Entrevista a Jaime Salinas

Juan Cruz
EL PAÍS  -  Cultura - 13-03-2006.

El editor Jaime Salinas hablará mañana en la Biblioteca Nacional sobre los libros de su vida, en un diálogo con Rosa Regàs, amiga suya, que también fue editora, y que ahora dirige la citada Biblioteca. Salinas fue una pieza fundamental en la historia de Carlos Barral en Seix Barral, luego estuvo al frente de Alianza Editorial (con José Ortega Spottorno, con Javier Pradera), dirigió Alfaguara y fue director general del Libro. En 2003 publicó en Tusquets Travesías, su libro de memorias infantiles y juveniles, con el que obtuvo el Premio Comillas. Nació en Argelia hace 80 años, vivió el exilio con su padre, el poeta Pedro Salinas, y con su hermana Solita, casada luego con el historiador Juan Marichal. Aquí habla de su relación con los libros.

Pregunta. ¿Hay un momento en que el editor pierde el gusto por los libros?

Respuesta. Depende del editor, pero sí, creo que la mayoría en cierto sentido se inmuniza con respecto a los libros. Cuando uno está muy vinculado al proyecto se manifiesta esa especie de pasión que luego va desapareciendo. Como en tantas otras cosas...

P. ¿Y cómo ha sido su propia relación con los libros?

R. Nunca fui un gran lector, ni creo que tenga una lectura suficientemente formada. Mientras trabajé con Barral comprendí que no se trataba de publicar los libros que me gustaran, así que mi relación con los libros era a través de terceras personas, los que me sugerían que se publicaran. Yo raramente leía los libros que iba a publicar...

P. O sea, que eso no es leyenda...

R. Lo aprendí de Einaudi, en Italia. Giulio Einaudi me invitó a estar en su comité de lectura, que era impresionante. Sólo intervenía cuando se atascaba el diálogo. Luego me explicó que él no leía los libros, se dejaba llevar por lo que iba escuchando. Y yo, que no era un gran lector de libros, adopté esa actitud.

P. Que llevó a Alfaguara.

R. En Alfaguara, más que un editor fui lo que los anglosajones llaman un publisher. Yo no he desempeñado, como editor, una labor de tipo intelectual; me encargaba de la organización, de la estructuración de los programas, de las relaciones públicas...

P. ¿Y cómo era su comité de lectura?

R. Era variopinto. Yo tenía dos comités, uno para literatura en castellano y otro para las otras literaturas del planeta. Les escuchaba, pero no tomaba las decisiones delante de ellos... Allí estaban Juan Benet, Juan García Hortelano, Carmen Martín Gaite, Javier Marías, Rafael Conte...

P. ¿Y esa gente iba a hablar de libros o a charlar de política?

R. Los gamberros eran Benet y Hortelano, a los que yo tenía que estar abroncando porque se escapaban, llevaban revistas pornográficas... Lo hacían amistosamente, para irritarme, pero sí se hablaba de libros, cómo no... Las discusiones me orientaban, pero las decisiones eran mías.

P. ¿Y cómo eran esos dos Juanes como lectores?

R. Eran grandes lectores. Juan Benet era mucho más consciente de la literatura anglosajona, mientras que a Hortelano se le daba mejor la literatura francesa.

P. Dice usted que no ha sido un gran lector. ¡Pero estaba rodeado de libros, de escritores, de poetas!

R. A lo mejor por eso. Mi hermana Solita leía como una loca, algo que me producía una indignación enorme, porque era obvio que quien lo hacía bien era ella y quien lo hacía mal era yo. Influyó también en mi disposición a la lectura el hecho de que estuviera cambiando de lengua: con mi madre hablaba en francés, con mi padre en español, y después ya se complicó la cosa con la aparición del inglés... El primer libro que leí fue Les malheurs de Sophie, de la condesa de Segur, me entusiasmó. Es el primero de la lista de los que quiero hablar con Rosa en la Biblioteca Nacional.

P. Así que empezó a leer en francés.

R. Leía muy poco en español; leía en inglés y en francés. El español me parecía una lengua acartonada, no me gustaba... Ya me pasa menos, porque he leído mucho y me he acostumbrado. Me indignaba con Galdós, porque si bien lo que contaba estaba muy bien, el lenguaje me agredía...

P. ¿Cómo llegó a ser editor?

R. Por casualidad. Quería estudiar cine, y para eso vine a Europa, desde Estados Unidos, donde mi padre estaba en el exilio. Vine en 1954, fui a Alicante, con mi familia de allí, me encontré con un ingeniero que me propuso trabajar con él en la organización de imprentas... Y por esos vericuetos llegué a Seix Barral... Me pusieron en una especie de barracón, ni me saludaban. Y un día me invitó a comer Víctor Seix. En el curso del almuerzo, él descubrió que yo era hijo de Pedro Salinas. "¡Cuando se entere Carlos!", exclamó. Y cuando se enteró Carlos me hizo todo tipo de fiestas y ya me incorporó a las tareas editoriales...

P. ¿Cómo era trabajar con Barral?

R. Era entrañable, caprichoso, infantil... Y, por tanto, las relaciones con él eran variables... Le tenía afecto. Era muy desorganizado y yo les garantizaba orden. Su relación con los libros era arbitraria, anárquica. Le asesoraba gente como Jaime Gil de Biedma o Gabriel Ferrater; a nosotros no nos escuchaba mucho, era muy personalista; acaso fue lo que hizo que yo fuera todo lo contrario después... Se dice que Carlos rechazó Cien años de soledad; sólo en parte es verdad: Carmen Balcells le mandó el manuscrito, Carlos tardó en responder, y cuando ella le acució él dijo que no le interesaba. Pero no lo había leído.

P. ¿Cuáles fueron los méritos de Carlos?

R. Empezó a publicar literatura extranjera, algo tan difícil durante el franquismo. Entre él y yo pusimos en marcha el Premio Internacional Formentor, nos relacionamos con editores de todo el mundo, eran reuniones extraordinarias en sitios lejanos. Cuando Fraga se puso burro con nosotros dejamos Formentor y nos reunimos en Corfú, en Salzburgo, en Túnez... Bebíamos como cosacos, hasta la madrugada...

P. ¿Era un buen editor, de acuerdo con sus cánones?

R. No, porque se dejaba guiar por su propio gusto, y eso es sumamente peligroso. Y estaba condicionado por razones políticas. Un día me llevé un libro a casa. Me pareció caricaturesco, los ricos iban con chistera, los pobres eran extremadamente pobres. Le dije que me parecía espantoso. "¡No ves que estamos cargándonos el régimen, Jaime!", me gritó.

P. O sea, que los editores no deben usar sus gustos personales...

R. Pueden, pero siempre que los tengan bien desarrollados. Carlos los tenía, pero de aquella manera. Despreciaba olímpicamente la literatura anglosajona sencillamente porque no conocía el inglés. Y era más sensible a la alemana porque había pasado un tiempo en Colonia, estudiando. Al principio mostró un desprecio total a la literatura hispanoamericana, decía que era sobre "monos montados en cocoteros", pero luego fíjate todo lo que hizo por la literatura hispanoamericana...

P. Con Ortega y con Pradera ustedes revolucionaron el mundo del libro, con Alianza Editorial.

R. Tuvimos la idea de hacer Alianza, quisimos que el libro entrara por los ojos, encontramos por casualidad a Daniel Gil, que diseñaría las portadas... Javier llevaba la no ficción, yo llevaba la ficción, claro que eso no se respetaba a rajatabla... Poco a poco, las editoriales empezaron a copiar a Alianza, aunque aún en España no existe el libro de bolsillo como existe en Estados Unidos o en Inglaterra...

P. Usted fue director general del Libro. ¿Qué quiso hacer?

R. Mi obsesión fue la creación de bibliotecas. Fracasé. Sigo pensando que es imprescindible que las haya, que la gente tenga acceso normal y general a los libros, pero ahí me topé con el cuerpo de bibliotecarios, que tenían una actitud muy cerrada y muy personalista, como si los libros fueran suyos...

P. Ahora va a hablar con Rosa Regàs de sus libros preferidos...

R. Una lista personal. Hasta los 30 años vagué por el mundo, no tuve biblioteca, no tuve luego una casa, y cuando te haces editor te invaden los libros, así que hace unos años me deshice de muchos, los di a la biblioteca de mi barrio...

P. ¿Qué libros ha elegido?

R. Le digo algunos. El tambor de hojalata, de Günter Grass. Un libro de alto calibre. Lo publiqué yo en España. Günter es amigo mío. Un hombre nada pedante, me siento muy cómodo con él. El extranjero, de Albert Camus. Camus era argelino, como yo. Toda mi vida he sido un extranjero, eso me identifica con el libro. ¡Pero no me puedo identificar con la frialdad con la que el personaje trata a su madre! También fui su editor. Rayuela. Conocí a Julio Cortázar en Francfort, estuve con él y con Ugné Kurvelis, su mujer de entonces, en el sur de Francia. Era un tipo de una humildad y una generosidad impresionantes. Una persona recta.

P. Dos escritores que no están en la lista, Benet y Hortelano. ¿Cómo eran?

R. Eran muy amigos, por eso no están. Benet era seductor, inteligente, con un sentido del humor enorme. Hortelano era tan próximo; cuando yo estaba unos días fuera me pasaba una crónica puntual de todo lo que hubiera sucedido. Entrañable.

P. Echa mucho de menos a sus amigos.

R. Mucho. A mi edad te acostumbras a que no estén porque te das cuenta de que estás solo, absolutamente solo, y eso es lo que me pasa a mí. La única persona de aquel conjunto que era cercano cuando fui editor y que sigue con nosotros es Josep Maria Castellet, y con él nunca tuve una gran intimidad.