Viaje en globo

Robert Walser
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Los tres personajes, el capitán, un caballero y una muchacha, suben a la navecilla, las sogas de amarre son desatadas y la extraña casa, como si se acordara en ese instante de algo, lentamente se eleva en la altura. "¡Buen viaje!", les grita desde abajo agitando pañuelos y sombreros la gente reunida. Son las diez de la noche del verano. El capitán saca un mapa de un bolso y le pide al caballero que haga el favor de leerlo. Se puede leer y comparar. 

 

Toda cosa visible es clara. Reina una claridad casi parduzca. La hermosa noche de luna parece tomar entre sus brazos invisibles al magnífico globo; el cuerpo redondeado se eleva dulce y silenciosamente, y apenas se advierten las finas brisas que lo impulsan: El caballero que estudia el mapa arroja de vez en cuando, según las directivas del guía, un puñado de lastre al vacío. Hay cinco sacos llenos de arena a bordo y es preciso usarlos con precaución. 

 

Es hermoso ese vacío oscuro, pálido y circular. El intenso fulgor lunar permite reconoce los ríos. Abajo se ven las casas, tan pequeñas, semejantes a inocentes juguetes. 

 

Los bosques parecen entonar viejas y sombrías melodías, pero es un canto que ante todo hace soñar a una vieja y noble ciencia. La imagen de la tierra se parece a los trazos de un gigante dormido, al menos así lo piensa la joven muchacha. Ella deja su encantadora mano perezosamente apoyada sobre el borde 

 

de la navecilla. Debido a un capricho, la cabeza de su acompañante, el caballero, se halla cubierta con un elegante sombrero de plumas. 

 

Dicho de otro modo, sus ropas son modernas. ¡Qué silencio sobre la tierra! Todo se vuelve diferente: los hombres solos en las calles de las ciudades, la punta de las iglesias, el criado, fatigado del largo trabajo diario, atraviesa con pasos lentos el patio de la granja, la fantasmal vía férrea que cruza al sesgo la larga, blanca y resplandeciente carretera de la campiña. El dolor humano, conocido y desconocido, parece elevarse con un murmullo. La soledad de las comarcas perdidas tiene su entonación propia y se cree comprender e incluso ver ese tono singular y enigmático. Los tres viajeros están maravillosamente deslumbrados por el curso del Elba y sus matices centelleantes y magníficos. 

 

El río nocturno arranca a la muchacha un débil gemido de nostalgia. ¿En qué puede pensar? Saca una rosa de un ramo que ha traído y la arroja al brillo del agua. Esta tiene reflejos tristes como sus ojos. Se diría que la muchacha acaba de arrojar para siempre el doloroso combate de la vida. Es un gran sufrimiento tener que despedirse de un martirio. ¡Y no tiene voz como todo el mundo! A lo lejos titilan las luces de una aldea y el capitán, al reconocerla, dice su nombre. ¡El hermoso vacío atrae! Han quedado atrás innumerables jirones de bosques y campos. Ahora es medianoche. 

 

Ahora, sobre la tierra firme, en alguna parte, merodea un ladrón al acecho de su presa, hay robo, todos esos hombres abajo, en sus lechos, ese gran sueño dormido por millones. 

 

Toda la tierra está próxima a soñar, un pueblo descansa de sus tormentos. La muchacha sonríe. Hace calor; uno se creería sentado en una habitación que tiene la atmósfera del suelo natal, entre la madre, la tía, la hermana, el hermano, o entre los seres queridos, cerca de la apacible lámpara, leyendo una bella aunque un poco monótona y larga historia. La muchacha desea adormecerse, pues ahora está un poco cansada de mirar. Los dos, parados en la navecilla, contemplan silenciosos e imperturbables la noche. Curiosas llanuras blancas, como lustradas, alternan con los jardines y pequeños desiertos invadidos de arbustos. Se pueden ver regiones donde jamás nadie ha puesto el pie porque no hay nada útil para buscar en ellas. En cuanto a la tierra, para nosotros es grande y desconocida, piensa el caballero del sombrero con plumas. Incluso nuestra propia patria, aquí, desde lo alto, cuando se mira hacia abajo, nos resulta casi incomprensible. 

 

Se muestra cuán inexplorada y vigorosa es. 

 

Cuando despunta el día dos provincias han sido atravesadas. Abajo, en las ciudades, la vida humana despierta nuevamente. "¿Cómo se llama este lugar?", grita el guía asomándose. 

 

La voz clara de un joven le responde. Y los tres hombres siguen mirándose. La muchacha también se ha despertado. Los colores aparecen y las cosas se hacen mas precisas. Se ven lagos con sus contornos dibujados, maravillosamente ocultos entre bosques se advierten ruinas de antiguas fortalezas erigidas en medio de espesas frondas; las colinas se levantan con un movimiento casi imperceptible, se ven cisnes blanquecinos temblando sobre las aguas, las voces de la vida humana se hacen agradablemente más intensas y se vuela siempre mas lejos. Y por fin el espléndido sol aparece y, atraído por el orgulloso astro, el globo salta a una altura fascinante y vertiginosa. La muchacha lanza un grito de pavor. Los hombres ríen. 

 


 

 

FIN