Del 450 al 499

Microrrelatos

450
Enedina Alonso Flórez

LA VIDA QUE VALE MUCHO
La habitación tenía, como siempre al despertarse, la puerta y la ventana abiertas. Desde hace unos años, Juana necesitaba dormir con la ventana abierta y sólo tapada por una sábana. El frío, a veces, la despertaba de madrugada, pero de esa manera conseguía que, al levantarse, no le estallara la cabeza.
Solía poner el despertador diez minutos antes del tiempo que necesitaba, para así desperezarse en la cama y dar vueltas mentalmente a sus proyectos, de los próximos minutos, horas, días. Lleva un año sin hacer planes a medio y largo plazo. Ahora vive cada día y el día siguiente.
Juana ya no llora; tiene que sacar fuerzas, no sólo para sobrevivir ella, ahora tiene que sacar adelante a la persona que más quiere.

451
Roxana Heise V

ODIO
Tardaste siglos en confesar que me odiabas. Fatalidad esta, la de vivir encrespándole las pestañas al tiempo con la esperanza de recibir algo de cariño. Cuando te serví el desayuno por la mañana esperaba una sonrisa de tu parte, pero: ¡nada! Más fácil habría sido afeitar al gato angora del vecino. Estabas acabado, dijiste, así no más, sin inmutarte. Llevabas semanas sin dirigirme la palabra y supuse, que un poco de seducción de una mujer experimentada acabaría con ese climaterio tuyo de macho criollo. Afeité por primera vez mis piernas en los últimos diez años, quité el bigotillo aquel que me confiere un aspecto singular, en fin. Pese a estar gorda siempre pensé que mis camisetas XL te enloquecían. Me equivoqué esta vez y la hice fea. Soy la madre de tus hijos, argumenté, la que estuvo contigo durante la crisis económica, ¿recuerdas?, la que aprendió a cocinar cáscaras de tomates sólo para no verte sufrir de inanición. Me miraste con la lejanía que confiere el dolor cuando es dosificado en la jeringa del tiempo. También estás acabada, dijiste sin hablar. Luego, en un gesto de crueldad incomprensible, pusiste el espejo delante mío. ¡Es mi cuerpo!, exclamé, es apenas mi cuerpo. Luego quebraste el cristal contra la pared y aseguraste que me odiabas. Abriste la puerta sin voltear. ¡En mala hora erré el lanzazo del vidrio rota contra tu rostro!

452-A
Pseudónimo: Silo

TRES
Adosinda.
Tres, tres, ¡TRES!
Hoy les ha dado por machacarle con una trompetilla de sonido estridente y llevan toda la tarde soplando las más absurdas melodías.
-Mira lo que ha hecho Miguel Ángel.
-¿Qué ha hecho?
-Me ha soplado con el pito en el oído.
-¡Pero tú eres tonto! ¡Trae el cacharro ése!
-No.
El eco de un tremendo portazo llega hasta la habitación. Chema se levanta arrastrando la silla.
-¿Qué coño ha sido eso?
-¡Coño no se dice! -apunta la niña desde la salita.
-María has dejado abierta la puerta, ¿verdad? -grita-. ¡La has dejado abierta y David se ha ido...!
El hombre sale de la estancia muy alterado. Sobre la mesa de estudio, bajo los certificados acreditativos de antiguos premios literarios ha quedado encendida la pantalla del ordenador. No hay nada escrito en ella.

452-B
Pseudónimo: Silo

¿QUÉ ME DICE?
Adosinda
Dejó de mirarla. Se acercó la taza a los labios y el te los tiñó de ámbar.
La chica seguía allí, sonriente, los brazos en jarras, los ojos clavados en él.
-¿Qué me dice? -preguntó.
El hombre hurgó en su cartera y sacó al cabo un billete de cinco euros que depositó sobre la mesa.
-Vamos
La muchacha le susurró algo al oído a la vez que le tomaba del brazo.
-¿Por un notable qué me haces? -preguntó él y la respuesta de su alumna se perdió entre las notas de un cumpleaños-feliz que llegaban desde una mesa cercana.

453
Armando Rosselot C.

CUANDO SE FUE LA LUZ
Cuando se fue la luz se nos murió de angustia el gallo, en lo que al parecer creyó era la antigua noche sin fin. No se escuchan pasos en las calles, mas bien sólo gritos y lamentaciones. Los ciegos ya se marcharon nadie sabe donde. Ya no corren niños ni tampoco los caballos, a veces se sienten las ratas cerca de los pies. Los infelices se ríen por primera vez y los disparos dejaron de ser recurrentes hace algunos días.
¿Por qué se fue la luz? se preguntan en los templos. Las multitudes oran cualquier cosa para mantener la ya perdida esperanza. En el silencio se oye el sonido de mandíbulas y huesos, a lo lejos se siente venir un gran estruendo, un batir de alas monstruoso. ¿Cuánto quedará?, te pregunto. Lo único que con seguridad sé, es que mis ojos algún día van a desaparecer. Así solamente me conformaré con tu aroma y piel, hasta el final; hasta que se nos invierta el cuerpo y nos toquemos con nuevas pieles pálidas y delgadas, que se nos rajarán al tocarnos con el deseo de poder mirarnos.
Pero sabes, creo que por un lado tenemos suerte, ya no veremos como nos magulla el tiempo ni como todo cambia a nuestro alrededor; y si algún día ves una luz única y brillante tendrás la seguridad que te has muerto.

454
Simón Prieto

AL OCTAVO DÍA
En el primer día Dios creó los cielos y la tierra, dijo que hubiese luz y hubo luz. Así nació el día y la noche.
En el segundo día creó el firmamento y aparto las aguas de este, asignándolas por debajo del firmamento.
Al tercer día Dios ya estaba cansado, pero continuo su obra y organizo las aguas en un solo conjunto, llamando a este mar. También creo la vegetación. Con su sudor plantó las semillas que producirían árboles . Ese día durmió tranquilo.
Cuando despertó en el cuarto día fundo el sol y la luna, junto con todos los demás luceros del firmamento.
Al quinto día creó los peces y los animales. Ese día sonrió, se preparaba para el final.
Al sexto día creo al hombre, para que gobernara y dominara esa fecunda tierra que le regalaba. Lo creo a su imagen y semejanza, dándole todo lo que era suyo.
Al séptimo día descanso, henchido de orgullo por su obra. Ese día canto y celebró con sus creaciones.
Cuando despertó al octavo día y vio lo que había hecho se puso a llorar. El hombre, su creación, era su error. Había creado un ser incorregible. No comprendía que podía haber salido mal, por qué la obra renegaba del creador. Todo era absurdo, él, Dios, no podía errar de esa manera, tenía que haber pasado algo anormal. No le gustaba este error, pero no había forma de arreglarlo. Quería creer que con el tiempo evolucionaría, que enmendaría su rumbo y que finalmente se reconciliaría con él. Era la única forma de poder explicarse el actuar irracional de su sudor. Pero ¿Si no era así?, ¿Si el hombre no cambiaba?. ¿Qué pasaría con él?.
Algo absolutamente irracional empezó a rondar en su cabeza, aunque a veces la soledad produce eso. No le gustaba esa eternidad que rondaba a su alrededor, se sentía abandonado. Necesitaba la compañía de alguien como él . ¿Pero de quíen? Si el era el único, el todopoderoso... ¿Y si no?, ¿Que pasaría si el también formara parte de su creación?.Ahí se dio cuenta de que el no era el artista, sino que estaba dentro de la obra. Sin ella él no hubiera existido. No seria nada.
Un poco decepcionado y algo triste prendió un cigarro y se sentó a espera la compañía de otro como él, de alguien que sepa lo delicado que es pretender ser un dios.

455
Maria C. Alvarez
Argentina

SECRETO
MADRE

Sofía coloca el cesto de costura cerca de la ventana, arrima una silla y acomoda los dos almohadones que le permitirán alcanzar la altura justa, para poder ver el movimiento de la calle (aunque ya lo tiene grabado en su memoria).
Toma una prenda y la abandona sobre su falda. Colocándose los anteojos, observa: la mucama de enfrente sale hacia la escuela, para retirar a los niños. La mayor de las cuatro solteronas, corre las pesadas cortinas y cual vigilante, controlará que ningún chico le escriba la pared, con la tiza robada en la escuela.
Se le oprime el pecho, tiemblan sus manos cuando ve al maestro, que escoltado por un par de alumnos, ya se dirige a su hogar. Solo aminora el paso frente a la ventana de Sofía. Sus miradas se funden, no pronuncian palabra alguna, un leve movimiento de cabeza como único saludo y continúa su camino.
Sofía vuelve a colocar la prenda dentro del canasto, se quita los lentes y con el puño de su blusa, seca sus lágrimas.
Ya es hora de preparar el té.

HIJA
Ana entra justo en el momento que su madre, dispone las tostadas sobre el plato.
Como siempre, luego del beso, la frase cotidiana: - no olvides lavar tus manos para merendar -
Mientras saborea el rico té, hace un comentario tras otro y la madre la escucha con atención.
Luego toma el pesado y aburrido libro de Geografía, se acomoda en el sillón y finge leer.
En realidad estudia a su madre, que en su trajinar, no repara en la mirada fija de su hija.
Hace tiempo que viene soportando una lucha interna. Desea fervientemente hacerle mil preguntas, pero sabe que esto le causará mucho daño. Siempre respetó su silencio, las respuestas esquivas, la negativa a revelarle la identidad de su padre.
La necesidad de conocer su historia y poder compartirla, la angustia y la enferma.
Trató de encontrar información. Sonsacó a familiares y amigos, pero nadie pudo contestar. Todos ignoraban hasta el más mínimo detalle, de esa relación fugaz que le dio vida.

456
Seudónimo: YAXKIN

LA NOCHE
MEDIA VIDA, PERDIDA O GANADA, COMO TE DÉ LA GANA, PERO QUE DÉ.

Mi vida es una sucesión de naufragios malinterpretados, a veces aplaudidos por los más ingenuos eruditos que me mojan los pelos, y desde ahí todo, siguiendo por los órganos más internos con sucesos y desencuentros acompasados a las órdenes de un piano con las teclas de mis dedos: de los pies y de las manos. Y siempre espero, esperando mis riñones vacíos de licores que no son apropiados para el trabajo, el que ejerzo, en un puerto; y de ahí mis naufragios, que son menos cuando duermo y sueño que navego, a lo lejos me siguen extensiones de campos arados con rábanos que me piden que les corte los interruptos lazos de sabores amargos, y sin embargo, a veces me emborracho para verlo más claro o quizás turbulento, con los cuchicheos acechando no se sabe si dentro o en la habitación de al lado. Por eso, llegado el momento más cuerdo de la locura espesa en que me encuentro, frente a una mesa o en el centro de la ciudad monedero, empiezo a seguir los rayos lentos que se pierden y buscan lugares más oscuros, como ésa que yo quiero, aunque sólo sea media, y por eso, porque es menos, la mitad del día, de mi desdicha frente a los marineros, comienza la medianoche, que continúa en arpegios de astros perdidos en el firmamento de mi cerebro, que eso es lo que dicen que tengo, pero no sé para qué me sirve si no es para sujetarme el pelo, que me da un sentimiento de desdicha, de amarga despedida, como la cerveza, con la que se celebra que algo empieza o termina, con alegría al final, con la serenidad y la euforia de unas horas que son necesarias para la más perdida de las vidas, la mía, en la que durante el día naufrago y de noche, señores, navego, y desde dentro del bote que tengo por cerebro y con los sentimientos, de esos que concentro tan dentro: creo y veo ESO.
Marta Roser Fernández Calduch

457
Seudónimo: YAXKIN

LOS CAMINOS DE LA VOLUNTAD
algunos días no me conformo con lo mío, con lo que tengo dentro de estas cuatro paredes. Como esa mañana que recurrí a los discos de mi hermano y, sin buscar nada concreto, pero sabiendo que sólo allí podía estar lo que necesitaba. Como si nada, alegremente, sin pena ni gloria que se dice, cogí un disco, el primero que ví, que tampoco estaba la cosa para demasiados miramientos, el Joshua Tree puede estar bien y canté where the streets have no name de memoria. Mientras, mamá, que como la alondra me cantaba también, como el que no quiere la cosa, unos buenos días tan rutinarios que hicieron reorganizarse las ideas de mi cabeza de un bote, un susto casi, un ímpetu, una necesidad, una sugerencia, algo que hacer. Una meta que era excusa. Sin ninguna objeción, mi disposición excelente, acorto los minutos que me separan de la puerta de la calle, incluso caen algunas barreras que normalmente impiden que salga de mi cabeza y tenga las mínimas comunicaciones con el mundo exterior con un poco de buena educación que no voy a entrar a discutir. Y en ese lapsus, en ese delirio descarado que mágicamente simplifica lu vida voy de un sitio a otro sin saber que llegaré hasta donde cobra sentido el día y casi toda la vida pasada. Sobrecogedor. Tanto como par echar una lagrimita. Ese banco de madera que con seguridad fue testigo de una primera conversación platónica, véase sobre la mar y los peces, conserva su color verde y algunas inscripciones que registras con la mirada y guardo como prueba que habría de presentar si un juicio del día fuese celebrado.

458
Eduardo Alonso Franch.
Valladolid

VIAJE A LAS MEDULAS
Después de transitar por carreteras secundarias, acabamos llegando a nuestro destino. Entramos en el aula arqueológica, de reciente construcción y divertido diseño, en donde contemplamos un audiovisual sobre las Médulas.
Optamos por caminar en dirección a la Cuevona y más tarde a la Encantada, algo decepcionante, antes de comer.
De entre las opciones posibles decidimos subir al Mirador, impresionante pero de subida durísima y de bajada terrible. Temimos no llegar y precipitarnos en el descenso, sobre todo al principio.
El Mirador presentaba una visión impresionante de las Médulas.Junto a él había un monumento a un lugareño.
Antes de volver decidimos acercarnos a Carracedo, un importante monasterio restaurado, situado a unos kilómetros de Ponferrada,
No hubo problemas para contemplar el interior espléndidamente restaurado.El monasterio tenía partes medievales y renacentistas.

459
Teresa Del Valle Drube
Tucumán--Argentina

TERROR
Afuera, la noche se balanceaba en las copas de los árboles, sacudidas sin piedad por las rachas del vendaval. El gutural sonido del agua deslizándose por el alar y cayendo sobre la alfombra de césped la estremecía; parecía que,afuera, una inmensa garganta se aprestaba a tragarla sin piedad alguna por su soledad y desarraigo.
Adentro de la casa todo era silencio y penumbras. El único resplandor opaco de la mezquina lámpara del living parecía luchar con los destellos azul-rojo-amarillo del televisor donde pasaban una película de terror, en la que los muertos se iban amontonando como cadáveres de pollos en la góndola del supermercado.
Devoraba las rosetas de pochoclo con ansiedad, sin atreverse a mirar hacia el ventanal, donde la blanca cortina bailaba una macabra danza en silencio.
De pronto, un sonido proveniente de la cocina la hizo palidecer: juntando fuerzas se puso de pie y comenzó a caminar con cuidado en esa dirección.
No recordaba haber cerrado la puerta que daba al pequeño fondo. El sudor le corría, helado, por toda la columna vertebral.
Armada con una silla de metal se acercó cautelosa a la salida y alcanzó a ponerle el cerrojo y dos vueltas de llave antes de ver las pisadas empapadas que, entrando desde la tormenta, se dirigían al pequeño closet donde guardaba los utensilios de limpieza.

460
Teresa Del Valle Drube
Tucumán--Argentina

LA DEMANDA
El asistente del abogado de la empresa leyó la declaración judicial con los ojos desorbitados. Sin poder dar crédito a lo que veía, le pasó la nota a Esmeralda, su secretaria privada. Ésta a su vez se la pasó, pálida y temblando, a su secretaria Marianella. El documento hubiese seguido su viaje eternamente por todos los escritorios del moderno establecimiento de no mediar la aparición del Presidente del Directorio, quien, calzándose las gafas para leer, comenzó a hacerlo en voz alta mientras su rostro comenzaba a contraerse y enrojecer violentamente:
"---Por lo tanto, es mi decisión que la empresa antedicha pague a la demandante la suma por ella pedida ---la que aparece debidamente detallada en el ítem N° 16 de la presente copia legalizada acorde a ley-- la que es considerada coherente con el daño infligido por dicha empresa en la persona de la denunciante, con motivo de su maliciosa campaña publicitaria: DALE A TU CUERPO TODO LO QUE TE PIDE, por cuanto la mencionada, haciéndose eco de
dicha publicidad, ha subido de peso hasta sobrepasar los cien kilos y, siendo mujer soltera y obviamente desocupada, hoy se encuentra embarazada por cuarta vez consecutiva."

461
Oscar Palacios
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

EL COMPLEJO DE EDIPO
Desde su nacimiento Edipo tuvo obsesión por las canicas. Creció y la única razón de su existencia eran las canicas. Preocupada, Delfos hizo desaparecer las canicas de todas las islas griegas; lo enredó en problemas familiares y
provocó una incontrolable peste para distraer su atención.
Llegó a tanto el delirio del joven rey, que un día se arrancó los ojos para poder seguir jugando a las canicas.

462
Oscar Palacios
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

LOS PESCADORES
En toda la mañana no habia logrado pescar nada y el hambre lo consumía.
Lanzó esperanzado nuevamente el anzuelo y pronto sintió el tirón que le indicaba el éxito. En su desesperación perdió el equilibrio y cayó al agua...
El mar también tenía hambre

463
Seudónimo: Diluvio Universal
Neuquen - Argentina

LA ISLA ES UNA MUJER. 
La isla es una mujer. Tiene una playa con arenas sin pisar. En las tardes mas azules se deja colorear por el sol. Una palmera es su confidente con quien teje las esperas.
De lejos ve pasar los cruceros con guirnaldas y brillantinas. De vez en cuando, aparecen peluches mojados. Ella los acuna. Les cuenta historias ausentes. Con el tiempo, los peluches desaparecen, se esfuman entre las nubes.
Ella llora el vacío. Una vez mas, deja que el silencio entre las mareas la adormezca. Quizas, algún día, aparezca el naúfrago que la habite.

464
Seudónimo: Diluvio Universal
Neuquen - Argentina

MI HIJO ES UNA GOLONDRINA QUE NO VUELVE 
Mi hijo es una golondrina que no vuelve. Sus ropas cuelgan del amario desde siempre. Mis hermanas me piden el traje azul para sus hijos. Obviamente no se lo pienso dar.
A esta hora de la siesta cuando la nada es todo siento su presencia revolotear. A veces escucho aleteos en el ropero. Debe ser mi hijo que se está probando el traje.

465
Seudónimo: Noé Isella.
Argentina.

SIRENA
Tiene en el pie derecho y en el pie izquierdo una embrujada cuerda hecha de cuero de Artemisa que los aglutina.
Tiene dos piernas siamesas que la sirenizan. Dos piernas siamesas libidofóbicas, conyugicidas.
Tiene ya una monorótula que repele en el lecho marino a los espermatozoicos pececitos que en alboroto desmedido se apropincuan al pirámidomorfo continente púbico.
Cesa entonces la piromaníaca sed del marido de los deseos y los dígitos castrados. Cesa ante la atérmana esposa de los pies acordonados y la libídine estrangulada por una anorgásmica impasibilidad impía.
Y tiene ahora la necrópolis de los amantes dos huéspedes más dramatizando a diario su biorutina.

466
Seudónimo: Noé Isella.
Argentina.

SISIFIZADOS
Se despiertan. Es lunes. Se avistan colónicamente. Advierten que se topan con tierra arcaica. Rotan 90 grados para invisibilizar lo isocósmico, lo geo-conyugi-morfo. Tras tres vacuos tictacs verticalizan sus abióticas siluetas. Se desmodorran. Se disponen a higienizar sus titirizados semblantes. Ella cepilla sus dientes y un minúsculo residuo de dentífrico se autoinquilina en su deslibidinizada boca. Él observa sin pasmo en el espejo un ontocadáver deserotizado que fabrica un nudo de corbata con mono-mono-técnica. Desayunan. Grafican con pincelada autista microremolinos con sus cucharas en el café. Visan el periódico en impoluta fonoatmósfera. Se alistan y dan los últimos retoques a su indumento de Gregorios Samsas. Marchan en fila hacia sus criptofaenas. Retornan ad meridiem. Almuerzan entre babélicos y telegráficos microcoloquios. Se subyugan a posteriori a un vespertino zooitinerario. Se reencuentran en horas poslunáticas. Se tributan una mitosonrisa y desactivan su tacto. Recuestan su arácnidosoma y se hominizan en el tálamo caracólicamente.
Son las 11 y 59. Un peñasco ya casi palpa el cronopináculo. Toca el peñasco la hora duodécima y cae sobre la aguja meñique del reloj retrógrado e inexorable. Son entonces las 11, las 10, las 9, las 8, las 7, las 6... y un anatema plutónico y pétreomorfo se desploma entre las palmas de las manos de los consortes sisifizados.
Se despiertan. Es martes. Se avistan colónicamente, y advierten que se topan con iso iso isocontinente...

467
Maria C. Álvarez
Argentina

LA ESPERA 
El otoño se asoma cubriendo el suelo de hojas ya secas. El viento travieso juega con ellas, llevándolas de aquí para allá. Las ramas de los árboles parecen temblar despojadas de su colorida cabellera.
La mujer joven, sentada en el frío banco acomoda sobre sus hombros el abrigado chal.
Cada vez que escucha el crujir de las hojas, endereza su espalda y espera atenta. Cuando los pasos se alejan, dejando escapar un suspiro se vuelve a encorvar.
La esperanza de volverlo a encontrar se va debilitando día a día. Pasó tanto tiempo desde la última vez que se vieron... desde el accidente sufrido en el tren aquella tarde. Ya está convencida que no tiene sentido su empecinamiento, pero igual cada jornada cumple la promesa de aguardarlo en el mismo lugar.
Apenas unos metros más adelante, en el siguiente frío banco, un hombre abatido fuma sin cesar. También para él, el desvelo será inútil pero seguirá presentándose puntual a la cita solitaria. El encuentro es lo que más ansía, pero no puede dejar de sentir temor por la reacción que ella pudiera tener, ante la situación que le ocasionó el accidente, cambiando su vida para siempre.
Al oír las campanas de la iglesia anunciando la misa, los dos se ponen de pie. Saben que ya tienen que retirarse y que deberán dejar pasar las horas vacías, hasta el instante de volver a cumplir con el ritual.
Ella, con paso vacilante camina hacía la derecha, dejando que las lágrimas le laven el rostro sin maquillaje.
Él, pisando fuerte como aplastando su bronca, se dirige hacia la izquierda.
El guardián de la plaza da su última ronda, finalizando así su tarea.
Mira para la derecha y la ve. Gira su cabeza y lo distingue a él, encendiendo el último cigarrillo del atado, que certeramente deja caer en el cesto.
Se queda pensativo un instante, pero luego se convence. Mañana sin falta los presento... sí, sí... estoy seguro que esos dos cieguitos harán una hermosa pareja... pronto los veré pasear tomados del brazo.
Y silbando también se aleja.

468
Begoña Eguia Gutiérrez

CATARSIS
Está harta de cambiar de canal introduciendo a tientas una aguja de ganchillo por el orificio huérfano de tecla, harta de ver ese telemando hecho trizas, que a consecuencia de no responder a los insistentes apretones se ha ganado a pulso un porrazo contra la pared, harta de tragar horas de publicidad y ver como la imagen desaparece con cachondeo casi humano cuando comienza la película, harta de darle golpes para terminar con la palma de la mano con el aspecto de un filete de ternera.
Siente un calor insensato en las orejas y nota un pitido ronco al respirar. El televisor de catorce pulgadas le parece de pronto enorme, un engendro que ha desarrollado una especial habilidad para amargarle la vida. Levanta el aparato con las dos manos, pero antes de estrellarlo contra el suelo, divisa el guiño cómplice de la ventana abierta y sin pensarlo dos veces, se lo lanza.
El cachivache vuela y luego detiene su caída por un instante, aferrado desesperadamente al cable, hasta que éste ya no puede hacer más y se desenchufa con un chispazo tornasolado.
La ventana le agradece el almuerzo eructándole una corriente de aire fresco. Mientras contemplaba hipnotizada el humillo azul nacido de los hilos arrancados, llegó hasta sus oídos el formidable batacazo.

469
Begoña Eguia Gutiérrez

CRÉDITO
El director del banco apoyaba sus pulcras manos sobre el escritorio de roble. Tomás percibía su perfume, un amaderado aromático, probablemente un Versace, y se lo imaginó echándoselo a chorro en los sobacos, orgulloso como sólo un zafio puede estarlo de sus gustos caros. Aquel estúpido se permitía el lujo, después de negarle el crédito, de robarle su tiempo alardeando con sus conocimientos de manual sobre economía. Ajeno a la impresión que había causado, eludiendo el asunto, pasando por alto los quince años de relación financiera con movimientos de sumas considerables, continuaba parloteando en aquella jerga vacía y estúpida, intercalando sonrisas que sin duda había ensayado en el espejo de su casa, colocándose los puños de la camisa italiana, ajustándose el nudo perfectamente ajustado de la corbata de seda.
Tomás pensó que si le dijese, por ejemplo, que su aliento apestaba, o que su madre era una zorra, no se inmutaría; que si le confesara que esa misma noche entraría en su casa una banda de matones para cargarse a toda su familia, continuaría hablando, incapaz de reconocer algo distinto a sí mismo, inhabilitado para abandonar su actuación antes del tiempo establecido. Por eso prefirió concentrar toda su saliva en un solo gesto, y lanzar un certero espumarajo entre los ojos de aquel ser, cuya verborrea fue deteniéndose aun progresivamente, para terminar por fin, congelada en una de las variantes de sonrisa-autómata. Entonces Tomás se levantó y salió tranquilamente por la puerta del despacho, hacia la calle.

470
Fernando Andrés Bertrán Faúndez
Chile

EL NUNCA LO SUPO
El nunca lo supo. Pero yo era su padre.
Recuerdo cuando llegó con su pelo mojado. Era uno de esos días de lluvia torrencial que pasan lento. Llegó chapoteando y tiritando de frío.
Con sus dedos trizados me tocó el hombro y me dijo:
-¿Usted quién es?- con voz entrecortada. Se notaba resfriado.
-¿Cómo?- no supe que decir -. Eh... estoy esperando a la jueza -dije rápidamente para que no repitiera la pregunta.
Ni tomó en cuenta mi respuesta. Cabizbajo seguía jugando con unos muñecos viejos. A uno le faltaba un brazo.
Con un nudo en la garganta entré en el despacho. Ellos estaban allí. Creo que mientras firmaba incluso lloré. No sé si por el o por mí. Después de todos estos años podría saber lo que era un padre. Un techo. Una taza de leche caliente.
Lo vi por última vez al salir del edificio. Seguía jugando en la sala de espera, con un mechón mojado pegado en la frente. Ellos se abrazaban como los veinteañeros enamorados que eran.
No pude hablar, salí de inmediato.
Afuera llovía.

471
Fernando Andrés Bertrán Faúndez
Chile

RECUERDO
Recuerdo como temblaban un poco mis pies, y como los escalofríos erizaban mis pelos. Tomaba aire y me lanzaba. Feliz. Me lanzaba y alcanzaba a contemplar el paisaje turquesa un par de segundos, una vida entera. Y caía.
La confusión duraba una milésima y al abrir los ojos estaba ya inmerso en lo profundo. Y el agua me cubría por completo. Frente a mis ojos desfilaban burbujas y me suspendía. Me suspendía y avanzaba circularmente. Describía las elipses más hermosas contorneando mi cintura. Y al compás de mis brazadas formaba estelas que formaban ondas musicales. Y al compás de esa música, me iba al centro.
El centro era siempre más oscuro. Más al centro y más profundo era cada vez más oscuro. Recuerdo como temblaba y, absorto en mis pensamientos y delirios, me preguntaba que especies habitarían semejantes profundidades. Y así, me sumergía hasta que la encontraba. Una caracola de mar. Allí. En el medio del pozo del medio del mar. Una caracola de mil tonalidades de blanco. Unas más brillantes que otras. Y al intentar oír el mar a través de ella, se me revelaba el mundo entero, con una perfección que no podía entonces comprender.
Como recuerdo esos días.
Como te observaba y amaba nadar en tus grandes ojos azules.

472
Isaín Picazo Perez Negrón
Mexico

LUCÍA MADRE
23 de septiembre de 1999
19:46
Debo admitir que me siento muy bien, mi moral no me estorba en este plácido momento. Hace apenas dos horas que perdí el control y, desesperado, me acometió una terrible ira. Ahora, heme aquí, sonriendo y contemplando este bulto victimado sobre el piso. Cuánto tiempo no esperé por esto. Lo planeé tanto; es una lástima que con mil planes en mente, haya terminado por hacerlo de la manera más vulgar. Pero la sonrisa en mi rostro lo justifica todo. Qué tranquilidad, qué agradable paz... por fin.
He acercado una silla y me he posado junto a ella para seguir disfrutando de este mágico momento.
Fue con este cuchillo que balanceo entre mis dedos índice y pulgar, con el que le abrí el pecho, desde la garganta hasta el abdomen, mientras que por primera vez tomaba el valor para gritarle "¡Cierra el pico!". Y la veo ahora desde lo alto de la silla. Ella tendida sobre el piso, con sus horribles ojos saltones, su curvada nariz de buitre y su pequeña boca que profería tan espeluznantes sonidos. Siempre entrometida en todo, respetando nada, exasperándome la maldita bruja mantenida. Cómo se atrevía a insultarme bajo mi propio techo... Que ella pudiera verse ahora mismo, allí, a mis pies, tan serena y en silencio, como nunca lo estuvo en vida.
Sin embargo, un pensamiento turba mi paz, comienzo a mirar a esta arpía muerta ahora con miedo y pavor, para regresar a la realidad. ¿Qué voy a hacer? Nunca nadie me creerá nada. ¿Cómo podré justificarme ante Lucía -mi esposa? Jamás me creerá que su madre se suicidó.

473
Xabier Santakiteria Etxarri

MUERDO FRESONES MADUROS
Muerdo fresones maduros. Son de un bello color rojo pero no saben a nada. Parece que estoy comiendo agua sólida y jugosa que vuelve a ser líquida en mi boca. Una gota de rojo semitransparente escapa de mi boca y cae sobre la mesa de cristal.
Mi mano izquierda limpia la gota aplastada y coge otro fresón del cuenco blanco de porcelana. Mi mano derecha agita con cuidado cinco dados de aluminio mate dentro de un vaso de cristal. El sonido es similar al que produce romper pequeñas probetas con el tacón. Muerdo la fruta insípida y pienso que si arrojo los dados de aluminio sobre la mesa la puntuación media será superior a cuatro. Tengo la absoluta certeza de que así será. Que nadie me pregunte por qué. Lo sé. Y si la media es superior a tres, pienso, todo marchará como es debido.
Sacudo los dados de aluminio. Se agitan sin brillo. De nuevo el ruido de cristales aplastados. Inclino el vaso y caen sobre la mesa. Sus caras golpean la superficie de cristal con un sonido seco y sus aristas con un sonido más afilado.
Leo los dados: Tres. Seis. Uno. Uno. Uno.
Suman doce. Doce dividido entre cinco, dos con cuatro. La media es inferior a tres. Mala suerte. Así no hay manera de tener fe en la magia, pienso fastidiado.
Cojo un fresón y el dado que marca tres y los aplasto el uno contra el otro. Las gotas de rojo semitransparente resbalan por mi mano y caen en grupos sobre la mesa. Chupo el dado para limpiarlo. Lo devuelvo al vaso junto con los otros dados. Me levanto de la mesa. Cojo el cuenco con los fresones sobrantes y los meto en el pequeño frigorífico del cuarto del café. Me limpio las manos y espero la hora de entrar al quirófano para operar a mi hija.

474
Ángel Poveda
Valladolid

PRIMER PREMIO
Esta vez rogó que aguardara mientras bajaba las escaleras.
-No soporto la estrechez del ascensor ¿sabes?
Agarrados del brazo nos fuimos a dar un paseo por el parque. Mi abuela se oponía a recibirme en la penumbra del cuarto de estar. Que te duermes, decía.
Los últimos meses caminaba aún más deprisa. En apenas diez minutos completábamos las dos vueltas y me despachaba para mi casa.
-Hoy viniste tarde ¿no?
-Como siempre abuela, a las siete.
-No. Más tarde.
Mi abuela avanzaba mientras subía y bajaba el bordillo de las aceras.
-Con esa manía que has cogido, cualquier día te torcerás un tobillo. Quizás peor: caerás y habrá que operarte la cadera.
-Es por la piel de naranja -explicó maliciosa.
Terminado el circuito, me atrajo para besarme en la mejilla.
-Hala vete, que ya te he aburrido bastante.
Le dije que no. Que ese día podía quedarme más tiempo pues andaba enfadado con Adelina.
-Vaya por Dios. ¿Estás seguro?
-Sí abuela. Me quedo.
Nos sentamos en un banco frente al solar donde los viejos jugaban a la calva. Los cilindros de metal surcaban el aire para terminar cayendo al suelo, donde rebotaban una o dos veces. La abuela preguntó distraída:
-¿Cúando vuelves?¿En tres semanas?
Transpiraban bajo el sol de la tarde y se enjuagaban la frente con un pañuelo.
-Qué va abuela. La semana que viene -...y supe que la importunaba.
La partida concluyó tras otra ronda, quedando vencedor un hombre de cabello cano. Todavía dudó unos instantes pero luego, me abandonó y corrió a besar al afortunado.

475
Ángel Poveda
Valladolid

VIDA ANIMAL
Hay que decirlo: la araña patuda sufre anorexia. Es innegable; salta a la vista. Ha llegado el momento de la reflexión, el momento de afrontar la realidad. Pese a quien pese, caiga quien caiga. Nadie puede evadirse de la culpa que le corresponda. Si no, mírenla. Vamos, no sean cobardes y observen a la pobre chica. No, no. No aparten la vista, con una simple ojeada no basta. Sea usted hombre y mantenga la mirada clavada en ese manojo de patas como alambres, en el breve sáculo que intenta dar cuerpo al sexteto de ridículas extremidades. Usted, usted señora ¿Dónde cree que va? Tenga el valor de reconocer a su hija. Mire, aquella de la derecha, en el grupo del rincón, allí donde se apelotona un sinfín de jóvenes arañas. ¿Ve usted? ¿Se da cuenta de que su hija es incapaz de relacionarse con alguien que no esté tan escuálido como ella? ¿Cree usted que eso habrá de hacerle algún bien? Sí, claro; antes le parecía muy mona, la araña de su hija. Antes bien que comadreaban que si el vestido ideal, que si una ensaladita, que si a régimen, que si huyyy! quita, quita, dónde vas con tanto, que a mí con media mosca me sobra... ¡Pero coño! ¿Usted qué se ha creído? ¿Qué las ideas les nacen solas a las jóvenes de hoy? ¿Pensó acaso -la vida entera soltando peroratas sobre la discriminación de la araña hembra-, pensó que su hija no habría de obsesionarse tras contemplar todo el día a una madre llena de melindres, pendiente de resaltar sus colmillos, de adornar los pelos de sus patas, pensó quizá que la niña no habría de imitarla? ¿Cree usted que no tiene culpa de que ella haya decidido llevarlo hasta el extremo? ¿No se siente siquiera, tras oírme, un poco peor?

476
Sedonimo:Cyranodixit

EL BANQUETE
Sus ojos de cordero me miraban, vacíos, mientras lo devoraba. No había tenido piedad. Todas las dudas, los remordimientos, los temores, se disiparon cuando el cuchillo atravesó su garganta, acallados por el desgarrador grito ahogado en sangre que surgió de sus entrañas para golpear mis tímpanos con la fuerza de un ariete. Una vez empezado no pude parar. El horrible deseo de detenerme no pudo con la angustiosa necesidad de sofocar aquel sonido inmundo. Y sus pupilas contraídas, como si intentasen cerrar el paso a la vida que se extinguía, se rodearon de un halo opalescente. El profundo azul de sus iris se convirtió en una difusa nube algodonada y rastros rojos se perfilaron desde los extremos de sus órbitas, como rayos de sol incandescentes pugnando por abrirse paso entre la niebla. Mi brazo se movió una y otra vez con un frenesí que no dejaba de sorprenderme ni de repugnarme. Hasta que al fin calló. Su cuerpo inerte yacía en un irreal sudario carmesí. El manto de un rey, pensé. El rey ha muerto, viva el rey. Un nuevo rey había surgido. Había superado el miedo y, enfrentado a la irracionalidad de la muerte, había tomado una decisión. Daba igual si era acertada o no. Lo importante era escapar por fin de la ambigüedad y la indecisión que corroían mi alma de frío metal como ácido. Estaba listo para el banquete. Esa noche comería el corazón de mi presa y saborearía la victoria de mi voluntad sobre la desidia que me poseía. Siempre me gustó el cordero asado, pero esta noche, mientras lo degustaba, la sangre derramada se filtró amarga en mi boca. Cáustico banquete para un día de ira.

477
Sedonimo:Cyranodixit

SIGUE EL CAMINO DE BALDOSAS AMARILLAS
Sigue el camino de baldosas amarillas. Olfateando el aroma dorado, tras el rastro de un mago poderoso. Muros de piedra, almenados en lo alto. Roja sillería de las canteras del sur. Pendones negros colgando en jirones. No hay viento y el humo asciende en vertical consumiendo la madera mojada. No hubo encuentros esta vez. En el sendero vacío el león miedoso yace atravesado por la flecha del cazador. Perdió su miedo. Perdió su vida. La piel parda arrancada. Las moscas lo cubren. Sigue el camino de baldosas amarillas. Los portones astillados a golpe de martillo. Manchado el suelo marmóreo de sangre. Rotas las vidrieras multicolores. Del espantapájaros solo quedan dos maderos cruzados y unas ropas viejas desgarradas. Hay un hombre clavado en la cruz. No, no es Cristo. Es Espartaco. Yo soy Espartaco. Otra voz: yo soy Espartaco. Un clamor: yo soy Espartaco... Sigue el camino de baldosas amarillas. El salón del trono ahora es un establo. Caballos famélicos comiendo la paja del pobre espantapájaros. Oz ha caído. Año de la victoria para el invasor. ¿Y qué hay del hombre de hojalata? No le he visto. Pero allí hay un grupo de soldados comiendo en escudillas de metal. Oh, es el hombre de hojalata. Platos y cubiertos es ahora. Oz ha caído. Dorothy espera la tormenta sentada en una piedra. Ha tirado los zapatos escarlatas. No debiste volver, Dorothy. El tiempo no pasa en vano. La lluvia borrará tu rastro en la avenida dorada. No hables de lo que has visto, Dorothy. Que nadie sepa que ahora todo es gris. Sigue el camino de baldosas amarillas. Con el sol ocultándose tras de ti en el horizonte y la cabeza baja, sigue el camino de baldosas amarillas.

478
H. Carlos Martos Álvarez

EL TABACO MATA
Abrió los ojos y la vió: existía la mafia.
No percibía claramente el arma, ya que había perdido sus gafas, pero le era suficiente para aterrarse con sentir el frío metal en su frente. Él siempre había oído decir que justo antes de morir todos los seres humanos ven pasar su vida ante sus ojos, y si no fue expontana la visión de la suya, la produjo su mente. Ciertamente nunca le había ocurrido nada excepcional, su vida había sido anodina hasta hacía seis meses, momento en el que comenzó a traficar con tabaco en la costa gallega. Cuando llegó a su situación actual la película de sus existencia se adaptó al lento-rápido fluir del tiempo que se siente si está próxima la muerte. Y le llegó, a la par que el proyectil perforó su frente. Su mente solo escuchó como una voz opaca le decía: "«Fumar puede matar», dice el gobierno. ¡El tabaco mata!"

479
Víctor J. Martos Álvarez

CENIT
Llevaba días dándole vueltas a la idea. Todas las noches volvía a casa de madrugada, tras una agotadora tarde-noche de trabajo, cuando la ciudad estaba sumida en la inocencia de los sueños. Y había decidido hacerlo ya. No podía espera más y no era tan difícil.
Recorrió caminando algunas calles más. Todas las noches tenía que hacer media hora a pie para regresar a casa. Conocía aquel recorrido a la perfección, y sabía que el lugar ideal estaba apenas dos minutos más allá.
Eran unos soportales frente a unos jardines de frondosos árboles. Se guareció debajo y buscó una zona oscura. Siempre había soñado con hacer aquello en la calle, no perjudicaba a nadie.
Miró a un lado y a otro, pero no vio alma alguna. Suspiró y comenzó a ejecutar su sueño. Se bajó la bragueta y sacó el pene. Lo miró con cariño, lanzándolo un beso incluso. Luego se masturbó.
El semen manchó el enlosado de los soportales y él se liberó. Se sintió pleno. Sacó un pañuelo de papel del bolsillo y limpió su miembro para no manchar el calzoncillo. Luego lo regresó bragueta adentro y la cerró.
Se sentía el hombre más feliz del mundo por haber hecho realidad una de sus fantasías. Comenzó a andar hacia su casa distraído. El pañuelo ya lo tiraría en alguna papelera.

480
Víctor J. Martos Álvarez

DUELO
Había salido mal. No debía estar muriéndose allí, tirado sobre el suelo en mitad de aquella polvorienta calle, con la sangre manando de su pecho.
El duelo lo había tenido dos minutos antes con el mayor de los hermanos Grammer. Se suponía que él no debía morir. ¡Era más rápido con el revólver que aquel cerdo!
Cierto era que John también había caído muerto, pero eso no le consolaba. No iba a poder disfrutar de su ¿victoria? Si él también moría, ¿quién vencía?
Las leyendas sobre los pistoleros de aquellas tierras del Oeste, que resultaban imbatibles en los duelos, tenían que ser, por fuerza, falsas. Él era la prueba palpable.
Se había entrenado a conciencia durante dos meses. Sacaba el arma mejor y más rápido que cualquier otro hombre. ¡No era justo que acabara allí tirado y sin entrar en la leyenda!
El Grammer había sido rápido, por eso lo eligió para retarlo. Ese debía de haber sido el error, estaba seguro. Habían desenfundado ambos, disparando primero él y luego John. Su bala había reventado la cabezota del irlandés, pero la de éste le perforó un pulmón. Era imposible que un hombre experto venciera a un igual en duelo. Los héroes no eran sino farsantes. Se moría. La sangre le encharcaba los pulmones. Era un cadáver en el vasto desierto del Mojave.

481
Azucena García Hernández

CRIMENES EN TECHNICOLOR
-Bulle mi cabeza como la redoma de un químico. Ideas, visiones, recuerdos, deseos, proyectos…
¡Mirad mis manos!. Son las manos de un asesino. El pulso firme mientras asestaba certeras puñaladas en el cuerpo desnudo y húmedo de la mujer. Ni un leve titubeo cuando miraba los desorbitados ojos que clamaban por escapar del lazo que rodeaba con fuerza su cuello. Sin piedad mis manos rompiendo uno a uno los dedos del cadáver en busca del ansiado objeto de mis desvelos… Estos son solo algunos de mis crímenes, y no encuentro en mi interior el más ligero atisbo de culpa o de remordimiento…
-Alfred!, Ven, Alfred… Sal de ahí, no tengas miedo; es solo el nuevo doctor.
-Alfred? El historial dice que su nombre es Ramón Pastrana…
-Ah! Perdone, olvidé darle este sobre que el doctor Santerio dejó para usted. Contiene los documentos en que se le indica como ha de tratar al paciente.
-Entiendo. ¡Pobre demente! Siempre pensé que un exceso de cine y literatura tendría estos nefastos resultados. No solo ha asumido la personalidad del personaje, sino que además, lo ha vuelto loco.

482
H. Carlos Martos Álvarez

DESEOS DE ENLOQUECER
Cuando se despertó, él no recordaba nada de su vida anterior. No sabía quién era ni qué hacía allí. Miró en derredor: había joyas en un cajón abierto y en la ventana estaba bajado el estor. En ese momento la vio. Estaba tendida prácticamente a su lado y parecía dormitar de costado, ofreciéndole su espalda. Supo que era la de sus sueños y eso le bastó. Se dijo "hoy soy un hombre feliz y ni siquiera sé quién soy".
Su cuerpo fue invadido por lujuriosos deseos y desesperación. Inconscientemente alargó su mano hasta tocarla en el hombro y todo se desencadenó, tras un fatal segundo de indecisión. Supo lo que quería y en ese momento únicamente él mismo le importaba, por lo que la atrajo hacia sí, para descubrir su propio fin. La mujer no era sino un cuerpo yaciente, ya frío, con una bala en el corazón. Él perdió toda su razón.

483
Seudónimo: Blackmoon

SOLAMENTE TÚ.
Todas las mañanas me miras y te ves tan distinta. Te atreves a hablarme, sonreírme, incluso a besarme, yo enmudezco y sigo observándote, te contoneas con esa sonrisa preciosa, y te ríes mientras imaginas cosas que hasta yo desconozco, y me sigues mirando. No existo para ti pero te atreves a decirme cosas que entristecen el alma tuya, ¿no sabes que sólo soy un espejo que te espera cada mañana para regalarte un beso?
Piensa en mí cuando pienses en ti, pues tú y yo… somos la misma cosa.

484
(fuera de concurso, no se ajusta a las bases)
Ana María Baiona.

SUBTERRANEO
Me había metido en un mundo subterráneo, oculto y oscuro. Mientras el subte recorría raudo las estaciones de la ciudad, mi mente recorría imágenes, sueños. La lógica de mis sueños, paso a paso y en cada estación. Pero no… son historias olvidadas -me dije, -¿qué gano haciendo un Streep-teasse de mi vida? - ¿Qué logro desnudándome completamente? ¿En qué me beneficio con darme vuelta de adentro hacia fuera, si ya todo es pasado? En ese momento, me comparé con un caleidoscopio. Imaginaba que si la muchedumbre me movía o giraba, entendería como soy y me descubriría el alma. Y vi el barro humano caminando hacia sus tares cotidianas, pensé en el poderío de pocos y la impotencia de muchos, sentí el contacto de las carnes desarmadas, exaltadas y febriles mientras yo transitaba los rostros de hombres y mujeres tristes que vegetan arruinados y entre ruinas el día a día. Y me pregunté: -¿por qué? ¿Por qué se trabaja hasta la lasitud? -No importa, no, no me importa saber que si en este país todos nos inclinásemos más por tener la moral como principio básico o que prime en todos nosotros un poco de honradez y responsabilidad y que en nuestro deseo de superación, sepamos respetar el derecho de los demás, sabiendo ser por siempre puntuales y ordenados, todo seria distinto. Caminé, traté de salir de ese hoyo nauseabundo con olores a excreción y al emerger hacia la luz, encontré otro mundo. Un mundo más claro, más brillante, donde la luz ingresa abiertamente, casi como lastimando. De repente, se congelan mis lágrimas y veo el hielo que cubre la ciudad, el frío no está en la calle, el frío lo tengo yo en el alma. -Nunca cambiaremos como país, nunca cambiaremos como gente ni dejaremos de ser una nación pobre -pensé- Nos falta carácter para desempeñar estas proposiciones primordiales de gestión de las sociedades. Pensé en revelarme. Sí… he de poner de manifiesto mi necesidad de cambio.
Todo lo expuesto es innegable, es real, pero es tan solo una parte de la realidad. Quedarse con la mera enunciación de los problemas sociales y la representación de los mismos, es un recurso tan egoísta como improcedente e hipócrita. Es orientar los resultados perdiéndose diligentemente de las raíces.
Pues entonces me pondré en marcha. ¡Trataré de cambiar el mundo! Volví a caminar y como todos los días... me metí nuevamente en el mundo oculto y oscuro, del subterráneo y volví a ser manso.

485
Jesús Miguel Soto

CASI A RAS DEL SUELO
Por las tardes nos escabullíamos a través del sendero verdioscuro del jardín. Algunas hojas caídas prematuramente crujían bajo nuestros botines, nos encantaba pisarlas con meticulosidad y escuchar ese sonido cruel de huesos triturados. Con ayuda de un pipote volteado pasábamos al otro lado de la cerca y luego corríamos en competencia hasta el lago. Yo casi siempre llegaba de primero o segundo, jamás de tercero. El ganador tenía derecho a dos galletas adicionales que previamente le habíamos robado a la señora Rosario del horno aún crudas. Nos quitábamos los botines para airar los pies, comíamos las galletas y después cazábamos lagartijas y pollitos desamparados con nuestras mortíferas flechas.
El lago siempre era el mismo, de noche, de tarde, en invierno, en verano (sépase que hay lagos que en la noche son abismos fríos o que en invierno son espejos), siempre una invariable superficie mansa de color gris pálido. Parecía no envejecer, como nosotros que tampoco cambiábamos. La señora Rosario era la única persona que nos decía a cada rato: ¡qué grandotes están estos carajitos! Pero nosotros nos sentíamos igual de pequeños que siempre. Según vemos, ella ha crecido al revés; lo comprobamos a través de una foto sepia de hace añales donde la señora Rosario era bastante más grande; con el pasar de los años se ha ido achicando, comprimiendo. Se ha reducido hasta convertirse en una pequeña pasita blanca.
Una pasita blanca que olía sabroso, a perfume dulce, a galletas calientes que le sacábamos del horno antes de que estuvieran listas porque crudas y robadas eran triplemente deliciosas. Nos las comíamos en las tardes, a orillas del lago gris pálido. Después cazábamos lagartijas. Y antes de que anocheciera nos trepábamos al árbol más alto que encontráramos y nos quedábamos allí colgados por el cuello con nuestros cinturones de cuero marrón que hacían juego con nuestros botines. Nos poníamos helados, pálidos y azules, los ojos retorcidos hacia dentro, tiesos,
Cada vez que la señora Rosario al fin nos encontraba pegaba un grito espantoso antes de desmayarse. Los pájaros huían asustados en caótica desbandada. Un viento suave y tibio hacía balancear nuestros cuerpos casi a ras del suelo.

486
Helena Castán Lanaspa
Valladolid

ÉXODO
Sus manos manejan suavemente el volante, respira sin dificultad y exhibe el rostro sereno de siempre. Hace muchas horas que no hablamos, las últimas palabras que me dirigió todavía flotan en el aire: no te desprendas de las partituras. Por eso me aferro a la carpeta con los dos brazos y todo mi cuerpo está en tensión; el tráfico despiadado me aturde, nunca había visto tantos coches surcar este páramo. Parece que se ha olvidado de mí, parece que se ha olvidado de todo, pero yo sé que su mente no descansa, tiene que volcar todas sus energías en este viaje, y aunque sus pupilas fijas en la carretera parecen devastadas en realidad sólo reflejan el aire negro que nos envuelve.
Yo custodio las partituras, lo haré hasta el final, no me importa haber dejado de sentir los brazos. Mi padre no tuvo tiempo de cogerlas, cuando se lo llevaron no pudo coger nada, sólo nos lanzó una mirada indescifrable, por eso mi madre me encargó a mí que me ocupara de ellas. Me gustaría que sus ojos chispearan, que su voz entonara alguna melodía, aunque lo realmente importante es que en este frenesí de coches en errática desbandada el nuestro es el único que tiene a dónde dirigirse. Desde el principio he sabido que hallaríamos refugio en la montaña de la que me hablaba todas las noches y que dominó el extraño paisaje de su infancia, esa gran peña de reflejos áureos, el Monte Oroel. Aunque nunca he visto una montaña, en mi cerebro atesoro una imagen exacta: cuando nos acerquemos a ella la reconoceré de inmediato.
Mi madre está pisando a fondo el acelerador, parece que vayamos a levantar el vuelo, pero yo no suelto la carpeta. Allí está, al fondo de la carretera, refulgente tras esa pared de nubes doradas. Mi madre cierra ya los ojos. Pronto estaremos a salvo.
Por fin en Oroel.

487
Eduardo Gregorio
Argentina

INTENTO
Reclamé, como era lógico ante una situación absurda, viciada de elementos perjudiciales. No sólo lo hice por considerarlo mi derecho sino, fundamentalmente, por entender con mucha claridad que había que defender lo valioso. La respuesta, demorada mucho tiempo, fue "no".
Mi trámite, empero, provocó una movilización que yo no esperaba ni había buscado; sino que pareció actuar por otra persona que lo tomó y desarrolló su propia gestión. También le dijeron que no.
Eso no fue todo. Otro movimiento surgió del seno de ese intento paralizado, y escaló algunos peldaños por donde aún no se había esperado transitar, aparentemente con más suerte que los anteriores. Aunque, como si se estuviera convirtiendo en un hecho fatal, también fue coronado con una respuesta negativa.
Un cuarto impulso tomaron las cosas, aunque prácticamente no eran las mismas cosas, sino que ya existían otros elementos y otras expectativas. A pesar de ser todo de naturaleza distinta, también la solicitud fue rechazada.
Poco tiempo después, alguien recopiló todo lo actuado e intentado, con mucho más pragmatismo, sin ilusiones engañadoras, con planificación fría y voluntad preestablecida. El resultado fue "no"; y ya estaba generando un nuevo camino para un nuevo y decidido intento, más cerebral, muy distinto al último, casi absolutamente distinto.

488
Eduardo Gregorio
Argentina

CALDO
Las cosas se quedaron en silencio, porque era una atroz verdad lo sucedido. Las águilas volvieron y ocuparon sus nidos con el vuelo majestuoso y suficiente de quien se sabe, por el momento, el más poderoso.
Detrás de su rapiña quedó un campo desierto, con una neblina vaga pero visible, cada vez menos, cada vez más cielo gris y menos niebla.
De los tambores y clarines, ni memoria. De los uniformes esparcidos, un desorden que completaba el cuadro. Un ejército destrozado es siempre la figura estática del poder incomprensible.
Así nacía un imperio. Uno que, por ahora, apenas tenía un niño solo que miraba curioso y asustado lo que dejara la tarde del combate; y forjaba un coraje que aparecería después de quince años, cuando la historia ya sería otra y él, por ser joven, creería que el mundo estaba comenzando.

489
Ana Añón Roig

DANZA NEGRA
La mutilación comenzó, lenta y sutil, mucho antes del primer tajo. Para él no fue suficiente. "Si me quieres córtate un dedo, dos, tres, cuatro…" y ella fue entregándole las pruebas de su amor: dedos, manos, piernas, brazos, ojos, y por último la cabeza, que rodó hasta sus pies para besarlos. Allí quedó abandonada hasta que los buitres acudieron a su olor. Danzaron en círculo sobre ella, y al saborear sus besos, se sintió por primera vez amada.

490
Paz Monserrat Revillo

SECUESTRO
Diez años después de su muerte, el rabino Samuel Krakelnik decidió darse un paseo por algunas de las ciudades a las que había deseado viajar en vida.
Eligió las diez primeras de una lista que confeccionó cuando, en sus últimos años, ya inválido de cuerpo pero con la mente alerta, se dedicaba a escribir listas de objetos y de deseos.
Las primeras nueve ciudades las disfrutó como si aun poseyera todos sus sentidos.
La décima ciudad era Venecia.
El olor a humedad y a salitre, la bruma que el Adriático exudaba en las madrugadas, y el óxido verde que cubría los embarcaderos, le disuadieron de prolongar su estancia allí por mucho tiempo. Ya se sabe que el agua, en todas sus manifestaciones, es un elemento muy corrosivo para la materia coagulada de la que están hechos los espíritus.
Cuando, tras dos días de visita, el rabino Krakelnik se disponía a regresar al cementerio del ghetto de Praga, decidió darse un último vuelo a la misma altura que las gaviotas para retener la visión del laberinto más complejo que había contemplado en su larga vida de estudioso de la cábala.
Eran las doce del mediodía de un domingo cuando Samuel Krakelnik se elevó sobre el Gran Canal. Las campanas de Venecia empezaron a repicar todas a la vez, componiendo una figura geométrica de sonidos equidistantes.
El dibujo obsesivo formado por los ecos de esa música enredó los hilos del cuerpo indeciso y húmedo del rabino, que se quedó oscilando entre las cúpulas de campanarios cristianos mientras la pequeña sinagoga de Venecia contemplaba impotente semejante secuestro.

491
Horacio A. Pinasco

MI TAZA
Es mi taza de té. Solo que llamarla taza de té me resulta irónico, cuando lo menos que tomo en ella es té. Acaso, quizá, nunca. Casi siempre tomo mate cocido y algunas veces agua sola. En este momento tiene mate cocido. Está caliente y humeante. Es que hay humedad y hace un poco de frío y eso ayuda a que se formen nubecitas de vapor. Yo diría que está bastante caliente, porque lo probé y me quemé la lengua. Por suerte di un trago corto, de modo que no llegué a quemarme el paladar o la garganta. Así que ahora miro la taza con un poco más de respeto mientras espero que se enfríe mi bebida. Espero unos cuantos segundos y levanto la taza de nuevo y la llevo a la boca. Apoyo los labios en su borde y sorbo. Sorbo detenidamente. Despacio. De a poco. Con timidez. Enseguida sube el líquido caliente y empapa mi lengua. Doy ahora un trago más grande y toda mi boca se llena de su sabor y de su temperatura. Es un sabor amargo y algo seco. Sabor a hierba. Pero a hierba suave. No como cuando arrancabas en el campo un yuyo de la tierra y lo masticabas y largaba un juguito agrio y fuerte, yo diría bien fuerte, y lo ibas chupando de a poco hasta que no quedaba más, y luego levantabas otro. Recuerdo que ibas caminando por los potreros con el yuyo en la boca y el viento despeinándote y el pantalón gastado y cómodo. No se si te acordarás vos también. Quizá no tanto porque la imagen es mía. La vi yo, y entonces se me grabó a mí. Soy yo el que te ve ahora caminando por el campo con el pelo al viento y el yuyo en la boca, porque fui yo el que te vio antes por el campo con el pelo al viento y el yuyo en la boca. Y entonces pienso que en mi imagen tuya, has saboreado tanto tu yuyo, que quizá ya no esté tan agrio, sino que tenga un sabor suave como el del mate en mi taza de té.

492
Seudónimo Breitner

PERDIDOS. 
Seis de la mañana. Una ducha rápida y un café bien cargado. Me sumergí en el metro.
Y allí, como siempre, me transformé en un pie atrapado dentro de un zapato dos números menor. Pero esa mañana ocurrió algo que me sacó de mi rutina. Un niño, que aparentaba ocho años pero que quizá tenía doce, me quitó el maletín de un tirón y salió escopetado del vagón mientras el tren almacenaba a más personas en una estación. Después de un segundo para reaccionar, corrí en su busca y captura. "¡Al ladrón!"
En los tornos, un vigilante de seguridad que aún bostezaba por el madrugón agarró al niño y recuperó mi maletín sin apenas oposición. "Aquí tiene, me dijo el vigilante. No me lo agradezca, es mi trabajo. Ahora, si es tan amable, espere aquí. Voy a llamar a la policía". ¿A la policía?, susurré para adentro. "Tiene ocho años, por Dios, no creo que sea necesario", le dije jadeando. Y me soltó: "oiga, le ha intentado robar, ¿no cree que merece un castigo?" Acongojado, el niño nos miraba como si estuviéramos hablando un idioma extranjero. "Bueno, si entiende que ha actuado mal, será suficiente", sentencié. "Joder, ¿no se da cuenta de que en cinco minutos volverá al metro y robará a otra persona?" A lo que respondí: "es posible, y si acude a la policía, ¿no estará en la calle en dos horas? Ganará más aprendiendo que hacer el bien es más gratificante que el mal". Entonces, el vigilante me arrebató el maletín y se lo entregó al niño. "Vete, te lo has ganado". Sin saber cómo actuar, el pequeño retrocedió como un cangrejo. "¡Lárgate de aquí, muchacho!", le gritó el vigilante. Y él, obediente, ascendió maletín en mano por las escaleras que le devolvían a la superficie mientras mi mirada hierática se despedía del informe que debía exponer en una hora.

493
Daniel Roncoroni
Buenos Aires-Argentina

EMPLEO DIRIGIDO A TÉCNICOS Y PROGRAMADORES DE TODO EL MUNDO
No hay pañuelos endomingados ni manos lúdicas en alzada como viste en la foto de la venida del abuelo; pero este avión de línea, atento, reintroduce una novísima forma de la despedida con souvenires del paraíso que te espera: caritas de distintos colores a las risas, teléfonos móviles, cyborgs que combinan el placer y la respuesta. Y vos autónomo, inmaterial, pasando el dedo por el vaso de whisky, miras los rieles de los trenes por donde llegaste, y reservas una parte de la fe de tus padres, en la que no crees, para soportar el peso de tanta certeza.

494
Daniel Roncoroni
Buenos Aires-Argentina

WELFARE STATE
Resignada a producirse moretones y granos con puses para llamar la atención de los parientes, me pronostica de nuevos flagelos para poder contarles. Y aprende del smog del aire la forma más barata de agenciarse tubérculos y cánceres, pero inmuniza de tanto fortalecerse en estudios.
Naturalmente sana, enmudece.

495
Carmen Martínez Amat.

HÁBIL
Una mujer tenía mucha habilidad doblando las esquinas. Podía bordear cualquiera de ellas a gran velocidad sin chocar con las personas que lo hacían en sentido contrario. No chocaba con los cochecitos de bebe, no chocaba con los perros, no chocaba con los ciegos, ni siquiera chocaba con los ciegos sin perro.
Un día consideró cultivar su destreza en casa. Comenzó doblando las esquinas de las páginas de los libros, continuó con los cuadros, se afanó con las esquinas de las mesas, de las puertas, de las baldosas. Finalmente consiguió doblar las esquinas de la puerta blindada de la entrada. Aún no ha encontrado a su gato.

496
Eugenio Eduardo Rodríguez Miralles.

SERGIO, EL MINERO 
De la mina a Santiago, directamente.
Avido de sexo di rienda suelta a una fantasía erótica, y el Santa Lucia nos cubrió con cómplice fronda nocturna, dadivoso motel al aire libre.
De pronto, manoseo soez, duplicado, y mi honor trasero obliga la intervención de mi yunta, 'Smith-wesson'… tres tiros aéreos impusieron respeto allí, y la estampida general no se dejo esperar, ya que muchos 'pasajeros' arrancaron a perderse, antes de que la policía llegara.
Yo mientras tanto, alzando pantalones, huía en dirección contraria, astutamente, porque laderas abajo, el largo brazo de la ley dábase festín con los 'sicalíptos' de turno.

497
Eugenio Eduardo Rodríguez Miralles.

NO ERA HIJO DE LA CANCILLER
Una urgencia fisiológica, inevitable, lo alcanzó en plena Avenida La Paz.
Por ende, tomando las debidas precauciones, obvias en una persona con decoro, procedió a su azarosa descarga líquida… fue cuando un hosco, autoritario, ¡tira la cadena!, le sorprendió por la espalda.
La ronda policial, aparte de amonestarlo severamente, exigió documentos. Acto seguido, inflexibles, ante un intento justificatorio, se lo han llevado graciosamente detenido, por ofensas a la moral.
A su alrededor, públicamente, invitabase a beber leche, desnudos, y en la televisión abierta, mostrabanse pechugas y traseros voluptuosos a discreción.
Sin duda alguna, él no era hijo de la canciller.

498
Zac Nicthe Ha Pérez Sánchez

RENACIMIENTO
Nadie recuerda el antes, nuestra historia ha desaparecido, nacidos somos de la cautividad que nos encierra en este, "tú Universo" carentes de espíritu y cuerpo a pesar de haber transgredido los limites de lo que se considera tiempo, confundiéndonos en numerosas ocasiones con la nada. De lo cual lo único que nos aflige es no poder existir o "estar" plenamente, aún cuando poseamos un cuerpo. En vano intentamos cubrir una necesidad casi similar a comer, pero descubrimos que solo podemos subsistir a costa de otros seres. Y de ahí que en algunas ocasiones sobrevenga confusión en muchos como yo, debido a que observando lo frágil de su concepción, que junto con lo simples y llanos que resultan sus actos, en incontables ocasiones, insensatos e irracionales; nos cause repulsión el tener que alimentarnos de sus emociones, como su dolor, su angustia o su risa.
Anhelos no, ¡no hay salvo uno! poderoso e implacable, apoderarnos de un cuerpo, difícil es en ocasiones, así fue al menos desde siempre, en donde las fuerzas pelean encarnizadamente para decidir quien devora a quién. En tal desigualdad entre lo que ustedes podrían llamar bien y mal los seres nacen sin un pequeño detalle... su espíritu y es la oportunidad donde algo puede ser alguien, al menos en esta fracción infinita de tiempo y espacio... Bueno a tu pregunta, te diré que jamás existió un real equilibrio, al menos eso creo, "la maldad" se que así les gusta llamarlo, ha sobrepasado sin medida la mente y el corazón de los seres pensantes aunque los recién llegados son atraídos hacia la rectitud y la bondad. Pero como todo entre más grande más corrupto, más astuto, más pensante; esa a sido la evolución de tu especie. Al final habrá entes convencidos por su propio interés en las virtudes de concederse vanidades y caprichos. Egoísmo puro luchando por comunicarse con su propio idioma sin una Piedra de Roseta. Para beneplácito mío cobre identidad en este tiempo y conservo además el conocimiento del todo. Te causa inquietud que solo tenga 8 años, ¿deseas continuar analizándome? Por el momento para mi tu miedo y el de los que me rodean hace más grande mi curiosidad y mi hambre. Imagíname en el mundo dentro de 10 años ...¡oh!...siento tu miedo.

499
Seudónimo: Chala
Santiago del Estero.Argentina

EL LORO DE FARAT
Como tenía ascendencia Árabe comercializaba en localidades vecinas. Así lo hacía este señor, que tenía un Loro como único compañero, en su vida.
Esto sucedió entre las localidades de Bandera y Añatuya, hoy ciudades de Santiago del Estero. Farat comercializaba Gallinas con los puesteros del mercado de abasto, previamente solicitadas, por estos.
Sucede que una vez, en el mes de septiembre, que llevaba Gallinas al mercado, varias maestras se encontraban haciendo dedo en el camino que va desde Bandera a Añatuya, Farat las levantaba, pero les pedía el pago con un favor sexual, y como no querían las iba bajando del Ford A que poseía. Para poder realizar sus trapisondas, tuvo que largar el Loro en la jaula, junto a las Gallinas, porque este contaba todo.
Al llegar al mercado, grande fue su sorpresa al ver únicamente al Loro espulgándose en la jaula. Este fue su dialogo:
- Farat
¿ Que hiciste con las Gallinas que traíamos?.
- Loro
Lo mismo que vos.
- Farat
¿ Que hice yo para merecer este castigo?.
- Loro
Y..., como no me quisieron prestar las largue a todas en el camino.
Seguramente el animalito escuchó las discusiones del hombre y la mujer cuando éste quería sobrepasarse, aprovechándose de la circunstancia.