Una vez más están profundamente deprimidos, se sienten superfluos, desertores, engañados en todo sentido. Cada uno parte de sí mismo y desprecia todo lo que está por encima y por debajo.
Animado por este sentimiento, el barón manifiesta:
-Ya no se puede venir más a este café. No hay periódicos, no hay servicio, nada.
Los otros dos comparten su opinión.
Así permanecen sentados en torno a la pequeña mesa de tapa de mármol ignorante de lo que esas tres personas pretenden de ella. Sólo pretenden tranquilidad, simplemente tranquilidad. El poeta lo expresa tan clara como onomatopéyicamente.
-¡Tonterías! -exclama al cabo de media hora. Y de nuevo, los demás comparten su opinión.
Sigue la espera. Sabe Dios qué esperan.
Al pintor comienza a bamboleársele una pierna. La contempla un instante meditabundo. Luego, comprende el movimiento y empieza a declamar lentamente y con sensibilidad:
"Tedio, tedio, tú, mi placer..."Pero ya es hora de separarse. Uno tras otro se van marchando. ¡A levantarse los cuellos! El tiempo también deja bastante que desear. Dan ganas de llorar.
¿Qué se puede hacer? No hay sino una alternativa: ir a lo de Vladimiro Lubovski entre las cinco y las seis de la tarde, a pasar un rato en la penumbra. Por supuesto, ¡Adelante, pues!: Parkstrasse 17. Edificio del Atelier.
A Vladimiro Lubovski sólo se llega a través de sus obras. Todos sus cuadros los hace con el humo. Todo el taller está invadido por la fantástica humareda.
Puedes llamarte dichoso si a través de esa nebulosa original logras hallar por el camino más corto el viejo y desvencijado canapé donde habita Vladimiro días tras día.
También hoy, por supuesto. No se levanta y espera a los tres "engañados". Los visitantes se sientan a su alrededor, cada un o a su manera y de acuerdo a las posibilidades. En alguna parte encontraron chartreuse esmeralda y cigarrillos. Lógicamente, los consumen sin muchos cumplidos y con la expresión de individuos que se están sacrificando sin cesar. Los cigarrillos son de buena marca: "¡Dios, en verdad, qué no se hace por amor a esta vida miserable!"
El poeta se echa hacia atrás.
-¿O acaso la vida no es una chapucería, algo para dilettantes...?¿Qué opinan?
Vladimiro Lubovski no responde
Los demás se solazan en la espera. ¡Se experimenta tan extraño y grato placer en medio de esa penumbra olorosa! No es menester sino quedarse quietos y entonces lo lleva a uno y comienza a acunarlo.
-¿Cómo lo logra, Lubovski? Aquí no huele a aguarrás -comenta el pintor y el barón añade:
-Por el contrario. ¿Tiene flores en alguna parte?
Silencio. Vladimiro se mantiene distante detrás de sus nubes.
Sin embargo, los tres visitantes son pacientes. Tienen tiempo y chartreuse.
Ya están acostumbrados. esperar, ya llegará.
Y de pronto llega: humo, más humo y, luego las palabras amables, lentas, que recorren el mundo y admiran las cosas desde lejos. Las nubes se elevan. Son puras ascensiones secretas.
Por ejemplo:
Humo. "Esto es lo que ocurre. La gente siempre aparta la vista de Dios. Lo buscan arriba en la luz, que se torna cada vez más fría y punzante".
Humo. "Y Dios espera en otra parte... espera... en el fondo del Todo. Profundamente. Donde están las raíces. Donde hay, oscuridad y tibieza". Humo.
Repentinamente el poeta comienza a caminar de un lado a otro.
Los tres piensan en la Divinidad que mora en alguna parte, detrás de las cosas, quién sabe dónde.
Y más tarde.
"¿Tener... miedo?" Humo. ¿De qué? Humo.
"Siempre estamos por encima de él. Como una fruta debajo de la cual alguien sostiene una bella fuente. Dorada, refulgente entre la fronda. Y cuando la fruta está madura, se desprende... "
El pintor ha desgarrado el humo, así, con un movimiento impetuoso: "¡Señooor Dios!" exclama y encuentra en el canapé a un individuo endeble, macilento, de grandes ojos extraños, ojos con un luto eterno detrás de todo brillo... tan afeminadamente alegre. Con las manos muy frías.
Y el pintor permanece frente a él, irresoluto. Ya no sabe exactamente qué quería.
Es una suerte que el barón intervenga: "Esto debe pintarlo usted, Lubovski. .. "¿Qué? El barón no lo sabe con certeza. No cesa de repetir: "En verdad, Lubovski". Y sus palabras tienen un acento protector, sín proponérselo.
Entretanto, Vladimiro ha recorrido un largo camino: desde el espanto a través de un oscuro asombro. Finalmente, llega a la sonrisa y sueña en voz baja: "¡Oh, sí, mañana!". Humo.
Y los tres visitantes ya no tienen lugar en el taller. Tropiezan el uno con el otro. Se van todos:
-Hasta pronto, Lubovski.
Al llegar a la esquina empiezan a estrecharse las manos con innecesario vigor. Tienen prisa por librarse unos de otros.
Se separan.
Un pequeño café acogedor. Ninguna persona en su interior y lámparas que zumban.
El poeta ha comenzado a escribir versos en el sobre de una carta que ha recibido. Su escritura es cada vez más rauda y más pequeña, pues siente que vienen muchos, muchos.
Luego cinco escaleras arriba. En el taller de] pintor hay preparativos para el día de mañana. Silbando una canción ha soplado el polvo del caballete, el viejo polvo. Ya hay un lienzo nuevo, claro como una estrella. Asalta el deseo de coronarlo.
Solamente el barón está aún en camino. "A las diez y media, teatro Olympia, puerta lateral", le ha confiado a un cochero y luego sigue caminando muy tranquilo. Le queda mucho tiempo por delante para descansar y hacer su arreglo personal. Nadie piensa en Vladimiro Lubovski.
Vladimiro ha cerrado su puerta y ha esperado que oscureciera completamente. Luego se ha sentado encogido en el borde del canapé y llora sobre las palmas de sus blancas manos heladas. Su llanto fluye manso y silencioso, sin convulsiones y sin emoción. Es lo único que aún no ha delatado, que sólo a él le pertenece. Su soledad