Del 100 al 149

Microrrelatos

100
Lourdes Aso Torralba
Jaca (Huesca)

LA MANO
Cuando recuperé el conocimiento, una mano sin dueño cayó sobre mis faldas. Choque en los vagones del metro, atentado. Cualquier posibilidad se barajaba entre el amasijo de hierros y el desasosiego de los heridos. Vi unos ojos que me miraban sin comprender el horror, sobre una cabeza amputada del cuerpo. Escuchaba gritos de dolor. No acertaba a entender nada. ¿En serio nos considerábamos civilizados?
Mientras tanto, la mano temblaba buscando al cuerpo y aún acertó a apuntar al culpable antes de que la invadiera el frío. Se trataba de un joven con turbante de aspecto bonachón y cerebro de hormiga. Había recogido el odio, almacenado semilla a semilla hasta que un día la escasez de cariño se sintió empujado a consumir las reservas de un solo golpe. Daba pena verla tan solitaria, tan inundada de sangre, casi tan muerta. Después de empuñar el arma tuvo la valentía de renegar de un cuerpo más puro y desprenderse. El muñón quería reclamarla. La necesitaba para cuando de nuevo le asaltasen ideas suicidas.
Por eso desde entonces, cuando cualquier ruido sobrepasa apenas unos decibelios, la siento tiritar encima mía, buscando como, por qué o cuando volver a empezar.
Lo único cierto fue la mano que cayó sobre mis faldas buscando dueño y atentando contra mi vida.

101
María Isabel Redondo Hidalgo

DÍA PRIMERO 
Detrás del Tiempo me instalé, recostada entre cojines en la orilla de lo infinito, recogida en mí misma, aún inconsciente de mi propia entidad. La oscuridad era aterciopelada; el silencio, absoluto, cálido como el seno materno. Y yo aguardaba.
Toda mi fuerza residía dentro de mí misma y no había nada fuera de mí. Yo era mi movimiento y mi quietud y mi propia alegría.
Y de pronto algo vibró e hizo que se rompieran los diques y mientras yo me precipitaba en cascada y experimentaba el doloroso vértigo de mi propia disgregación, llegó hasta mí por vez primera el sonido de una voz. Su Voz, que me llamaba con aquellas palabras imposibles:
-¡Hágase la luz!

La frase "Detrás del tiempo me instalé" ha sido tomada de la canción Cuídate, de La Oreja de Van Gogh. El título del álbum es "El viaje de Copperpot"

102
Miguel Dante Ildefonso Huanca

YO CONOZCO DE TI
A 200 metros de la Estación de Santos Lugares, me senté. Tenía unos días viviendo en Flores. Escuchaba los trenes pasar. De noche los trenes vienen, de día se van, me decían. Vivía en un tercer piso. El calentador a gas hacía ruido día y noche. El olor a gas se mezclaba al de la madera vieja, así como mi sangre al vino. Por una ventana se veía el techo de otra vieja construcción. Bajaba las escaleras, atravesaba un callejón angosto y largo, y salía del edificio ocre: árboles secos de invierno, prostitutas en la esquina de la calle Bacacay que cobraban 20 pesos. Caminaba hasta la otra esquina, doblaba y llegaba hasta el riel. Allí se paraban unos hombres a esperar su suerte, fumando, hablando entre ellos. Yo caminaba hasta la Plaza Flores. Compraba una botella y un pancho de a peso y medio, y me regresaba al edificio. Hasta que un día, de pronto, de la nada, como empezó todo, decidí cambiar mi rutina; decidí dejar de embriagarme, dejar de escribir, dibujar, y caminé a lo largo del riel, adonde sea me llevase. Me detuve a 200 metros de Santos Lugares. Un tipo flaco se me acercó, me dijo: "Estoy muy solo y triste en este mundo de mierda." Yo lo conocía, hasta tenía su disco, era el ché Tanguito. Dijo eso nomás, y se fue. Es extraño, poca gente me habla, pensé. Luego vino un tipo con acento peruano: "Oye, Luchito - me dijo -, sé lo que vas a hacer. No lo hagas." ¿Quién eres tú?, le pregunté, no lo reconocía, yo estaba ebrio, aún estaba ebrio de la última botella que había comprado en la Plaza Flores. "¿No me reconoces?" Cuando le iba a decir algo, al creer darme cuenta de quién era, desapareció. El humo de su cigarro se quedó mezclado con la neblina. Yo tenía 36 años. Había salido de Apolo, había salido de Jesús María, había salido de El Paso y de la Herradura, había salido de todas partes. Sólo me traje mi frazadita. No necesitaba nada más. Me eché a esperar, abrazado a mi frazadita. De día los trenes vienen, de noche se van, mentían.

103
Miguel Dante Ildefonso Huanca

FINDING NEVERLAND
La delgada hierba de invierno, el sol cayéndole en sus cabellos, "¿cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de que le consideréis un hombre?" Juntaba su mejilla en mi hombro, como un nido de calor que bajaba del sol. Una ardilla subía por un árbol, ella lo llamaba, la ardilla le sonreía desde una rama dorada. "¿cuántos mares debe surcar una paloma blanca antes de que ella duerma sobre la arena?" Le tomaba de la mano, sus dedos, la delgada hierba, "la respuesta, amigo mío, está flotando en el viento", cantaba Bob Esponja Dylan en la orilla de un riachuelo. Nos sentamos en una banana, junto a una pera, un limón y un durazno. De sus labios sacó un arcoiris y me lo ató en la muñeca. Yo sentí su primavera, su inmensa mirada en una gota cristalina. Ella cantaba: "deseo ser la mejor…Viajaré a través de la tierra… la energía está adentro…Pokemon, eres tú y yo, sé que es mi destino." Un ciervo, una hormiga y dos toritos marchaban peinados a sus aulas. En el vientre de la tarde le di un beso que casi ella esquiva. Chau, Peter; chau, Gabi. Un clavel rojo en su mano. Allí quedó la tarde, cuando ella subió a los cielos, o a algo más allá de la tierra de nunca jamás.

104
Rita Gardellini Cavido
Argentina

PROYECTO MATRIAVELO

-"El fin justifica los medios"-
La madre se arrojaba sobre el cuerpecito inerte, lastimando los oídos de todos con su desgarrador duelo. Una y otra vez habían intentado separarla. Dos enfermeros de la nueva sección, mejor entrenados, lo consiguieron después de un forcejeo en que lograron desactivar sus ataques. El bebé fue trasladado finalmente a la morgue.
-No sé, Rodríguez, te juro que no sé -tamborileaba sus dedos y su voz.
-Tenés que limitarte a la gráfica de crecimiento de los infantes y desestimar los posibles efectos en una gradación coyuntural -apuraba la vista en su reloj de pulsera.
-Ya van cuatro y si le sumás el expediente de las crisis de desapego, llegan a once en lo que va del trimestre. La proporción sigue aumentando.
-Estimadísimo doctor -trato formal y determinante, necesitaba ser breve- hace más de cien años que las madres han desobligado a sus úteros de la molesta carga, eliminando todo error. La última revolución liberadora surgió hace apenas dos años con las sustitutas reemplazando a los hogares de crianza, y usted se pone moralista porque haya que descartar unas cuantas madres / androides que se trastornan porque no soportan la pérdida.

105
Seudónimo: Ingen
Cuba

PABLO, FERNANDO Y LOS TOROS.
Era de tarde en la Plaza de Medellín. El encierro fue bien presentado, con toros bien armados. Se rindió homenaje al pintor Fernando Botero a quien saludaron los tres toreros y menos ostensible a Pablo Escobar, que estaba en un palco entarimado y ajeno a la vista de curiosos. El primer torero abrió plaza y pechó con el toro. Tras tanda de naturales terminó con molinetes de rodillas y desplante, para matar de media. El segundo torero, un joven que desde que se abrió de capa transmitió con el público, ejecutó una faena más emotiva que artística. Inició con cambios por la espalda en los medios, y luego, cuando el toro se quedó corto, se arrojó sobre el animal y de pinchazo y estocada finiquitó al buen toro. Fue un torero que, de premio, salió a hombros. Ni el narcotraficante ni el maestro Botero llegaron a ver el tercer lance de la tarde, tuvieron que retirarse por distintos motivos. El primero recibió una confidencia telefónica que le informaba que se había activado un cerco repentino en Medellín. El segundo, se retiró porque tenía que dibujar con urgencia el boceto de la segunda lidia de esa tarde, pues su musa así se lo reclamaba. Pablo salió con urgencia, llegó a su casa y recogió lo indispensable. La historia no conoce aún quien dio la información que permitió a las autoridades dar con el escondite, pero el comando llegó y la lucha fue desigual. Pablo cayó acribillado con la pistola ya sin balas en la mano. Cerca del cadáver, la policía encontró un estuche cilíndrico con un óleo en su interior: "Torero", del maestro Fernando Botero.

106
José Ramón Uldemolíns Martínez
juldemol@hotmail.com

SIN DETALLES
Se desnudó con atrevimiento, en plena campaña infortunado con sus afectos, se había lanzado desde la tribuna. Los fanáticos enaltecían a los espectadores. A continuación, revivió el descenso por esquinas que le tiranizaban empotradas sobre los bordes. Ahora ya no se orientaba. No era tan evidente, sólo le quedaba rectificar.
Había perfeccionado la candidatura, consciente de que obtendría más votos.
Todos los dislates de los analistas competentes, como los de la mayoría de los especialistas, eran descubiertos, ante corporaciones de carácter incógnito, desde tarugos corrientes hasta maliciosos a carreras. Ya no
conseguía saber a quién favorecer. Por fin comprendió que las mentiras vertidas le entristecían y se despreciaba por haberlas difundido.
Hasta los periodistas libres se mostraban perspicaces por ganar lo que habían intimado en las mansiones durante aquellas renovadas reuniones, y aún así no se habían agobiado nada al respecto. Y peor aún, enjabonaban las corrupciones. Un ciudadano fanatismo que le había debilitado, aunque fueran unos segundos, le quebrantó su representación. Imaginó que quería coger el autobús que estaba completo y, aunque ensalzaran a otro, antes tenía que
rectificar algo. «¿De verdad voy a reconocer algo así?».
Giró por callejones sin borrachos y retrocedió sin descalabro hasta la glorieta. De allí corrió a una oscura calle situada justo en el extremo opuesto de la pérgola. Serenamente a nado ahora hacia las fuentes cerradas, su aspiración era exhibir que sus pensamientos se relegaban contra otras apetencias. Lejos de la ceremonia cambió bruscamente de dirección y se sentó en unos peldaños atiborrados de señoras. Las brillantes lumbreras cuchicheaban excitadas, según la luz que percibían al pronunciarse ferozmente sobre los atributos, mientras la gárgola se alteraba sin tapujos acordando alborotos ordinarios.

107
Julio Diego Domingo Liguori

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD
Un hombre, ya viejo, rememora episodios de su juventud. Se detiene en uno de ellos, del que se acuerda con más frecuencia: el encuentro inesperado que tuvo en Madrid con una chica a la que conocía. "Que época buena, hermano", se dice a sí mismo, sin amigos a quienes contarles. En aquella época tenía un buen trabajo, le sobraba un poco de plata, por lo que pudo pagarse, por primera y única vez, un viaje a Europa, de Buenos aires a Madrid. Un domingo de verano, mientras paseaba por el Museo del Prado colmado de gente, se cruzó con una compañera de trabajo que le gustaba. Pero si el destino le brindaba una oportunidad única, él no supo aprovecharla. Sólo la saludó, le hizo algún comentario sobre la belleza de los cuadros, y dejó que se perdiera entre la multitud. Quiso reverla en Buenos Aires, explicarle lo tonto que había sido, pero cuando volvió ella había acabado de dejar el empleo. Nunca más la vio.
Imagina, por primera vez, un cambio en su actitud: en vez de dejar que se fuera, la invita a tomar un café helado y después a pasear por Madrid. La ciudad, encendida por el calor, irradia jovialidad. La recorren juntos, aprovechan los largos días de verano, se cuentan cosas, se van acercando, se dan cuenta que quieren seguir viéndose en Buenos Aires.
Construye después toda una vida a su lado, llena de alegría y bienestar.
Sonríe, su vida en un hotel pobre para jubilados deja de pesarle. Ya no sufre pensando en lo que perdió porque no atinó a hacer nada cuando el azar, siempre tan adverso, le echó una mano. Lo que pudo ser se confunde con lo que realmente sucedió. En su imaginación, disfruta de todas las posibilidades.
Cierra los ojos y encuentra el sueño, finalmente feliz.

108
Ferracuti Ignacio José
Argentina

COMPAÑÍA
Aúlla un perro triste y solo en medio de mi noche.
Me despierta de cara al techo, empapado en negro, y sobre la alcoba exhausta, exhausto yace mi cuerpo débil, contracturado de punta a punta, como de costumbre.
Giro mi pesada cabeza hacia la ventana y un filo delgado y preciso de luz, un haz lunar, atraviesa mi pupila.
Lo dejo pasar, seguro que se extravió, lo dejo acurrucarse en mi ojo.
Es un rayo amable, sólo un poco molesto, pero me acompaña.
Y el perro se calló ahora. Me despertó y calló como quien ya no tiene opinión.
Y el rayo se adueñó de mi ojo.
Pero me sentiría incómodo si corriera la cabeza y lo dejase solo.
Yo sé de estar solo. Y estoy seguro de que el perro se durmió ahora.
Y yo no.
Yo y mi estúpido rayo que es un parásito.
No, no quise decir eso, no te vayas rayo.
No me dejes solo en la oscuridad de la noche enferma.
Yo sé de estar solo, y oscuro.

109
Diana Rodríguez

NAUFRAGIO
Quiero acercarme algún día de estos al mar, y buscar una botella vacía que me traiga noticias de ti. Preguntaré a cada una de las olas porque esta distancia innecesaria nos separa. Dime el lugar en el que te encuentras, que yo nadaré mil océanos y buscaré entre la niebla y la lluvia algún atisbo de ti.
Quiero que me escribas de una vez y me cuentes como es tu vida allí, como acabas los días y que haces antes de irte a dormir. Si allí también hay días interminables y noches sin dormir, si algún osito (u osita) de peluche acompaña tus mañanas. Escríbeme y cuéntame una de esas historias con final feliz, que todo te va bien y que la vida te sonríe. Miénteme y dime que aún te acuerdas mucho de mi, que al no tenerme cada día chillas en silencio y maldices a las frías noches de invierno.
Si no quieres escribirme, mándame un e-mail, (que es más moderno) que me cuente tus andanzas, tus proyectos, tus sueños (de noche y de día), la forma de tus labios y el agujero de tu almohada al levantarte, como quedan las sabanas y las mantas después de una noche de sueño.
No tardes, por favor, que el tiempo no espera. Que pronto moriré delante de la página en blanco de mi ordenador y en el buzón vacío de mi correo electrónico. Que quiero acercarme un día de estos al mar y naufragar con uno de tus mensajes. Y volver a verte. Y morir con una de tus sonrisas y no poder controlar las mariposas de mi estomago?
Solo quiero acercarme un día de estos al mar para poder, al fin, naufragar en el maremoto de tus palabras, de tu presencia.

110
Diana Rodríguez

PALABRAS
Siempre he creído que las palabras era todo lo que necesitaba para comunicarme con los otros. Siempre había utilizado el diccionario como un aliado, siempre hasta ahora había adorado las palabras de un modo extraño, eran casi algo mágico, con ellas se podía amar, herir, expresar,?
Ahora me he dado cuenta de que no son perfectas. Desde hace un tiempo me faltan las palabras cuando te veo, y cuando me miras quiero expresar lo que siento pero no hay palabras que sirvan.
Quiero describir lo que me haces sentir, esa felicidad cuando estas y esa tristeza cuando te vas, esto que siento que me mata y me da la vida. Porque si al menos pudiera encontrar un termino que se acercara a lo que siento, para así poderlo chillar al mundo entero al menos podría empezar a entenderlo y puede que también a dominarlo.
Y aunque he intentado encontrar mil y una palabras y aunque he buscado en otros idiomas para encontrar algún termino que se le pueda acercar un poquito, ya tan solo aparece ante mi solo una palabra, que me parece la más hermosa del mundo, la única que puede describir todo, ahora la única que entiendo, y ante la que me inclino. Tu nombre. Y tan solo con pronunciarla todo tiene otro sentido.
Tu, amor, y me sobra cualquier palabra. Tu, y ya no existe ninguna otra palabra adecuada.

111
Nelson Antonio Torres Muñoz
Castro, Chiloé, Chile.

EL DESNUDO
Toma el pincel con tres dedos: índice, anular, pulgar...eso es...concéntrate en la parte estética, tú eres un artista, un plástico, del tipo intelectual, mal que mal conoces y has estudiado la teoría y técnica de los pintores pop contemporáneos, entonces, no vas a caer en fijar los ojos libidinosamente en esos senos (¡ay!), en el pubis (¡ayayay!) ni en las nalgas más torneadas que un durazno de exportación (¡uuuufffff!). No, tú sólo ves tu objetivo de preparar para tus futuros espectadores el camino en pro del goce estético y ello implica que ese seno...ojo...debe quedar más excitante que el verdadero. Luz, hacia el lado opuesto del pezón hace falta un hilillo de claridad, no de sol, sino del color de la mañana que se filtra por una rendija en la ventana; justo se dio el caso de que la luz cayó sobre el pezón, se derramó casi líquidamente por el seno y el efecto ha sido extraordinario. Cuidado, no te excites, no hay un ser humano pintando un desnudo (no lo olvides), no hay una espectacular mina modelando, pilucha: sólo existe un artista y su objeto de inspiración. Sí, ya sé, tú no crees en la inspiración, sino en la transpiración, trabajo y trabajo y trabajo, muñeca, nada más...está bien. Oye, fíjate bien, ese vello pubiano, ¡una vulgar mata de cochayuyo!, pero tiene solución (tranquilidad, entiendo que esa parte es conflictiva para cualquiera y es natural que el pulso contradiga lo que manda el cerebro), mira: unos brochazos locos (pincel más grueso) y le das un toque medio cubista, después de todo las tendencias de hoy en día distorsionan la imagen original...así...perfecto, ahora si le pones luz a las puntitas de los labios menores que se asoman entre los vellos, vas a conseguir un área de concentración de interés y goce para los supuestos espectadores de tu venus. Sigue así no más, vas de pésimo a mal, de mal a regular, de regulareque a casi bien. Veinte o treinta desnudos más y tu muñeca habrá de ser la más diestra en cuanto a desnudos se refiere. Respecto a tus impulsos eróticos, te aconsejo urgente un sicólogo, un siquiatra o consejero...qué sé yo...porque no es muy normal que una muchacha como tú, frente a un espejo, se excite y con su propio cuerpo más encima.

112
Nelson Antonio Torres Muñoz
Castro, Chiloé, Chile.

FINAL DE CUENTO
A ver, si pongo a Alberto en la encrucijada de entrar violentamente, ahí, donde su mujer hace el amor con su vecino, obligatoriamente precipito la acción hacia un final sangriento. ¿Qué otra cosa puede hacer nuestro personaje, sino empuñar el revólver (pensé en un cuchillo, pero ello implica más incidentes, más relato y yo debo terminar esto casi al tiro) y disparar a quemarropa. Aquí me encuentro con tres opciones:
1.- Dispara al amante. 2.- Dispara a su esposa. 3.- Dispara a los dos.
Si dispara al amante, vendría una escena de insultos y recriminaciones mutuas. El final podría darse con una reconciliación, esconden el cadáver y aquí no ha pasado nada. Pero siempre quedaría un nudo por resolver: el crimen y la justicia.
Si dispara a su esposa, evidentemente, no van a quedar felicitándose los rivales: el amante huye y el esposo se entrega a la justicia. así, el protagonista se redime, el lector se apiada y pasa de victimario a víctima. Esto me gusta un poco.
Si dispara a los dos, tengo la posibilidad de que los culpables sean castigados, pero, definitivamente, nuestro personaje queda cargado de impurezas y crímenes imperdonables. No agradaría este perfil al lector.
Bueno, en fin, ¿en qué iba?, ah, sí...cerrar el cuento...aunque eso ya carece importancia, mal que mal ya son pasadas las tres de la mañana, me gana la modorra, se me cierran los párpados, así que mejor, saco el papel de la máquina, doblo la hoja sin final y me acuesto a dormir sin el más mínimo remordimiento de conciencia.

113
María Cabanne
Argentina

PALABRAS
Se derrama la espuma en la arena con la suavidad de una madre que acomoda el rebozo de las sábanas en el moisés. Aquí y allá los caracoles salpican la playa. Las piedras brillan verdes, azules o doradas. Atardece. Es otoño pero la vida nos regala todavía tibieza de primavera.
Camino por Cruz del Sur. Otra vez he regresado a la oscuridad de la noche. El cielo impecable, las constelaciones, la luna. Ninguna luz artificial interfiriendo el contacto de mis pasos en la arena. Alguna liebre cruza la calle para perderse entre las cortaderas. La humedad de la pinocha propicia el crecimiento de los hongos.
Ah vastedad de pinos, rumor de olas quejándose...
La casa entre los pinos, la soledad del bosque; el atardecer quemando el horizonte derrama una luz cálida y rosada por el declive del terreno donde crecen, en forma despareja, el laurel, la salvia, el romero, y el perejil. Aspiro. Las plantas que logran sobrevivir a las hordas de hormigas, pastos y vientos me dan más satisfacción que estos bocetos de escritura.
¿Y si pego una tela en la pared para mancharla de palabras como la Pizarnik..?.
¿Y si huyo del silencio de la página en blanco?
¿Y si dejo que las palabras se acomoden a la historia sin historia?
Quizás la computadora se cuelgue y todo sea nada.
¿Será dios una gran computadora? ¿ El soñador soñado de las ruinas circulares? ¿ O la gigantesca mano tallada por Rodin? Para colmo, no queda en la alacena ni un cálido tinto ni un pálido champagne para hacerme compañía.
Y escribo: Y una palabra extensa como la mirada, violenta como la sudestada, azul (¿de qué otro color podría ser?), me ciñe el cuello y me ahoga dulcemente, y entonces es apenas un tenue miedo, un silencio rasgado por las teclas que siguen tipeando y

114
seudónimo: Digna María

YO FUI SU ESTUDIANTE. 
Yo fui su estudiante. Llegaba cada mañana para encontrarme con ese hombre gigante, de grandes dientes, grandes manos, grandes piernas, grandes palabras.
Pero cada vez que lo miraba y admiraba su grandeza, pensaba que esta persona tan enorme tenía, a la vez, algo pequeño. No sabía qué era. No había descubierto aún cuál era el detalle aquel - persistente anuncio -, que me hacía pensar en algo de pequeñez cada vez que mis ojos se posaban en su persona.
Cuando los chicos entraban al aula, él, por general, estaba en su pupitre, pasando con dedos aburridos las páginas de un libro de texto caduco.
Porque la educación, en aquel tiempo, era de color gris. Husmeaba mucho el verde olivo también. Pero todo era más bien gris.
Este maestro - grande y pequeño a la vez - empezaba su día cuando mis compañeros y yo entrábamos al aula. Dejaba el texto caduco durmiendo en el pupitre y saludaba: "buenos días niños". Nada ceremonial.
Como por costumbre, yo me dedicaba a observarlo y a tratar de descifrar ese rasgo, esa manera de ser, esa muletilla o actitud que le daba un aire pequeño a ese hombre de cuerpo grande, de manos grandes, de ideas grandes.
Nunca lo comenté con nadie. Nos graduamos de la escuela, algunos continuaron estudios, otros empezaron a trabajar, pero yo preferí quedarme en casa pensando en ese maestro que me parecía tan grande y tan pequeño a la vez. Le seguí la pista y supe más adelante que ese maestro se hizo escritor, que publicó muchos libros, que se fue a vivir a París, que regresó a su país de origen y que falleció poco tiempo después. Un día cualquiera, mientras me miraba al espejo y me atormentaba mi obsesión, me vino a la cabeza una idea que me pareció brillante: "Eran sus ojos", pensé.
"Su miraba escondía una inocencia infantil que le duró hasta el día de su muerte"

115
seudónimo: Digna María

UN DÍA DECIDIÓ PERDERSE EN SU BIBLIOTECA.
Un día decidió perderse en su biblioteca. No sabía cómo lo iba a hacer, solo sabía que en esa fecha entraría dando grandes zancadas en ese bosque convertido en papel. Amaba la naturaleza por sobre todas las cosas, disfrutaba más que nada aquellos largos paseos que daba por el parque de la ciudad. El guiño que le hacía un pájaro, el saludo amable que recibía de la flor. Eran esos detalles los que le hacían vivir.
Y a medida que crecía su biblioteca, pensaba que estaba sembrando las especies de lo que más adelante sería un bosque de árboles, de robustos árboles, en donde un día podría, por fin, retirarse de sus labores cotidianas y descansar.
Pero en este día, cuando decidió perderse en el lugar, cuando quiso atravesar anaqueles para introducirse en tomos, pensó que su biblioteca no era un bosque, que ahora tenía todas las características de una selva, de una jungla, de un lugar inhabitable lleno de peligros y de trampas, de bestias encolmilladas.
Introducirse en su selva no fue una operación compleja pero, una vez dentro, miraba con detenimiento a su alrededor y sentía miedo: "¿Por qué le temo a estos libros? Solo son papel y tinta, nada me van a hacer".
Agarró el primero y, en vez de dirigirse directamente al título, se fue a las páginas interiores y al borde de página leyó: "no vale la pena seguir, es prácticamente una ofensa". Alzó la cabeza asombrado, dejó ese volumen a un lado y tomó otro: "¿cómo permiten que caigan árboles por esta clase de basura". Tiró con fuerza el libro y agarró el siguiente: "bostezos es lo que me ha provocado". Así se fue revisando las obras de distintos anaqueles, de distintos lugares y en cada una encontraba el mismo desdén de ese lector organizado y exigente. Solo en una novela encontró un comentario distinto: "Lo leeré nuevamente", decía en el margen. El libro se titulaba "Rayuela".

116
seudónimo: Lord Vader"
Argentina

RELATOS HECHOS BONSAI
Un demonio azul no puede dormir de noche: sueña con un hombre que escribe cuentos de exorcismos.
Un mujer regresa muy tarde. Su marido no le cree cuando le dice que fue secuestrada por extraterrestres. Él se enoja y se va de la casa. Pasa el tiempo y se entera que su ex mujer está embarazada. Cuando nace el bebé va a verlo: es verde, levita y tiene orejas puntiagudas. Él no quiere reconocerlo y ella queda muy mal.
Una gota de lluvia y una lágrima que se habían amado, terminaron su relación y se separaron. Durante años no supieron nada una de la otra. Mucho tiempo después, se encontraron por casualidad en el pañuelo de una mujer que lloraba de tristeza, un día que llovía.
Un hombre tomaba todos los días el colectivo, a la misma hora. Una vez se dio cuenta que siempre en el primer asiento iban sentados niños, y en el fondo ancianos. Un día prestó más atención y notó que el que iba adelante era igual a él cuando pequeño, el que seguía inmediatamente detrás también era él de adolescente y el tercero cuando adulto, y así. Una vez subió y vio un solo asiento libre, el último.
Una mancha de agua se movía por el suelo. Se acercaron varios pajarillos a beber.
-No les vamos a gustar -dijo el charquito-; no somos agua.
-¿Y entonces qué son? -preguntó un cardenal.
-Somos una agrupación de lágrimas amargas de amor que quieren volver.
-¿Volver? ¿A qué lugar? A los ojos, muchas fuimos innecesarias y queremos regresar adonde pertenecemos.
Dos nogales enormes, plantados al lado de una casona, se burlaban de un bonsai de granado que vivía en un dedal sobre el marco de la ventana.
-Nosotros por lo menos damos cosas útiles -decía el más alto de los nogales-, tu eres insignificante.
Cuando los dueños se mudaron, llevaron todo lo que pudieron en una camioneta. Desde allí, instalado cómodamente en su dedal, el arbolito saludaba a los nogales mientras se alejaba de la casa abandonada.
Los nogales quedaron muy solos.
Un escritor tiene ideas inconexas y sólo puede poner textos muy breves... un demonio azul no lo deja extenderse más porque le dan miedo las cosas raras, lo amenaza con que si sigue va a romperle todos sus relatos hechos bonsai.

117
Juan Guillermo Sánchez Martínez
Bogotá. Colombia

EL RATÓN
Todas las noches se acostaba pensando en el ratón. Es verdad que durante el día, su chillido desaparecía entre el canto de los grillos, la furia del viento con los ficus y el lamento aéreo del garrapatero. Pero todas las noches se acostaba pensando en el ratón. Mientras quedaba vencido por el sueño, junto a su esposa que dormía sudorosa, lo imaginaba otra vez grisáceo y nervioso, escalando la madera vieja del mueble café y corriendo por encima de sus calzoncillos.
Hasta esa noche. Era lunes, estaba cansado y no aguantó más. Haciendo un esfuerzo sobrehumano por ignorar su temor, se levantó decidido a abrir el cajón donde creyó escucharlo. Con los dientes apretados, deslizó con rabia el compartimiento. El mueble había enmudecido de repente. Y en medio de esta calma que sugería una tormenta próxima, sin comprenderlo, solo vio el filo descomunal de una dentellada a la altura de su frente.
Luego fue ese silencio húmedo, la angustia de no saber dónde estaba, la soledad acorralada por una pared babosa que impedía que su esposa escuchara los sucesivos gritos que él fue apagando poco a poco en medio del ahogo.

118
Juan Guillermo Sánchez Martínez
Bogotá. Colombia

NOCHE
Acaba de quedarse inmóvil con los ojos cerrados. Lleva varios días sin dormir, temeroso de perderse en el sueño. Hoy, por fin el sueño le ha ganado la partida. Así, dormido, está serio y parece que tuviera más años. Ella acaba de aparecer en su sueño. Nunca antes la había visto, es hermosa, un silencio marino atraviesa sus ojos acuáticos y sus labios líquidos. Creo que si pudiera, él se quedaría así para siempre, enterrado en esa silla, ajeno al mundo y mirándola. . . ¡Un momento. . .!, ha abierto los ojos, parece como si estuviera buscando algo. Se ha quedado mirando la mesa del fondo. . . Creo que es ella, ¿será...?

119
Alfonso Carnicero Recuero

LA PARTE INFERIOR DEL OLVIDO
En aquel rincón del suelo, la realidad que se cernía día tras día ante mí, era mucho más afable de la que en verdad acontecía cuando me levantaba del minúsculo cojín. Cojín en el que reposaba mi cuerpo en los ratos de apatía y de observación al mundo que me rodeaba y que se dirigía hacia mí como un insignificante paquete de tabaco usado: sin el útil en su interior, estrujado y arrojado con ansias de olvido al húmedo y frío asfalto.
Desde esa perspectiva de cierta inferioridad e incluso invisibilidad en muchas ocasiones, todo sucedía ante mí como una larga e interesante película dirigida por un amante del cine en todos sus géneros que nunca se cansaba de rodar la misma, pero a la vez diferente escena donde, al contrario que los actores, yo me dedicaba a mirar cada detalle con interés y mataba el tiempo acariciando a Michelle la única hembra que nunca me había dejado. Siempre tuve claro que yo abandonaría antes a esa vieja perrita sin raza ni modales con la que tantas cosas tenía en común.
Y de aquella misma forma otro día se enterró en el olvido de mi memoria, recordando lo doloroso que había resultado el pasado, temiendo que el futuro pudiera dañarme del mismo modo y sintiendo como el aire urbano acariciaba mi rostro, desde hacia mucho tiempo nadie me acariciaba de una forma igual y se lo agradecía más que a quien arrojaba una triste moneda en mi gorra remendada. La soledad se puede expresar de mil maneras, sin duda llevaba mucho tiempo dentro de mí, pero en ese momento entendí que merecía la pena estar solo para apreciar ese pequeño regalo que es la vida y que en definitiva es una continúa producción de cine.

120
María Cabanne
Argentina

DE PRISIONES Y LIBERTADES
No hay muchas opciones para escapar de la certeza del encierro. Deberá llenar cada intersticio con una actividad que le proporcione placer. Es la soledad. No la soledad de Robinson Crusoe ni del Eternauta. No hay atisbo de esperanza. La historia se desarrollará así, sin duda alguna; el fin ya está pactado.
Prepara una torta de chocolate amargo, a medida que se funden manteca y chocolate piensa el sabor de un helado de Freddo. Bate las claras y disfruta la mezcla untuosa y burbujeante. La vida se desliza con pereza cubriendo el molde lentamente. Después, lavará la ropa. Tenderá, finalmente, cada una de las prendas con dulce parsimonia. Las extenderá para que no sea tan difícil plancharlas. Y encontrará que son bellas, sacudidas por el viento y contrastando contra el verde de la acacia, y así se vengará de la rutina cotidiana al descubrir la poesía del hastío. Cuando el encierro sea demasiado opresivo, se escapará hacia la playa. Caminará con el peso de la arena y dejará su huella de turista furtiva al tiempo que busca caracolas de alguna playa lejana que hayan rodado hasta esta orilla.
Al regresar, el teclado será un nuevo grillete que la encadena. Le duele la espalda, quiere alejarse, estirar su columna; ser una atleta que salte 120 metros frágil y ligera como un pájaro. Los pájaros aparecen meciéndose en las cortaderas. Los hay amarillos y negros, los hay pardos, y otros arrogantes con largas colas y crestas rojizas como si fueran faisanes desencantados. El incesante vuelo de pájaros interrumpe la escritura.
Hubo otros encierros; la madre de celdas luminosas e infranqueables, los amantes de prisiones cíclicas, el super yo, tirano de tiranos, y el espejo. Quizás - piensa - si lograra traspasar el azogue, descubriría si todo es tan vano como parece. Y, entonces, tentada por la posible libertad que la aguarda más allá de la superficie brillante que la refleja se decide; pero en ese preciso momento, una sombra leve, apenas unos dedos - vaya a saber uno de quién - cierran el libro en la página indicada.

121
Silvia Mabel Vázquez
Argentina

EL ANGEL BLANCO
¿Sabés mamá? Ayer estuve con él.
Me vino a buscar... Sí, mamá: no es mentira
Tenía las alitas blancas, muy blancas, pero no...no estaba triste. Tenía una sonrisa muy linda. No se reía, solo me miraba y sonreía.
Y las alitas eran muy blancas. Sus manos estaban limpias, y su cara
También. No...no estaba lastimado.
¿Sabés mamá? Me vino a mostrar dónde estaba. Extendió sus manos y me subí en ellas, En ese momento me dí cuenta que estaba al pie de una escalera muy alta y blanca,muy blanca..Era un lugar muy grande. No había ruido y era todo blanco.
Había muchas flores, todo lleno de flores. Y las flores también eran blancas, muy blancas...
De repente él me dijo:"Vení, entrá, no tengas miedo. Yo ahora estoy acá, es tan lindo...¿viste qué tranquilo?" Y me tomó de la mano.
Entre las flores blancas se asomó una roja, él la arrancó y me la dió, y me dijo : "Tomá, dásela a mamá. Y ahora vamos, que te llevo de vuelta, si no se va a asustar porque te fuiste sin avisar. No te olvides la flor, es tan linda..."
Y me volvió a subir a sus manos. Bajamos la escalera y me apoyó en mi cama.
Cuando me desperté, la rosa roja estaba sobre la cama.
Pero má: ¡es cierto, él vino, ayer estuve con él!...

122
Jennifer Leslie Neumann

OÍDOS SORDOS
Él insistía en ir. No es que lo dijera tantas veces, pero yo me daba cuenta.
Era su forma de mover la boca, entrecerrarla y volverla a abrir, casi incesantemente. O era la manera en que se agitaba su cabello, o se enrojecía su rostro, cada vez más. Parecía enojado, quizás no podía contener su cólera, quizás mi falta de respuesta lo había enfurecido. Yo ya me había negado a ir pero él insistía. O eso a mí me parecía, ya sea por el movimiento acelerado de sus brazos, pidiéndome que me levantara de la silla, o por sus pasos rápidos y continuos de un lado a otro de la sala. Realmente no sé qué quería.
De pronto, me sorprendió. Desapareció de la sala y regresó minutos después. Seguía alterado. Me entregó un papel que decía: "¿Cuándo dejaste de escucharme?". Enseguida le mostré el anillo de casamiento y el moretón en mi cuello. "Desde ese entonces", le contesté.

123
Seudónimo: Rafaela
Argentina

MI PRIMERA CITA
Estaciono respetando usos y costumbres, se me acerca un joven a ofrecerme sus servicios de limpieza, peluquería y pedicuria para auto, lo acepto, arreglamos un precio, sigo mi camino. Mis ansias aumentan reflejadas en el ritmo de este corazón desaforado, las manos me transpiran, comienza a llover los relámpagos se desdibujan en la vereda mojada e indiferente y yo justamente di a lavar el auto. Electrónicamente ingreso, solo, angustia mediática e inmadura.
Comienzo la comunicación, no me interesa oírla, solo deseo verla en la pantalla o impresa, fiel e irrenunciable meta, su música característica y desafinada inicia nuestro encuentro, ¿vendrá como para ir de fiesta o como me cuentan?. ¡ Que rutina la suya!, ¿Y si me sorprende y camina sobre mi bajo ánimo o quizás me sonríe la fortuna? Basta, que aparezca, mi cruz me quiebra, pero ahí esta, segura, perfectamente visible, quizás desentendiéndose de mi ventura, eso si, real como el sol enfermo después de la lluvia que entra por los vidrios repletos de promociones y augurios y promesas. Ella sigue allí inamovible esperando que yo me mueva, busco aire del recinto queriendo llenar mis pulmones. Segura, mira de frente y me baña una hermosa fascinación. Ahora la paz y una frágil soberbia tranquilizan mis deseos incrédulos, como a un niño que le van a colocar una inyección y cuando esta termina .agrega - ¡ esto era!...ganando en confianzatenue fantasía la tomo entre mis manos, es el valor esperado y quizás lo supere, el prometido aumento, todo un parto, vomitada por el cajero automático, la retiro, me retiro se acabo la ansiedad desmedida. Era mi primera cita digital sin calor ni color humano. Afuera vuelve a llover y el gerente casi un indigente de la empresa de lavado, me espera atajándose del agua con una revista para cobrar sus servicios aunque nunca sabré si lo
lavaron ellos o la lluvia repentina.

124
Pseudónimo: El amante de los epítetos

LA ASPIRADORA
Y un día grisáceo la aspiradora enloqueció de repente y devoró la moqueta, las sillas, la librería, las paredes de papel pintado, el corazón encendido de las lámparas y a nosotros mismos. Desde entonces, vivimos en la casa de siempre pero en el interior de su vientre polvoriento. Por supuesto, la vida no ha vuelto a ser lo que era.

125
Pseudónimo: El amante de los epítetos

DEL POLVO
La última vez que viajé a Bombay vi a una mujer ataviada con un vestido encendido que se asomaba a su ventana vieja y sacudía el cepillo después de barrer. El polvo se quedó suspendido, dejándose llevar perezoso por el viento, hasta que se introdujo por el resquicio que dejaba la puerta de una casa roja en el siguiente barrio. La anciana que habitaba en ella, que fingía ser hija ilegítima de un rajá, lo expulsó de su morada al hacer la limpieza el sábado por la tarde. El polvo persistió vagando por viviendas y edificios durante largo tiempo. Quizás lo barriese arrojándolo a la nieve un empleado melancólico de la estación de Vladivostok. Una jovencita de trenzas se lo entregó a la bocaza abierta del cubo de la basura en su rancho de Coahuila. Cierta noche de otoño, cuando apenas comenzaba a llover, la mujer de la limpieza lo precipitó desde el piso setenta y siete de un edificio de oficinas en Manhattan. Y un cantante lo había visto danzar en el cañón de luz que iluminaba su actuación de Rigoletto en la ópera de Viena. Esta mañana, habría sabido reconocerlo en cualquier lugar que lo viera, ese mismo polvo ha aparecido sobre los muebles cansados de mi casa. Sin pensarlo siquiera, como quien halla un tesoro, me he precipitado sobre el teléfono y he llamado a mi asistenta para rogarle que no venga nunca más.

126
Camino Aparicio Barragán

QUIMÉRICO
Luces que emergen de la sombra, sombras que brillan, destellos de luz que irradian en la oscuridad. Amanece el alma al claro brillo de la sobria estancia, se abre el océano de la vida donde el agua lo inunda todo y entonces se siente. Llega la paz. El espíritu inquieto descansa y sale de su refugio la magia de la paz.
Dos ángeles celestiales, como dos espirales ascendentes, descienden desde el centro del cielo. Bajan por las escaleras, uno a cada lado y a sus órdenes suena la música dulce y alentadora que despierta del sueño para vivir la realidad. Al compás baila todo. Las robustas columnas sujetan los arcos que se unen y se separan con alegres piruetas. La luz los ilumina, los colores salen al bosque oscuro, marcan sus formas sobre los muros de la existencia. Una cruz emerge de la nada. Pequeña, frágil, capaz de romperse con la nota más aguda, pero que lo llena todo. Las luces se postran a sus pies, los colores celebran su llegada danzando a su alrededor y las notas le dan la bienvenida armónicamente. Una tras otra, sin repetirse, formando esa palabra aún inexistente que todo corazón anhela oír.
El espíritu se alegra, inconsciente aún de lo que sucede. Creyéndose dormido, en el sueño más real, pero ¿acaso podía ser verdad que aquella cruz estuviese suspendida en el vacío?
En la vida real un haz de luz no puede mantener suspendida la belleza, pero en aquella selva en la que se encontró la soledad, cubierta de magia idealizada y sueños irreales, todo es posible, incluso que exista lo quimérico.

 

127
Camino Aparicio Barragán

RICARDO RUIPÉREZ
Ricardo Ruipérez quiso ser el mejor hombre feliz e hizo cuanto supuso oportuno a su propósito.
Padres, hermanos, amigos, esposa, hijos... se rodeó de todos aquellos que consideró que le harían feliz. Les entregó su vida pero la insatisfacción que seguía sintiendo le llevó a buscar refugio fuera de ellos. Estudios, trabajo, aficiones, caprichos, viajes, actividades... invirtió todo su tiempo pero nada de lo que hacía era suficiente. En multitud de ocasiones la felicidad estuvo en sus manos pero su mirada se fijaba en el horizonte y nunca pudo asirla.
Los años transcurrieron y la vida de Ricardo Ruipérez llegó a su fin.
Un día de invierno salió a caminar por las calles de la ciudad. Tenía ochenta y dos años. Sus pasos eran lentos y algo quejumbrosos, su rostro evidenciaba una vida desgastada y se veía en su mirada la opaca luz de quien ya lo ha visto todo. A pesar de ello, esa tarde sus ojos estaban inquietos, parecían advertir su próxima y definitiva oscuridad y buscaban una última imagen aún ignota.
Un grupo de personas se arremolinó en torno a Ricardo Ruipérez. Su cuerpo yacía en el suelo y todos preguntaban por alguien que lo conociese aunque pronto comprobaron que se encontraba solo. Solo, así se sintió Ricardo en el momento de morir. Al pasear se adentró en calles que no acostumbraba, miró los rostros de decenas de personas completamente desconocidas, recordó hechos pasados, proyectó el momento siguiente y entonces se percató de que estaba solo. Por primera vez se percató de la soledad y sonrió.
Ricardo Ruipérez pasó toda su vida creyendo que sólo quería ser feliz. Sólo ser feliz.

128
Eugenia Toledo-Keyser
Seattle, USA

TIEMPO
El tiempo será eterno, infinito en ningún momento.

129
Eduardo Raúl Elgieser
Argentina

NUEVE TREINTA Y SIETE DE LA MAÑANA
Nueve treinta y siete de la mañana. Y el sol a pleno en la ruta dos. El velocímetro clavado en ciento veinte. La radio encendida, apenas la escucho. El ruido monocorde del motor. El paquete de cigarrillos sobre el asiento vacío del acompañante. Sobre el parabrisas, del lado de adentro, se reflejan mis manos aferradas al volante que se mueven a un lado y a otro, copiando los vaivenes del camino. Y el enésimo cigarrillo, deformado a la altura del filtro por la presión entre los dedos índice y medio de la mano derecha. Una botella de agua mineral. Peligro. A quinientos metros, paso a nivel sin barreras. Son apenas ciento cuarenta kilómetros los que me separan de Chascomús, pero parece el otro lado del mundo. Dársena de giro. Máxima ciento diez. La vista clavada en el horizonte, en ese punto donde las paralelas se tocan, donde nunca llegaré. Mar del Plata trescientos kilómetros. Mi mente vuela. Mario, mi hijo. El llanto en la sala de partos, los primeros pasos, la plaza, primer grado, la cancha de All Boys, judo y guitarra, la noviecita, la secundaria. La llamada a las siete de la mañana. La voz metálica y ausente de sentimientos. Mario que vuelve de Pinamar, el caballo que se cruza en la ruta. Ese estúpido accidente y Mario que me espera en Chascomús, en la comodidad eterna de su ataúd…

130
Eduardo Raúl Elgieser
Argentina

LAS SOMBRAS NOCTURNAS ME CUBRIERON
Las sombras nocturnas me cubrieron, disimularon mis desplazamientos por las escaleras. El incesante hormigueo en mis piernas y las palmas de las manos sudadas fueron mudos testigos de mi excitación.
Sabía perfectamente lo que buscaba; el dato había sido de muy buena fuente. "La medusa de Trieste", escultura sin igual.
Mientras me desplazaba por el pasillo rememoraba cada rasgo, cada detalle. Los delicados filamentos que brotaban de su centro, ornamentados en oro y plata cayendo, cual torrente perpetuo, sobre un refinado manto de verdoso ónix. En su centro, dos grandes rubíes, rojos como la sangre de un cíclope en armoniosa y geométrica simetría, destellando hasta enceguecer, perturbando de majestuosidad. Sencillamente incomparable.
Abrí con cuidado la puerta. A tientas llegué hasta la ventana y bajé con delicadeza las persianas. Entonces sí, encendí la luz. La multiplicación de ventanas, cuadros y listones superpuestos del piso y sobre ella, la figura desbordando, reforzando su aspecto monumental. "La medusa de Trieste". Comprendí porque no era necesario que estuviera en un museo, en una exposición o acaso, estrictamente vigilada.
Toda la escultura medía unos cinco metros de circunferencia y debía pesar, calculé a priori, unas tres toneladas…

131
Pseudónimo: Rafael Rodriguez

LA EXTRAÑA DESAPARICIÓN DE "NANDO" HERRERA LÓPEZ
Fernando era uno más entre cientos de fotógrafos provenientes de todo el mundo, acreditados para cubrir (en Buenos Aires) el debut televisivo del chaval aquel, a quien había visto jugar (años ha) en "su" Barcelona natal.
Ambos contaban con la última oportunidad para entrar definitivamente en la gloria.
Sus 75 (recién cumplidos) se enfrentarían con los 45 del "Diego", en desigual puja.
Había cubierto montones de notas sobre el "Pibe de Oro" en España e Italia, pero: ¿qué necesidad de estar acá?... como si estuviera (pensaba) obligado a demos- trar... ¿qué cosa? Para colmo desde una carpa "ad hoc": empresa cuasi imposible.
"Seguro fuimos importantes: tuvimos varias primera planas; él y mi cámara" pensó.
De pronto, "su cámara" se oscureció: no hubo qué captar, más allá de la lente (?).
Estaba convencido de haber remitido las fotos (desde su celular) en tiempo y for- ma, pero la oscuridad dominó: no pudo ver más allá de la uña de su dedo índice.
Ningún "medio" ofreció una explicación satisfactoria: "Nando" había desaparecido.
Sonará increíble, pero fuimos muchos los que lo vimos tropezar mientras su celu- lar (activado) caía junto con él que, literalmente: "desaparecía".
Algunas de sus fotos, tomadas aquella noche, llegaron a España: a la redacción.
Ninguna señal de él... salvo una "instantánea" de la que guardé copia para mí.
La que parece tener una mancha con forma de "un tipo que se cae": la que no dejará nunca (a partir de aquel momento) de atormentarme.
Nando siempre sostuvo: "...sé que mi trabajo va a matarme, como a cualquiera".
Jamás había sospechado que fuese posible amalgamar "lo literal" con "lo mágico".
Hasta aquella noche, por supuesto.

132
Gilberto Bautista Salgado

DESENFRENO
Mi nombre es Roxana; una chica común y corriente. Una adolescente con aciertos y desavenencias, propios de mi edad. Sin embargo, como muchos tenemos algo que nos atormenta en el interior. Para algunos pueden ser los problemas del trabajo, la familia o simplemente cada vez que sale de casa. Pero estas divagaciones no son lo que quiero dejar en éstas líneas. Lo mío más que confesión es una advertencia. Como adolescente a veces mis padres no tenían tiempo para mí. Mis progenitores prestaban servicios como burócratas y sus trabajos los absorbían casi por completo. Por esta razón me quedaron mis amigos, con los cuales pasaba todo el tiempo entre reventones y más reventones. Pero toda esa emoción no hacia más que acrecentar el vacío que tenía por dentro. Esa soledad que algún tiempo fue mi mejor compañera y después, en el centro de alguna fiesta, se encontraba a mi lado como algo físico tomando con sus dedos una tira de mi lozana piel, arrancándola lentamente. Así de doloroso era todo aquello. Una de mis alocadas noches -que por cierto fue en el rave más loco y prendido al que he asistido- tuve ganas de descubrir la sensación de tener a un hombre rozando mis delicadas piernas. Simplemente cogí al tipo que estaba a mi lado, lo llevé a la bodega del lugar en donde estábamos y lo obligué a tomarme en aquel oscuro y excitante lugar. La posesión fue sensacional, enervante. Tiempo después lo seguí haciendo con mis amigos o con quien fuera; se fue convirtiendo en un vicio. Mi vida dio un vuelco total, sin importarme nada, sin información y llevando un rol desenfrenado. En mi cuerpo penetró la peste del siglo XX.
Y ahora heme aquí, postrada en este frío y deprimente cuarto de hospital recibiendo el pago que mi amiga la soledad me daba.

133
Marina Bueno Domínguez

MUJER PAVO
Con la luz dorada de otoño, nació una vida callada, quizá una vida callada para compensar la algarabía que la ciudad con sus fiestas contagiaba.
Su infancia y juventud estuvieron llenas de alegría y calma y luego aparentemente una vida calmada, aunque por dentro, a veces, su alma lloraba, lloraba y lloraba.
Cuando de niña jugaba en el parque de pavos rodeada, los miraba con admiración, envidia y calma. Por las noches en la cama, cuando los ojos cerraba, se volvía pintora, y quería plasmar aquellos pavos que admiraba, pero los colores tan brillantes, nunca los lograba. No notaba en ella lo que otros ya admiraban.
Llegó el amor a su vida, a esa vida calmada y ya se veía pavo con plumas brillantes, variadas. Plumas del amor de sus padres, de su tía, de sus hermanas, de los hijos y las satisfacciones dadas, y todas ellas su cola poblaban, sólo había una que poco a poco se quebraba y que terminó cayendo en verano, cuando las plumas viejas de los pavos cambian.
Pasaron los años y ahí seguía su cola y sus plumas intactas, cada vez más exultantes de colores y muy variada, las dificultades de la vida no pudieron arrancarlas, sólo aquella, que sin saber la causa, nació algo quebrada.
Cuando se mira al espejo, ve en él su cola reflejada y cuando va por la calle ve algunas personas con la cola desplegada. Sus miradas se cruzan, se sonríen pero callan, porque sólo los del alma pura podrán llevarla desplegada.

134
Ainhoa Corral Luna

NO SÓLO PASA CON LOS MÓVILES...
Contactando... contactando... proces....pro... ERROR, ERROR, ERROR. No se ha podido realizar la conexión. La neurona receptora no se encuentra disponible en este momento. Inténtelo de nuevo más tarde. "Cariño, el niño, que te está llamando..." Contactando... "¡Cariño!" Procesando... Procesando... Conectado. "¿Eh? ¿Qué pasa? Que estaba mirando esto, espera." Perdida la conexión. "Espera cariño, que tu padre está en otra onda." "¿Por qué nunca se entera de lo que le dices cuando está haciendo otra cosa?" "Y yo qué sé. Cosas de hombres. A lo mejor algún día te pasa a ti también." "Qué dices, mamá..." "Carlos, no te vayas que el niño te quiere decir una cosa..." Contactando... contactando... procesando.... "¡Carlos!" Conectado. "¿Qué quieres, mujer? ¿No te das cuenta de que estoy mirando esto? Espera un momento". Perdida la conexión. "Olvídalo, cielo, volvimos a perderle. Otro día será" "¡Papá!" Contactando... "Vámonos hijo, ya vendrá él cuando termine." Procesando... "Vale..." Conectado. "¿Eh? ¿Pero dónde están estos ahora?"

135
Marié Rojas Tamayo
Cuba

HORA DEL TÉ 
Ha llegado la hora del té. Cuando me dispongo a disfrutar del primer sorbo, como siempre, suena el teléfono. Sé que es tía Emelina. Me saluda, me pregunta si está llegando tarde. Le respondo que no, que siempre hay tiempo para disfrutar de su compañía, que aún así se apresure.
"Allá voy, hijita, espérame", me susurra antes de colgar.
Es la fuerza de la costumbre. La pobre tía lleva dos años llamándome para avisar que llegará tarde a la cita. ¿Cuándo se acostumbrará a la idea de que está muerta?

136
Marié Rojas Tamayo
Cuba

EN NOCHE DE LUNA LLENA
Todo comenzó una noche de luna llena. A partir de ese momento, con la llegada de cada plenilunio las escenas se repetían en todo su horror ancestral. El aumento de los aullidos, los rastros de sangre en la nieve, las noticias de avistamientos corriendo como fuego... Era evidente, el antiguo enemigo volvía a las andadas. Cuesta trabajo creer en lo que no se ha visto. En ocasiones, la simple visión de los insondables enigmas de la naturaleza no basta para desarraigar la creencia de que son frutos de la superstición. Pero esta vez el intruso se había cobrado demasiadas víctimas.
El consejo de ancianos se reunió: Era cuestión de creer o no en lo inevitable. Al final del ciclo astral, justo antes del advenimiento de la luna llena, habían decidido tomar las necesarias precauciones, evitar a toda costa la muerte de la ya mermada población. Pero, para ello, era imprescindible convencer a los demás del peligro que los acechaba a cada salida de sus hogares. La voz corrió de hocico en hocico de los miembros de la tribu de licántropos:
Hay hombres en el bosque, y son reales.

137
Yordán Rey Oliva
Cuba

LA MARQUESA
A los funerales de la Marquesa fue medio pueblo. Antonia apenas podía con la repartición de los buñuelos.
El cuerpo de la marquesa estuvo siempre pegado a su silla. Ni con artilugios de mago se pudo desprender. Ahora, después de muerta, parecía dar órdenes, como en el tiempo aquel en que dirigía la orquesta de cocineros que preparaban quesos, pasteles y mantequillas. Por aquel entonces ya era viuda y había cambiado el apellido Guzmán por un título de Marquesa.
El padre de Andrea Guzmán había conservado la virtud de su hija a fuerza de halar el gatillo hasta que ésta huyó con un coleccionista de retratos. Poco después fue devuelta con un embarazo que abortó a fuerza de mejunjes. Un marqués nonagenario que la rondaba desde los dos meses de nacida aceptó casarse para cubrir el daño, pero murió la noche de bodas. Andrea heredó su título y el trono donde yacía ahora por culpa de un susto.
La marquesa murió de miedo aunque hacía tiempo que luchaba contra la locura senil. La habían amordazado para evitar que su chochera contaminase a todos. La anciana mascullaba sus desgracias cuando una rana sin más destino que el de ser fría se le coló entre las piernas. La encontró Antonia, su amiga de confianza.
Estábamos masticando buñuelos cuando un viento abrió el portón. No pudimos evitar su entrada. Una vieja estrafalaria se coló con un bulto entre las manos. "¿Qué hora es?" -preguntó tomando un buñuelo, sin soltar su tesoro. Antonia la llevó al cuarto de la muerta. "Deme la bolsa, yo se la cuido" -le dijo, pero la vieja solo tenía ojos para comer. Yo escuché como le hablaba a la marquesa y no pude evitar sorprenderme. "Oye, mi hermana, soy yo. ¿Qué hora es? ¿Cómo puedes dormir con tanta comida?" - le preguntaba sin soltar el bolso.
Se necesitaron varios brazos para llevar muerta y silla al cementerio. Por el camino me encontré a la vieja de la bolsa. "A ti te la enseño si me dices qué hora es" -me dijo. "Las siete y diez" -le contesté. Abrió la bolsa mirando a todas partes y se marchó corriendo, como si temiese un terremoto. La bolsa que tanto cuidaba y que tuve el privilegio de ver, sólo tenía piedras de río.

138
Yordán Rey Oliva
Cuba

LA VERDADERA HISTORIA DE PURA GUZMÁN
Hacía veinte años que Pura guardaba un dinero para Yaya. "Que mi nieta no va a ser mulo en esta vida" -decía. Pretexto suficiente para dormir encerrada en un baúl con la bolsa bien protegida entre garra y pecho, remedio santo contra ladrones de fortunas. Pero Yaya era una mujer y tenía ciertas demandas. "Es para un vestido" -respondió ante su horrorizada abuela quien se negó ante tal atrevimiento.
Cuando Pura se encerró en su baúl, Yaya le había procurado una enorme dosis de Duermemuertos en la sopa, que le hizo soñar con mares y trasatlánticos además de hacerle puré los sesos. Despertó al sentir que alguien traqueteaba el baúl desde afuera. Al abrir la tapa se encontró en manos de extraños. "¿Qué hora es?" -preguntó. Pero aquellos hombres solo sabían mirar. Pura se incorporó. Por encogimiento de sus piernas calculó el tiempo que había navegado. Maldijo a su nieta en silencio y bostezó.
"¿Qué hora es? ¿Y por qué están en cueros?" preguntó de nuevo. Ante el silencio, se puso histérica y comenzó a delirar. "Al mar, rápido, es Satanás" -dijo alguien. La amordazaron y fue devuelta al mar dentro del baúl. Así llegó a Pijirita, por vía marítima y no caída del cielo, como asegura Jacinto. Papá la encontró en la playa y la trajo a vivir con nosotros. La pobrecita se había comido todo su dinero.
Esta historia se la saqué a pedazos pues había perdido el buen seso. El baúl se lo llevó cierta loca que lo quería para no se qué. Luego me enteré que lo habían utilizado para abandonar la isla a golpe de remo. ¡Qué barbarie!
El día que se llevaron el baúl Pura desapareció. Le vieron irse con la bolsa llena de guijarros. En el fondo, yo creo que tenía miedo a dormir en una cama.

139
Alejandro Mizzoni
Argentina

SAKIROS EL JUSTO 
Sakiros, para aliviar la tensión provocada por su dura labor, tomó la insana costumbre de pasearse por los alrededores de la fortaleza y plantear intensas pláticas sobre filosofía y lingüística con uno de aquellos vulgares montañeses. He aquí como, a pesar de su intachable apariencia exterior de ser un hombre honorable, Sakiros hacía ostentación de un deje interior de amoralidad, ya que no experimentaba rechazo alguno por el lenguaje y modales de semejante rústico, quien causaría verdadera repugnancia a alguien verdaderamente puro.
Cierto día, no pudo ocultar su contrariedad: había recibido un parco mensaje de Belokis, que rezaba: "El pleito nos es desfavorable. Solo resta encomendarse a Samas, el Sol, protector de los Justos". El montañés lo advirtió perspicazmente, y pronunció una frase ciertamente profunda, que reproduciremos textualmente por no incomodar los finos oídos del lector; en cambio refinaremos un tanto el lenguaje, aunque sin alterar el sentido:
-No olvides, amigo mío, que los dioses nunca abandonan al justo; aunque éste haya de sufrir, siempre ellos lo han de reestablecer, y entonces podrá tomar venganza sobre sus detractores.
-Vuestras palabras -Sakiros respondió- son para mí muy reconfortantes. Hay momentos en los que uno pierde la confianza en los dioses, pero jamás debe hacerlo. Ellos son nuestra salvación, y única esperanza. Son los que cuando dicen "que así sea", así es; y cuando dicen "que así no sea", así no es.
Dichas estas palabras, Sakiros rasgó su túnica y se arrodilló, llorando, muy píamente.

140
Alejandro Mizzoni
Argentina

SOBRE EL CASO PARTICULAR DE UN ALUMNO.
Cierto día planteó ante la clase una pregunta no exenta de idiotez intelectual, o cuando menos falta de prudencia o de sentido común, por lo que fue duramente reprendido por su maestro. El castigo fue sobre todo moral, y no le provocó, si hacemos excepción de una leve cojera en la pierna derecha, daños físicos permanentes; no obstante sembró en el joven pupilo una gran animadversión contra su maestro y sus poco decorosos compañeros. En contra de lo que cabría de esperarse, los resultados de tan sano castigo rectificador fueron contraproducentes en sumo grado; siendo este, se da por sentado, un caso anómalo y sin precedentes en lo que se refiere a la instrucción de los jóvenes.

141
Mercedes González Alonso

BEBIENDO CERVEZA
He perdido la cuenta de cuentas cervezas llevo bebidas. Rebusco las últimas monedas en mis bolsillos. Dos calles más abajo espera la soledad. Viene ebria desde el sur, barriendo todos los olores. Deseo aportar algo propio en este mundo, aunque la luna me mire burlona desde un techo negro.
La cerveza ha dejado un rastro en mi paladar. Me obliga a desdoblarme en miles de pensamientos... "Mañana llegaré tarde a trabajar. Prefiero morir de insomnio que de amor. Dentro de dos años quiero estar casado y vivir en Roma. Sólo creo en el destino. Unos cabrones han puesto una bomba en un metro en Londres. Ahora será una ciudad habitada por ciudadanos con crespones negros cosidos a sus almas. Siempre intento olvidar a la misma mujer..."
Entro en otro bar.
Mis sueños se conservan amarillos y turbios en el fondo de un vaso de cerveza. Siento día a día el virus mortal que los elimina. Ese virus es camaleónico: responsabilidad, edad, eficacia, nunca serás diferente, en el fondo todos queremos más dinero.
Me pregunto- "¿Puedo escapar? Marcharme a vivir lejos, donde no haya civilización, ni ordenadores ni móviles ni contaminación. Cultivar la tierra con mis manos."
Otro trago... "Hay que seguir pagando las letras del coche y del piso. Ya no puedes huir del sistema."
"La cerveza evoca el color de los ojos de la mujer que amo. No eran negros, no eran verdes, tampoco azules"
Una tía enfrente me está mirando. No adivino su edad. Hay demasiada oscuridad en este bar. Lo mismo puede tener veinticuatro que treinta años. Todas visten igual: las de quince, las de veinte, las de cuarenta. ¡Viva la globalización! Todas están buenas. Ella se insinúa con movimientos felinos. Su vientre parece abombado y duro como un tambor. Se podrán extraer de él ritmos calientes y tribales. En su ombligo termina África y empieza Asia. Amalgama de olores y sabores, a canela, almizcle y opio. No busco nuevas rutas. Vivo en Europa por azar. Y alguien debería esperarme en este continente; una mujer con ojos color cerveza.
Termino en dos trago. Es hora de sentir el aire escéptico de la noche.
Todo sigue, pero nada es igual. Pienso en ella cada vez que bebo cerveza.

142
Guillermo Ernesto Comastri
Argentina

COMO SIEMPRE
Llegaron en taxi, como siempre. Entraron a pie, como siempre. En el mismo hotel, como siempre. Fueron a la habitación que tenían reservada en el segundo piso, como siempre. Era su lugar habitual de encuentro, como siempre. Todo fue de maravillas, como siempre. Se solazaron el uno al otro con especial deleite, como siempre. Al cabo, después de vestirse, salieron de la habitación en silencio, como siempre. Caminaron por el pasillo que conduce a la conserjería del pequeño hotel, todavía prodigándose mimos, como siempre. Él franqueó la puerta de acceso para hacer pasar a ella, como siempre. Pero, al entreabrir la puerta, algo de pronto no estaba en su lugar. La sorpresa lo paralizó. Ella casi se tropezó con él. Él se recuperó del estupor inicial y cerró la puerta con rapidez. El esposo de ella, Juan Cornú, estaba esperándolos, sentado en uno de los sillones de la recepción. Angustiados, regresaron a la habitación. Seguramente los había seguido y ahora acechaba. Después de preguntarse cómo podía haber sucedió aquello, quién le habría ido con el cuento al tío, de recriminarse mutuamente la falta de precaución e inmersos en la incertidumbre y el temor, decidieron escapar como lo habían visto en las películas: atando sábanas y haciéndolas colgar de la ventana hasta el piso. Cuando él se prestaba a descender, resbaló. Ella quiso asirlo pero no hizo más que empujarlo, él no pudo sostenerse y cayó al vacío; para colmo, se llevó a ella en la caída. El estrépito de huesos rotos fue tremendo, los gritos de dolor de ambos, también. La gente acudió para ver que sucedía. Los amantes estaban imposibilitados de moverse, pero conscientes; el conserje del hotel llamó a una ambulancia; el cónyuge de la accidentada no podía dar crédito a sus ojos. No obstante, y vaya uno a saber cómo, logró dominarse, se acercó a la pareja, susurró una violenta venganza y se fue. El conserje no entendía porque habían intentado irse de esa forma. Él le contó la razón de la fallida huida. El conserje quedó perplejo: no sabía que Juan Cornú era el marido de ella, simplemente había venido a cobrarle la cuota social del club, como siempre.

143
Guillermo Ernesto Comastri
Argentina

LA VELOCIDAD
La velocidad era su vida. Siempre iba rápido. Varios le dijeron que la velocidad iba a matarla; ella hacía caso omiso a todo ello y seguía en lo suyo. Destacándose por encima de los demás. Era la más veloz de los de su especie, inclusive superaba a todos los del otro sexo. Nadie podía ganarle. No hubo (y creo que no habrá) alguien que la supere. Cubría las mayores distancias en menor tiempo y sin cansarse. Andaba por carreteras, atravesaba bosques, cruzaba ríos y lagos, incluso paisajes áridos y desérticos y también montañas, siempre a gran velocidad. Parecía un corredor de rally y fórmula uno al mismo tiempo. Todos la reconocían como la mejor hasta aquel infausto día en que decidió cruzar esa angosta ruta. Ella venía desde una calle de tierra aledaña para atravesar el camino de hormigón en forma transversal. A pesar de su gran velocidad, tuvo el tino de pararse a la vera de la recta de la lengua de asfalto de treinta kilómetros de longitud y mirar repetidamente en ambas direcciones. Como no avistó nada, inició el cruce, rauda como de costumbre. Después de varios minutos y en pleno cruce a máxima celeridad, fue sorprendida por un camión con acoplado que le pasó por encima sin miramientos con todas las ruedas del lado derecho, dejándola literalmente estampada contra el pavimento. Así terminó la vida, por culpa de la velocidad (la del camión, claro) de la tortuga más rápida de la faz de la tierra.

144
Mirta Alicia Gisondi
Argentina

LA CASA VERDE
La Casa Verde no siempre tuvo ese color, hace algunos años la llamaban la casa Amarilla, hasta que un día cobijó a una Enamorada del Muro que cubrió sus paredes, haciendo desaparecerlas de la vista de la gente. Una hiedra voraz se encargó de las rejas, extendiendo sus tentáculos ocultándola. Insaciable, siguió invadiendo las veredas de piedra, los rosales, bancos de madera, el bebedero de los pájaros…
Desde lejos, todo comenzó a verse verde: verde claro, y oscuro, verde matizado y un verde casi azul. De sus habitantes nada: ni ruidos, ni rastros.
Algunos piensan que se convirtieron en hiedra, otros en Enamorada del Muro y los menos, que volaron con los pájaros al quedar encerrados por las enredaderas.
Hay quienes aseguran haber oído entre el follaje primaveral, voces cantando: "/Mañana cortaré la hiedra. /Mañana cortaré las ramas. / Ya casi no veo. / Ya no veo nada."

145
Mirta Alicia Gisondi
Argentina

LA ÚNICA MIRADA
Incrédula todavía, caminaba dando tumbos por la aún concurrida calle. Retumbaban en sus oídos, esas palabras terribles que hubiera deseado nunca escuchar.
Con los ojos fijos en un punto lejano, ignoraba las miradas curiosas de quienes se cruzaban a su paso. La tristeza que sentía, era tan grande que no le importaba siquiera hacer el ridículo.
Llegó y no vio nadie. Luego en la penumbra distinguió sombras y escuchó murmullos. Decenas de ojos se clararon en su figura como dardos, haciéndola titubear.
Una mirada húmeda y penetrante se acercó a la desconocida y ésta desfalleció en llanto, apretándola hasta casi ahogarla. Sólo otros brazos fuertes, de alguien que se ocultaba tras unos cristales oscuros, las separó, despareciendo luego en las sombras.
Siguió caminando, hasta donde se veía un tenue resplandor que daban las velas con su luz mortecina, y percibió el silencio de quienes, esperando una reacción, seguían sus movimientos.
Cuando por fin llegó a su lado, quiso ver por última vez esos ojos, pero eran los únicos que no la miraban, porque estaban para siempre cerrados.

146
Denise Roitman Lederman
Bogota - Colombia

LLEVABA LARGOS AÑOS ESPERÁNDOLO…
Llevaba largos años esperándolo, pero no tenia suerte; había caído en depresión desde el comienzo de la guerra, donde fue separada de su amor. Todos los días se sentaba en la ventana esperando la llegada de su amado, pero un día decidió que era mucho tiempo de soledad, ella tendría que empezar una nueva vida.
Un día la lluvia golpeaba con gran estruendo su ventana, pero después se dio cuenta que no eran ruidos de gotas de lluvia, era una persona golpeando para que le abriera, necesitaba refugio y comida, estaba herido, ella se dio cuenta que era un soldado, así que lo atendió y lo curó. Para cuando el soldado estaba curado y con todas sus fuerzas, a ella le resultaba conocido, pero lo recordaba.
El había llegado a esa casa, porque el si recordaba su pasado, era la casa de su amada, y había vuelto para reencontrarse con ella. Hizo lo posible para no decirle que era el, ya que quería que ella se diera cuenta de la sorpresa que el le tenía, pero ella no lo adivino.
Varios meses después, con el soldado hospedado en su casa, el le pregunto que si tenia algún amor, a lo que ella respondió que llevaba varios años esperando a su amado y este no apareció, ahí que el se dio cuenta que debía decirle, ya que no podía vivir sin su amor. Así se reencontraron y siguieron amándose para siempre.

147
Mercedes González Alonso

TIEMPO DE OLVIDAR
¿Cuánto se tarda en olvidar el amor?
El tiempo que tardo en cerrar sus párpados. No recuerdo el color de sus ojos, aunque persista en la memoria el miedo latente en sus pupilas como dos puntos malditos.
Limpio meticulosamente la sangre. Y enciendo un cigarrillo antes de perderme en los vericuetos de la ciudad dormida.
La lluvia amortigua los ruidos de las sirenas.

148
Ricardo Adolfo Baudoin

COCOLISO
Mientras lo tuvimos, nunca supimos que era, boca de sapo, cabeza lisa y grande, con flecos a modo de peluca, cuatro patas y cola de anguila.
Cocoliso, como lo llamamos, vivía abajo del agua, y sus bocados preferidos eran, la carne cruda, lombrices y piojos de agua, a los cuales arremetía y devoraba en segundos.
Feo, pero simpático, era nuestro deleite y el terror de las mujeres de la casa, ni que hablar cuando se escapaba de la pecera y caminaba por la mesada de la cocina….
Nunca aprendió a hablar,…ba, ni siquiera emitía sonidos, aunque nunca nos animamos a meter la cabeza en la pecera, como para escuchar debajo del agua, pero no creo que hubiese servido de mucho.
Cocoliso, solo se sentaba en las piedras de la pecera y miraba como analizando, como si estuviera esperando el momento justo para mencionar su frase póstuma
Recuerdo que un día, me acode en la mesada de la cocina, y lo mire fijamente durante horas, buscando un gesto…una mirada
Comprensiva…una palabra de aliento…. nada che, ni siquiera una sonrisa, solo se limito a mirarme fijamente a los ojos…como esperando.
Sonreí y le dije - Si tenés patas y nariz, no sos un pez, así que no te hagas el otario ahí abajo del agua que te queda mal.
Fue entonces, que su rostro cambió, la revelación lo conmovió en sus fibras mas intimas, comprendió la verdad, y se murió ahogado

149
Roni Bandini

LILLE
La rubia pagó con varias monedas y retiró su bandeja del mostrador. Tenía cara de muñeca, esas caras que nunca combinan con un jean gastado y una campera de cuero. Con una mirada atenta podría decirse que era simplemente una rubia bonita comiendo una ensalada en el McDonalds de la estación de trenes de Lille pero era dificil capturarla en una mirada atenta, sus movimientos eran esquivos, su cara de muñeca ocultaba los ojos, esos ojos que nunca lloraban, casi nunca. Cargó con la bandeja y arrastró su valija hasta una mesa del fondo, debajo del reloj. Distraida, pinchó varias hojas de lechuga con el mentón pegado el pecho. En su cabeza iba y venía la misma imagen, el tren, las puertas, la gente, todos pasando a su lado, saludando a otras personas, ninguna cara conocida, ningún abrazo, ningún beso, de esos besos apasionados y jugosos que le había dado alguna vez Julio. Y podía haber sido modelo o agente turístico, podía haber sido dueña de una boutique en Marais, podía haber sido muchas cosas si la suerte no le fuera tan esquiva y quizás por eso ella era esquiva también aunque nunca con él, con él había sido sincera hasta el límite del dolor, generosa, transparente, habían reído juntos, la acompañante y el ladrón de cadenitas, se reían con ese lenguaje, mezcla de inglés, francés, italiano y pasaron las mañanas y alguna madrugada. Pero eso era el pasado. Ahora tenía frío en Lille y podría dormir en la estación hasta las cinco o buscar algún turista. Dejó la ensalada y cruzó la Place de la Gare. Un cartel de Neón perfumó su andar.