Los caracteres o las costumbres de este siglo

Jean de la Bruyère

(EXTRACTOS),Traducción de Ramón Andrés

Admonere voluimus, non mordere:
prodesse, non laedere: consulere
moribus hominum, non officere.
 
Erasmo


PREFACIO  

Devuelvo al público aquello que me ha prestado. De él he tomado la materia de esta obra. Es de justicia, pues, que ahora, una vez terminada, con toda la consideración por la verdad de que soy capaz y el respeto que me merece, se la restituya. Puede contemplar con calma este su retrato copiado del natural, y si en él reconociere algunas de las imperfecciones que señalo, corregirse de ellas. Éste es el único fin que debe proponerse el escritor, y así también el logro que menos debe esperar; pero, ya que los hombres no dejan de solazarse en el vicio, preciso es no cejar de reprochárselo. Tal vez fueran peores si les faltaran críticos o censores; por esta razón se predica y escribe. Ni el orador ni el escritor son capaces de vencer la satisfacción del aplauso; mas deberían sentir vergüenza si con sus sermones y escritos no hubieran perseguido otra cosa que elogios. Aparte de que la más segura aprobación y la menos equívoca es el cambio de costumbres y la enmienda de aquellos que les leen o escuchan. No se debe hablar, no se debe escribir más que para instruir; si por ventura acontece que, además, se deleita, no deberá lamentarse de ello si sirve para atraer y hacer que las verdades, aceptadas, instruyan. Cuando en un libro se deslizan ciertas reflexiones que ni tienen el fuego ni la pujanza ni la viveza de otras, por más que se antojen escritas para la amenidad y remansar el espíritu, y de esta suerte prepararlo para lo que siguiere, y por otra parte, no sean sensibles, familiares, instructivos, acomodados a la gente del común, entonces puede el lector condenarlos y el autor proscribirlos de sus páginas: tal es la regla. Hay otra, sin embargo, la cual tengo interés que se siga, pues se trata de la conveniencia de no perder de vista el título de la obra y pensar de continuo, a lo largo de su lectura, que lo que yo describo son los caracteres o las costumbres de este siglo: aunque a menudo retrato los de la corte de Francia y de los habitantes de mi nación, no cabe ceñirlos a una sola corte ni a un único país, sin que por ello mi libro sienta mengua de su amplitud y utilidad, pues en él he pretendido pintar a los hombres en general, así como las razones que justifican el orden de los capítulos y la sucesión de las reflexiones que los componen. Después de esta prudente y no menos necesaria advertencia, y cuyas consecuencias son fácilmente previsibles, creo poder protestar contra todo enfado, contra toda queja, toda maliciosa interpretación, contra cualquier capciosa aplicación y toda censura; contra los chanceros de poca ley y los lectores malevolentes. Hay que saber leer, y después callar, si no se atina a referirse con propiedad a lo que se ha leído estrictamente. Y no basta con quererlo, sino que es menester querer hacerlo. Sin estas condiciones -que un autor estricto y escrupuloso debe reclamar de ciertos espíritus, como única recompensa de su trabajo-, dudo que deba continuar escribiendo, antes bien que anteponga su propia satisfacción a la utilidad de los demás y al celo por la verdad. He de confesar, por otra parte, que me ha embargado la duda, desde el año de 1690 y antes de la quinta edición, entre la impaciencia de redondear mi libro y darle mejor disposición con nuevos caracteres, y el temor de que algunos exclamen: «¿Es que no terminaremos nunca con esos Caracteres ni habremos de leer otra cosa?» Algunas personas juiciosas me decían: «El asunto es de consistencia, provechoso, agradable e inagotable. Vivid mucho tiempo, y versad sobre él mientras viváis. ¿En qué mejor podríais emplearos? No habrá año que las locuras de los hombres os procuren un nuevo libro». Otras, con no menos razón, me han hecho temer los caprichos de la multitud y la ligereza del público -del cual, pese a todo, tengo motivos para estar contento-, arguyendo con pertinacia que, como quiera que desde hace unos treinta años sólo se lee por leer, es preciso dar a los hombres, a fin de entretenerles, nuevos capítulos y hasta un título nuevo; que esa indolencia había llenado las librerías y poblado el mundo, en todo ese tiempo, de libros insulsos y aburridos, sin reglas ni estilo, contrarios a las costumbres y al decoro, escritos con precipitación y leídos, también aprisa, sólo por ser novedad; y que si yo no atinaba más que a aumentar un libro razonable, lo mejor que podía hacer era descansar. He acordado tomar entonces algo de dichas opiniones opuestas y guardado entrambas un equilibrio que las aproxime: no fingí añadir nuevas observaciones a las que ya habían engrosado en más del doble la primera edición de mi obra. Empero, con el propósito de que el público no se viera obligado a recorrer lo antiguo para llegar a lo nuevo, y así sus ojos alcanzasen aquello que tenían deseo de leer, he curado indicar ese segundo incremento con una señal particular, de suerte que creí no resultaría inútil distinguir el primer aumento con otro signo más sencillo, que sirviera para mostrarle el avance de mis Caracteres y ayudar de este modo a espigar la lectura que le plazca. Y para que nadie anduviere temeroso de que este ejercicio vaya a tender al infinito, he añadido a todas estas precisiones una sincera promesa de no arriesgar nada más en este género. Pues si alguno me acusare de faltar a mi palabra, insertando en las tres ediciones que han seguido un grande número de nuevas observaciones, verá que, al confundirlas con las antiguas, no he pensado tanto en hacerle leer algo nuevo, cuanto en dejar a la posteridad una obra de costumbres más completa, más acabada, más regular. Por lo demás, no son máximas lo que he querido escribir; vienen a ser reglas morales, para las que, debo confesar, no tengo autoridad ni talento bastante para erigirme en legislador. Tampoco desatiendo que habría atentado contra el uso de las máximas, que deben ser breves y concisas, a guisa de oráculos. Algunas son de esta naturaleza, pero otras tienen mayor extensión. Uno piensa las cosas de manera diferente, y también de manera diferente las explica: mediante una sentencia, un razonamiento, una metáfora o cualquier otra figura; un paralelo, una simple comparación, una descripción entera, un solo rasgo, una pintura; de ahí lo extenso o lo breve de mis reflexiones. Aquellos que escriben máximas quieren que los demás las asientan; yo, por el contrario, consiento que digan de mí que alguna vez no fui un fino observador, pero ese alguien debe saber observar más agudamente que yo.

 

[1:1] Todo se ha dicho, y llegamos demasiado tarde cuando hace más de siete mil años que hay hombres, y que piensan. En lo que concierne a las costumbres, lo mejor y más bello se ha esfumado con los libros de antaño. No queda más que espigar entre los antiguos y los más diestros de los modernos.

[2:9] No existe tarea más deplorable en el mundo que labrarse la gloria de un nombre; al cabo, todo termina cuando la obra apenas se ha esbozado.

[3:53] Las mujeres están en los extremos: o bien son mejores que los hombres, o bien son peores.

[2:22] De tiempo en tiempo aparecen en la superficie de la Tierra hombres excepcionales, exquisitos, que brillan por su virtud, y cuyas eminentes cualidades irradian un prodigioso resplandor. Al igual que aquellas extraordinarias estrellas, de las que ignoramos la causa y más todavía su extinción, no tienen antepasados ni descendientes: forman por sí solos un linaje.

[2:25] Un hombre libre, sin compañía de mujer, si cuenta con algo de talento, puede gozar de fortuna, darse a admirar al mundo y codearse con la gente de más lustre. Pero no es fácil conseguir tales provechos para el que está casado. Se diría que el matrimonio pone a cada uno en su lugar.

[3:80] ¿No se podría descubrir el arte de hacerse amar por la mujer propia?

[4:11] No amamos por entero más que una sola vez, la primera: los amores que acontecerán después son menos involuntarios.

[4:39] Queremos dar toda la felicidad a la que amamos, y, si no es posible, toda la amargura.

[4:40] Añorar al ser amado es un bien si lo comparamos con el hecho de vivir junto al que odiamos.

[4:52] Hospedamos, invitamos, ofrecemos la casa, la mesa, cuanto poseemos, pero lo único que no damos es la firmeza de nuestra palabra.

[4:63] Hay que reír antes de ser feliz, para no morir sin haber reído.

[4:64] La vida es breve si sólo le damos este nombre cuando es grata, pues si sumásemos todas las horas transcurridas en el goce, apenas los largos años de una existencia se nos convertirían en unos pocos meses.

[4:65] ¡Cuán difícil es estar satisfecho de alguien!

[4:75] Qué pocas veces se llega a decir: «Yo era ambicioso». O no se es ambicioso, o se lo es siempre. En cambio, surge el momento en que se confiesa haber amado.

[4:76] Los hombres empiezan con el amor, lo truecan por la ambición, y sólo descansan cuando mueren.

[5:37] No poder soportar los caracteres malos, de los que el mundo rebosa, nada dice a favor del nuestro: es necesario que en el comercio corran tanto las monedas de oro como las de cobre.

[6:6] Dos mercaderes vecinos, y que vendían el mismo género, tuvieron desigual fortuna. Cada uno era padre de una hija única. Ambas se criaron juntas, vivieron en esa familiaridad que dan la misma edad e igual condición. Pasado el tiempo, una de ellas, tratando de huir de la miseria, busca situarse y entra al servicio de una dama de la corte, acaso de las más destacadas: era su antigua compañera.

[6:10] Vana empresa sería ridiculizar a un hombre muy torpe pero rico; los que debieran reírse estarían de su parte.

[6:18] Champagne, al salir de un opíparo banquete que le ha llenado la panza, con los dulces vapores de un vino de Avernay o de Sillery, firma una orden que le presentan al vuelo, según la cual, a no ser reparada, dejaría sin pan a una provincia entera. Tiene su disculpa, pues, ¿cómo iba a comprender, en plena digestión, que alguien pueda morir de hambre?

[6:40] A los treinta años se piensa en hacer fortuna, y a los cincuenta no está hecha. Uno edifica en la vejez, y muere cuando empiezan su labor los pintores y cristaleros.

[6:52] En el mundo no hay más que dos maneras de ascender: o por la propia industria, o por la imbecilidad ajena.

[6:53] Los modos revelan el temperamento y las costumbres, pero el rostro señala los bienes de fortuna. La renta más o menos generosa se marca en las facciones.

[6:65] El avaro gasta el día de su muerte más que en diez años de existencia, y su heredero en diez meses más de lo que él gastó a lo largo de su vida.

[6:67] Tal vez los hijos serían más queridos por sus padres, y recíprocamente, los padres por sus hijos, sin la condición de herederos.

[8:10] La corte es como un edificio hecho de mármol; quiero decir, que está compuesta de hombres muy duros pero pulidos.

[8:36] Dos razones son las que llevan a hablar bien de alguien en la corte: la primera, para que se sepa que hablamos bien de él; la segunda, para que él hable bien de nosotros.

[8:37] En la corte es tan peligroso dar un paso como no darlo.

[8:65] Las ruedas, los resortes y los movimientos están ocultos; nada se muestra de un reloj más que su manecilla, que avanza insensiblemente y cumple su vuelta: imagen del cortesano, y tanto más perfecta cuanto que, después de haber andado largo camino, vuelve a menudo al punto de partida.

[8:70] El esclavo sólo tiene un amo; no así el ambicioso, que tiene tantos dueños como personas puedan procurarle el favor.

[8:95] Se encuentran en las cortes ciertas gentes que, a tenor de sus palabras y conducta, parecen no pensar ni en sus abuelos ni en sus nietos. Para ellos sólo cuenta el presente; y no lo gozan, sino que abusan de él.

[9:3] La ventaja de los grandes sobre el resto es inmensa en un aspecto. Les cedo la buena pitanza, los fastuosos muebles, sus perros y caballos, sus monos, sus enanos y aduladores, pero les envidio la dicha de tener a su servicio gentes que les igualan, y a veces exceden, en corazón e inteligencia.

[9:56] Deberíamos callar en lo tocante a los poderosos. Hablar bien de ellos casi siempre es adulación. En vida es peligroso pronunciarse en contra, y a su muerte es cobardía.

[10:25] Los ocho o diez mil hombres de una milicia son para el soberano como la moneda con que comprar una plaza o una victoria. Si logra que le cueste menos, si economiza hombres, se asemeja al negociante que conoce mejor que otro el valor del dinero.

[11:1] No nos enfurezcamos contra los hombres al ver su dureza, su ingratitud, su injusticia, su orgullo, el amor a sí mismos y el olvido para con los demás. Están hechos así, es su naturaleza. Es como no poder soportar que la piedra caiga o que el fuego ascienda.

[11:34] Nada hay que los hombres deseen conservar tanto y que le procuren un peor trato que la vida.

[11:36] La muerte sólo llega una vez, pero se la siente en todos los instantes de la vida. Más duro es temerla que sufrirla.

[11:38] Lo que hay de cierto en la muerte queda aminorado por su propia incertidumbre. Es un indefinido en el tiempo que tiene algo de lo infinito, de eso que llamamos eternidad.

[11:39] Pensemos que, del mismo modo que hoy suspiramos por la florida juventud perdida, y que no habrá de volver, al llegar la edad caduca añoraremos el tiempo viril en el que todavía nos hallamos y que no apreciamos lo bastante.

[11:40] Tememos una vejez que no estamos seguros de alcanzar.

[11:41] Esperamos envejecer y tememos la vejez, es decir, amamos la vida y huimos de la muerte.

[11:43] Si unos hombres murieran y otros no, el morir sería una desoladora aflicción.

[11:46] El pesar que causa a los hombres haber malbaratado el tiempo pasado, no les empuja siempre a administrar mejor el que les queda.

[11:48] Tres acontecimientos hay para el hombre: nacer, vivir y morir. Del primero no tiene memoria, sufre al morir, y olvida vivir.

[11:56] A los niños todo les parece grande: los patios, los jardines, los edificios, los muebles, los hombres y los animales. Lo mismo sucede a los mayores con las cosas del mundo, y me atrevo a decir que por la misma causa: porque son pequeños.

[11:82] A la vista de ciertas calamidades, sentimos un resabio de vergüenza al ser dichosos.

[11:91] ¡Qué desavenencia entre la mente y el corazón! Vive mal el filósofo en pugna con sus principios, y el político, saturado de interrogantes y reflexiones, no sabe gobernarse.

[11:102] La mayoría de los hombres emplean la mejor parte de su vida en hacer miserable la otra.

[12:4] Dos cosas contrarias nos persuaden por igual: la costumbre y la novedad.

[12:31] La fisonomía no es una regla que nos ha sido dada para juzgar a los hombres, pero puede servirnos de conjetura.

[12:35] Aquellos que sin apenas conocernos piensan mal de nosotros, no son causa de ofensa, puesto que no nos atacan: sólo se enfrentan al fantasma que ha forjado su fantasía.

[3:58] Un hombre es más fiel al secreto ajeno que al suyo propio; una mujer, por contra, guarda mejor su secreto que el del prójimo.

[3:64] Un hombre que empieza a intuir achaques y a temer los avisos de la vejez, acérquese a una muchacha, consulte sus ojos, escuche el tono con que le habla: desvelará lo que temía. ¡Dura escuela!

[12:57] Después del espíritu juicioso, lo más raro en el mundo son los diamantes y las perlas.

[12:75] Únicamente pongo por encima de un político al que no quiere serlo, y sobre todo si se halla en el convencimiento de que el mundo no merece su esfuerzo.

[12:90] El adulador no tiene buena opinión de sí ni de los demás.

[12:108] No hay camino demasiado largo para el que va a paso lento y sin presura; tampoco hay frutos lejanos para quien se instruye en la paciencia.

[12:109] No cortejar a nadie ni aguardar que nos cortejen. Dulce condición, edad de oro, el estado más natural del hombre.

[13:31] Cada hora en sí misma, y en lo que nos atañe, es única. Una vez huida, se pierde para siempre, y los millones de siglos que habrán de encadenarse no nos serán retornados. Los días, los meses y los años caen sin vuelta en el abismo de los tiempos, y hasta el propio tiempo terminará por desaparecer: no es más que un punto en los inmensos espacios de la eternidad, y será borrado. Acontecen en el tiempo, sin embargo, circuntancias huecas y frívolas, que no son estables, y a las que yo llamo modas, sépase grandeza, privanza, riquezas, poder, autoridad, independencia, placeres, alegrías, superfluidad. ¿Qué será de todo ello cuando el tiempo haya desaparecido? Sólo la virtud, tan poco de moda, excede al tiempo.

[14:9] Algunos llevan tres apellidos por miedo a tener pocos. Los tienen para el campo y la ciudad, para el lugar en que sirven o el empleo en que se hallan. Otros, que cuentan con un solo nombre disílabo, lo ennoblecen añadiendo partículas en cuanto prospera su fortuna. Los hay, sin embargo, que suprimen una sílaba y de su oscuro nombre surge uno ilustre; también está el que da en mudar una letra, y de Siro viene a llamarse Ciro. No son pocos los que suprimen sus apellidos, que podrían conservar sin deshonra, para acogerse a otros de más lustre, con lo cual sólo pueden perder por la comparación que se establece entre ellos y los hombres insignes que los llevaron. No faltan, en fin, los que nacidos a la sombra de los campanarios de París, quieren pasar por flamencos o italianos, como si en dichos países no hubiere villanía, y alargan sus apellidos franceses con terminaciones extranjeras, creyendo que venir de lejos es proceder de buen lugar.

[14:11] ¡A cuántos hijos les sería de provecho la ley que dictase que es el vientre el que ennoblece! ¡Y a cuántos resultaría un perjuicio!

[14:51] La tortura es un maravilloso invento para doblegar a un inocente enjuto y salvar a un culpable corpulento.

[16:10] Exigiría de aquellos que van contra la opinión común y las reglas generales, que mostrasen un saber superior a los demás y tuvieran razones claras y argumentos capaces de convencer.

[16:32] Quien ha vivido un solo día, ha vivido un siglo: el mismo sol, la misma tierra, el mismo mundo, idénticas sensaciones. Nada es más semejante al hoy que el mañana. Parece que el morir tendría que alentarnos cierta curiosidad, es decir, probar ese paso que habrá de llevarnos de ser un cuerpo a devenir en un espíritu. Sin embargo, el hombre, impaciente ante toda novedad, no siente anhelo al respecto. Inquieto desde la cuna y hastiado de toda cosa, no le aburre el vivir, y acaso accedería a ser eterno. La visión de la muerte le afecta más hondamente que todo lo que sabe acerca de ella: la enfermedad, el dolor, el cadáver le menoscaban el deseo de conocer otro mundo. Se requiere toda la pujanza de la religión para resignarlo.

[16:39] Si todo es materia, y si el pensamiento que hay en mí, como en el resto de los hombres, no es más que un efecto del orden de las partes de la materia, ¿quién añadió al mundo otra idea distinta relativa a las cosas materiales? ¿La materia guarda en su esencia una idea tan pura, tan simple e inmaterial como lo es la del espíritu? ¿Cómo puede ser el principio de aquello que la niega y excluye de su propio ser? ¿Cómo puede acontecer en el hombre lo que piensa, es decir, lo que el propio hombre concibe como no materia?

[16:50] Si no gustan estos Caracteres, me sorprende; si gustaren, también me sorprendería.