Si como individuos definimos nuestra personalidad con nuestra casa, también como comunidad lo hacemos con las iglesias y ciertos edificios públicos, que no púdicos. ¿Por qué si no esta curiosidad por visitar catedrales, castillos o palacios u, hoy en día, las casas de los cantantes y deportistas?

Por supuesto, las artes plásticas han reflejado este interés y precupación por la casa y sus interiores. Las casas modifican y dan vida a los paisajes de los pintores y todos admiramos los minuciosos interiores de la pintura flamenca, los sensuales interiores de Matisse , la humilde habi tac ión de Van Gogh en Arles y la no menos humilde cocina de Miquel Villà en El Masnou .

La poesía no ha sido insensible a lo que la casa representa para la sensibilidad humana. No voy a hablar aquí de la identificación de la casa con lo religioso, las moradas del cielo y los aposentos del castillo de santa Teresa o la casa sosegada de san Juan de la Cruz. Mucho más cerca de nosotros está Antonio Machado, para quien "mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero" y cuyos interiores están presididos por un retrato "en la sala familiar, sombría" y por el reloj que con su tic- tac nos recuerda el paso del tiempo, un espacio interior que culmina en la estancia iluminada por la luz invernal de Poema de un día donde el poeta sueña y medita. En García Lorca aparecen con frecuencia los niños de las canciones de cuna, el niño "que tiene una almohada. / Su cuna de acero. / Su colcha de holanda" y en una dimensión más trágica el jinete agonizante exclama: "Pero yo ya no soy yo. / Ni mi casa es ya mi casa. / Compadre, quiero morir / decentemente en mi cama. /De acero, si puede ser, / con las sábanas de holanda"; y en una súplica que el recuerdo de la muerte del poeta llena de dramatismo, exclama: "Si muero, / dejad el balcón abierto". La ministra que tuvo la feliz idea de proponer casas de treinta metros cuadrados (más o menos la extensión de los salones y quién sabe si de los cuartos de baño de la alta burguesía) estaba pensando en las jóvenes parejas a las que basta el amor para saciar el apetito y una cama turca para saciar el apetito amoroso. Por lo que bien podría haber utilizado como eslogan los versos de Pedro Salinas "Yo no quiero más casas, / islas, palacios, torres. /Qué alegría más alta / vivir en los pronombres", lo que en una dimensión nacionalista de amor a la patria podría traducirse con el fado hecho famoso por Amália Rodrigues, donde no importa la pobreza de la casa, sino el hecho de que "É uma casa portuguesa, com certeza".

Ya más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio, los poetas de la escuela de Barcelona dedican especial atención a las casas, tanto en sus memorias ( Diario del artista seriamente enfermo , de Jaime Gil de Biedma, Años de penitencia, de Carlos Barral) como en sus poemas. Para José Agustín Goytisolo , los muertos "como casas tenéis como lugares / para ocupar vosotros / intangibles", "y es fácil olvidar que no hacéis uso / de las pequeñas puertas / que en vuestras últimas habi tac iones / no hay un lecho caliente / ni un vaso de cristal". Muy distintas las casas del hedonista Carlos Barral, con el espléndido jardín de grava y de geranios en el que se baña desnuda la doméstica; y en lo que imaginamos la mítica y mitificada Calafell , su reflexión sobre la conveniencia de pintar las vigas de azul "igual que las raíces de un agua inacabada / que persiste en los cuerpos bajo la piel ardiente" y que además "sería congruente con las voces / de los que vuelven de la mar". Y, finalmente, como símbolo de la burguesía de la posguerra, el recuerdo de la casa en Infancia y confesiones de Gil de Biedma, tal vez, significativamente, el poema más citado y parafraseado de nuestra poesía contemporánea, evocando aquellas casas en las que los jardines eran una proyección del interior, la cara visible de la riqueza: "Mi infancia eran recuerdos de una casa / con escuela y despensa y llave en el ropero, / de cuando las familias / acomodadas / como su nombre indica / veraneaban infinitamente en Villa Estefanía o en La Torre / del Mirador / y más allá continuaba el mundo / con senderos de grava y cenadores / rústicos, decorado de hortensias pomposas, todo ligeramente egoísta y caduco. / Yo nací (perdonadme) / en la edad de la pérgola y el tenis".

Pero es, lógicamente, en la novela, donde la casa ocupa un lugar que puede ser central y que con frecuencia expresa las condiciones sociales de una determinada sociedad. Ya en Lazarillo de Tormes la casa del clérigo refleja su mezquindad y "la casa lóbrega y oscura" del escudero su orgullosa pobreza, pues a pesar de que "dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras", "todo lo que había visto eran paredes, sin ver en ellas ni silleta ni tajo, ni banco ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras. Finalmente, ella parecía casa encantada". A estas casas vacías y esquemáticamente descritas se oponen las casas de las novelas realistas del siglo XIX, sea la casa rural de Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán , la provinciana del Magistral en La Regenta de Clarín, incluido el dormitorio donde Ana Ozores , con el cuerpo desnudo, se entrega a sus arrebatos místico-eróticos, o las casas y posadas de Pérez Galdós o de Pío Baroja.

Escalas sociales 
Los novelistas de la inmediata posguerra y los que surgen en la década de la posguerra dedican un especial interés a sus interiores. Así ocurre en Nada de Carmen Laforet , con la casa de la calle Aribau , una casa en ruinas en la que es difícil imaginar su pasado esplendor. Cela, en La familia de Pascual Duarte ,penetra en la humilde casa de Pascual con una cocina (el corazón de tantas casas de campo) minuciosa, tierna y cómicamente descrita, a diferencia del resto de la casa, que "no merece la pena ni describirlo, tal era su vulgaridad".Yen La colmena, a modo de diablo cojuelo, penetra en el interior de las numerosas casas en la que viven los numerosos habitantes de la novela ambientada en Madrid. Y están por supuesto los interiores de las casas en Ana María Matute, en las primeras novelas de Juan Goytisolo o en las de Carmen Martín Gaite , en las que junto a la pertenencia a una clase social se subraya el tono intimista. Más feroces son los interiores de Martín Santos en Tiempo de silencio siguiendo una rigurosa escala social que va de la casa de Matías a la del Muecas, pasando, por supuesto, por la pensión de Pedro.

Especial interés, por la diversidad de tratamiento, tienen los interiores de las casas en la narrativa actual. Dentro de una peculiar tradición realista, Juan Marsé en un verdadero maestro de interiores, y conviene añadir que estos interiores, es decir, el concepto de diseño y decoración, empieza en el jardín tan cultivado por los poetas de la escuela de Barcelona cercanos a él. Bastaría citar Últimas tardes con Teresa, donde conocemos la torre con la que se abre la novela, la casa de veraneo en la costa catalana y, por supuesto, las chabolas. Este marco se irá ampliando en sucesivas novelas, del chalet de tía Isabel y el jardín como espacio privilegiado, en La oscura historia de la prima Montse ,a la extravagante casa del capitán Blay y, por supuesto, la torre con jardín en la que está recluida Susana en El embrujo de Shanghai . Más importancia y de otro orden tienen las casas en Álvaro Pombo , la casa santanderina donde viven las rancias familias en la mayoría de sus relatos y novelas, el caserón dode viven refugiados Pancho y su madre, o la casa de La Moraleja en El metro de platino iridiado.Las casas en Javier Marías, tanto las de Oxford como las de Madrid, son espacio de extrañas y divertidas situaciones estimuladas por una mente monologante . Y extraños, divertidos y disparatados son los interiores de las casas de Juan José Millás , interior puro en la singular No mires debajo de la cama. E igualmente singular y recurrente la barcelonesa casa familiar de las novelas de Enrique Vila-Matas, así como la mallorquina casa de Lejos de Veracruz.Como contraste, Almudena Grandes regresa a la más clara tradición realista, donde los interiores tienen especial importancia. Y en el lado opuesto, para poner fin a una lista que será infinita, están los inquietantes interiores de las novelas de Cristina Fernández Cubas, en las que un intruso acaba por pagar con el horror y la locura su osadía, para acabar huyendo: casas que el recuerdo quiso embellecer y que la memoria reconstruye con impecable fidelidad para devolverle su tétrica aunque también divertida realidad.Desde nuestra casa (aunque dudo que en las de treinta metros haya espacio para libros a no ser que sus habitantes se arrojen por la ventana), sin necesidad de abrir ninguna puerta, podemos hacer un ameno e instructivo recorrido por los distintos barrios de la ciudad y de las ciudades sin otro transporte que los libros. .