Entrevista a Primo Levi

Marco Viglino
La Repubblica. 18 enero 2009, pagina 32

Marco Viglino, un magistrado de Turín acaba de dar a conocer una entrevista inédita con Primo Levi realizada hace tres décadas. Vigliano, que entonces era sólo un joven de menos de 20 años, autorizó ahora una larga conversación jamás revelada con el autor de Si esto es un hombre

-Me sorprendió su deseo de dar a conocer su testimonio sobre la trágica experiencia en el campo de concentración. ¿Cuándo nació ese deseo?

-Este deseo, tan común en otros, nació en el Lager mismo. Queríamos sobrevivir también y sobre todo para contar lo que habíamos visto. Era un discurso común en los pocos momentos de tregua que nos concedían. También era un deseo humano: usted no encontrará un detenido en los campos que calle. (No, me corrijo, hay quienes prefieren no contar, por que fueron heridos de tal manera que decidieron o debieron censurar su pasado, lo sepultaron para no sentirlo más sobre ellos). Pero en primer lugar está la necesidad de sacarse el peso, de sacarse de encima lo que uno tiene adentro, aunque también existen otros motivos. Existe acaso también el deseo de hacerse valer, de hacer saber que sobrevivimos a ciertas pruebas, que fuimos más afortunados o más hábiles o más fuertes que otros.

-El punto de contacto entre los primeros libros y los que siguieron de ciencia ficción parecería ser su indignación, primero con lo que respecta a los campos nazis, y después respecto del sufrimiento de toda la civilización, ¿coincide?

-Sí, es una pregunta que muchas veces me hacen y sobre la que no soy el más autorizado para contestar, porque no está dicho que el autor sepa siempre con certeza por qué escribe. Yo tengo dos raíces: una es el sentido del Lager y la otra es el sentido de la química con sus dimensiones. Tenía en mente escribir algo sobre la historia natural un tiempo antes de ingresar al campo. Cuando era estudiante sentía un deseo parecido (no como un proyecto claro y distinto, pero como una vaga aspiración) y encontraba un terreno fértil en mi trabajo de químico. Por eso, después de haber terminado Si esto es un hombre y La tregua no es que haya escrito los demás dos libros: sólo junté algunas ideas y algunos cuentos que ya tenía escritos de antes. Por ejemplo, el primer cuento de Las historias naturales , el del viejo médico que recoge esencias lo escribí antes que Si esto es un hombre . Y, probablemente, si bien los temas son diferentes, también los demás textos se resintieron con la experiencia del Lager de una manera muy indirecta, en una forma de desilusión profunda, como un retirarse de la vida.

-Entre los personajes que encuentran en sus libros, usted muestra una particular simpatía e indulgencia para/con algunos que encarnan la astucia o el arte de aguantársela como César o il Greco.

-Antes que nada, estos personajes actúan en un contexto por demás particular como el del final de la Guerra. Ahora , con este marco diría que sí se puede ser indulgente. Hoy no admitiría un Greco, lo evitaría, me mantendría lejos de él, pero en ese momento lo sentía casi como un maestro. Él solía decir, "la guerra es siempre". Y después también me decía: "ves el calzado bello que llevo: es porque fui a robarlo a las tiendas de los rusos. Tú eres un tonto, no fuiste a buscarlas". Yo respondía que pensaba que la guerra había terminado y que los rusos nos proveerían. "La guerra está siempre", me repetía y, entonces, yo sentía que estaba de acuerdo con él. Actualmente sería mucho más severo en lo que a él respecta, también respecto a César, pero la astucia de César era tan "solar", tan abierta e ingenua en el fondo y a la vez inocua que estaría bien todavía. No sería un censor tan severo como para excluirla de esa manera: era "astucia a la italiana". César engordaba los peces con agua, pero después, delante de los niños hambrientos de la mujer rusa, se los regalaba. Esto forma parte de un arte de vivir que es vieja como el mundo y delante de la cual no se puede ser demasiado severos.

-Esa porción de rebelión que estuvo en la raíz de los primeros libros ¿se atenuó con los años o no?

-Yo corregiría lo de la carga de rebelión, porque la de indignación siempre existió, pero de rebelión no, porque no había manera, al menos para quien estaba a mi nivel. Rebeliones en el sentido técnico siempre hubo en algunos campos. El episodio del hombre que muere gritando "yo soy el último" se relaciona con una rebelión que había habido en otro campo: los prisioneros habían volado los hornos crematorios pocos días antes y este hombre de quien no conozco ni siquiera el nombre, estaba implicado en el caso. Seguramente había conseguido el explosivo. Retomando la pregunta, diría que la indignación sí persiste, pero digamos que ahora está ramificada. Sería estúpido hoy continuar viendo el enemigo sólo ahí, como el nazi, aunque para mí siga siendo el principal. Pero el mundo de hoy es mucho más articulado que el de antes. No eran buenos tiempos los de mi juventud, pero tenían la gran ventaja de que eran nítidos. La alternativa amigo/enemigo era muy nítida y la elección no era difícil. Hoy las cosas cambiaron. Por eso, también la indignación persiste pero erga omnes . Contra muchos, no sólo contra aquellos.

-En la famosa carta a su editor alemán usted dice que no puede entender a los alemanes y que por eso tampoco puede juzgarlos...

-No, dije, que no los entendía, pero sí que los juzgo.

- ¿De qué manera?

-Los juzgo mal también a los alemanes de la actualidad. No a todos, claro. Yo tengo muchos amigos alemanes, también por el hecho de que hablo su lengua y me interesan y de que me rehúso a juzgarlos en bloque. Pero debo decir que estadísticamente son un país peligroso. Son un peligro mientras estén divididos en dos y ellos no lo acepten. Son pocos los alemanes que aceptan esta división. También tienen virtudes que se transforman en peligros virtuales como su extraordinaria pasión por la disciplina (que a nosotros -los italianos- nos falta y está mal, pero que a ellos les sobra) por la que están siempre prontos a acomodarse a quien comande, me da miedo.

-¿Y por qué entonces en la misma carta usted dice que los alemanes, además de ser un peligro, son la esperanza europea?

-La carta yo la escribí hace muchos años. En los 60', estaba entusiasmado por el hecho de tener un editor alemán que aceptara publicar mi testimonio, además del contacto que tenía con otros jóvenes alemanes. Me pareció que Alemania era en verdad otra. Entonces parecía un pilar de la democracia, ahora un poco menos, mucho menos.

-¿Cómo reaccionaba al ver compañeros de la tragedia ir todos los días a la muerte a causa de "la selección"? ¿Lo aceptaba como algo de hecho o le procuraba siempre el mismo dolor y el mismo disgusto?

-A la mañana cuando tomaban lista y entonces nos dábamos cuenta de que faltaba alguien, estaba considerado de mal gusto ir al fondo de la cuestión y preguntar demasiado, como sucede hoy cuando alguien muere de cáncer. Nadie habla voluntariamente. Era una forma de aceptación sobre todo porque la reacción hacia el compañero muerto no era muy diferente a la de un muerto natural. Mi amigo Alberto, del que hablé tantas veces, estaba en el campo con el padre. Era un chico muy inteligente y juntos hablábamos siempre de estas cosas sin inhibiciones y sin faltar a la verdad. Pero cuando el padre fue seleccionado, Alberto dijo estar seguro de que lo trasladaban a otro campo. Yo estaba deslumbrado al constatar que mi amigo había construido un reparo imaginario para aguantar una realidad de otro modo intolerable.

- Dada la mortalidad elevadísima que hubo en los campos, ¿piensa que su supervivencia se haya debido a la suerte o a otros factores?

-En primer lugar, yo pienso que el azar jugó un gran papel. Jamás me enfermé, sólo más tarde, de una manera providencial. Estaba trabajando en una fábrica y robaba al laboratorio lo que me pudiera servir para la subsistencia, luego dividía el botín con Alberto. Teníamos un pacto entre nosotros por el que dividíamos fraternalmente cada buen golpe. Un día que había robado té en el laboratorio fui con Alberto a venderlo al hospital donde lo necesitaban para los enfermos. Nos pagaron con una porción de sopa casi helada y empezada. Posiblemente la haya comido un enfermo de escarlatina, por lo que me contagié y me mandaron al hospital. Finalmente sobreviví. Alberto, que era inmune porque se había enfermado de chico, murió en el campo. Otro factor fundamental para mí fue el del obrero Lorenzo, de Fossano, que me trajo durante muchos meses, lo necesario para integrar calorías. Él, que ni siquiera fue prisionero, volvió más desesperado que yo. Era un hombre muy religioso y estaba aterrorizado por lo que había visto. Cuando volvió a Italia, solo y a pie, no quiso vivir más. Comenzó a beber, a mí que lo iba a ver seguido me decía bastante fríamente que deseaba no vivir más, que había visto bastante. Murió tuberculoso e infeliz.

-¿Recuerda algún episodio insólito y que no haya aparecido en sus libros?

-Con nosotros había un médico hebreo. Usted sabe que las religiones prevén ayunos muy rigurosos. En esos días no se come nada y tampoco se trabaja. Este médico a la noche, después del trabajo, le dijo al jefe de la barraca que no quería la sopa porque era día de ayuno y él no podía comer. El jefe de la barraca era un comunista alemán bastante endurecido por su tarea (tenía diez años en el campo sobre sus espaldas) pero, golpeado por la fuerza moral del prisionero, conservó la sopa hasta que el médico terminó el ayuno. Ese acto de humanidad, me impresionó mucho.

-¿Puede establecer una relación entre usted y otros escritores judíos italianos como Natalia Guinzburg y Giorgio Bassani?

-Hay una relación compleja evidentemente. El ambiente de Natalia Guinzburg es mi propio ambiente, los dos tenemos parientes en común. Ella nació como Levi y su hermano era nuestro médico. El ambiente de la burguesía judía de Turín es en el que nací y me crié. El de Bassani es distinto, tanto ella como otros personajes pertenecen a otro burguesía judía, la de Ferrara, que yo conozco más bien poco y que, por otra parte, no me gusta tanto, porque eran una clase bastante consciente de sus propios privilegios y bastante exclusiva, reserva y cerrada.

-¿Por qué razón Guinzburg le rechazó el primer manuscrito de Si esto es un hombre?

-No tengo rencor por eso, (aunque tuve durante un tiempo). Pensé en tantas cosas. Tal vez estaba saturada de manuscritos, ser lector en las editoriales es un mal trabajo. Pero es algo que aun después conociéndonos bien, jamás aclaramos.

-¿Todavía tiene contacto con compañeros de Auschwitz?

-A Enick lo perdí totalmente de vista. Reencontré a Pikolo, el del canto de Ulises; con él nos vemos regularmente, viene de vacaciones a Italia y trabaja como farmacéutico en un pueblo cercano a Estrasburgo. Es uno de aquellos que extirparon todos sus recuerdos, se aburguesó completamente y no ama hablar de estas cosas. Fui a verlo, la última vez, con la televisión italiana, le pedí que nos recibiera y me contestó: "a vos sí, pero sin cámaras". Después aceptó, aunque a desgano.

-¿Qué piensa de los jóvenes de hoy en día?

-La diferencia fundamental entre nuestra juventud y la actual está en la esperanza de un futuro mejor, que nosotros teníamos de un modo clamoroso y que nos sostenía en los peores momentos, incluso en los campos. Había una meta y era reconstruir un mundo nuevo con derechos iguales para todos, donde se aboliera la violencia, queríamos reconstruir Italia para llevarla a un nivel europeo . En cambio, los jóvenes de hoy me parece que tienen muchas menos esperanzas. En general veo que tienden a fines inmediatos y, tal vez, sea muy apropiado en cuanto a que no distinguen otro futuro. Me parece paradójico que haya sido más fácil nuestra juventud, porque hoy hay demasiados monstruos en el horizonte. Está el problema de la violencia, el problema energético, de la contaminación, el mundo está dividido en bloques: hay una total incapacidad de prever lo que vendrá y nadie osa hacer previsiones sensatas de acá a dos años, además siempre persiste el problema atómico. Encuentro pocos jóvenes que piensen en hacer o estudiar de alguna manera precisamente para su futuro. Es la pérdida de los valores, por lo que parece necesario gozar y quemar todo rápidamente.

-¿Por qué dejó pasar quince años entre "Si esto es un hombre" y su segunda obra?


" Si esto es un hombre, se editó en 1947, se imprimieron 2500 copias. Tuve buenas críticas, pero tuve 5 mil lectores. Después de eso no tuve más ganas de escribir, me parecía que había cumplido con mi deber testimonial, con el de haber descargado mis tensiones, no sentí la necesidad de escribir un nuevo libro. Después de muchos años recuperé el deseo, porque se volvió a hablar de la Segunda Guerra y de los campos de otra manera, en un sentido histórico. Hacia el 60 o tal vez antes hubo un ciclo de conferencias sobre el tema y me reencontré otra vez como protagonista. Muchos me incentivaron a contar la segunda parte de mi experiencia, es decir, el regreso de Rusia. Retomé la pluma también por otro motivo, había terminado la Guerra Fría y ahora podía contar la verdad completa, humana. Antes era imposible hablar de Rusia o, sino, se hablaba como si se tratara del infierno o del paraíso. Y yo no me sentía cómodo con semejante ambiente, de escribir un libro-verdad como La tregua . Solo después de la distensión internacional se volvió posible escribir sobre este tipo de cosas en un lenguaje no retórico.


-¿Por qué nació su alter ego Malabila con el que firmó algunos de sus libros?


-Porque en aquel tiempo, de otra forma hubiera sido escandaloso. No hubiera podido, yo, el escritor de Si esto es un hombre, ponerme a contar anécdotas e historias fantásticas. Propuse entonces un pseudónimo al editor, que aceptó con entusiasmo pensando tal vez de inventar conmigo un "caso literario". Después no sucedió nada y retomé mi nombre real.




Clarín, Revista Ñ, 24 de enero de 2009

"Marco, vení, está Primo Levi en el teléfono". Marco Viglino tenía 19 años y se estaba preparando para dar el examen de maturitá , en un liceo católico privado, cuando una noche de abril de 1978 lo sorprendió la llamada del escritor de la que nació la entrevista inédita que "La Repubblica" publicó. Treinta años después, el autor de esta entrevista se convirtió en juez mientras que en Turín nació el centro de estudios que deberá catalogar el legado y los apuntes del escritor, un trabajo que fue confiado al historiador Fabio Levi, que mantiene silenciosamente el mismo estilo reservado y esquivo que caracterizó al escritor y -que después de su muerte el 11 de abril de 1987- mantuvieron sus herederos, la viuda y los hijos del autor de Si esto es un hombre .

Pero en las escuelas de Turín y del mundo la obra de Primo Levi asume hoy mientras se preparan las iniciativas para "El día de la memoria", un nuevo significado.

Es a la literatura, de hecho, pero también al cine, a la música, al teatro a los que se confía el recuerdo de la Shoah, ahora que los testimonios se vuelven cada vez más extraños.

El 26 de enero en Turín el escritor y director de la feria del libro, Ernesto Ferreol hablaron durante la jornada de estudios promovidas por la comunidad hebraica. "Primo Levi sabía muy bien que la memoria por sí sola no basta, porque la memoria es a su modo, una escritura, una reescritura continua que se aleja cada vez más del recuerdo original. La memoria es un material entre tantos y merece ser verificada y sometida a contrapruebas. Solo así, haciéndola objeto de una actividad de laboratorio rigurosa y continua puede ser una verdadera antropología de la banalidad del mal".

También por esto la entrevista inédita que ahora publica Viglino tiene un valor especial, sobre todo para quien tuvo la suerte de hacerla. "La lectura de Si esto es un hombre me había impactado -cuenta el hoy juez de un tribunal en Turín-. Así había dedicado a Levi la tesis que cada alumno debía preparar para el examen final. Pero una tía hizo una copia y se la dio a una vecina de su casa, que era pariente lejana del escritor. Esa tesis al final llegó a manos de Levi, a quien le gustó y me llamó inmediatamente. Todavía hoy, treinta años después me conmuevo al pensar en la simplicidad de un escritor famoso que llama a un chico desconocido.

Con el teléfono en la mano, Levi le preguntó a Viglino: "¿Hay algo que pueda hacer por ti?" "Quisiera conocerlo", le respondió el adolescente. "Me invitó para que fuera el día siguiente a su casa en Re Umberto. Me hizo acomodar su viejo sofá en el estudio, una pequeña habitación llena de libros. Estaba tan emocionado, que casi no me animé a pedirle que me dejara usar el grabador, pero por suerte, me animé. Ahora su voz, que era bellísima está todavía ahí en un cassette C90 de una hora y media que nunca más volví a escuchar después de escribir la entrevista, porque tengo miedo de que pueda romperse. Pasamos toda la tarde juntos y casi no quedó nada sin que le preguntara".

"Por treinta años -concluye Viglino- esas páginas escritas a máquina quedaron en el cajón, en el escritorio de mi casa, no se las mostré a casi nadie porque era muy celoso de ellas, aunque cada tanto las releía. Pero tal vez fui demasiado egoísta y ahora llegó el momento de compartirlas", asegura.