Imágenes del diluvio

Leonardo da Vinci
El texto sobre el diluvio de Leonardo en su Tratado de la pintura

Representación del diluvio

El aire era oscuro por culpa de la densa lluvia que, descendiendo oblicuamente ante el empuje de los vientos, engendra ondas por el aire como si de polvo se tratara (con la sola diferencia de ser tal inundación atravesada por las rectas trayectorias de las gotas de agua que caían). Su color se teñía del fuego provocado por los rayos que hendían y rasgaban las nubes; aquellas llamas descubrían los vastos piélagos de los valles inundados, que mostraban en sus vientres las inclinadas copas de los árboles. En medio de las aguas veíase a Neptuno con su tridente y veíase a Eolo envolviendo con sus vientos los árboles arrancados, que flotaban y giraban entre las inmensas olas. El horizonte y el hemisferio todo aparecían turbios y encendidos por las llamas de las continuas centellas. Veíase a hombres y pájaros abarrotar las grandes árboles aún no sepultados por las dilatas ondas, causa de las trombas que los inmensos abismos circundaban.

Del diluvio y su representación en pintura.

Aparezca el oscuro y nuboso cielo batido por el curso contrario de los vientos y envuelto en incesante lluvia que con granizo se confunde, arrastrando de acá para allá infinitas ramas desgajadas y hojas infinitas. Aparezcan en tornos los añosos árboles desarraigados y arrancados por el furor de los vientos, y los montes arruinados y descarnados por el ímpetu de los torrentes, en ellos desplomándose y sus valles cegando, y los ríos rebosantes, anegando y sumergiendo innumerables tierras y a sus gentes. Aún se podrá ver cómo en las cumbres de los muchos montes muy varias especies de animales espantados parezcan acarraladas en compañía, al fin doméstica, de hombres y mujeres que huyeron con sus hijuelos. Y los campos cubiertos por las aguas, cuyas ondas rebosan casi de tablas, armazones de lechos, barcas y otros instrumentos, obra de la necesidad y del temor a la muerte; y sobre aquéllos eran en confusión hombres y mujeres y sus hijuelos, que se lamentaban y gemían, espantados del furor de los vientos que con grandísima violencia alcanzaban y sepultaban las aguas y los cuerpos de los ahogados. Ninguna cosa más leve que el agua que había que no fuera cubierta por distintos animales, los cuales, pactadas treguas, permanecían en temerosa unión; y entre ellos había lobos, zorros, sierpes y toda suerte de fugitivos de la muerte. Rompiéndose en sus playas, las ondas aplastaban los cuerpos de los ahogados y acababan así con aquellos que aún estaban vivos. Habríais podido ver algunos grupos de hombres que con amada mano defendían los estrechos reductos que aún les quedaban, de leones, lobos y animales rapaces que allí buscaban salvación. ¡Oh, cuanto horrísonos rumores resonaban en el aire oscuro que el furor de los truenos ,y los relampágos por ellos arrojados, recorrían, sembrando la ruina a su paso y sacudiendo lo que a su curso se oponía! ¡Oh, a cuántos habríais visto taparse los oídos con sus propias manos por esquivar los inmensos rumores que en medio de una atmósfera tenebrosa causaban los furiosos vientos confundidos con la lluvia, los celestes truenos y el furor de las centellas! Otros, no bastándoles con cerrar los ojos, más se los cubrían cruzando sus manos ante ellos por no ver el atroz escarnio que la ira de Dios afligía a la humana especie. ¡Oh, cuántos lamentos! ¡Y cuántos se precipitaban desde los escollos de puro pavor! ¡Cuántos eran los esquifes volcados, unos intactos y otros despedazados, sobre los que las gentes se afanaban en busca de salvación con gestos y movimientos de dolor, adivinando una muerte espantosa! Y otros aun, con gesto fatal, se quitaban la vida, desesperando de poder soportar tan gran dolor. Y de éstos, unos se despeñaban por los acantilados; otros se estrangulaban con sus propias manos; algunos agarraban a sus propios hijos y los precipitaban con violencia; otros se herían con su propias armas; otros aun, postrándose de hinojos, a Dios se encomendaban. ¿Oh, cuántas madres lloraban en vano a los hijos ahogados que sostenían sobre sus rodillas y alzaban los brazos al cielo, imprecando la ira de los dioses con voces desgarradas por los gemidos! Otros, juntas las manos y entrelazados los dedos, éstos mordían y devoraban a sangrientos bocados, inclinando su pecho hasta las rodillas por un inmenso e insoportable dolor. Allí veríais rebaños de animales, tales como caballos, bueyes, cabras y ovejas, cercados ya por las aguas y reducidos a las altas cimas de los montes, atropellándose unos a otros, y aquellos del centro alzándose y caminando sobre los demás y contendiendo entre sí, y muchos morían por falta de alimento. Ya los pájaros se posaban sobre los hombres y otros animales por no encontrar tierra que no fuera ocupada de seres vivos. Y no así el hambre, ministro de la muerte, había arrebatado la vida a gran parte del os animales, cuando ya los cuerpos muertos y corruptos surgían desde el fondo de las aguas profundas y se alzaban hasta las alturas. Y entre las batientes olas, donde unos a otros se zarandeaban, rebotando como pelotas henchidas de viento, encontraban sepultura los cadáveres. Y por encima de calamidades tales veíase el cielo cubierto de negros nubarrones que rompía la quebrada carrera de los rayos, alumbrando aquí y allá la oscuridad de las tinieblas.

El movimiento del aire puede ser visto por gracias del movimiento del polvo que en su carrera levanta el caballo, movimiento éste tan raudo en ocupar el vacío que de sí deja en el aire ese caballo, pues de sí lo vestía, cuanto raudo es el tal caballo en huir del aire.

Creerás quizá poderme reprochar que haya yo representado los camino que traza el aire en movimiento, puesto que por sí no ha de ser en el aire visto el viento. A lo que te respondo que no el movimiento del viento, sino tan sólo el movimiento de las cosas que con él arrastra, vemos en el aire.

Divisiones

Tinieblas, viento, tempestad del mar, tromba de agua, selvas en llamas, lluvia, centellas celestes, terremotos y ruina de los montes, ciudades arrasadas. Vientos huracanados que arrastran agua, ramas de árboles y hombres por los aires.

Ramas desgajadas por los vientos, arrastradas por el curso de los vientos, con gentes sobre ellas.

Árboles tronchados con su carga de hombres.

Naves despedazadas, desbaratadas contra los arrecifes.

Rebaños, pedrisco, rayos, vientos huracanados.

Gente sobre los árboles, mas sin poder sostenerse. Árboles y escollos, torres y colinas rebosando de gentes, barcas, tablas, almadías y otros artefactos para navegar. Colinas cubiertas de hombres, mujeres y animales, y centellas que desde las nubes iluminan las cosas. (*)

(*) Fuente: Leonardo Da Vinci, Tratado de la pintura, Madrid, ediciones Akal, pp.415-19 (edición preparada por Ángel González García).