"DOBLADO por la emoción, no he podido ponerme en pie y erguirme, como se han erguido mis compatriotas, para aplaudiros y vitorearos." Así dije al hablar tras los licenciados Ignacio García Téllez y Alejandro Carrillo en reciente cena ofrecida por el Centro Republicano Español, de México, al ingeniero César Martino en señal de gratitud por varios artículos periodísticos suyos oponiéndose a ciertas tentativas para que el Gobierno mexicano reconozca diplomáticamente al del general Franco.
Entre esos artículos descollaba uno en el que don César Martino rechazó con duras palabras la aserción de don José Vasconcelos de que Guernica fue destruida por los vascos defensores de la República. Aunque parezca increíble, el nombre de Guernica ha figurado en la serie de maniobras tramadas para lograr dicho reconocimiento.
No es la primera vez que un escritor mexicano agasajado por Franco ha pretendido persuadir a sus lectores de que tamaño genocidio no fue obra del franquismo ni de los aviadores alemanes, eficaces auxiliares de la rebelión. Anteriormente, lo había hecho don Alfonso Junco, pero no de modo categórico, sino urdiendo absurdas conjeturas a través de las cuales se entreveía la incredulidad del firmante sobre lo que le habían mandado decir. El vocero de la mentira ha sido ahora persona de talla mucho mayor, don José Vasconcelos, quien la ha suscrito de manera rotunda.
Si bien las artificiosas deducciones del señor Junco me produjeron un sentimiento de desdén, las audaces afirmaciones del señor Vasconcelos me han causado pena porque atentan contra su crédito de historiador. Ni unas ni otras me indignaron, pues mi indignación al respecto quedó colmada cuando un año después de aquel bombardeo que costó la vida de dos mil personas, oí a Franco decir cínicamente, aun cuando con indiscutible fondo de verdad: «No podrán invocar a la patria los destructores de Guernica».
Presentado por don Ramón María del Valle Inclán conocí a don José Vasconcelos en Madrid allá cuando la dictadura de Primo de Rivera. Más tarde, la primavera de 1931, le encontré en París conviviendo con varios republicanos españoles en un modesto hotel de la calle Vaugirard, frente a la Sorbona, en una de cuyas aulas le oímos los españoles refugiados disertar sobre México. Aquí, al coincidir en torno a la mesa de nuestro común amigo José Rubén Romero, cuidó de patentizarme su desvío, pese a lo cual me duele que hombre de sus méritos no vacile en arrostrar el ridículo estampando bajo su firma aserciones en pugna no sólo con una realidad evidentísima desde primera hora, sino con lo que ya está atestiguado irrefragablemente.
GOERING Y GALLAND.
«La verdad —se atrevió a asegurar don José "Vasconcelos— es que una bomba de los franquistas cayó por accidente en la ciudad produciendo algunos daños, pero provocando la salida de la guarnición republicana, y fueron los izquierdistas al salir de la población los que la incendiaron y causaron destrozos.»
Sin duda el profesor mexicano ignoraba que en Nuremberg había confesado la verdad —la verdad verdadera, y perdónese el pleonasmo— el mariscal Goering. No es presumible que, habiéndolo sabido, se decidiera Vasconcelos, por poco que se respete a sí mismo, a negar testimonio tan fehaciente. Podría si acaso —y ello hubiera sido gran osadía teniendo en cuenta su filiación política y religiosa— poner en duda los testimonios del canónigo don Alberto de Onaindía y del propio párroco de Guernica, presentes en la agresión, pero ¿cómo oponerse a la declaración del jefe supremo de las fuerzas aéreas alemanas que la realizaron?
En Nuremberg, los señores Maier y Sender, altos funcionarios de los servicios de investigación británicos, interrogaron a Goering acerca del bombardeo de Guernica. «Fue una especie de banco de pruebas de la Lutwaffe», contestó el mariscal. «Le recordamos entonces —refieren los citados señores— el martirio de las mujeres y los niños que murieron en ese banco de pruebas.» Goering replicó con voz suave: «Es lamentable; pero no podíamos hacer otra cosa. En aquel tiempo estas experiencias no podían hacerse en otra parte».
Pudieron hacerse en otra parte, claro que sí: pudieron hacerse en el pueblo natal de Goering escogiendo para víctimas a sus familiares y convecinos. Mas por si no bastara la declaración del lugarteniente de Hitler, tenemos otra del mismo irrecusable origen, impresa con tinta todavía fresca. Es la del general nazi Adolfo Galland, comandante de aviones de caza, ahora propuesto para reorganizar la aviación militar de Alemania Occidental, nombramiento acogido con júbilo por la prensa falangista de España.
Al volver a su patria, procedente de la República Argentina donde residía, el general Galland ha entrado firmando dedicatorias en ejemplares de un libro suyo, pues se las solicitaban muchos admiradores. El libro, en su edición original alemana, se titula Los primeros y los últimos, habiéndose traducido al francés bajo el título de Hasta el fin sobre nuestros Messerchsmitts. Las páginas 42 y 43 de la edición alemana corresponden al pasaje relativo a cómo participó en la guerra de España la legión Cóndor, a la cual pertenecía Galland. He aquí algo de lo que en ellas se dice:
«Vestíamos uniforme muy parecido al español, de paño color aceituna tirando a castaño, e insignias de graduación españolas, en forma de barras y estrellas, tanto en la guerrera como en la gorra. Los voluntarios alemanes eran incorporados a la legión, con el grado inmediatamente superior al suyo. Yo, como primer teniente alemán, llevaba las tres estrellas de capitán español.
El grupo de caza al cual me incorporé hallábase estacionado entonces, en Vitoria, en el frente del norte. Tenía por misión apoyar la ofensiva de primavera de Franco contra la faja costeña entre San Sebastián y Gijón... En los primeros meses de entrar en acción, los bombarderos Cóndor recibieron orden de destruir un puente de carretera por el cual los rojos transportaban sus tropas y grandes cantidades de material de guerra a la tenazmente defendida ciudad porteña e industrial de Bilbao. El ataque se llevó a cabo bajo desfavorables condiciones visuales. Las tripulaciones tenían poca experiencia y los instrumentos de puntería eran rudimentarios. Cuando se disipó el humo de las bombas lanzadas por varias escuadrillas, se comprobó que el puente estaba intacto mientras que ei pueblo vecino (Guernica) había sufrido bastantes daños. Aunque quedó destruido material de guerra en dicho pueblo ocupado por los rojos, el resultado debía considerarse un fracaso, tanto más cuanto que el principio máximo de nuestro mando era exterminar al enemigo, pero respetar la población civil en lo posible. Con el ataque al puente se había logrado lo contrario.»
POR QUÉ FRANCO ELIGIÓ A GUERNICA.
El relato de Galland merece algunas aclaraciones. Don Alberto de Onaindía, testigo presencial, tiene dicho: «Primeramente apareció un solo avión de caza, que fue seguido a continuación por tres más, después por otros siete y luego por seis trimotores. El bombardeo duró desde las 16:50 hasta las 19:45. Durante todo ese tiempo no pasaban cinco minutos sin que aparecieran en el cielo nuevos aviones criminales. El método de ataque era siempre el mismo: primeramente, fuego de ametralladoras seguido de lanzamiento de bombas ordinarias y a continuación de bombas incendiarias. Los aviones descendían muy bajo. Sus ametralladoras crepitaban furiosamente batiendo arbolados y carreteras, donde se amontonaban ancianos y niños buscando refugio».
Ante estos datos, cualquier técnico de aviación militar o cualquiera otra persona que sin haberse especializado en dicha rama discurra con sentido común, pensará que para destruir un puente no es necesario ametrallar a la población civil, ni movilizar ininterrumpidamente durante tres horas masas de aviones, ni lanzar bombas incendiarias. Para objetivo tan concreto y limitado como un puente, basta un solo avión o, a lo sumo, varios pasando a intervalos uno tras otro, porque en oleadas la humareda que una escuadrilla ocasiona con su bombardeo les dificulta la visibilidad a las siguientes. El cielo hallábase despejado aquella tarde, según consta en el relato del señor Onaindía. Guernica está en el centro de amplia vega. Luego de remontar cumbres de Zugastieta, los aeroplanos procedentes de Vitoria podían volar tan bajo como quisieran, sin más limitaciones que la impuesta por la necesidad de librarse de explosiones causadas por ellos.
Aparte de esas elementales razones, diremos que allí no hay puente alguno de valor estratégico, pues no cabe atribuir semejante carácter al puentecillo de piedra tendido sobre la ría de Mundaca, ya muy estrecha en Guernica, que comunica esta villa con la aldea de Ajanguiz. La carretera principal que, atravesando Guernica, va de Amorebieta a Bermeo, carece de puentes en las proximidades de la villa foral. Guernica no constituye ningún nudo de comunicaciones, por el que se pudiera abastecer a Bilbao. En fin, cuanto hipócritamente alega el bizarro general Galland para presentar como fruto de deplorable error la terrible salvajada, no pasa de ser burdo tejido de patrañas.
Se fue deliberadamente a destruir Guernica. Desde el instante en que sus aviones actuaron en España, Goering ansiaba disponer de un «banco de pruebas», conforme él lo denominó, para ensayar los efectos del bombardeo masivo. Primeramente, se propuso a Franco efectuar el apocalíptico ensayo sobre una zona de Madrid que previamente demarcarían de acuerdo los mandos nazi y franquista. Franco rechazó la propuesta. Las representaciones diplomáticas y consulares frustrarían toda coartada y, además, la quinta columna madrileña era muy densa. ¿Por qué Franco eligió después a Guernica para el martirio? Por lo que Guernica significa histórica y políticamente.
Cierta casa editorial de Barcelona viene publicando una serie de Guías de España. La del País Vasco le fue encomendada a Pío Baroja, pero el mérito del libro no corresponde al viejo novelista donostiarra, sino a los fotógrafos que han proporcionado magníficas vistas y a los grabadores e impresores que las han reproducido con arte. Pese a su importancia histórica y a sus bellos parajes, no se dedica a Guernica una sola fotografía entre las varias centenas que el tomo contiene y Pío Baroja da de la capital foral una escueta y seca referencia. El franquismo sigue odiando a Guernica, maldiciéndola. Pero muchas y muy grandes figuras mundiales la han bendecido. Si en la Casa de Juntas se conserva el libro registro de visitas, encontraránse en él páginas manuscritas por eminentes personalidades extranjeras alabando el viejo sistema democrático que rigió durante siglos en el País Vasco y prodigando elogios al simbólico roble, del que Tirso de Molina dijo:
El árbol de Guernica ha conservado la antigüedad que ilustra a sus mayores,
sin que tiranos le hayan deshojado ni haga sombra a confesos ni a traidores.
El Colegio de México editó meses atrás un libro de don Vicente Llorens Castillo titulado Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (1823-1834). Ateniéndose a lo que acerca de aquellos refugiados escribió Carlyle, el autor recuerda que a un árbol solitario junto al viejo camino de Somers Town donde, «a uso español solían juntarse muchos a engañar, a cielo raso, las horas ociosas en conversación entretenida, lo bautizaron con el nombre del árbol de Guernica». Este era y es famoso en el mundo entero por simbolizar las antiquísimas libertades vascas que pueden considerarse preludio de la democracia moderna, respecto de la cual no ofrecen otra diferencia que la representada en el voto por fuegos u hogares, es decir, por familias, acomodado a la estructura de entonces, frente al sufragio universal, propio de los tiempos presentes.
Los llamados Fueros codificaron el derecho consuetudinario. Repasando el de Vizcaya, codificado en 1526, encontramos refrenado el despotismo con la fórmula de «se obedece pero no se cumple» aplicable a disposiciones que violaran los usos y costumbres del país; amparada la dignidad humana al disponer que a ningún vizcaíno, cualquiera que fuese su delito, se le diera tormento ni se le amenazara con darlo; establecida la igualdad social declarando hidalgos a todos los vizcaínos, y contenida la «inflación religiosa» —frase no inventada por ningún hereje, sino discurrida ha poco por la revista Ecclesia, el órgano más autorizado del actual episcopado español— mediante la prohibición de qué, fuera de su respectiva parroquia, concurriesen los vizcaínos a ninguna misa nueva, salvo los parientes del misacantano, ni tampoco a funerales, con iguales excepciones, ni en la propia parroquia a bodas y bautizos si no lo justificaban lazos familiares... El Fuero guipuzcoano establecía que los sacerdotes no formaran parte de la Junta General, supremo órgano legislativo. Por representar todo eso Guernica con su Casa de Juntas, con el tronco del primitivo roble, guardado en vitrina, como sacra reliquia, y con el roble nuevo, vástago suyo, aceptó Franco que Guernica fuese el banco de pruebas ansiado por Goering.
LOS CARITATIVOS FRAILES DE AVILA.
Adolfo Galland, que sarcásticamente llama voluntarios a todos los componentes de la legión Cóndor, a quienes ahora el Gobierno de Bonn ha computado como tiempo de servicio activo en el ejército alemán los años que pasaron en España, cuenta en su libro:
«No nos gustaba hablar de Guernica. Corresponsales de prensa de todas las potencias democráticas fueron llevados a Guernica, y al poco tiempo aparecían en la prensa mundial, desde Nueva York hasta París, títulos enormes tales como "Ataque infame de piratas del aire alemanes sobre una ciudad pacífica"; "La ciudad abierta de Guernica destruida por aviones boches"; "Grito de indignación del mundo civilizado: ¡Guernica!". Y de hecho se convirtió Guernica, que no fue objeto militar sino equivocación lamentable, en símbolo del salvajismo y de la barbarie alemana. Aún hoy, después de Rotterdam y Varsovia, después de Hamburgo, Cassel y Berlín, y aún después del espanto de Dresde, sigue siendo Guernica telón de fondo para el resentimiento antialemán.»
Galland fue trasladado desde Vitoria a Ávila. «Bajo el cielo azul e infinito de Ávila —escribe— se podía vivir. La compañía estaba alojada en un convento antiguo, a la sombra de cuyos claustros habían rezado frailes piadosos desde hace mil años. Tanto nuestros huéspedes eclesiásticos como toda la población nos acogieron con mucho afecto.»
¡Conmovedora caridad la de los frailes abulenses! Como católicos, no tuvieron reparo en recibir cordialmente a quienes sin duda eran luteranos; como españoles, no sintieron escrúpulos para acoger fraternalmente a soldados invasores, y como cristianos supieron perdonar a torpes aviadores que, queriendo derribar un puentecillo sin importancia, se equivocaron y destruyeron, matando a dos mil fieles de la Iglesia romana, una villa como Guernica, cuna de venerandas tradiciones. En los milenarios claustros avileses, que sirvieron de cuartel a intrépidos pilotos de la legión Cóndor, los caritativos monjes seguirán rezando.
I. P.