Ramón Carande y su galería de raros

Julio Caro Baroja
EL PAÍS - 26-04-1982.

La palabra "raro" tiene, según el viejo diccionario de autoridades, varias acepciones, de las cuales hoy la más usual es la de extraordinario, poco común o frecuente. Pero también se sigue usando para designar a un corto número de cosas o personas, de modo específico. Lo de emplear la voz como equivalente a insigne, sobresaliente o excelente no es ya tan común, y menos todavía el empleo de una acepción que da el mismo diccionario en cabeza, ilustrándola con cierto ejemplo sacado de obra bastante poco conocida: la traducción de Argenis debida a Gabriel del Corral. Según este ejemplo "raro" en sí, los raros son unos hombres que tienen floxas las membranas del celebro; también delgadas. Por ello aptas para recibir las "imágenes que llamamos phantasmas". Son raros por la rara sustancia de su mollera, que tiene poca densidad y muchas posibilidades de dilatación. Sospecho que esta explicación de por qué son como son los hombres raros, sacada de un texto del siglo XVII hoy olvidado, no le satisfará al autor de la Galería de raros más recientemente publicada; hombre raro él mismo y que ha escogido un seudónimo más raro todavía: el de Regino Escaro de Nogal. Los raros de esta galería son diecisiete y la mayoría de ellos no vive más que en el recuerdo del que hoy da fe de su existencia con pelos y señales y en el de algunos que les vimos pasar de refilón y más o menos cerca hace ya muchos años. ¿Qué les une entre sí? Algo esencial, el que todos produjeron el interés y congruencia, también la admiración y la amistad a nuestro gran Ramón Carande. ¿Eran aptos para recibir las imágenes de lo que llamamos phantasmas, según el texto traducido de Barclai o, más bien, eran ellos mismos entes phantasmales? Yo me inclino a pensar esto último: pero he de confesar que cuanto más me voy cargando de años más tendencia tengo a confundir la realidad pasada con la fantasía, lo vivido con lo soñado. "La vida es sueño", pero sobre todo para los viejos. Y yo ahora puedo llegar a preguntarme: ¿existieron en verdad Luis García Bilbao, José María Soltura o Francisco de las Barras y Aragón, o son creaciones de la fantasía de Ramón Carande en su vejez fecunda? Yo creo que existieron allá en su niñez, en la adolescencia o en la primera. juventud. Creo también haberlos visto en Madrid. Y me parece que incluso traté a alguno. Pero ahora me doy cuenta de lo que realmente eran: fantasmas, visiones, representaciones que no tenían realidad corpórea casi. Proyectos de algo muy grande, no realizado. Varios fueron casi ágrafos, pero influyeron en hombres ilustres que de ágrafos no tenían nada. A otros se los llevó la Parca sin dejarles tiempo para dar medida de sus fuerzas, y otros pocos, sí, la dieron cumplida; alcanzaron la gloria, como Santiago Ramón y Cajal... Y, sin embargo, Cajal queda bien incluido en la serie, porque un no sé qué le unía a los otros, a los humildes, a los ágrafos, a los olvidados. Observar a don Santiago sentado en el viejo café del Prado y leyendo cosas que parecían de una inocencia paradisiaca, era espectáculo delicioso que nos lo acercaba. Como era otro estupendísimo visitar a Francisco de las Barras en el Museo Antropológico y encontrar a la entrada al viejo tenor jubilado Cerdá, que con unos zorros quitaba el polvo al esqueleto del "gigante extremeño", mientras cantaba un ari a de Il trovatore, La traviata o L'elisir Xamore. Y allá, en la calle Ancha, ver entrar a García Bilbao en una librería con aire de dudar de su propia existencia, mientras que Canseco lucía su ingenio en proporción de aquello a que le convidaban.¡Qué desfile de raros y aun de "rarillos"! En la universidad, también un helenista que era el menos griego de los hombres, un orador de cátedra y de mitin,, socialista, conocido por su inmensa sordera. Más allá, un biólogo distraído, al que los discípulos amargaban sus frecuentes y modestas libaciones en las tabernas, haciéndose los encontradizos. ¿Son reflejo de la realidad estas imagenes vetustas? Ya no sabe uno qué pensar. De todas formas, en el celebro propio están. También en el de Ramón Carande y en los de algunos otros amigos suyos y míos; así es que hay vehementes sospechas para suponer que sí, que reflejan algo que existió. Mas imitando al predicador portugués, en su deseo de paliar los efectos de un sermón magnífico y tremendo, podríamos acotar -pero hace tanto tiempo que pudiera ser que fuese mentira.
Diecisiete raros nos acompafían ahora y nos dan una imagen fantástica de un mundo desaparecido. Hay que pedir al que como por arte de magia los ha resucitado que resucite otros que conoció y de los que cuenta hechos y pensamientos peregrinos. Porque Ramón Carande, que vio pasearse montado a caballo a comienzos de siglo, en Berlín, al emperador de los helenistas, es decir, a Ulrich von Wilarnowitz-Moellendorff, que asistió a las clases de Simmel, que vio en Suiza a Lenin..., fue también confidente de algún gran maestro del ballet y también del cardenal Segura.. Así es que puede ampliar la galería hacia arriba, hacia abajo, hacia afuera o hacia adentro. Y lo único que le inquieta algo al que esto escribe es que el mismo don Ramón, en acto público y .solemne, le ha catalogado ya entre los raros existentes, vivos, de suerte que tabría que en una nueva serie quedara la imagen de su exigua persona (no ágrafa precisamente) fijada junto a otras que la dejaran chata y enana al lado de príncipes de la Iglesia, de la revolución o del ballet.