- ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
- Guardo muchos recuerdos del barrio de Palermo a orillas del río; del Palermo de Carriego y de Nicolás Paredes, el caudillo. También de Montevideo (Uruguay) donde pasé largos veranos, porque los veranos de antes duraban tres meses. Además tengo recuerdos de Adrogué y de una estancia cerca de Ramallo, en la provincia de Buenos Aires, donde aprendí a nadar en un arroyo de esa localidad.
Recuerdos de la biblioteca de mi padre; de haber andado y andado a caballo…
- ¿Cómo transcurrió su juventud?
- Admirablemente en Ginebra; soy bachiller ginebrino. Estuvimos desde 1914 a 1920 y tengo allí muy buenos amigos. Cuando después volví me encontré con algunos de ellos que no había visto desde hacía 60 años. Nos encontramos y retomamos el diálogo. Claro, ellos tenían noticias de mí como escritor, pero yo no sabía de ellos y como estoy ciego me pareció que eran chicos como entonces y reían con las caras que tenían cuando colegiales.
- ¿Cómo se inició en el mundo de la literatura?
- No recuerdo la época en que no supiera leer y no tuviera el hábito de escribir. Si me hubieran dicho que leer y escribir son condiciones innatas, yo lo habría creído.
- ¿Su primer trabajo?
- Creo que el primer trabajo fue una versión de "El Príncipe feliz", que se publicó en el diario "El País", de Buenos Aires. Tendría unos 7 u 8 años de edad. A través del tiempo no sé si soy inteligente, pero mi vida ha sido literaria. Tampoco sé si lo que escribo vale algo, pero no me imagino otro destino, aunque soy de estirpe de militares, de estancieros, pero no imagino otro destino para mí, que el literario y éste no me duele, es hermoso. Porque aunque uno tenga menos experiencia que otros hombres, lo importante no son las experiencias sino el uso que uno les da, sobre todo en el caso de un escritor.
Recuerdo a un maestro, un gran poeta judío-andaluz, olvidado, que escribió en Madrid un poema al mar muy lindo. Lo felicité por ello. Yo tenía 20 años, y él me dijo: "si, el poema al mar, espero verlo algún día". Escribió el poema sin haber visto al mar…
- ¿En qué se inspiró para escribir sus obras?
- Todo lo que escribo es autobiográfico, no cuento nada tal como ocurrió. Una prueba de que soy un poeta, aunque no estoy seguro de serlo, es que tiendo a reducir todo en fábulas; en metáforas, es decir nunca cuento nada abiertamente y entiendo que ese es el deber del escritor, porque si no, es simplemente un periodista o historiador, y el poeta tiene que ser otra cosa. Poeta en griego significa hacedor. Uno tiene que hacer algo.
En un cuento mío figura una niña que murió en el barrio del Once. Figura con otro nombre. Yo pensé, no, si pongo el Once estoy traicionando mi vocación de escritor. Busqué un barrio más o menos equivalente porque no podía decir el Once, donde ella vivió. Entonces hice que viviera en Constitución, un barrio parecido, con dos estaciones ferroviarias…
- ¿Qué significado tiene para usted la República Argentina?
- Es una pregunta demasiado abstracta. No puedo contestar, realmente. Creo que en este momento pasamos por una época mala, pero trataremos de salvarnos.
- ¿Su opinión sobre la literatura moderna?
- No la conozco. Perdí mi vista de lector en el año 1955, precisamente en el año en que me nombraron director de la Biblioteca Nacional… No conozco contemporáneos. Vivo solo, vienen amigos a verme y tomamos un libro cualquiera de la biblioteca y prefiero releer a leer.
Una vez se dijo que no hay que leer un libro que no haya cumplido 100 años, porque no se sabe si es bueno o malo; en cambio el tiempo elige, si un libro cumplió esa edad algo habrá en él.
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- A raíz del nombramiento del polaco Milosz, como Premio Nobel de Literatura, usted dijo que la "esperanza es uno de los mayores males que tiene el hombre"…
- Creo que sí, la esperanza es ahora toda inquietud. Los estoicos pensaban que no había que fomentar la esperanza y aquí puedo recordar una estrofa de Fray Luis de León: Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanza, de recelo.
También hay un dicho español de un sabio que dice "el que espera, desespera".
- Otra vez la frustración. Jorge Luis Borges sin lograr el Nobel de Literatura. Se dijo que han sido injustos en todos los años anteriores con usted, ¿qué le parece?
- No, por favor. Bueno, depende. Si pienso en ciertos candidatos que luego obtuvieron el premio, no soy inferior a ellos. Por ejemplo, si pienso en Gabriela Mistral, en Tagore, es gente mediocre. Pero si pienso en Juan Ramón Giménez, Rusell, Gidge Shaw, entre otros, entonces ciertamente no soy nadie para compararme con ellos.
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- ¿Qué imagen tiene de la ciudad de Buenos Aires?
- Es sin duda una imagen totalmente falsa. Tengo un poema a medio escribir, donde el primer verso dice: "He nacido en otra ciudad, que también se llamaba Buenos Aires", como ha cambiado tanto…
Nací en la calle Tucumán, entre Suipacha y Esmeralda, dos cuadras de Florida, pleno centro. Toda esa manzana era de casas bajas, azoteas, patios, aljibes, puerta de calle con llamador y, no existía el agua corriente.
Mi madre contó que cuando instalaron las canillas dijeron que abriera la de casa para que saliera agua, pero mamá señaló que yo la quería cerrar porque tenía miedo que se agotara, cosa que sucede en la actualidad.
- ¿Puede decirnos qué encontró en la literatura?
- Todo. Desde luego es la lectura más que la escritura. No sé por qué no pude limitarme a ser lector, ya que quise ser escritor también, ese es un error. En todo caso no sé si soy bueno, pero me considero un buen lector. Es una gran felicidad poder estar dentro de la literatura. Lo importante es adquirir el hábito de los libros.
- ¿Lo que no le gusta a Borges?
- Tantas cosas. Creo por ejemplo que la división del mundo en países es peligrosa, puede llevar a la guerra y luego, evidentemente hay una distribución muy despareja de los bienes materiales y espirituales y eso se nota en este país, pero más en Colombia, en Perú, en Bolivia. El hecho de que haya unos pocos ricos y una gran mayoría de gente pobre. Eso es un mal.
- ¿Cómo es un día de su vida, hoy?
- Mis amigos son generosos, recibo visitas de ellos. Yo no puedo salir solo a la calle. Si viene gente aquí se expone a que le dicte algo, y de esa forma me ayudan, porque no tengo secretaria, no poseo dinero para ello. Vivo de dos jubilaciones; una de profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Buenos Aires y la otra de director de la Biblioteca Nacional; luego los libros, que dan poco en este país. Si se vende un ejemplar de un libro mío le toca el treinta por ciento al librero, que se ha limitado a comprar el libro en consignación y si no se vende lo devuelve. En cambio al editor que ha corrido con todos los gastos de impresión, propaganda y difusión, le corresponde el veinte por ciento, y al escritor, que no ha expuesto nada, ni un peso, le toca el diez por ciento. Y de eso, más o menos se rinde cuentas cada seis o siete meses. De modo que nadie puede ser rico con la literatura.
- ¿Un deseo?
- Me gustaría viajar muy pronto. Yo no gozo de los viajes porque no veo, pero hay algo, sentirse en un lugar. Digo que he visto las pirámides, no, no vi nada porque estoy ciego, pero el hecho de tocar una piedra y de sentir que esa piedra es de una pirámide me conmovió tanto que lloré. Eso ocurrió en Egipto.
- ¿Qué está elaborando en la actualidad?
- Estoy preparando demasiadas obras. En primer término una antología de mi poesía lírica para una editorial madrileña; luego una antología de la obra poética de Lugones, también para esa editorial; un libro de cuentos y otro de poesías. Además, uno en colaboración con Kodama sobre un tema de literatura escandinava, medieval.
No tengo una hora fija de trabajo. Lo hago cuando viene algún amigo a verme y le dicto; puede ser a la mañana, como a la tarde… no hay horarios, ya que no depende de mí.
Esa fue la conversación. Habían pasado noventa minutos. Y nos contó muchas cosas. Quedó solo con su gato blanco sobre el sillón. El no podía gozar del día hermoso que hacía afuera. Cielo celeste. Sol radiante. En el departamento quedó el hombre prácticamente sin compañías. Con más de 80 años y una historia que nunca se acabará de contar.
Se llama Jorge Luis Borges, el discutido, el querido; pero por sobre todas las cosas, un ser humano de esta tierra que con lo suyo enriqueció aún más la literatura universal.