Hubo una vez en que un universitario y escritor a ratos hacía volatines a altas horas de la madrugada por el paseo de Recoletos de Madrid, animado por dos amigos, Juan García Hortelano y Juan Benet.
De eso hace mucho, mucho tiempo y hoy dos ya no están. El jovencito volatinero tiene ahora casi la misma edad que Juan Benet tenía entonces. Habló de Benet como si lo tuviera al lado y éste pudiera oír lo que decía (y es presumible que sonriera un poco o quizá mucho).
Habló Marías a veces equivocándose, en presente; en alguna ocasión se dio cuenta y rectificaba. Pero el presente se diría que se le impuso durante los más o menos cincuenta minutos que duró la conversación. Y por qué no, si se piensa bien es natural que así fuera, hace tan poco que el amigo ya no está que quizá, desde ese 5 de enero, esté aún marchándose. Lo que parece seguro es que no se ha ido del todo y no es aventurado creer que no se irá. Sigue su presencia intacta en la mente y, sentimentales por una vez, también en el corazón de sus amigos.
En Santa Bárbara hacia 1970
A Juan Benet yo creo que lo conocí en el año 1970, puede que incluso fuera el 69, no recuerdo la fecha exacta. Yo tendría dieciocho años probablemente, entonces, de modo que lo he tratado a lo largo de veintidós o veintitrés años.
Recuerdo que la primera vez que lo vi fue en el pub de Santa Bárbara, que era un local, un café, al que en aquella época iba bastante gente de letras y de teatro y gente del cine. Me acuerdo de que la primera vez que lo vi fue allí, llegó con su mujer Nuria y me lo presentaron (su primera mujer, Nuria Jordana, hija de un traductor; la segunda, su viuda, es la poeta Blanca Andreu); y en fin, tengo esa imagen de esa primera vez. Luego ya empezamos a tratarnos un poquito. Me preguntaba si tendría que tratarlo de usted o de tú: la solución inmediata fue de tú, pero "Don Juan". Hasta el final lo llamaba así de vez en cuando.
Los comienzos
Vicente Molina Foix, que ya era algo amigo mío y que había leído la primera novela que yo había escrito, lo que se llamó finalmente Los dominios del lobo (que yo no pretendía de momento publicar ni nada por el estilo, se lo dejaba a amigos y esas cosas), en un momento dado me dijo: "Bueno, ¿y por qué no intentamos publicar esto? A mí me ha gustado mucho, se lo voy a pasar a Juan Benet". Y la verdad es que tuve mucha suerte de que siendo Benet entonces (en fin, siempre lo ha sido, pero yo creo que en aquella época más) muy estricto con lo que escribían sus compatriotas, tanto la gente de su edad como la gente más joven que empezaba a publicar por entonces, tuve la suerte de que a él le gustó el libro. Hizo un par de gestiones con editoriales, me parece recordar que Lumen y también Edhasa, en una colección al frente de la cual estaba Rosa Regàs (más adelante tuvo la editorial La Gaya Ciencia, en la que yo saqué mi segundo libro y Benet muchos de los suyos), que decidió publicarlo y lo contrató.
De modo que sí, la publicación de ese libro se la debo en buena medida a Juan Benet, no a mi familia desde luego, como alguna gente en su día pensó. Es más, ese libro va dedicado a Juan Benet y a Vicente Molina Foix, como recuerdo que les dije en su día, para así no tener que pagarles ninguna participación. "Bueno, os lo dedico y así no me exigiréis beneficios." Y por eso va dedicado a ellos. El título no, no se le ocurrió a Benet, tampoco es mío; fue Vicente Molina Foix el que lo encontró. En aquella época yo siempre tenía grandes dificultades para encontrar títulos, las he seguido teniendo hasta tiempos recientes, y ese primero se lo puso Vicente Molina.
En el segundo libro mío, Travesía del horizonte, en la edición de La Gaya Ciencia, en las guardas hay por delante un grabado de un barco y en la de atrás, un texto en inglés con letra de Benet. También intervino, en fin. El comienzo de mi carrera literaria tiene incluso estos detalles, en los cuales Benet estaba presente.
Lo que importa
Su trato y también su obra. No recuerdo bien si ya antes de conocerle personalmente había yo leído Volverás a Región, o si fue más o menos a la par de conocerlo.
Pero, bueno, lo cierto es que hay por un lado la existencia de una novela como Volverás a Región, que para mí (lo mismo que para mucha otra gente de mi generación, como Azúa, Pedro Gimferrer, Eduardo Mendoza, Vicente Molina Foix, Javier Fernández de Castro, Sarrión, Chamorro, en fin, a mucha gente que empezaba a escribir por entonces) pues la verdad es que Volverás a Región fue una revelación; fue un poco incluso (aunque parezca un poco ridículo) una especie de esperanza, de decir "Bueno, por fin hay un libro en la literatura española que se aparta de lo habitual, que se aparta de lo corriente, de lo predominante", que era el realismo social, con diferentes variantes. Y en eso incluso también un libro muy apreciable como Tiempo de silencio, porque en el fondo a mí me parece que está también inmerso en esa corriente. Y de pronto esto era algo completamente distinto, como una puerta abierta, como decir "Bueno, existe la posibilidad de escribir otro tipo de literatura de la que es dominante e incluso se impone". Eso por un lado.
Por otro lado, el trato personal. Ha sido un trato la verdad es que fundamental, no exagero si digo que Juan Benet ha sido una de las cinco personas más importantes de mi vida, en el aspecto personal. Y no sólo porque era un gran amigo con el cual además el trato se ha mantenido frecuente y continuo durante esos más de veinte años, sino que además para un chico de dieciocho años como yo tenía cuando le conocí, fue un verdadero maestro. Y no tanto desde el punto de vista literario, porque admirando mucho su obra, también creo que todas las personas que he mencionado y yo mismo éramos conscientes de que tampoco se le podía imitar, ni se le podía seguir. Digamos que era un estilo tan personal, tan singular que no admitía la continuidad, por así decir. Pero sí un maestro en lo personal.
Una de las cosas que Benet ha hecho conmigo, como con otra gente de edad parecida a la mía, ha sido descubrirnos cantidad de cosas; descubrirnos autores, descubrirnos libros, descubrirnos piezas de música, descubrirnos cuadros. Era una persona atenta e interesada por todas esas cosas que he dicho. También a mí me descubrió defectos en mis novelas; aún hoy, al escribir, a veces retiro un adjetivo o rehúyo un tipo de frase porque recuerdo que él me los criticó una vez, y razonadamente. Nos solíamos escribir cartas, los dos en Madrid, sobre nuestros libros, y luego la contestación. La última carta suya que tengo me la mandó desde Australia, sobre Corazón tan blanco, hace menos de un año. Ya no habrá más.
Viajar con Benet era absolutamente delicioso, conocía España maravillosamente. Supongo que a lo largo de sus muchísimos años de ingeniero, la había recorrido de cabo a rabo y la había recorrido además con sabiduría e inteligencia. Ir con él en coche era extraordinario porque sabía exactamente dónde estaba todo lo que valiera la pena verse y en qué restaurante se podía comer. Digamos que era una persona de una curiosidad y de una sabiduría general, no solamente en asuntos de tipo literario o artístico o filosófico (también era un gran lector de filosofía), sino incluso también en sabiduría práctica, como la que acabo de mencionar en estos viajes.
La herencia personal. ¿Un escritor de discípulos?
En un sentido sí que me reconozco como discípulo de Benet, en otro no. En el que acabo de decir sí. Sin duda alguna Juan Benet es una persona que a mí me ha enseñado montones de cosas, pero no en el sentido estrictamente literario, de obra a obra. En ese sentido no, y eso creo que él mismo lo dijo en la entrevista que le hizo Juan García Hortelano para El Urogallo, la cual recientemente El País reprodujo en parte. Me parece que Hortelano insistía sobre la posibilidad de sus discípulos más jóvenes y él acababa diciendo, si no recuerdo mal, que no, que él creía que la gente más joven había sido gente lo bastante avezada para darse cuenta de que no tenía sentido seguir por su mismo camino literario. Incluso me parece que decía que había notado su influencia, incluso sufrido plagios por parte de gente más bien de su propia edad, por gente de su propia generación que de pronto se apuntaban a un estilo que no les había sido propio y que en parte venía de Benet.
Y en cambio en la gente que éramos realmente discípulos en el aspecto personal, en el aspecto vital incluso, él no solía ver ese influjo literario. En mi caso, por ejemplo, recuerdo que cuando publiqué uno de mis libros, El siglo, una serie de críticos apuntaron que ese era un libro bastante benetiano en estilo. No es así, creo yo, precisamente por tener conciencia de que su estilo era como el de Beckett, o como el de Kafka o como el de Bernhard, que son estilos tan singulares y personales que no dejan puertas abiertas a segurirlos, no ya a imitarlos que sería grotesco sino ni tan siquiera a seguirlos. Yo sé que quizá hay algunas cosas en ese libro que pueden parecer algo benetianas, pero también sé de dónde vienen y vienen de algunos maestros comunes que tanto él como yo tuvimos, por ejemplo Conrad, de quien yo había traducido recientemente El espejo del mar y que por lo tanto sí que me había influido a la hora de escribir ese libro. En su caso, más Faulkner, en mi caso más Conrad; pero los dos a ambos.
Él ha tenido una cosa que ningún escritor de su generación ha tenido de manera equivalente, y que yo creo que en el fondo es una gran suerte para él o lo fue. Yo no creo que ningún otro escritor de su edad, incluso probablemente de la generación más vieja que la suya, ha tenido una serie de personas que a su vez eran también escritores y que lo consideraban un maestro literario, maestro en el sentido de un gran escritor, no en el sentido, como ya he dicho antes, de maestro al que seguir literariamente, pero sí un gran escritor, y que se reclamaban también herederos de él, insisto, no tanto en la propia literatura que escribíamos cuanto de una manera vital, una herencia de tipo personal. Eso, si no me equivoco, no lo ha tenido ningún otro escritor de su edad, o no en tal grado. Todo escritor tiene probablemente admiradores y gente que le sigue y que lo jalea, pero no han sido a su vez escritores. O al menos no sé, a mí me cuesta imaginar esto en otro caso.
Sus libros
Su obra, lo he dicho en muchas ocasiones, me parece la más importante de la segunda mitad del siglo XX en España. Su obra como novelista y también su obra como ensayista literario. Como ensayista literario, incluso me atrevería a decir que es uno de los pocos. Libros como La inspiración y el estilo, pero no sólo ése sino también En ciernes, un libro menos conocido, o La moviola de Eurípides, que tiene algunos ensayos a mi modo de ver absolutamente extraordinarios, su equivalente no veo que exista en otros muchos escritores de esta segunda mitad del siglo. Lamentablemente, el ensayo literario se ha cultivado muy poco por parte de los propios escritores, ha estado más bien en manos de profesores o de teóricos o incluso de algún crítico.
Pero, bueno, como novelista, que es su principal faceta, pues ya he dicho un poco lo que supuso Volverás a Región y lo que ha supuesto también el resto de sus novelas. Quizá Volverás a Región puede que sea su libro más perfecto, aunque fuera el primero, se ha de tener en cuenta que era un libro que publicó con cuarenta años, era la obra de alguien maduro. Pero no se limitó a eso, tiene libros que a mí me parecen extraordinarios aunque sin duda alguna son difíciles, como Saúl ante Samuel, como los tres volúmenes de Herrumbrosas lanzas o como Un viaje de invierno, que a mí me parece de los mejores. En fin, yo comprendo que alguna gente... bueno, se echa un poco para atrás porque algunas veces los libros de Benet presentan dificultades, y no voy a negar que las presentan, si bien una de las cosas que hacen atractiva la literatura de Benet es el tipo de dificultades que presenta. Su oscuridad, a mi modo de ver, no es nunca gratuita, se corresponde con una complejidad de pensamiento en algunas ocasiones, o con una complejidad de estructura o técnica que a veces se requiere y que es armoniosa y coherente dentro de cada libro, que no está puesta desde fuera, que no está puesta de manera gratuita.
Preferencias
No sé, es difícil decirlo. He releído hace poco Volverás a Región con motivo del artículo que escribí al cumplirse veinticinco años de su publicación y me ha parecido siempre un libro extraordinario. También me gustaba mucho Un viaje de invierno, pero claro, lo tengo menos reciente. Eso de sus novelas.
Luego, sin duda, de los libros que no son novelas pero sí en cierto sentido narrativos, el que prefiero es Otoño en Madrid hacia 1950, me parece un libro delicioso y realmente es una pena que no escribiera más cosas de esa índole, porque ese es un libro perfectamente asumible para cualquier tipo de lector y que no por eso es inferior en calidad, en absoluto, a sus novelas. Si hubiera tenido más libros de esa índole de los que ha tenido, quizá habría habido mucha gente que se habría acercado a su obra a través de libros como ése, menos complicado; o también Trece fábulas y media, que es otro libro delicioso y de gran agudeza. Pero, claro... Otoño en Madrid hacia 1950 me parece un libro extraordinario.
El hombre más encantador de la tierra
Con Benet ha habido un equívoco que en cierto sentido no lo es, es decir, que mucha gente tenía la idea de que era un ser personalmente casi odioso. Yo me imagino que es muy probable que las personas que piensan así quizá hayan podido tener algún motivo. Y el motivo puede ser que Benet, como ya he dicho en el artículo necrológico que escribí a su muerte, con las personas que lo conocían bien era "el hombre más gracioso y encantador de la tierra", decía exactamente eso y lo sigo afirmando.
Ahora bien, no era ese tipo de personaje (como lo era por ejemplo, su gran amigo Juan García Hortelano) que lo es en toda ocasión y casi ante cualquier persona. Hortelano tenía una especie de bonhomía general (aunque también podía ser malicioso) que hacía que cayera muy bien a prácticamente todo el mundo con quien se trataba. El caso de Benet no era así. Benet, cuando alguien no le gustaba, podía mostrarse muy odioso. Hay gente con la cual no tenía el menor motivo para estar simpático, lo cual me parece muy bien. Hay personas que son encantadoras en toda circunstancia y con toda persona, yo creo que hay mucha gente con la cual no hay porqué ser encantador, sino todo lo contrario. Benet hacía eso, podía resultar odioso si alguien le parecía un imbécil o si le parecía un canalla o que estaba diciendo sandeces o que estaba teniendo un comportamiento incorrecto o innoble. Podía ser muy simpático y podía ser muy duro, y eso es algo que se debe aplaudir en una época tan sonriente y blanda como esta. Le gustaba, en ocasiones, ser un provocador. Tenía también cierta timidez extraña que a veces en público, fuera en televisión o en un acto público, podía hacerle parecer incluso huraño; en cierto sentido era deliberado.
Pero en muchas otras ocasiones, la verdad, incluso públicas (yo he asistido a bastantes actos en los cuales él intervenía, bien una mesa redonda o una conferencia)... En otras ocasiones no, no era provocador, era una persona encantadora que contaba anécdotas con una enorme gracia. Suena un poco ridículo, quizá, decir esta palabra, pero era extremadamente bondadoso. Yo sé, por ejemplo, que esto sucedía no solamente con sus amigos literarios, sino también con sus amigos ingenieros o con la gente que había trabajado con él en las muchas obras que hizo, presas, túneles. Sé que albañiles o peones que habían trabajado con él, a lo mejor hacía treinta años en una obra de un pantano o de una presa y que ahora que estaban en el paro, se dirigían a él a pedirle ayuda; y sé que (jamás lo contó, lo sé por personas que trabajaban cerca de él), sé que les había enviado dinero. Si esa gente se dirigía a él al cabo de treinta años a pedirle ayuda en un momento de apuro, sería por algo.
Parece ser que la gente que trabajó con él lo adoraba en general. Y ya no digo la totalidad de sus amigos, los que eran amigos le tenían también una verdadera adoración. Quizá lo que sí le gustaba era provocar, ir un poco contracorriente y también, una de las cosas que hacía y eso yo no puedo sino aplaudirlo, era no callarse la boca, no ser diplomático. Si él opinaba que Galdós era un latazo, lo decía. Y a mi modo de ver lo opinaba con considerable razón, es una opinión que yo suscribo en buena medida; suscribo una de las cosas que decía, que era que tenía unos diálogos insoportables, grotescos y zafios, y si opinaba eso lo decía, no iba con rodeos. Si alguien le desagradaba no tenía inconveniente en decir su opinión.
En ese sentido, yo creo que también hay que pensar en Benet como en un transgresor, en contra de lo que se ha dicho en los últimos años cuando numerosos periodistas de baja estofa lo han acusado de estar próximo al oficialismo, e incluso próximo al gobierno y cosas por el estilo. Una cosa es que él pudiera tener algún trato o amistad con personas del gobierno, también tuvo amistad y trato con personas del gobierno de UCD, por ejemplo el propio Alberto Oliart o García Añoveros, que fueron ministros de UCD, eran amigos suyos de toda la vida, lo siguieron siendo. Pero en contra de lo que se ha dicho, que podía ser un personaje oficial u oficialista, yo creo que realmente ha sido el verdadero transgresor como figura pública, como novelista y como articulista. Hay una serie de escritores que pasan por ser transgresores, por ir a la contra, y no me importa mencionar nombres, como Juan Goytisolo o Antonio Gala, que realidad lo único que hacen normalmente es decir lo consabido, lo que opina una gran masa de la sociedad dominante de hoy en día, que por supuesto no es ya la derecha, sino más bien esta izquierda aguada que domina la sociedad. En cambio Benet era capaz de decir cosas que sí iban en contra de ese pensamiento convencional, supuestamente de izquierdas. Y por eso irritaba mucho. En ese sentido, no hay sino que aplaudirlo.
Era un hombre con un gran sentido del humor, un hombre con muchísima gracia. Las reuniones en su casa con frecuencia acababan de la manera más disparatada, haciendo representaciones de teatro, algunas de ellas absurdas como la que contaba Félix de Azúa en su artículo al día siguiente de la muerte de Benet, en que se escenificaba un viaje en tren, un viaje en la Renfe, en el cual Benet hacía el papel de revisor, con una gorra (tenía una buena colección de sombreros y de gorras). Luego, también ponía las músicas más disparatadas, ponía unos discos que tenía con discursos de Hitler que divertían mucho por lo grotesco que resultaba escucharlo en estos tiempos, en fin, tantos años después.
Digamos que era un comediante, era una persona de una gracia, de una inventiva... Muy bromista, y a la vez amable. Tenía ese lado público que podía incluso parecer huraño, tenía ese lado provocador pero que yo creo que era una provocación justificada, no gratuita, eran cosas que él opinaba, no era tampoco ese tipo de escritor, que también hay, que está todo el rato pensando "qué puedo decir ahora para molestar", sino que eran cosas que él pensaba, evidentemente no se las callaba.
Y a la vez era enormemente amable. A lo largo de veintitantos años de trato he tenido ocasión de comprobarlo en numerosas ocasiones. A mí me ayudó más de una vez, no ya en cosas literarias sino en cosas personales, y sé de mucha otra gente a la que también ha ayudado.
Una anécdota entre miles
Recuerdo que en una ocasión en que una amiga común... Yo coincidí con ella en la casa de campo que Benet tenía en Zarzalejo, cerca de El Escorial, había allí un grupo de personas, entre ellas una amiga común, bastante amiga de él, estaba desesperada porque había sido abandonada por su novio, por su amor. Y de hecho había intentado suicidarse, hacía unas semanas había tenido una tentativa de suicidio y en principio estábamos todos muy preocupados e intentando tratarla con algodones. "Hay que tener mucho cuidado con...", llamémosla para no dar nombres reales, Elena. "Hay que tener mucho cuidado con Elena, porque ¿y si lo vuelve a intentar?", y todo eso.
Y entonces recuerdo que Benet en un momento dado decidió aplicarle según decía una terapia de choque. "Nada, nada, hay que dejarse de tonterías, nada de tratarla con algodones, hay que aplicarle una terapia de choque." Y entonces se dedicaba, por ejemplo, a burlarse, una burla por supuesto con la mejor intención. Por ejemplo, llegaba la hora de comer o de cenar, durante ese fin de semana, y entonces anunciaba "Bueno, ya está la comida", y le decía a la amiga: "Tú no comerás, verdad, tú por supuesto, en tu estado de postración y de tristeza... No se te ocurrirá comer, espero". Normalmente, la reacción de ella era "Bueno... pues sí, yo creo que sí voy a comer", decía ella.
Y luego en el rato de la siesta, Benet, que estaba allí por el campo o pintando al aire libre, la despertaba tocándole por fuera en la ventana, donde ella dormía, y le decía: "Elena, soy Marcelo (el nombre del novio que la había abandonado, también un nombre falso). Elena, soy Marcelo que vuelvo, vuelvo a ti, ábreme". Y la despertaba de este modo. La verdad es que lo hacía con tanta gracia, aunque pudiera parecer así contado brutal, lo hacía con tanta gracia que esta amiga acababa echándose a reír a carcajadas. Y de hecho a partir de ese fin de semana empezó a recuperarse, porque digamos que el lograr ver la ridiculez del asunto, el lograr ver una ironía ajena hecha con mucha gracia, la ayudó bastante. Y estas cosas las hacía Benet continuamente.
Es la persona a la que yo he visto más capacitada para decir a la gente impertinencias o brutalidades incluso, y las decía de tal manera que la mayor parte de la gente se las tomaba bien, sobre todo las personas un poco inteligentes veían que ahí había una guasa, una especie de juego. Yo le he visto continuamente decirle a la gente unas impertinencias que milagrosamente caían siempre bien, lo cual da una idea de que era un hombre extraordinariamente simpático. A una persona no muy simpática eso no le sale, no se le tolera una impertinencia.
Y ahora qué. Homenajes póstumos
Por un lado me alegra, me parece bien, peor hubiera sido que Benet hubiera muerto y no se hubiera hecho mucho caso de eso, sino sólo una cosa meramente mecánica de lo que pasa cuando muere un escritor conocido. Tengo la sensación, y eso me alegra, de que hay bastante gente que de una manera muy real y verdadera se está ocupando de montar homenajes y números de revistas y cosas por el estilo.
Por otro lado, también te da un poco de rabia... ese tipo de cosas también dan un poco de rabia a la vez. Porque también es verdad que Benet en los últimos años no ha sido tratado tan bien como merecía. Una cosa que ya se ha comentado suficientemente por parte de otras personas es que no tuvo nunca un premio oficial, ni siquiera el Nacional al mejor libro de un año. No es que eso lo hubiera hecho mejor o peor escritor, pero probablemente a él, que ya iba siendo un poco mayor, murió con sesenta y cinco años, pues quizá le habría hecho ilusión, yo creo que le habría gustado y es más, el año pasado, sin ir más lejos, yo fui jurado del Premio de las Letras.
Benet quedó finalista, quedó en segundo lugar, para mi sorpresa (lo ganó Jiménez Lozano). Me sorprendió mucho, y sobre todo me sorprendió la actitud de algunos jurados. Dijeron cosas tan peregrinas en su contra como que era joven, que había que votar a gente mayor, luego acabó ganándolo un hombre que es algo más joven que él. Alguna gente de entrada dijo: "No, no, yo voy a votar a los más viejos porque los demás ya tendrán tiempo". Y yo me acuerdo que intervine y dije: "Bueno, un momento, esto no me parece un criterio. Lamentablemente, además, nadie conoce el orden de la muerte y tenemos el ejemplo de Juan García Hortelano, que con sesenta y tantos años ha muerto hace poco. O el de Gil de Biedma, que murió hace unos años". Y claro, poco podía imaginar yo entonces que... que a Juan Benet iba a pasarle lo mismo. Pero me pareció que era un argumento completamente idiota. Eso da una idea del tipo de argumentos que manejan muchos de los jurados que están en ese tipo de premios, ¿no? Cosas que no tienen nada que ver con la literatura. Otro jurado recuerdo que dijo: "A Benet no hay que darle nada porque está todo el día en la prensa". Como si eso fuera un motivo para dar o no dar algo. En fin, una cosa muy lamentable. Lo cierto es que recuerdo que el ganador tuvo ocho votos y Benet cuatro, en la última votación. Me hace pensar que en realidad fue milagroso que llegara a ser el finalista.
Por eso da un poco de rabia pensar que ahora es muy fácil, que hay mucha gente que se deshace en elogios cuando alguien muere. Ha habido artículos estupendos de los que yo he leído tras su muerte, algunos realmente muy buenos y otros que también me han producido mucha irritación; artículos de gentes que hacen una necrológica y la necrológica consiste en contar lo que ellas hicieron por el muerto, por ejemplo. O gente que escribe con cierta mala idea, como también ha habido. Ha habido bastante de eso, también. Ha habido artículos que estaban muy bien desde un punto de vista personal o desde un punto de vista literario, hechos con mucha estima, con mucho cariño. Pero también ha habido otros muy irritantes.
Como anécdota, puedo contarte, por otra parte, para que veas que la figura de Benet incluso después de muerto sigue siendo controvertida, que tan sólo una semana después de su muerte Vicente Molina y yo tuvimos que tener un altercado en un restaurante de Madrid, justo a la semana de su muerte, porque casualmente escuchamos en una mesa cercana que estaban poniéndolo verde.
Conocía a alguno de cara, sí, no personalmente pero de cara sí, gente de televisión, periodistas, un tipo vacuno con una pipa. Estaban hablando de los periódicos de esos días y diciendo: "Hay que ver cómo se han pasado los periódicos, han dicho que hasta era simpático". Claro, una de las cosas que a esas gentes hubo que decirles es que "En efecto, con ustedes no tendría por qué haber sido simpático jamás". Hay personas con las que uno no debe ser simpático. Benet tuvo el valor de no serlo con mucha gente.
No, a las manos no llegamos. Pero, vamos, sí hubo un altercado.
(No llegaron a las manos, pero casi.)