Esta entrevista tuvo lugar en 1967 en el domicilio del escritor español Jesús Fernández Santos. El periodista había conocido a Fernández Santos en el silencio del montaje cinematográfico, en recoletas placitas del Madrid de los Austrias, cuando el escritor—guionista y director de cine daba sus últimos toques a documentales culturales en estudios vecinos a la Plaza del Conde de Miranda. La timidez, la discreción y esa mirada medio burlona a la que estas frases se refieren, hacían de Fernández Santos un devoto trabajador de la cultura en celuloide, más aún que la de un escritor de pluma bien cortada, que sí lo era, y así fue muy pronto reconocido por la crítica, desde su novela Los bravos (1954). Pasó luego Fernández Santos a ser más creador de libros, más constante y más inclinado a la literatura que al cine, y una tras otra sus novelas le confirmaron como excelente escritor, muy cuidadoso de su estilo.
Jesús Fernández Santos tenía una mirada tímida e irónica, como si aún no se hubiera decidido —burlón— a emprender un camino certero en la vida. Era hace algunos años. Jesús Fernández Santos dudaba al escoger, precisamente porque lo deseaba todo: anhelaba ser escritor, director de cine, guionista, realizar documentales, trabajar en ese medio de comunicación que es la televisión.
Fernández Santos, poco a poco, ha ido haciendo todo eso, y lo ha ido haciendo bien, con tesón, con inteligencia, con estilo y con un gran amor hacia cada quehacer que emprendía. Hoy por ello, quizá, Fernández Santos presenta otro rostro: menos irónico, más decidido, menos tímido, más sereno y seguro. Como si se hubiera encontrado a sí mismo.
—Acabo de terminar un libro — me dice en cuanto iniciamos la conversación.
Y ello realmente me causa una auténtica alegría. Porque Fernández Santos es, entre los escritores jóvenes, uno de los que el tiempo, de repente, casi parecía haber borrado del panorama literario. Era como si el cine, el documental de arte, ahora la televisión, lo hubieran apartado de ese río de realidades y promesas que marcaban sus novelas, aquellas tan elogiadas justamente, como Los bravos o En la hoguera o Cabeza rapada .
—Sí. Hace dos meses he terminado una novela que ahora está reposando. Porque yo necesito que mis libros reposen y tengan como una maduración durante cierto tiempo. Luego los releo, y es así como puedo tener un juicio crítico de lo que he hecho.
Me habla de la novela. Acaso la más larga que ha escrito y la que más le ha costado escribir.
—Las otras las hice en unos meses; ésta he tardado bastante. He necesitado que se asentara lo económico para poderle dedicar mi tiempo.
La última novela —me dice— se titula El hombre de los santos . La idea surgió mientras rodaba por España uno de sus documentales.
—En el fondo, es el tema de la soledad del hombre. No me propuse hacer eso, porque yo cuando escribo no me propongo nada a priori. Pero ha salido poco a poco así. He tardado dos años en escribirla.
Le recuerdo el éxito de crítica que obtuvo con su primera novela Los bravos.
—Creo que influyó bastante en aquel momento en el panorama de nuestra literatura; incluso influyó en El Jarama de Ferlosio. Ahora, después que han pasado unos años, no la tocaría ni una línea. Las cosas que se escriben no deben rehacerse. Creo que rehacer después de cierto tiempo es funesto.
Y me cita a un conocido novelista español que, años después de publicar una novela sobre la guerra, la volvió a hacer con numerosos retoques.
—Eso me parece absurdo —repite—. Luego añade. —Yo ante Los bravos o En la hoguera , pienso que también influye el éxito que tuvieron cada una; al menos, eso me pasa a mí; me influye el éxito y el momento en que los libros aparecen.
De la novela —de obras finalistas en el premio Nadal o en el Ciudad de Barcelona , del premio Gabriel Miró en 1956 a En la hoguera o de un gran libro de cuentos como Cabeza rapada — pasamos al cine y dentro de él, al documental de arte en el que Jesús Fernández Santos es maestro.
—No creo que vuelva a hacer cine después de Lleg a más . Creo que la película quedó bien; pero siento como si rindiera mejor como escritor que como director de cine. Mi camino es, pues, la literatura y, paralelamente, la televisión, en el estilo que la estoy haciendo.
Y con esto, Jesús Fernández Santos —hablándome de sus viajes por la España de los rincones artísticos, de sus descubrimientos con la cámara en museos y en lugares cultos o salvajes, de sus libros, sus estudios sobre pintura o sobre ciudades— expresa todo lo que lleva dentro decididamente, de escritor y de hombre de televisión, unidos y separados en dos tareas que de algún modo se ayudan y complementan.
No, ya no tiene el autor de Los bravos o del excelente documental sobre Goya, aquella tímida y casi socarrona mirada vigilante de hace unos años. Le asoma ahora la madurez de una serenidad sin ironía y ese peso y ese calor seguro del hombre en el centro de la vida que está haciendo lo que ha soñado y lo que le gusta.