La originalidad y libertad con que se ha organizado este acto, en homenaje y memoria a Jesús de Polanco, me ha servido para salir de las dudas que me planteaba la participación en él. Pensaba, en un principio, que otras muchas personas, por los largos años de relación o por el frecuente trato, podían haber ocupado este lugar que yo ahora ocupo.
Pero hubo unas cuantas razones que, como diría la sugerente expresión clásica, "vencieron mi ánimo" La primera tal vez, - y es algo que lamentaré siempre-, las pocas ocasiones en que pudimos hablar, a no ser en algunos actos culturales en los que, casualmente, coincidimos; pero precisamente, por ello, era sorprendente ese sentimiento amistoso hacia mí que, más allá de cualquier forma de cortesía, percibí siempre en Jesús de Polanco. Por supuesto que esa "simpatía", en el sentido griego de la palabra, "sentir con el otro", "fluir en la vida del otro", "no atascarse en los sentimientos hacia los otros" era mutua; también brotaba desde mí hacia él.
Un par de recuerdos de estos fugaces encuentros acabaron por servirme de excusa, para aceptar, con tristeza y, paradójicamente, con alegría, rendir aquí, públicamente, un homenaje personal a ese desinteresado y generoso regalo de su amistad.
No tengo más remedio que aludir a un encuentro que tuvo lugar, hace dos años por estas fechas, en la Embajada Alemana, con motivo de una condecoración que me había concedido la Republica Federal. Me pidieron antes que diera algunos nombres y, di sólo el de algún compañero de la Academia o el de algún otro allegado. Confieso que, en ningún momento pensé en Jesús y, de haber pensado, no se me habría ocurrido meterle en tan protocolario compromiso.
Pero cual no sería mi sorpresa cuando le descubrí, entre los asistentes. Al acabar el acto y acercarme a él para saludarle y presentarle al Encargado de Negocios, dije al Señor Weigel: "Jesús de Polanco, presidente del grupo PRISA" y no sé si añadí alguna otra cosa importante. Jesús me corto y me dijo, "No, no, yo estoy sólo aquí como tu amigo". Esa inolvidable confesión de amistad contradecía el famoso texto aristotélico: "La amistad requiere tiempo y trato porque, como dice el dicho, no es posible conocerse unos a otros antes de haber consumido juntos mucha sal" (E.N.VIII1156b27-28). Esa excepción, nos situaba, sin embargo, en un espacio afectivo, distinto y entrañable.
Al tener noticia de su muerte, este recuerdo me vino, obsesivamente, a la memoria: "Estoy aquí, como tu amigo". El problema era, sin embargo, qué decir, cómo transformar en palabras un sentimiento que tenía su fuerza en algo, al parecer más intenso y firme, que el haber consumido juntos mucha sal, que el de habernos podido tratar más.
La última vez que lo vi, y éste es el más reciente recuerdo que también me ha acompañado todas estas semanas, fue con motivo del acto, en el pasado Junio, de la junta de accionistas de El País, que tuvo lugar en este escenario y que, en su espontánea respuesta a una pregunta, creo que de Ricardo Aroca, provocó, en los días siguientes, por parte de algunos grupos de la política y de la prensa, una reacción absolutamente inapropiada, exagerada, injustificada y, por supuesto, injusta. Naturalmente que no puedo, ni me corresponde, entrar ahora en las causas de esa renovada hostilidad. Tendríamos que irnos demasiado lejos, fuera ya del territorio en el que pretendo ceñir mis palabras.
Al salir nos encontramos en la sala vecina y comentó, con una cierta emoción por la tensión del acto, y quizá por lo que había dicho, que brotaba de lo más profundo de sus sentimientos, y que no tenía que ver, en principio, con el discurso oficial que había pronunciado,"A lo mejor se me ha escapado algo que puede chocar, y me he dejado llevar por lo que siento. Pero uno no sabe siempre compaginar la ética, las emociones, la sinceridad y la política. Un día, podríamos hablarlo".
Esas palabras brotaban del fondo de una personalidad que, en muchos casos, estaba oculta en la diaria lucha de quien tenía que bregar, por la importancia y trascendencia de sus creaciones, en el horizonte de la enemistad
Precisamente por el carácter de este homenaje, en el que se han interpretado páginas inmortales de Mozart, y se va a concluir con otra música que tanto le gustaba, se me ha ocurrido que el homenaje que puedo ofrecerle no sean mis propias palabras, ni el fondo individual que las alienta. Prefiero convertirme en un simple interprete, en un solista, un trasmisor de la música, del pensamiento, de aquel griego que inventó la ética y sus relaciones con la política, y que trazó en páginas admirables el perfil del spoudaios, del hombre inteligente y bueno al que todos tenemos el deber de aspirar, por muy utópico que suene en nuestro mundo. por muchas dificultades que tengamos en la vida, y aun a riesgo, de nuestras propias, inquietantes, contradicciones.
La partitura que quisiera interpretar, en un tempo inapropiadamente más rápido que el que el autor merecería, se encuentra entre los libros VIII y IX de la Etica Nicomaquea de Aristóteles y en ella se compuso, en la historia de la cultura europea, la primera e insuperable teoría de la amistad; de esa palabra con la que Jesús me regaló, el 30 de Noviembre de 2005. en la Embajada de la República Federal de Alemania: " Estoy aquí, como tu amigo"
Déjenme, pues, que reproduzca una parte mínima de las notas originales de esa maravillosa música verbal, intercalándolas de alguna breve glosa, de algún insuficiente adorno marginal, como hacían a veces ciertos interpretes.
"La amistad es, sin duda, una virtud, una fuerza, un don, un privilegio y, "es lo más necesario de la vida". El tema con el que arranca esa sinfonía de conceptos, de intuiciones y experiencias, no puede ser más impresionante y se ha repetido tantas veces que casi lo hemos asumido como una frase hecha, como una bella frase hecha. Pero qué quiere decir, en realidad, "lo más necesario de la vida". Anankaiotaton eis ton bion. La palabra griega que expresa tal "necesidad" (anánke), tiene que ver con "exigencia", "poder", "destino", incluso "vínculo de sangre" . Y es tan necesaria porque "sin amigos nadie querría vivir". No sabríamos lo que es el bien, la posibilidad del bien, si no supiéramos compartirlo, extenderlo, idearlo, comunicarlo. Si no hubiéramos salido de las monótonas, aburridas fronteras de nuestra esencial y despoblada soledad.
"La amistad no sólo es necesaria, sino hermosa. Efectivamente alabamos a los que aman a sus amigos.. como una de las cosas mejores de la existencia" y, lo más profundo es que "hasta identificamos el hombre bueno y el amigo". Ningún malvado puede apreciar la amistad. Podrá utilizar la palabra, pero jamás la sentirá, podrá tergiversarla, manipularla; pero está incapacitado para entenderla, para gozarla, para darla. "Como el malvado o pervertido, o de mente corrompida, no tiene nada amable, nada que amar, no puede abrigar, no sabe abrigar, ningún sentimiento amistoso ni siquiera hacia su propio ser y, por ello, los individuos de esta índole, ni tienen placer ni dolor de sí mismos. Su mente, en efecto, está dividida por la discordia, y una parte de ella, por su maldad, sufre.. en esta discordia que la desgarra" (1166b 15, ss.) y la ciega.
Uno de los más fascinantes pasajes de esa partitura, nos conduce a un descubrimiento que abrió un espacio sonoro absolutamente nuevo, en el silencioso dominio de nuestra intimidad. Su autor invento incluso una palabra que aparece por primera vez en la lengua griega philautós.
"Las relaciones amistosas con nuestro prójimo y las notas por las que se definen las distintas clases de amistad parecen derivarse de los sentimientos que tengamos hacia nosotros mismos." (IX,4,1166a1-2). El descubrimiento de esa relación amistada con nuestro ser personal, es un enriquecimiento sustancial en la existencia.
De esa relación positiva consigo mismo, emana la que tengamos con aquellos que queremos. "Se define, en efecto, al amigo como el que quiere y hace el bien, o lo que a él se le presenta como tal, por causa del otro, o como el que quiere que su amigo exista y viva por amor del amigo mismo" (E.N., IX, 4, 1166ª..)
Este sentimiento de "amor hacia sí mismo", de "amor propio", no puede confundirse con el egoísmo animal, que nos obliga, como decía otro filósofo, a luchar por nuestro exclusivo "estar", a buscar, sobre todo, permanecer en el ser. Fuera ya de lo que forja la vida humana racional, la Selbstbewusstsein, la "consciencia de sí", - esa forma originaria de estar en la luz-, manifiesta la memoria y la experiencia de cada existir.
La amistad hacia uno mismo se funda en esa aceptación de lo que somos, de los ideales que tenemos, de las realidades a las que aspiramos, que nos impulsan a salir del oscuro cubículo de nuestra, por suerte, inevitable corporeidad. Y podemos amistarnos con nuestro ser, porque lo entendemos, quisiéramos entenderlo, como algo digno de ser vivido, como nuestra creación personal. Las cosas grandes que se han hecho en la humanidad, han surgido de ese punto de idealismo, de esa entrega a algo más que a defender la menesterosa indigencia, la entristecida reclusión entre las bardas del propio y sombrío corral.
"Un hombre así desea vivir y preservarse a sí mismo" porque da vida y claridad a los demás, y "por encima de todo quiere preservar aquello con lo que piensa, ( y siente, 1170ª19) Porque la existencia es un bien, y a condición de volverse otro nadie querría tenerlo todo, sino siendo lo que es, porque el fondo del ser de cada uno consiste en el pensar". (E.N.1166a15,ss.).
Ese bien de la amistad, humanizado por la sensibilidad y la inteligencia, nos da felicidad (eudaimonía). "Hemos dicho que la felicidad es una actividad, (enérgeia) y la actividad, la "energía", es algo que se produce, y no algo de que se dispone, como una cosa que se poseyera. Y si el ser feliz consiste en vivir y actuar y la actividad del hombre bueno es grata porque la condición de algo que (idealmente), poseemos es profundamente gozoso...resultará a veces más fácil contemplar a nuestro prójimo,( a los que queremos y admiramos), que mirarnos a nosotros mismos, y a sus acciones ( que nos estimulan y alientan) más que las propias, y las acciones de los buenos cuando estos son amigos suyos, son gozosas y gratas (a los que han logrado alcanzar una forma de bondad). El hombre dichoso, ( por esa actividad y creatividad en lo positivo e ideal), necesitará de tales amigos, para contemplarse (y reconocerse) en ellos" (1169b29-1170ª3)..
"Y de la misma manera que si queremos ver nuestro rostro tenemos que mirarnos en un espejo, si queremos conocer nuestra propia esencia, tenemos que mirarnos en un amigo, porque el amigo es, como decimos, un alter ego, un otro yo" (M.M. II, 1213a20-24).
No quisiera abandonar la maravillosa partitura, sin hacer sonar, aunque sea en un "allegro" excesivamente "vivace", otro de sus más ricos temas. Entre las muchas modulaciones de la philía, el compositor se plantea qué es, en el fondo, lo que deseamos para el amigo. Es evidente que queremos para los amigos los mayores bienes. "Sin embargo en estas cosas no hay un límite exacto hasta el cual sea posible la amistad...porque cuando la distancia es muy grande como sería el caso de los dioses, la amistad ya no es posible. De aquí también que uno se pregunte si acaso los amigos no desean para los amigos los mayores bienes, por ejemplo, que sean dioses (o políticos), porque entonces ya no podrán ser amigos suyos...Si, pues se dice, que el amigo quiere el bien del amigo por causa del amigo mismo, de su mismidad, éste deberá permanecer tal cual es". (E.N. VIII,7, 1159ªa5,ss.)
El amigo convertido en dios, no está ya sometido al tiempo, a la realidad, a la corporeidad. Se ha situado en un espacio inalcanzable. El espacio de la inmortalidad que nos deshumaniza: Ese espacio que rechazó Odiseo y que la diosa Calipso le ofrecía, si se quedaba eternamente a su lado. Dioses o políticos son distintas formas de distanciamiento. Porque la política puede alejarnos tanto de lo real que su lenguaje, su mundo, más allá del lenguaje de la libertad, se quede aprisionado en el, tal vez inevitable territorio de los significados múltiples, de los sonidos ecos, o huecos, de los compromisos compartidos en el vacío, de esa inmensa, ignorante, noria de intereses en que ruedan los cangilones horadados de la irrealidad. Una lucha necesaria, una lucha grandiosa por mantener en esa rueda el lenguaje que somos, el ser que somos, la verdad que buscamos, caracterizaría al verdadero gobernante.
En este sentido, entremezclado con la bondad y la idealidad, nada habría mejor que ese oficio de la política como entrega a los demás, que arrastra en sí mismo la extraña pregunta de la Republica platónica: ¿pueden ser felices los que se entregan al gobierno de la ciudad si los verdaderos políticos nada pueden poseer, porque su única posesión es vivir para los otros, "mirando sobre todo el bien de los más débiles, no de los más fuertes?" ( I, 346e). La justicia será, pues, la forma secularizada, universalizada, de la amistad; la forma suprema de la democracia.
Los verdaderos creadores acaban amando a su obra más que a sí mismos, porque el amor a esa obra es el amor al ser. (1168a15, ss.). Esta creación que trasciende el dominio de nuestro cuerpo es una grandiosa forma de mortal inmortalidad.