¿Por qué actuamos como psicóticos?

Renata Salecl y Henrietta L. Moore
La Vanguardia, Culturas, 22/06/2005
TRADUCCIÓN: JUAN GABRIEL LÓPEZ GUIX

Renata Salecl es profesora en la London School of Economics e investigadora en el Instituto de Criminología de la Universidad de Ljubljana
Henrietta L. Moore es ´pro - Director´ de la London School of Economics y profesora de Antopología Social

Después de pasar unos días en París, nos desconcierta descubrir que algunos psicoanalistas franceses tienen una visión lúgubre del futuro. Cada vez se encuentran con más psicóticos en la consulta y en los libros que escriben hablan de nuevos individuos sin gravedad, de que la sociedad carece de límites y de que la psiquiatría se convierte en un nuevo sistema carcelario que sepulta a todo el que es mínimamente molesto. ¿Debemos ser tan pesimistas acerca de nuestro futuro y el de nuestras sociedades? ¿Debemos creer la afirmación de que este cambio de personalidad está producido por el consumismo y el capitalismo tardío?

Los psicóticos son personas que tienen su visión muy especial de la realidad y que, según la famosa formulación de Freud, no aceptan dar algo para formar parte de la sociedad. Tales individuos a menudo funcionan a la perfección durante largos períodos hasta que un pequeño acontecimiento en su vida desencadena un auténtico delirio. Como el caso de Schreber, estudiado por Freud, un juez respetable hasta que fue elegido presidente del Tribunal Supremo y empezó a desarrollar la idea de que se convertía en una mujer en contacto directo con Dios. Los psicoanalistas franceses están rescatando la idea de Helen Deutsch de las llamadas personalidades como si, personas que quizá no desarrollen una auténtica psicosis como Schreber, pero que tienen una estructura psicótica. Algunos analistas llaman a esos casos psicosis corriente o psicosis blanca. Lo que distingue a esos individuos de los neuróticos es que a menudo expresan una enorme certeza con respecto a su percepción de la realidad. Son personas que no dudan.

Un psicoanalista francés describe el caso de un paciente que ha realizado a lo largo de su vida varias carreras con éxito. De joven hizo amistad con un abogado de una importante compañía y se convirtió también él en abogado de éxito. Luego conoció en la calle a un marinero y lo siguió a la marina mercante. Más tarde conoció a un empresario y entró con éxito en los negocios. A diferencia de Schreber, no se trata de una forma delirante de psicosis desencadenada por un acontecimiento concreto. Se trata, más bien, de una serie de identificaciones logradas, donde el paciente no sólo imita a otros individuos, sino que usa esas poderosas identificaciones con personas encontradas al azar para transformar por completo su vida sin experimentar aparentemente angustias ni dudas sobre el rumbo elegido. Cuando el psicoanalista le preguntó por qué, dado su éxito, había considerado necesario iniciar un análisis, contestó: "Me ha dicho mi mujer que lo haga". De modo nada sorprendente, tuvo mucho éxito como paciente.

Uno de los rasgos de los psicóticos es que están obsesionados con la imitación, con moldearse de acuerdo con un conjunto de ideas, que luego abandonan con igual rapidez. El capitalismo tardío prospera en este proceso, no sólo en lo mercantil, sino en el plano de las identificaciones y las relaciones sociales. ¿No estamos todos bajo la impresión de que podemos tenerlo todo, de que no hay necesidad de reconocer limitaciones? ¿No creemos todos en cierta medida que podemos hacer de nuestra vida lo que queramos, crearnos a nosotros mismos e incluso evitar la mortalidad? Una portada reciente de la revista Cosmopolitan capta el mensaje: "Sé tú, sólo que mejor". O como dicen que afirmó el presidente Bush : "Sé quien soy, y quiero convertirme en quien soy". El yo es algo a lo que se aspira, como la última moda o el último objeto de consumo.

La aspiración al yo y el yo creado son seductores. La ganadora de la última edición del concurso Gran Hermano en el Reino Unido es un transexual portugués, Nadia Almanda. Cuando supo que había ganado, exclamó: "Ahora me veo reconocida como mujer". Cabe preguntarse por qué encontró Nadia tal popularidad entre el público televisivo británico. Al parecer, a muchos votantes les pareció seductor el proyecto de un viaje del yo, la realización de un deseo de hacer algo completamente diferente con uno mismo. Con su autotransformación, Nadia parecía encarnar a los ojos del público la ideología de la autocreación que subyace en la sociedad de consumo actual. Quizá no constituya sorpresa alguna que los psicoanalistas señalen que encuentran muchas personas que llegan al análisis pidiendo: "Quiero inventarme a mí mismo".

En el capitalismo tardío, el verdadero yo es cada vez más algo que uno mismo crea, un proyecto individual incluso. En los ochenta y los noventa, a partir de los escritos de Foucault, las teorías subrayaron la importancia de la construcción social del yo. Sin embargo, ahora la construcción del yo se ha convertido en un imperativo cultural de Occidente, y el énfasis no está en las determinaciones sociales, sino en el proyecto individual de autocreación. Esto se relaciona con lo que Ulrich Beck y otros autores han llamado individualización. Aunque la individualización adopta muchas formas, siempre implica una fetichización del yo autónomo, una fetichización que se niega a reconocer la idea de que la sociedad puede establecer límites a la aspiración del yo. Paradójicamente, la ideología de un mundo sin límites es en sí un producto del capitalismo tardío y del incesante impulso de la sociedad de consumo, con su énfasis en la infinitud de las elecciones y las posibilidades.

Ahora bien, el mundo de la elección no es necesariamente un mundo cómodo. En un mundo en que somos aparentemente libres para convertirnos en quienes decidamos ser, la existencia de tantas posibilidades es una especie de tiranía. ¿Cómo decidimos y qué pasa cuando lo hacemos mal? Sin embargo, la elección es una quimera porque, aunque nuestra vida ya no parezca sometida a las formas tradicionales de autoridad, como la familia, la iglesia y la comunidad, nuestra moldeación del yo depende muchísimo de la identificación con nuevas formas de autoridad. Entre ellas sobresalen los famosos. ¿Qué explica, por ejemplo, la popularidad de David Beckham, por más que ya haya dejado atrás su mejor momento? Podría parecer que estamos aquí ante un caso de alguien capaz de extraer algo de sí mismo y trascender los límites de su origen y su educación. La imagen andrógina, la provocativa decoración corporal y los múltiples cambios de imagen parecen algo así como la última expresión de la libertad para crear la propia identidad. Por lo tanto, Beckham es más que un hábil futbolista, es un hombre hecho a sí mismo, literalmente su creación principal. Ahora bien, ¿ha engendrado de verdad Beckham a Beckham ?

En cierto sentido, es evidente que no. Beckham no hace a Beckham, de eso se encarga por él un equipo de relaciones públicas y las compañías que participan en sus contratos publicitarios. Es, en muchos modos, dejando de lado su talento, uno de los individuos que menos se han hecho a sí mismo del Reino Unido. El capitalismo temprano celebró el hombre hecho a sí mismo que asumía un riesgo empresarial por medio de la explotación de su (sic) talento. El capitalismo tardío ha ido un paso más allá y ha convertido el hombre hecho a sí mismo en una mercancía. Dentro de esta lógica no es sorprendente que las personas que no saben quiénes son (¿y quién lo sabe?) puedan, previo pago de una cantidad, obtener una respuesta acerca de sus verdaderos yos en internet, donde abundan sitios web de astrología y autoayuda. Por 25 euros es posible comprar a través de la red un informe sobre el yo real que nos dice cuáles son nuestros puntos fuertes y débiles, y cómo tener éxito en la vida.

Existe sin duda una pequeña ironía en el hecho de que Edward L. Bernays, el sobrino de Freud, fuera una de las principales figuras de las relaciones públicas modernas a principios del siglo pasado, hasta el punto de que es conocido como el padre de la comunicación. Uno de sus grandes logros fue introducir a las mujeres en el hábito de fumar promoviendo la idea de la libertad femenina. Sin embargo, él creía que las personas sólo compran algo porque una autoridad con la que se identifican posee ese objeto. El márketing contemporáneo se basa en la premisa de que uno crea su propio estilo, que uno encuentra en la moda una expresión particular del yo. Por ello, no deja de ser paradójico que esta ideología sea eficazmente promovida por la mercadotecnia de masas y la afiliación a las marcas. ¿Es verdaderamente cierto que en el mundo no hay más autoridades que el yo individual? Parece claro que esta ideología según la cual no hay autoridades se basa en nuevas autoridades, como las empresas.

Sin embargo, ¿son las únicas autoridades? ¿Es el mundo tan diferente del pasado? ¿Vivimos de verdad en un mundo sin límites? Tenemos estados cada vez más intervencionistas y dirigentes con inclinaciones autoritarias como Bush y Blair, así como muchas otras autoridades bajo la forma de gurúes de la autoayuda, líderes religiosos y similares. En tal estado de cosas, ¿por qué la ideología del yo del capitalismo tardío nos alienta a vivir como si no tuviéramos límites, como si fuéramos en realidad libres? ¿Se encuentra el yo moderno disociado de la realidad, delirando en cierto sentido? ¿Podemos afirmar que el capitalismo tardío está produciendo más psicosis, como afirman algunos psicoanalistas?

Se trataría de una conclusión simplista y pesimista. Hay sin duda pruebas de la creciente plasticidad en las formas de identificación. Los aficionados a los juegos por internet rara vez aparecen como ellos mismos, prefieren en muchos casos cambiar no sólo de género y orientación sexual, sino también de raza, religión y edad. No hay nada nuevo en la fantasía de ser otra persona, pero las tendencias modernas sugieren algo más profundo. En el grupo de edad de 18-25 años en el Reino Unido, más jóvenes afirman haber tenido una experiencia sexual con una persona del mismo sexo y del sexo opuesto, pero se muestran reacios a clasificar o categorizar su sexualidad sobre la base de su práctica sexual. La distinción homo-hétero parece gozar de poco predicamento entre esos jóvenes en lo que se refiere al modo de categorizarse a sí mismos y categorizar a otros. "La homosexualidad se ha acabado", afirmó alguien.

Sin embargo la negativa a las categorizaciones y el juguetear con nuestra identidad sexual no es en modo alguno lo mismo que el delirio de Schreber de convertirse en mujer. Schreber no tenía dudas acerca de su transformación física. Tampoco es lo mismo que la imitación en el caso del paciente con éxito descrito antes cuyas transformaciones no le provocaban angustia ni incertidumbre. En cambio, aquellos de nosotros que nos rehacemos constantemente en el momento contemporáneo tenemos muchas dudas y podemos sentirnos a menudo abrumados por el miedo al fracaso. Nuestro juego con las identificaciones es muy diferente de la imitación del psicótico. Su certeza está sustituida en el momento contemporáneo por algo que parece más como la celebración de la indecisión.

Sin embargo, esa indecisión está atrapada en unos circuitos capitalistas como se pone de manifiesto por el auge -y el consiguiente márketing - de lo metrosexual. Lo metrosexual, más que una identidad sexual, es un conjunto de identificaciones de consumo. De modo que bajo el capitalismo tardío, los desplazamientos de la identidad -y, en realidad, las identificaciones- son celebradas como la nueva boga y se transforman en beneficio.

Sin embargo, a pesar de este proceso, hay pocas pruebas de que la sociedad contemporánea se vuelva cada vez más psicótica. Las personas siguen muy preocupadas por la cuestión de quiénes son para otros y de cómo interactuar con otros. Una razón, quizá, por la que presenciamos una creciente obsesión por los libros de autoayuda. No cabe duda de que vivimos en un mundo que está centrado en el yo y que nos alienta a amarnos a nosotros mismos. Ahora bien, seguir este imperativo no es una cuestión sencilla y por ello constituye un negocio lucrativo encontrarle una respuesta. Una simple búsqueda en Amazon.com nos informa de que hay 138.987 libros que intentan que uno se ame a sí mismo. Incluido el título Learning to love yourself workbook (Aprender a amarse uno mismo. Libro de ejercicios), que muestra que el trabajo es una parte tan importante como siempre del capitalismo.