UNA ENTREVISTA DESCONOCIDA A UNAMUNO EN 1906 EN BARCELONA
Unamuno estuvo tres semanas en Barcelona en octubre de 1906. El 15 del mismo mes, pronunció un discurso bastante prolijo ante el Congreso Internacional de la Lengua Catalana. Esta conferencia, provocativamente titulada -Solidaridad Española» en deliberado desafío a Solidaridad Catalana, entonces en pleno triunfo político, fue mal recibido 1. No sólo atacó Unamuno el malestar económico y las hipocresías políticas y religiosas de España, sino que denunció a Solidaridad Catalana como fenómeno efímero, defendió una unidad española basada en el amor, y exhortó a los escritores catalanes a que se expresasen en castellano (siguiendo los ejemplos del escocés Robert Burns y del bretón Renan, quienes escribieron en inglés y en francés respectivamente) 2.
Otros frutos de la visita de Unamuno a Barcelona fueron el poema «L'Aplec de la Protesta» (Barcelona, el 21 de octubre de 1906)» un ataque amargo y sarcástico contra la superficialidad catalana «y dos artículos periodísticos, fechados en octubre de 1906. En «Barcelona» (reimpreso más tarde en Por tierras de Portugal y de España), Unamuno ataca la «megalomanía» el -delirio de persecuciones», el «ambiente de agresiva petulancia», la «follonería», la «avaricia», y la -sensualidad» que había encontrado en la capital catalana 3. En «Sobre la literatura catalana» (publicado en La Nación 4 en diciembre de 1906), Unamuno, a pesar de su elogio extravagante de Verdaguer y de Maragall, califica como derivativa la literatura catalana contemporánea que según él se inspira en las tradiciones francesa y castellana. A los escritores catalanes les falta la nota «vernacular» que se encuentra en la literatura portuguesa moderna. Así, João de Deus («un guitarrillo portugués de dos solas cuerdas, la elegíaca y la erótica») posee un tono más auténticamente regional que el de Verdaguer. Además, el mercado para la literatura catalana es artificial, estimulado para fines políticos; la lengua catalana se fundirá un día con el castellano.
Durante la semana que precedió al Congreso Internacional, Unamuno fue entrevistado por el periodista F. Michel de Champourcin. En la entrevista, Unamuno denuncia la obsesión catalana con la política, indica la inautenticidad de la de literatura catalana contemporánea (que Unamuno contrasta con la portuguesa en términos casi idénticos a los que empleó en «Sobre la literatura catalana»), expresa su antipatía hacia la literatura francesa moderna y hacia la novela de ideas y afirma la inspiración personal de su propia obra. A través de toda la entrevista, Unamuno revela una confianza total en su propia opinión. Desafía las vacas sagradas del nacionalismo catalán; rechaza las teorías literarias del día; se expresa con concisión y con causticidad. Champourcin no sabe cómo reaccionar ante la iconoclastia unamuniana. Por fin, atribuye al «humor» el rechazo de las ideas catalanas recibidas.
La entrevista, cuyo texto sigue, no ha sido notada por los investigadores 4. Fue publica da en el Liberal de Murcia el 18 de octubre de 1906. Es probable (nótese la referencia al «lunes próximo», el día de la conferencia de Unamuno) que se hubiera publicado durante la semana anterior en un periódico barcelonés.
En Barcelona
Hablando con Unamuno
Costumbre que tiene miga
D. Miguel de Unamuno es un hombre extraordinario. Lleva un chaleco bretónico, usa gafas de bonzo chino y, por lo general, habla sin mover los labios.
Además, me ha recibido amasando miga de pan: es su manía. Mientras los interviua ban, Bismarck fumaba y Gladstone cortaba leña; pero al rector de la Universidad de Salamanca le gusta martirizar la miga de un panecillo.
¡Oh, aquella miga! Era proteiforme. Entre los dedos de D. Miguel, la miga se estira, se encoge, se redondea, se aplana y... se hace una porción de cosas más que juzgo inútil consignar. Aquella miga fue, para mí un símbolo y un regulador. Un símbolo, porque con ella D. Miguel parecía decirme: «¡Si tendré yo miga hasta que la malgasto!»... Y un regulador, porque ella me advertía del alcance de mis preguntas.
Si «por ejemplo» éstas le eran indiferentes, D. Miguel se ponía la miga en la palma de la mano; y, con el pulgar, la modelaba, la rizaba, minuciosamente. Pero mi pregunta era interesante; entonces la mano se cerraba, y, nerviosamente, rabiosamente casi, el Sr. de Unamuno la estrujaba... Mi primera pregunta ha sido:
«¿Qué impresión le ha hecho Barcelona?
IMPRESIONES DEL HUÉSPED
«Estoy mareado. Prefiero Salamanca. Allí se tiene tiempo para todo, hasta para pensar. Allí todo es regular, metódico... «Pero, ¿y aquí?» Todavía no lo sé. Años atrás, cuando vine por primera vez, anoté en mi cuaderno: «Barcelona. Salgo a las calle... Me encuentro con unos muchachos que llevan grandes corbatas.., Gesticulaban mucho al hablar...» Pero ahora no los he visto. Y casi estoy desconcertado.
«Sin embargo... «Me han visitado muchas personas. Y, en todas ellas, he notado que su única preocupación es la idea política. En ello hacen como un amigo de Bilbao. Si alguien le pregunta, -¿Qué piensa usted del eclipse de la luna? -No sé, no sé: habrá que estudiarlo- les contesta. Pero esta respuesta no la hace con el objeto que anuncia: sino para tomarse el tiempo de ver si el eclipse tendrá alguna relación con su idea fija: el ensanche de Bilbao... Igual hacen los catalanes.»
Dicho esto, D. Miguel amasó concienzudamente su miga de pan y me miró sonriendo.
(Consigno este hecho, subrayándolo, porque las sonrisas del señor de Unamuno son tan escasas como sus simpatías por Anatole France). Yo continué:
SOBRE LITERATURA CATALANA
«Puesto que de catalanes habla, ¿qué le parece su literatura?» No existe. Hasta hoy no he hallado un solo escritor que piense y escriba en catalán, y nada más que en catalán. Todos ellos, desde Verdaguer hasta Alcover -para no citar más que los poetas-, escriba en catalán, sí, pero sus obras encajan perfectamente dentro de los moldes de Castilla. No hay ni uno solo de los literatos catalanes, que lo sea genuinamente, y sin parecerse a nadie. Por poco que uno los estudie, nota que su filiación es castellana, francesa, o italiana..., e incluso noruega. Pero lo que se llama una obra catalana, y nada más que catalana, ¡esa obra no existe...! Desengáñese usted: los catalanes no son como los portugueses. ¡Esos, esos sí que, a veces, tienen cosas verdaderamente originales! Y se comprende. Están en el extremo de una península, de cara al mar y de espaldas a Europa. Verdad es que sus escritores tocan un guitarrillo de dos cuerdas: la lírica y la erótica. Pero algunos de ellos lo hacen admirablemente. Y con una finura de oído que falta a los de aquí... A pesar de que, en su mayoría, estos son unos «mercuriales,» es decir, que se inspiran en las cosas del Mercare de France...»
UN FRANCOFOBO
Para buscar una especie de transacción, pregunté:
«¿El Mercure de France?... ¿Tendría usted la bondad de...? Lo abomino. Pero debo decirle que padezco de francofobia. Lo mismo que los daltonianos no distinguen ciertos colores, yo no distingo la literatura francesa. Es demasiado claro. Y, sobre todo, demasiado artificial. Los franceses son unos geómetras. Construyen muy bien sus libros. Tienen su comienzo, su medio y su fin. Alli hay mucho arte. Pero no hay sentimiento. Todo lo hacen por coordenadas cartesianas. Y, en las cuestiones de emoción y sentimiento, se portan como sus fabricantes de flores artificiales: toman cuatro trapos, los recortan en forma de pétalos, los montan en flor, los pintan y hasta los perfuman. El resultado es portentoso: parece enteramente una flor. Pero no lo es... En cambio, lo que sí admiro mucho en ellos es su instinto de divulgación científica. En eso son realmente admirables... En cuanto a los demás, franceses tienen más orgullo que verdadero valor. Sus literatos creen que, en el fondo, un Shakespeare, un Goethe o un Kierke gaard no son más que fabricantes de bloques... para que ellos hagan libros...»
En esto surgió el Sr. Pijoán. ¿Conocen ustedes al Sr. Pijoán? Cataluña entera le conoce. Pero yo no le conocía; él tampoco a mí: «nos ignorábamos». Lo cual, era deplorable. Porque, a los veintisiete años, el Sr. Pijoán es un joven macilento que «sin reírse» cita a Chrysipo de Tarso, discute a Platón y comulga con Séneca. El Sr. de Unamuno prosiguió:
«Una cosa que me molesta mucho en los franceses es su manía de clasificación en escuelas y publicar manifiestos. Como que, generalmente, estos resultan abominables, y las obras que de ellos salen... bastante buenas. Pretender hacer arte científicamente, dándose cuenta del cómo, por qué y a dónde va la inspiración, es una fenomenal herejía...
EL ARTE MODERNO
«¿Carácter distintivo del arte moderno?» No lo tiene. Es un caos. Esa es su mayor característica. Se tiende a lo individual, a lo personal. Y cada cual expone sus ideas como puede o sabe. Por otra parte, a mí las ideas no me interesan. Son moneda corriente que pertenece a todo el mundo. Y cada uno las hace circular, en la forma que más se amolda a su personalidad. La personalidad, la manera cómo gasta sus monedas intelectuales, eso es lo que me interesa en un escritor. Y mis preferencias van hacia los solitarios, aquellos que nadie conoce, o hacia los que se atraen las más crudas censuras... Pero leo poco, menos de lo que algunos se figuran. Desde hace algún tiempo, mis lecturas se limitan a exégesis, criticas religiosas y obras poéticas. De este último, poco. En cuanto a la novela de literatura pura, me cuesta trabajo leerla. Mejor dicho, la temo... La otra novela, la que sirve de pretexto para decir «cosas», ésa me parece una cobardía. Su autor inventa un muñeco que dice lo que él no se atreve a decir. Prefiero mi sistema: decirlo todo yo mismo, aunque me contradiga. Eso es lo que he hecho en mi libro sobre el «Quijote», y lo que hago en el «Tratado sobre el amor de Dios», que estoy escribiendo... Porque yo creo en Dios a pesar de las demostraciones de su existencia. Esa duda, o esperanza, es la que me sostiene... Para terminar: conste que padezco de misogalismo...¡Con decirte que hasta hace quince días no he leído a Víctor Hugo!»
Esto era realmente un colmo. Al decirlo, los ojos de D. Miguel tuvieron, detrás de sus gafas, un relámpago tenebroso, sus dedos, los de D. Miguel, pellizcaron un poco de miga:
confeccionaron una bolita y me la lanzaron contra el ojo izquierdo. Pero yo ni siquiera pestañeé. Y para conmoverme, el señor de Unamuno me dijo:
«El único objeto grande de la vida es pensar en la muerte».
Entonces fue cuando comprendí el verdadero carácter de ese escritor extraordinario, que pudiendo triunfar en Madrid -«la gran feria de las vanidades», como él dice-, prefiere confinarse en Salamanca.
No es ni taciturno ni un ensimismado. Tampoco un insensible; bajo su aparente frialdad se ocultan los apasionamientos de un inquisidor... hugonote. Y este inquisidor es -con su perdón sea dicho- un estupendo humorista.
De suerte que, de aquí al lunes próximo, no dudo que D. Miguel nos sorprenderá -al público o a mí- con alguno de sus monstruosos, pero siempre exquisitos platos.
¡Esperemos!
F. Michel de Champurcin
1 Para la adversa reacción catalana a la conferencia, véase José Tarín-Iglesias, Unamuno y sus amigos catalanes (Barcelona: Editorial Peñíscola, 1966), p. 71.
2 Para el texto del discurso, véase Miguel de Unamuno, Obras completas, VII (Madrid: Afrodisio Aguado, 1958), 729-56. Unamuno había expresado teorías parecidas en su discurso en Madrid del 25 de febrero de 1906; véase Unamuno, Obras completas, VII, 658-80.
3 Véase Unamuno, Obras completas, J, 466-70.
4 Véase Unamuno, Obras completas, V, 607-13.
5. Véanse, por ejemplo, las referencias para el año 1906 en Pelayo H. Fernández, Bibliografía crítica de Miguel de Unamuno (1888-1975). (Madrid: Ediciones José Porrúa Turanzas, 1976), pp. 6-7.