Entrevista a Ángel González

Armando G. Tejeda
Revista BABAB en junio de 2001

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.

(Fragmento del poemario Áspero mundo )

El poeta Angel González sigue con cautela su propia obra literaria, que considera menor y cadente, tiempo de vida y muerte, alimento de sueño encontrado. Tiempo febril y otoñal que ahora habita con nostálgicos cantos elegíacos y que desde el páramo en el que invoca a la palabra, mira con su mirada iluminada el mundo y su alborozo, la vida que no cesa de extinguirse.

Ángel González ha rasgado palabra sobre palabra ese "sentimiento agudo" que hace posible el vital encontronazo del fluido poético que ilumina y da claridad. A sus 75 años, la mirada y el andar del poeta llevan clavada la caricia del mundo, como la sonata a un violín solo o el preámbulo a un silencio.

Escribe poco y es noctámbulo. Asturiano orgulloso de su terruño, Oviedo, la ciudad que le vio nacer en 1925 y con la que mantiene la complicidad con su majestuosa belleza. Ha sido testigo, "antes que actor", de acontecimientos violentos: revolución, guerra civil, dictaduras. Él mismo lo explica con claridad: "Sin salir de la infancia, en muy pocos años, me convertí, de súbdito de un rey, un ciudadano de una república y, finalmente, un objeto de una tiranía". Desde 1972, cuando decidió huir de las miserias de la dictadura que el siglo le otorgo por morada, vive en Alburquerque, Nuevo México, donde enseñó literatura hasta su reciente jubilación.

Tras nueve largos años de silencio, el Ángel González más elegíaco ha regalado a sus fervientes lectores un nuevo poemario, "Otoños y otras luces" (Tusquets), con el que cita a la muerte con sus versos y hace de la contemplación de la vida pasada una gesta sublime, que Babab.com se enorgullece de compartir.

ARMANDO G. TEJEDA - En "Otoños y otras luces" hay solo una faceta de Angel González, quiza la más elegíaca y reflexiva.

ÁNGEL GONZÁLEZ - Creo que es nostálgico y elegíaco, son poemas que escribí a lo largo de nueve años, aunque tengo otros poemas más irónicos, que también caracterizan parte de mi escritura, pero a la hora de pensar un libro con todos los poemas, el libro no me salía de ninguna manera, no se llevaban los poemas y no compaginaban. Por eso elegí una serie de ellos que sí tienen una cierta coherencia por la nostalgia, la elegía, el paso del tiempo, la vejez.

AT - Usted dice sobre el Otoño: "Se diría que aquí no pasa nada,/pero un silencio súbito ilumina el prodigio:/ha pasado/un ángel/que se llamaba luz, o fuego, o vida./Y lo perdimos para siempre/".

AG - El otoño es un momento muy bello pero es el momento en el que la vida se acaba. Ese final de la vida produce un doble efecto: primero, un sentimiento elegíaco y, segundo, amor a la vida, porque generalmente lo que escasea siempre tiene un valor extraordinario.

AT - La ironía también es parte de su canto elegíaco.

AG - Sí, porque en principio la ironía para los poetas de mi generación fue un medio de esquivar la censura franquista, pero con el tiempo me di cuenta que la ironía expresa la ambigüedad del mundo, es decir, la ironía te permite decir que sí y que no al mismo tiempo. Me he dado cuenta con el paso del tiempo que la ironía no era únicamente un procedimiento para esquivar a algún censor, sino que era también caja y contenido en el poema, porque el mundo es ambiguo y las cosas son y no son a la vez.

AT - También es verdad que la ironía se ha cultivado desde siempre en la poesía española, no hay más que recordar los versos cortesanos de Quevedo.

AG - Desde luego, Quevedo y más recientemente Antonio Machado, luego en mi generación se convierte en un rasgo casi fundacional, como con Gil de Biedma, por ejemplo. Ahora en los poetas más jóvenes, como Luis García Montero, también la ironía está muy presente.

AT - También es clara su veneración a la utilización de la palabra exacta, en el poema no falta ni sobra nada.

AG - Yo siempre soy muy cuidadoso en el uso del lenguaje, utilizo como materia de trabajo el lenguaje coloquial, me gusta la simplicidad, la claridad. Es más difícil escribir con claridad que escribir en la oscuridad como hacen otros poetas, que cultivan el hermetismo, la oscuridad y ni ellos saben lo que quieren decir ni el lector les encuentra un sentido. También es verdad que tiene un valor literario, pero no es la poesía con la que simpatizo desde dentro.

AT - Alcanzar esta sencillez requiere entonces de muchos años de experimentos fallidos, incluso de fracasos.

AG - Siempre pretendí la sencillez, al principio fue de una manera no consciente, pero insisto, creo que escribir con sencillez es más difícil, entonces el camino para alcanzarla es más tortuoso. Yo espero haberla alcanzado, aunque no soy un entusiasta de mi poesía.

AT - ¿Nunca se separo de esta línea a pesar de la influencia de la proliferación de las vanguardias en el siglo XX y que, como es obvio, también hicieron mella en su obra?

AG - Sí, la vanguardia me influyó mucho porque leí a poetas como Gerardo Diego, creacionista o ultraísta, y leí apasionadamente a Cesar Vallejo. Eso me dejo alguna huella que se puede advertir en alguno de mis poemas: el gusto por el juego, por lo lírico, pero nunca me contagió la oscuridad de las vanguardias y la racionalidad absoluta, que he tratado de controlarla.

AT - Con Gil de Biedma y Caballero Bonald, usted defendió la poesía social, tan vilipendiada en aquellos de oscurantismo.

AG - Fue un movimiento que respondía a una necesidad para nosotros. Vivir la guerra civil de niños, al menos a mi me determinó muchas cosas, y luego la posguerra y luego la dictadura. La poesía social no era una manera de pensar, era algo que me exigía desde dentro y que no obedecía a consignas, como se dijo muchas veces porque ese tipo de poesía molesto y todavía molesta; siempre se habló de los tontos útiles, de la consigna. Yo nunca escribí por consigna, escribí exteriorizando un sufrimiento que estaba muy dentro de mí de rechazo total a todo aquella miseria.

AT - Entonces no se entendió que era poesía social con aspiración de ser una obra de arte.

AG - Eso era lo que yo pretendía, pero no sé si lo conseguí, pues se puede escribir buena poesía y mala poesía con cualquier tema, el tema no define a la buena y a la mala poesía, un poeta dice lo que siente y para mi la reflexión sobre la historia fue una necesidad interior.

AT - Hay cierto tono de conversación en su poesía, ¿es una herramienta para acercarse al lector?

AG - Creo que sí, pero este tono de conversación no es deliberado, uno lo hace sin darse cuenta por qué lo hace y a lo largo de los años uno se da cuenta. Ya lo decía Machado, "con las palabras se pueden hacer muchas cosas, música, escritura, etcétera, pero sobre todo con la palabra se puede hablar".

AT - Machado y Vallejo están muy presentes en su obra, ¿verdad?

AG - Machado fue un poeta que leí tardíamente, a mí el poeta que me deslumbró cuando empecé a leer poesía fue Juan Ramón. Machado me pareció entonces un poeta viejo, con un lenguaje que no me interesaba, mientras que Juan Ramón era deslumbrador por la novedad. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que esa lenguaje viejo, un poco polvoriento, de Antonio Machado oculta muchos momentos, muchos misterios, por lo que realmente el poeta de lo inefable no es Juan Ramón es Machado.

AT - En "Otoños…" hay un homenaje a Claudio Rodríguez, su compañero de viaje.

AG - Es un homenaje producto de un encargo de cuando murió Claudio, que era muy amigo mío y que siempre admiré, y, bueno, me encargaron que escribiera sobre él, pero yo no iba a hacer ni una semblanza ni un artículo político, entonces pensé que lo que yo quería hacer era un poema en homenaje a Claudio y ese es el origen de ese poema. En mi poesía hay muchos homenajes, como a Blas de Otero, José Hierro, también hay algunas visiones irónicas y críticas de otros poetas, como Mallarmé o al propio Juan Ramón. Quiero escribir más homenajes a poetas que admiro.

AT - El tiempo de Ángel González está también impregnado de lo cotidiano. Leo: "Ayer fue miércoles toda la mañana, por la tarde cambió, se puso casi lunes".

AG - Es la ambigüedad del tiempo, en ese poema la ironía pretende la justificación de la nostalgia, la justificación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, como decía Jorge Manrique, pero también el convencimiento de que el tiempo que yo echo de menos no mereció la pena para nada, fue un tiempo muy aburrido, muy espeso, muy tonto y, sin embargo, hay cierta nostalgia de aquella época. Y eso la ironía permite expresarlo.

AT - En el primer poema de Áspero mundo , usted resume en un verso lo que es: "Para que yo me llame Ángel González,/para que mi ser pese sobre el suelo,/fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo".

AG - Es un poema escrito en soledad, sin tener contacto con la actualidad de lo que era la poesía en España y en América Latina en aquellos años. Es un libro muy cutáneo, sin ideas previas, pero en el que ya sale la veta social, pues es el ser humano que soy yo gracias a un conjunto de cosas: la tierra, el lenguaje, el aquí y el ahora, la circunstancia. Ese libro lo escribí además en circunstancias muy especiales: estaba enfermo con una tuberculosis muy grave que me obligó a irme a un pueblecito de las montañas de León, donde estuve tres años en reposo absoluto y sin contacto con nada. Ahí leí mucho a Juan Ramón, a los poetas del 27, sobre todo la parte mas lírica porque la poesía comprometida, que la tuvieron todos, estaba censurada y no se conocía. Con esas influencias, un poco anacrónicas, escribí este libro.

AT - ¿Cómo fue que le dio la tuberculosis?

AG - La tuberculosis en Asturias era una enfermedad endémica, casi toda la población humana y animal, desde las vacas y las gallinas hasta los seres humanos, estaba tocada de alguna forma por esta enfermedad, y luego con el hambre de la guerra y la falta de buena nutrición era una plaga terrible. Y la gente se moría, no había ninguna droga para combatirla, creo que en el año que yo estuve enfermo se murieron cien mil personas de tuberculosis.

AT - La tuberculosis a lo mejor también significó un otoño prematuro.

AG - Claro, la idea de la muerte estaba ahí, que a pesar de que la pensaba de una manera explícita, tenia la idea que me podía morir todo el tiempo detrás de la oreja.

AT - También hay, sobre todo en su primeros poemas, cierto temperamento existencialista

AG - Sí, pero de una manera no consciente por mi parte, estaba en el ambiente, ya que a pesar de las dificultades de la censura de la dictadura, sí pudimos leer a Camus, a Sartre y creo que todo eso creó un clima en el que participabas sin enterarte. En aquellos años tenía una visión mas pesimista por el condicionamiento político, por una parte, y luego por la influencia de los existencialistas.

AT - Entonces nació su generación poética…

AG - Las generaciones literarias yo creo que se ven en el momento en que nacen al identificar lo que tienen en común un grupo de poetas, luego cada uno va por un camino diferente y evoluciona. En el grupo del 50 estábamos al principio homogeneizados por el sentimiento de rebeldía hacia la dictadura, y no fue solamente a través de los versos sino que todos nosotros participábamos en la lucha clandestina contra el franquismo, en distintas medidas, algunos dentro del Partido Comunista, otros como compañeros de viaje. Además usar un lenguaje como materia de trabajo, el lenguaje coloquial de hombre medio culto, sin popularismos y sin localismos, fue otro elemento de unión, así como tratar en nuestra poesía temas de la cotidianeidad. Era poesía en principio urbana, pues era el medio en el que nos movíamos. Algunos de los poetas de esa generación acabaron opuestos a esos principios, como el caso de José Ángel Valente, que era un poeta del realismo crítico, muy impregnado de la historia que luego evolucionó a una especie de misticismo acogido al silencio, que es como termina Valente. Otros, como yo o Jaime Gil de Biedma, nos mantuvimos en esa misma línea y ha habido poetas como Caballero Bonald o Carlos Barral, que siempre tendieron a una especie de barroquismo que en un momento determinado, justamente por la aparición de la dictadura, escribieron libros dentro de la línea del realismo histórico. Pero cada uno tenía su sentimiento natural frente al lenguaje.

AT - Después los novísimos desdeñan su propuesta estética, incluso la niegan.

AG - Vinieron después de nosotros, al filo de los años sesenta y representaban lo contrario a nosotros, con una estética opuesta a la nuestra y así lo manifestaron. Ellos dijeron que en España no se había hecho nada que valiese la pena en casi todo el siglo XX y por lo tanto nuestra poesía para ellos era una miseria. Ellos escribían esa poesía de liberación tan lujosa, con cercanía al modernismo, hermética, más intelectual, mas abstracta y aún sin hablar de nada. Creo que ello alejó lectores de la poesía, pero eso duró poco porque se quedaron solos y la poesía volvió después a un cauce más próximo al nuestro.

AT - La poesía joven, ¿la sigue?

AG - Actualmente, si hablamos de arte, yo creo que es un disparate. Es muy fácil, la gente se conforma con poco o con nada, como las instalaciones. Marcel Duchamp fue el primero que tuvo la genialidad de coger un urinario y llamarlo fuente y después cualquiera lo puede repetir. Creo que ahora se está repitiendo y repitiendo, eso aburre.

AT - ¿Hay instalaciones en la poesía actual?

AG - Yo creo que sí, hay mucha poesía gratuita, fácil de hacer y con falta exigencia. Pero supongo que lo que va a quedar, si es que algo queda, será lo que responde a una exigencia con un mínimo de seriedad. Supongo que alguien por ahí está haciendo la gran obra, pero ahora no se ve bien, con tanta confusión y modalidades nuevas.

AT - Su generación también estuvo marcada por la división, por el exilio y, después, por cierta reconciliación.

AG - Cuando desapareció la dictadura desaparecieron también muchos dogmatismos. Yo tengo mucho respeto al exilio, ellos fueron echados a patadas de un país donde o los mataban o los encarcelaban. Yo no fui exiliado, yo me fui harto de la España de la dictadura, que parecía que no iba a acabar nunca.

AT - Sin embargo a los tres años de irse murió Franco, ¿no pensó en regresar al terruño, a su Asturias querida?

AG - Sí, dude en volver a España, pero me quedé atrapado por una cosa: que aquí en España no podía enseñar literatura, porque yo soy licenciado en derecho, ni siquiera abogado, y en Nuevo México me permitieron enseñar literatura y aquello me gustó más como medio de vida. En 1975, pude haber vuelto a España y no me faltaron ganas, pero hubiera tenido que volver a la función pública y eso me detuvo pues me encontraba muy a gusto enseñando literatura.

AT - Se ha mantenido rojo hasta ahora.

AG - Trato de mantenerme rojo, aunque luego la historia demostró lo que había de utopía y de mentira. Hay muchas cosas en las que creíamos muy firmemente, como el estalinismo, que sin embargo era todo mentira. Pero la utopía que había detrás de aquella mentira está en toda mi vida, nosotros vivimos en el barrio de lujo de la aldea global, pero la aldea global está llena de horrores y de miserias y tratar de ponerle remedio a eso y buscar soluciones es una utopía tan viva como cuando estábamos nosotros en plena miseria. En Europa estamos muy bien, pero estamos en el barrio de lujo de una aldea global que tiene unos extrarradios horrorosos, espantosos y por eso aquella utopía de transformar el mundo y hacerlo más habitable sigue viva.

AT - Pero también es verdad que en este barrio de lujo la utopía agoniza.

AG - Se diluye, porque ahora está lejos. Creo que deliberadamente eso se fomenta, es decir, los pobres son muy útiles para los ricos, que luego cuando hay violencia se quejan, pero yo creo que la violencia está bastante justificada. Me pueden quitar el reloj dándome una puñalada y con la venta de ese reloj a lo mejor puede comer mañana una familia, y yo no tengo derecho a quejarme porque es lo que hemos sembrado como civilización.

AT - Tomando en cuenta la historia de la humanidad, tampoco hay demasiados elementos que alenten el optimismo, ¿verdad?

AG - Se está consolidando la injusticia, se está gravando la diferencia entre pobres y ricos. El mundo se está volviendo completamente insolidario, la migración, por ejemplo, a la vez se utiliza que se controla, se manipula y al final se cierran las puertas. Esa gente que viene desesperada, cuando llegan aquí se les manda para atrás porque esa mano de obra sobra en este país.

AT - En medio de este paisaje un tanto apocalíptico, ¿la reflexión sobre la poesía es una interrogante que no se ha cerrado?

AG - No se ha cerrado, la poesía como el arte en general es forma, debajo de sus formas hay muchas cosas. La poesía tiene muchas caras y muchas posibilidades, que puede tener hasta nada, como pretendía hacer Mallarme, que buscaba la inanidad sonora, que es una cascara de sonidos donde dentro no hay nada. La poesía te ilumina, te aclara cosas, te explica el mundo y responde a esa necesidad de entender la vida. Escribir no es doloroso, pues la poesía que suele nacer de un sentimiento muy agudo que exige ser formulado y encontrar esas palabras que expresan ese sentimiento íntimo es placentero. Cuando no aparecen, entonces no escribes, nadie está obligado a escribir un poema porque si no es necesario para ti como va a ser necesario para los demás. Gracias a las palabras se va formulando ese sentimiento un poco oscuro que uno no sabe a donde lleva.

AT - Su poesía, ¿a dónde lleva?

AG - Yo no sé hablar de mis libros, no veo demasiado clara mi poesía, soy bastante autocrítico, exigente y no me gusta demasiado nada de lo que hago, siempre espero que sea mejor. Pero hay un momento en que me decido a publicarlo porque si lo mantengo guardado se pudre. La poesía se realiza realmente cuando la leen los otros.

AT - Como lector de su poesía, encuentro un canto al amor como puerta de salvación a la barbarie que nos circunda.

AG - Sí, pero el amor que supone la concentración de un sentimiento de solidaridad, ya no sólo el amor erótico, físico, que es importante, sino también y como la culminación de la solidaridad, de intentar entender al otro, de verlo por dentro y tratar de entenderlo.