Entrevista a Joseph Stiglitz

Mercedes Gallego
Diario Vasco (febrero 2005)

En el desalmado mundo de la macroeconomía, las miserias del ciudadano de a pie son, a menudo, daños colaterales inevitables en pro de una causa mayor que, misteriosamente para muchos mortales, hace que nuestra sociedad de consumo siga girando. A pocos economistas se les escucha poner el acento en el coste social del capitalismo, las desigualdades en el Tercer Mundo o el calentamiento global de la tierra. Y de los que se escuchan, aún menos han frecuentado la Casa Blanca o han estado al frente del Banco Mundial. Joseph Stiglitz, crítico e inconformista donde los haya, ha hecho todo eso y, además, ha logrado no dejarse engullir por el poder. Sus teorías han alimentado la doctrina del movimiento antiglobalización, pero en realidad él ha decidido aceptar este fenómeno que tantas filias y fobias genera. «Lo importante es lograr que funcione para todos», subraya.

Defensor de la transparencia y la democratización de grandes instituciones como el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio, este profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía en 2001, asiste esta semana en Bilbao al congreso Proinland 2005. El primer encuentro de promoción y gestión del suelo industrial, que se celebra mañana y el jueves, ha sido organizado por la sociedad pública Sprilur con motivo de su décimo aniversario.

- ¿Qué propone para conciliar los polígonos industriales con las ciudades?

- Es necesario un mayor grado de intervención gubernamental, ya que las fuerzas del libre mercado a menudo generan una mala distribución: causan altos y bajos en los mercados, burbujas inmobiliarias que traen una gran volatilidad, problemas medioambientales, congestión y todo lo que los economistas llamamos fallos de coordinación.

- ¿Hay algún país que se acerque más al modelo que usted sugiere?

- Hay mucha discusión sobre políticas regionales en países como Francia o el Reino Unido, donde hay ciudades que no son perfectas, pero están bien planeadas. Lo más habitual son los ejemplos de ciudades mal planeadas, como Houston o Bangkok, en las que la gente tarda dos horas en ir de un lugar a otro. Los desplazamientos pesados tienen un enorme coste social, un precio que los ciudadanos están pagando cuando sus impuestos no se utilizan para mejorar las infraestructuras.

- Las encuestas revelan que el tiempo que tarda la gente en desplazarse al trabajo es lo que más aborrece del día. ¿Cómo se puede arreglar eso en las ciudades que se han desbordado?

- Arreglar ciudades ya construidas es muy difícil. En las ciudades en expansión, es muy importante crear un buen sistema de transporte público, que ayude a las personas a desplazarse más rápido y, además, aumente su productividad. Porque una cosa es poder leer y relajarse en el trayecto, y otra muy distinta pasarse una hora en un atasco.

Calentamiento global

- En EEUU, la industria automovilística se ha encargado de que no se construyeran esos servicios. En Los Ángeles, por ejemplo, es imposible existir sin un coche. Peor que eso: destruyó algunos de los transportes públicos. Son 'lobbies' muy poderosos. ¿Cómo se pueden combatir?

- A largo plazo, creo que la gente se va a dar cuenta del coste que supone desplazarse en coche. Quiero creer que, cuando tengamos un presidente mejor, aceptará el Tratado de Kioto y hará algo sobre el calentamiento global. Entonces nos daremos cuenta de lo que cuesta que cada americano tenga un coche para ir a trabajar. En otras palabras, si los precios de la gasolina reflejaran el verdadero coste social de la contaminación, habría más demanda de transporte público.

- El primer desencuentro del presidente George W. Bush con Europa fue su decisión de no ratificar el Tratado de Kioto. ¿Por qué cree que no entendió la importancia de ese acuerdo?

- En primer lugar, no creo que entienda de ciencia ni que simpatice con ella. Sencillamente dice que no hay elementos científicos, cuando en realidad cualquiera que mirase los informes los vería. Yo estuve en el panel que revisó las evidencias científicas. Por supuesto, no esperaba que él lo leyera, pero sí que lo hicieran sus consejeros. ¡Y al parecer nadie se molestó en leerlo! (risa sarcástica). La verdad es que Bush está muy agradecido a las grandes empresas energéticas y a los fabricantes de automóviles, así que eso es lo que refleja su política.

- Usted fue consejero de Bill Clinton, cuyo mandato coincidió con un fuerte crecimiento económico. Pero tampoco se avanzó mucho.

- Correcto. Fue una batalla muy dura contra esos intereses especiales. Clinton fue muy valiente al seguir adelante y firmar el Tratado de Kioto.

- Clinton era un gran defensor de la globalización y la liberalización. ¿No pudo convencerle de las ideas que usted pregona?

- Bueno... Él tenía que cumplir con su papel de presidente de Estados Unidos, pero es en el otro lado donde estaban sus simpatías. Creo que entendía muy bien que la globalización tiene muchos aspectos injustos para los países pobres. Desafortunadamente, delegó la política internacional de EEUU en los secretarios de Comercio y Tesoro, que llevaron a cabo una agenda cerrada y pueblerina.

- Entre sus propuestas para aliviar la situación de los países en desarrollo está la de suprimir los subsidios agrarios para que puedan competir, y abrirles los mercados internacionales para que coloquen en ellos sus productos. ¿Cómo le explicaría a un pequeño agricultor español que debe prescindir de las ayudas estatales?

- En EEUU el dinero de las subvenciones va para agricultores muy, muy ricos. Ya casi no tenemos pequeños agricultores. Creo que la tendencia que se impone es la de dar subsidios para que no produzcan más y no así dañar tanto a los países en desarrollo.

Globalización

- ¿Por qué se ha apagado el movimiento antiglobalización que surgió con tanta fuerza en Seattle?

- No creo que se haya apagado. El 11-S ha desviado la preocupación hacia el terrorismo y la guerra de Irak. Cuando está muriendo mucha gente en una guerra y se está torturando a personas, es lógico que eso se convierta en el principal problema. Son signos muy visibles. En realidad, yo lo ligaría con la globalización, porque el hecho de que se haya permitido que un país llevase a cabo su plan unilateralmente al margen de la ONU me parece un ejemplo de que la forma de gobierno global ha fallado. Los factores económicos siguen ahí. El gran cambio ha sido de actitud. Ahora hay mayor consenso en que lo importante es lograr que funcione mejor.

- El capitalismo es imparable.

- Ésa no es la cuestión. Lo que importa es que se reforme. Y en eso es en lo que tenemos que concentrarnos, en cómo cambiarlo.

- Cuando los economistas analizan el problema del paro en España, suelen prescribir una mayor flexibilidad del mercado laboral. ¿Cuál es su receta?

- La excesiva rigidez del mercado puede ser una fuente de desempleo. Pero la principal en Europa es la debilidad de su crecimiento económico. El alto tipo de cambio, el desajuste de los tipos de interés, la debilidad de la economía global... eso no ocurría antes. Europa iba muy bien hasta 2000. Algo ocurrió a partir de esa fecha con la demanda agregada (los factores que contribuyen al aumento del PIB, como el consumo, la inversión o las exportaciones). Quienes creen que flexibilizar más el mercado solucionará el problema del paro están completamente equivocados.

Un heterodoxo en el reino de la ortodoxia

Cuando en 1997 fue nombrado economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz pensó que tendría la oportunidad de aplicar fórmulas para paliar la pobreza e impulsar el crecimiento económico de los países en desarrollo. Pronto se dio cuenta de que ése no era el tipo de preguntas que se hacían sus compañeros. Sus críticas a la actuación del Fondo Monetario Internacional (FMI), al que acusó de prolongar las miserias de países pobres a los que trataba como vacas de ordeñar dinero, desató numerosas polémicas durante los apenas tres años que duró entre los hombres de traje y corbata que deciden el futuro del mundo desde hoteles de cinco estrellas.

Meses después de ser destituido, culminó el escándalo al publicar un artículo titulado The Insider, igual que la película de Michael Mann en la que Russell Crowe interpreta a un trabajador de Phillips Morris que desveló en un juicio las sucias técnicas de la tabacalera para enganchar a los fumadores. El film fue estrenado en España como El dilema.

Stiglitz admite que se pudo permitir ese lujo de valentía porque tenía garantizado un puesto de trabajo en la Universidad de Columbia, donde da clases, «pero obviamente hay mucha gente que ya no es tan amistosa conmigo». «Je, je je.», bromea. «En serio, otra gente que está en esas instituciones y no tiene otro trabajo lo pasa mucho peor que yo».