Museos, renovación arquitectónica

Josep María Montaner
La Vanguardia (Culturas), 22/06/2005

En los últimos años, tal como ha sucedido en muchas capitales, Madrid está realizando un proceso de profunda renovación y transformación de sus museos. En este proceso, las piezas más importantes han sido las que se han creado complementando la primacía de la Pinacoteca del Prado: el Reina Sofía y el Thyssen.

Hasta ahora, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía se ha transformado en tres fases. La primera intervención se produjo a raíz del proyecto de restauración de Antonio Fernández Alba entre 1980 y 1986, un proceso de paulatina remodelación que se centró en el antiguo e incompleto Hospital General realizado por Francisco Sabatini a partir de 1769, organizado en torno a un gran patio. La segunda transformación, a partir de 1987, se realizó bajo los criterios de Antonio Vázquez de Castro y José Luis Iñiguez de Onzoño, y fue inaugurada en 1992. En esta fase se añadieron las dos torres transparentes de los ascensores, obra del arquitecto británico Ian Ritchie. La tercera, que de momento es la última y está a punto de terminar, se basa en la ampliación proyectada por Jean Nouvel para incluir más salas y los servicios modernos que un gran museo necesita. La opción presentada por Nouvel, ganador del concurso convocado en 1999, consiste en un gran contenedor, similar a los que ya ha realizado en otros proyectos, como el centro comercial de Euralille. Una gigantesca y megaestructural marquesina triangular articula la fachada oeste y la espalda del gran claustro del hospicio hacia la ciudad, creando un gran patio cubierto, iluminado por lucernarios rectangulares. La cubierta en voladizo alberga tres grandes volúmenes dedicados a otras tantas funciones: biblioteca-centro de documentación, auditorio-cafetería y las salas para exposiciones temporales. La denominada Área Nouvel tiene algo de desproporcionado y tosco, abusando de los detalles brutalistas en unos espacios de conexión que conducen a unas salas de exposición cuyo interior contrasta por su delicadeza y proporción.

La opción de la ampliación del Reina Sofía es la que entiende el museo como gran contenedor, caja megaestructural de alta tecnología cuyo interior permite introducir cambios. El contenedor aporta un espacio neutro, libre, plurifuncional y capaz de transformación; se considera a la gran máquina como la mejor respuesta al creciente carácter mutante y complejo del museo contemporáneo.

La otra gran operación fue la creación del Museo Thyssen en el antiguo palacio neoclásico de Villahermosa, proyectado en 1805 por Silvestre Pérez y Antonio López Aguado y remodelado según proyecto de Rafael Moneo, entre 1989 y 1992. La colección Thyssen y la de Carmen Cervera necesitaban desde hacía tiempo más espacios expositivos y urgía el crecimiento y mejora de servicios del museo, como el bar-restaurante.

La propuesta ganadora del concurso de ampliación, convocado en el año 2000, fue la de los jóvenes arquitectos catalanes del equipo BOPBAA ( Josep Bohigas, Francesc Pla e Iñaki Baquero). El proyecto, por necesidad, se basa en la lógica de la adición de fragmentos, en este caso resuelta de manera eficaz y manierista que permite una suave transición del edificio intervenido por Moneo hacia las nuevas salas de exposición. Entre el museo existente y los dos antiguos edificios residenciales que se han remodelado y anexionado existe un angosto nexo de unión en las plantas de exposición que se convierte en salas. El nuevo programa de las salas de exposiciones temporal y de la colección de Carmen Cervera se concilia con la conservación de la crujía principal de estos dos viejos edificios, en la calle Marqués de Cubas.

En el exterior, la ampliación adopta una forma escalonada generada por la cubierta, los lucernarios, la forma de las salas y el volumen semihundido del barrestaurante. Esta nueva topografía de acceso ayuda a articular los dos edificios y la remodelación del jardín permite albergar debajo una serie de servicios nuevos imprescindibles y de gran calado dedicados al trasiego de los materiales para las exposiciones. Inaugurada en abril del 2004, la ampliación aplica con ingenio arquitectónico el sentido común, encajando con habilidad el nuevo programa, relacionándolo con el museo existente y creando una nueva fachada al jardín, con cierto aire mediterráneo y cierta desenfadada banalidad.

El campus del Prado 
Después de la desdichada experiencia de un aparatoso y fallido concurso internacional en 1996, que no consiguió encontrar una aportación realizable, se volvió a convocar otro en 1998, que ganó Rafael Moneo, uno de los más destacados autores españoles de museos, especialista en el tipo de solución más posible para la ampliación de un edificio monumental existente. No existiendo aún la tipología del museo de nueva planta, el mismo Juan de Villanueva proyectó el Gabinete de Ciencias Naturales (1785-1790), que después sería la Pinacoteca del Prado, como una suma de las tipologías existentes para el coleccionismo: la rotonda, la galería, la nave eclesial y el palacio. La tradición tipológica es la que mejor sabe interpretar la estructura arquitectónica y urbana del entorno y la que puede encontrar la manera de articular la remodelación de lo existente con los nuevos espacios.

A los 33.000 m2 del Museo del Prado existente se suman los 17.000 de los edificios que se van a anexar y que van a formaru na especie de campus de museos :el claustro del Convento de los Jerónimos, el edifico Aldeasa (dedicado a dirección y administración), el Casón del Buen Retiro (con pinturas del s. XIX y un centro de estudios) y el Museo del Ejército recuperadoc omo Salón de Reinos para las colecciones y para exposiciones temporales.

El proyecto de Moneo, pensado desde la mentalidad del museo-museo, se ha convertido en un conjunto escalonado, un sistema de edificios relacionados entre ellos que albergan partes distintas del museo. El edificio Villanueva y el edificio de los Jerónimos estarán unidos por una galería subterránea que actuará como entrada principal y auténtico punto neurálgico del sistema de museos. Sin embargo, la enorme dificultad de la ampliación y los fuertes desniveles están produciendo una intervención dispersa y vacilante que no sabe medirse con la calidad del edificio Villanueva. La fachada del edificio de los Jerónimos, que expondrá la escultura renacentista en el claustro totalmente reconvertido y que posee un gran volumen nuevo para las exposiciones temporales, ha sido resuelta con una columnata historicista poco justificada.

Otras reconversiones 
Además del reforzamiento de este paseo de los museos en Madrid, se han realizado otras intervenciones sumamente representativas. La más significativa es la llamada Casa Encendida, que se inauguró a finales del año 2002, promovida por Caja Madrid, según proyecto de Carlos Manzano, reconvirtiendo el edificio eclecticista proyectado por el arquitecto Fernando Arbós (inaugurado en 1902), en un centro dedicado a diversos contenidos multidisciplinares, artísticos y ecológicos dirigidos a un público amplio. En el caso de la Casa Encendida, la intervención arquitectónica es de escaso interés; lo que destaca es el contraste entre el edificio eclecticista y la fuerza e innovación de las actividades que allí se desarrollan. La Casa Encendida se encuentra en la Ronda de Valencia, en la prolongación suroeste del eje de los museos de Madrid que, desde la Plaza de Cibeles, llega hasta el Reina Sofía.

Toda esta serie de concursos y proyectos -además de los citados, la remodelación del Museo Arqueológico Nacional (2001), las dos convocatorias del concurso para el Museo de las Colecciones Reales (1999 y 2002) y la feliz conversión de la antigua fábrica de cervezas El Águila en Centro Documental de la Comunidad de Madrid (1994-2002) según proyecto de Tuñón y Moreno Mansilla- hablan de las dificultades de intervenir en la ciudad y de remodelar y actualizar los museos. Una dificultad generalizada que en una ciudad cortesana y menestral, en una capital en la que domina la burocracia, el centralismo y la inercia administrativa, y en la que la vanguardia no ha encontrado casi nunca lugares idóneos para insertarse, se ha convertido en un proceso difícil y conflictivo. Salvo excepciones, como la Casa Encendida por su museografía y programa de actividades y el Centro Documental en El Águila por su situación y por la calidad de la intervención en un complejo industrial, la renovación arquitectónica de los museos de Madrid ha ido dirigida a reforzar la idea de capitalidad, concentrándolos a lo largo y cerca de la avenida más representativa, el eje monumental del Paseo de la Castellana. La mayoría se han planteado como representativos museos dentro de una concepción académica del arte, la cultura y la museología. Ha predominado la vieja idea de monumentalidad y de museo convencional, en las antípodas de las corrientes de la nueva museología, de los ecomuseos y de los pequeños museos dignificando las periferias o los perímetros verdes de las ciudades. Parece como si Madrid intentase consolidar su capitalidad cultural y artística, tal como hizo París después de la Revolución Francesa y durante la época napoleónica, convirtiendo en museos antiguos palacios y viejas iglesias y monasterios, incluyendo ahora también industrias y edificios del siglo XIX y principios del siglo XX. Una ambición napoleónica que quiere culminar dos siglos más tarde.