Memoria de la guerra

Ignacio Ramonet
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, 17/mayo/2005

El pasado 9 de mayo se celebró en Moscú el 60 aniversario de la victoria aliada en la segunda guerra mundial. Al lado del presidente ruso, Vladimir Putin , se hallaban otros representantes de los aliados vencedores del conflicto: George Bush y Jacques Chirac . La novedad es que, por primera vez, participaban también representantes de los tres países del Eje vencidos: Gerhard Schröder , Silvio Berlusconi y Junichiro Koizumi .
Los que critican esta presencia de los países culpables de haber desencadenado la guerra no ven lo esencial, que la presencia en esa ceremonia de Alemania, Italia y Japón sólo ha sido posible porque de las tres ideologías que se enfrentaron a muerte, provocando guerras civiles y creando campos de exterminio a lo largo del siglo XX --comunismo, fascismo y democracia de mercado--, esta última, que parecía la más frágil, acabó por imponerse, mientras que las otras dos desaparecieron en los estercoleros de la historia.
Por eso, en realidad, en Moscú, sólo había representantes de un único modelo: la democracia de mercado. Lo cual no quiere decir que el fascismo y el comunismo sean equivalentes en el plano moral. Ni que haya que aceptar la afirmación de que, en definitiva, el comunismo ha sido peor, por la cantidad de crímenes cometidos, que el fascismo-nazismo y su furia exterminadora. Con la distancia, ahora empezamos a comprender que tanto el comunismo como el fascismo, que sedujeron a decenas de millones de europeos, fueron dos modos de responder a los gravísimos problemas sociales y económicos que el desastre de la primera guerra mundial engendró.
Las tres ideologías cohabitaron durante más de dos decenios, de 1923 a 1945, y trataron de definirse unas con respecto a las demás. El fascismo-nazismo se presentó como una desviación del capitalismo, con el añadido esencial del nacionalismo radical, y el sueño de una comunidad nacional homogénea, sin intrusos , ordenada y protegida por las fuerzas armadas. Capitalismo, nacionalismo y militarismo fueron los ingredientes de esa corriente --tanto en Europa como en Japón-- que provocó la segunda guerra mundial.
Contra ella, comunismo y democracia de mercado se aliaron, en cierta medida durante la guerra civil española así como al final de la segunda guerra mundial, lo cual condujo a la victoria. Pero en 1939 el comunismo, de modo sorprendente, se alió al nazismo mediante el pacto germano-soviético, que comportaba una serie de protocolos secretos que autorizaban a la Union Soviética, después de la fulgurante invasión de Polonia por la Wehrmacht , a ocupar el este de Polonia y los tres países bálticos, Estonia, Letonia y Lituania.

ESTE PACTO suscitó un immenso desconcierto y un aluvión de críticas muy justificadas. Pero prestigiosos historiadores contemporáneos ( Lewis B. Namier y Alan John Percivale Taylor, por ejemplo) empiezan hoy a explicar por qué Moscú se resolvió a tomar esa decisión. Muestran cómo tanto Francia como el Reino Unido, alentados por Washington, se negaron a asociarse al proyecto soviético de "seguridad colectiva" contra los países del Eje. Y al contrario, multiplicaron los gestos de apaciguamiento con respecto al Tercer Reich . En particular firmaron los acuerdos de Múnich , el 29 de septiembre de 1938, mediante los cuales París y Londres autorizaban a Berlín a anexionar la región de los Sudetes sin el consentimiento de Checoslovaquia, a quien las democracias occidentales habían prometido protección.
La URSS estaba aislada frente a una Alemania cada vez más agresiva. Pero eso no absuelve a Moscú de sus responsabilidades en la reocupación y la anexión, al final de la segunda guerra mundial, de los países bálticos y del este de Polonia. Ni de los crímenes cometidos por la Unión Soviética en estos países, como la matanza de oficiales polacos en Katyn , y la depor tac ión a Siberia de decenas de miles de ciudadanos bálticos. Una cuestión que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush , recordó en su visita a Riga el 7 de mayo pasado antes de participar en la ceremonia de Moscú. Si el 8 de mayo significó la victoria de la democracia sobre el fascismo en Europa occidental, en cambio, en Europa central y oriental esa fecha simboliza el inicio de otra dominación: la de la URSS. Pero Putin , en su discurso, después de un desfile militar en el que, en filigrana, algunos hasta vieron una suerte de homenaje a Stalin , no presentó ningún tipo de disculpas.

ES PREVISIBLE que, aún por algunos años, entre Moscú y los antiguos países ocupados o dominados por la URSS existan tensiones ligadas a la memoria y a la historia. Como lo ha hecho, de modo admirable, Alemania, Rusia tendrá que reconocer la culpabilidad del Estado soviético en los sufrimientos y los crímenes de todo tipo infligidos a los ciudadanos del este de Europa. La reciente crisis entre China y Japón a propósito de un manual de historia revisionista que minimiza los crímenes cometidos por las fuerzas imperiales japonesas en Corea y Manchuria indica bien que estas cuestiones pueden alcanzar, si no se resuelven con gestos de arrepentimiento simbólico fuertes, niveles muy altos.
Por sus dimensiones apocalípticas, la segunda guerra mundial no sólo cambió la geopolítica del planeta sino hasta las mentalidades. El ser humano había caído en un abismo del mal, y llegó en cierto modo a deshumanizarse. En particular en Auschwitz . Por eso se pensó, al final de la guerra, que había que rehumanizar al ser humano. Pero este proyecto parece olvidado. Sobre todo cuando constatamos que, en Moscú, los presidentes Putin y Bush presidieron las ceremonias de la victoria. Dos dirigentes que --tanto en Chechenia como en Irak-- siguen pisoteando los valores de respeto de los derechos humanos que triunfaron aquel 8 de mayo 1945.

 

primera parte "lecciones de Historia" mayo 2005