Del 500 al 549

Microrrelatos

500
Edgardo Enrique Molgaray
San Antonio de Papua. Buenos Aires. Argentina

OMAR, EL COMBATIENTE.
Omar caminaba bajo el ardiente sol de la mañana, por las calles destruidas de una ciudad devastada - su ciudad en algún lugar de la mesopotamia - donde transcurría una guerra en la que combatía. Una guerra justa, como decían los teólogos, donde Omar estaba del lado de Dios.
Omar era combatiente. Sentía los correajes de cuero sujetando los casi treinta kilos de equipo, lastimando su espalda y su cintura.
Caminaba rápido, para estar en el lugar adecuado a la hora apropiada. El uniforme --el disfraz , porque Omar sabía que todo uniforme es un disfraz, o al revés - lo agobiaba con su color negro que absorbía todos los rayos solares. Pero era eficaz. Toda la vigilancia - que era mucha - lo saludaba y se corría para dejarlo pasar.
Omar sentía el dolor de la desgracia que iba a precipitar, y le dolía esa desgracia porque era un creyente y sabía que cuando las campanas doblan, doblan por cada uno de nosotros.
Vio el auto negro saliendo del edificio. Vio la banderita tan impertinente como alcahueta en la antena. La banderita en azul, rojo y blanco con las estrellas que había sumado a las pocas estrellas originales. Un retén hizo ademán de pararlo, pero su uniforme y la sonrisa de auténtica beatitud que le iluminaba el rostro, le abrieron camino.
Llegó al lado del auto negro y se quedó esperando para pasar cuando la vereda se liberase. Vio, a través de los vidrios polarizados, la cara que le sonreía. Levantó, Omar, la mano derecha para saludarlo. Vio la satisfacción en la cara que sonreía. Bajó la mano, entonces, y mientras se desabrochaba dos botones en el pecho de la sotana, musitó "Alá es Dios, Mahoma su profeta y Alí es amigo de Alá". Y, tirando de la anilla de acero, se detonó.

501
Pseudónimo: Maryvet
Ushuaia - Argentina

ANILLOS DE ORO
Abrimos la puerta del negocio con cierta timidez.
Los escaparates estaban poblados de cosas brillantes, que titilaban bajo las luces detrás del cristal.
Relojes para hombre, otros delicados, para mujer. Cadenas, algunas medallas y cruces, broches con piedras y perlas. Más allá relojes despertadores. Nada de eso nos interesaba. Junto a una de las paredes, relucía un estante con anillos. Grandes, pequeños, con brillantes.
Cuando empezamos a mirar los precios, nuestras expectativas fueron cambiando.
_ ¿Quieren ver algo de ésto? - Preguntó una de las empleadas..
Cruzamos una mirada de inteligencia y señalamos una pequeña caja azul.
_ Estas son muy buenas, ¿Con cintillo o sin él?.
Un movimiento de cabeza mío le dio a entender que el cintillo no.
Preguntamos la forma de pago, era conveniente.
_ ¿Lo envolvemos para regalo?_ Preguntó la chica.
_ No _ dijo él _ son para nosotros.
_ ¿Para ustedes?. ¡Oh, qué bien!. Pruébenlos entonces.
Él tomó mi mano y puso el delicado aro de oro en mi anular izquierdo. Quedaba perfecto. Hice lo mismo con el otro, hubo que buscar una medida mayor.
Volvimos a guardarlos en la caja, nos cobraron con la promesa de un grabado gratis, pero otro día..
Salimos tomados del brazo, con una bolsita de papel blanco en la que había dibujado un corazón en tinta dorada, sintiendo a nuestras espaldas las miradas entre curiosas y asombradas de las empleadas. Claro, eramos algo así como una especie en extinción, digna de museo.
Seguramente quedaron algo impresionadas ante las incipientes canas de él, los anteojos, coquetos, por cierto de los dos, y mi bastón. "¡Qué bichos raros!", habrán pensado.
Cuando llegamos a casa, brindamos con una taza de té. Nos pusimos uno al otro el anillo, diciendo una frase que nos salió a dúo, "Para siempre".
Dos semanas más tarde salíamos del registro civil, rodeados de amigos, con nuestros respectivos hijos, y un nieto en camino. Nadie se imaginaba que casi en los sesenta años se puede volver a empezar y creer en el amor.

502
Elena mendez

OTRA VEZ ES AYER
I
Ha llegado para llenar con su ausencia esas madrugadas de cielo gris tirándole a rojo, y otra vez sueñas con esa voz que te acaricia y esas manos que ascienden se enredan en tus pezones filosos como espinas…

II
Sales de noche, y entre besos furtivos procuras olvidar su piel desconocida. Mas todo es inútil: Lo llevas tatuado en medio de la sangre.

III
Toca tu hombro. ¿Lista para exponer? Asientes. Al salir de la clase, su esposa lo está esperando.

IV
El sol estira sus brazos, hiere tus ojos con astillas de luz.
La voz se te llena de palabras marchitas, mientras sigues amándolo con la tristeza de un domingo lluvioso.

503
Lidia Alcántara Guardeño
MURCIA

DESAGUISADO
Te he guardado la mejor tajada de mi afecto, tu peso en cariño y una ración de amistad. Añado cuarto y mitad de corazón, una buena dosis de deseo oculto y mil abrazos puestos a remojo. ¿Te lo envuelvo o me consumes aquí mismo?
- No
- No, ¿qué? ¿No te lo envuelvo o no lo consumes? Te aviso que el envoltorio no tiene desperdicio, también es comestible, dulce y agrio como el sudor.
¿No estarás a dieta? Ya sé que eres un poco zampabollos, no le haces ascos a cualquier comistrajo, pero ¿precisamente hoy tienes que dejar de comer? Parecías tener hambre, un apetito canino. Después de haberte cocinado a fuego lento… incluso, te dejo comer con las manos, si quieres. Pero no dejes que se enfrié tan exquisito manjar.
- No
- Vaya, se te repite mucho alguna comida anterior. ¿Sabes qué?... voy a terminar de aliñar el guiso con un puñado de despecho, una pizca de odio y una ramita de sin vivir. Estarás sin comer hasta que tus tripas lo pidan a gritos y entonces, hasta rebañarás la olla.
Ojalá se te indigeste y que la siesta te pille confesado ya que la gula es pecado. Así revientes.
- No, si…
- ¿Sí? Pues ahora no.

504
Lidia Alcántara Guardeño
MURCIA

ERASE
Erase un barco sin timón, por modestia, navegando por un mar de palabras olvidadas. Mimaba en sus bodegas palabras suicidas hasta llevarlas a buen puerto. Pero hacía años que no encontraba donde atracar entre tanta niebla de recuerdos perdidos.
Las palabras guardadas se fueron emparejando por pura desesperación y hacinamiento. Entonces empezaron a nacer, en una explosión de verbo, palabras nuevas, impensables. Extrañas palabras no-natas-que nunca fueron pronunciadas- agitaban y sacudían el barco con ideas inconcebidas. El pobre barco no pudo soportarlo, perdió la razón, y se hundió en un mar de dudas.
Desde entonces, escribe para olvidar.

505
Marisa Gesteiro Fernández

SUSURROS
Llovía. Le gustaba. A través de la ventana del bungalow podía ver las hamacas vacías en la arena junto a las pedaletas amarillas que le hacían añorar una niñez, acaso feliz.
Los primeros relámpagos iluminaron el atardecer; sonrió aliviado. El ruido de la tormenta había conseguido silenciarla al menos durante un rato.
En los últimos días había comenzado a sentir cierta tensión. Aquel susurro tenue se fue convirtiendo a lo largo de los meses en una compañía a la cual ya estaba acostumbrado pero poco a poco se había apoderado de él. No, desde luego no iba a dejar que ELLA le manejara como si fuera un pelele, como sus padres, su mujer, sus jefes…. Toda una vida siguiendo las indicaciones de los demás hasta que ELLA le enseñó a tomar sus propias decisiones. Lo más difícil fue enfrentarse a sus padres. Después de eso, con los demás, todo fue rodado.
- Guillermo … - Volvía. Sonaba lejana pero firme, despojada de la sensualidad que le había conquistado; quería que se fuera pero no sabía como hacerlo, de hecho, cada vez permanecía más tiempo - ¡GUILLERMO! - resonaba en su mente el eco del enfado… Le dolía la cabeza, estaba algo aturdido por la mezcla de analgésicos que se había tomado aún sabiendo que no le harían efecto, y las sienes le latían intensamente. Abrió la puerta luchando contra el viento y salió a la playa.
El mar rugía y en medio de la tormenta la escuchó de nuevo, seductora como al principio - Vennnnn, no me dejes ahora - La vio, bella, bellísima, tal y como la había imaginado. Caminó; nadó hacia el abrazo que prometía. Llegó cansado, mojado, feliz y alzó la vista para encontrar un rostro cruel y macabro al tiempo que ella le estrechaba fuertemente. No tuvo tiempo de gritar, sólo un breve instante de pánico mientras lo arrastraba al fondo. Sintió la falta de aire y el agua inundando sus pulmones y ahogando su alarido. Recordó entonces el rostro aterrorizado de su madre manchado con la sangre de su padre justo antes de caer sin vida sobre él y fue consciente del rastro de muerte que había dejado tras de sí, apenas un segundo antes del último estertor.

506
Sergio Guevara Martínez

UNA NOCHE EN EL CAMPO
Una noche; una noche de luna llena; una noche de luna llena en el campo. Un campo, un bancal sin plantaciones, en el de mi derecha unos olivos, tras de mí se sitúa una casa que hace ya sus años, a mí izquierda unos naranjos dan su fruto y frente a mí otros tantos almendros muestran su esplendor. Yo en medio, tumbado en el suelo, observando el caer de las leónidas, esos pequeños trozos de materia que, sin poderlo evitar, resultan quemados al entrar en la atmósfera. Una de ellas recorrió el cielo veloz, brillante y espléndida, justo después oí tras de mí un paso, un paso lento y sinuoso, muy lejano; al caer de la segunda estrella, dos pasos fueron los que se acercaban a mí; los tres pasos correspondientes a la tercera estrella se dieron de forma lenta y sonora, muy cerca de donde yo me encontraba. Quise correr con todas mis ganas, pero no pude, algo me tenía sujeto de pies y manos, algo, quizás el miedo. Me impulsé con todas mis fuerzas y logré echar a correr en dirección a la casa. A más velocidad que batía mis piernas más se alejaba esta de mí, caí exhausto en el suelo y, cuando aún me mantenía tratando de recobrar el aliento, algo me volteó brutalmente. No más le vi unos diminutos ojos azules deseé ser tragado por la tierra y, como si mi deseo hubiera sido escuchado, empecé a caer a un abismo negro, sin fin, escuchando de fondo los pasos que poco tiempo antes tanto miedo me habían causado. Recibí un golpe seco al topar con algo que parecía ser suelo pero que no podía ver. Únicamente el abismo se extendía en todas direcciones, al fondo vi una luz blanca, brillante, avancé hacia ella y comprendí que mi vida se había agotado.

507
Agustín Cadena

CAMINANTES
-¿Ya vamos a llegar? -pregunta el niño, tratando de detener la marcha de su padre.
-Ya mero -responde el padre sin mirar al niño ni dejar de caminar.
-Tengo mucha sed y hambre.
-Ya vamos a llegar.
Siguen caminando por la avenida, bajo el sol.
-¿Falta mucho? -pregunta el niño poco después.
-No. Ya vamos a llegar.
Continúan caminando.
-¿Cuánto falta? -pregunta el niño.
-No mucho. Ya vamos a llegar.
Continúan caminando.
-¿Me compras un refresco?
-No. Ya vamos a llegar.
Continúan caminando.

508
Agustín Cadena

EL ASALTO
Salió corriendo con la pistola en alto y el sonido de la alarma ladrándole detrás como un perro. En la calle, la ciudad le ardió en los ojos, enceguecedora, líquida, llena de astillas. La banqueta comenzó a hundirse en cada sitio donde él pisaba, como un puente de varas desde el cual sentía que iba a caer. Un viejo se atravesó en su camino y él tuvo que dispararle. Saltó por encima de la cara muerta y siguió corriendo...
-¡Abuelita! -el niño despertó con sus propios gritos y le pidió a la mujer que dormía a su lado que encendiera la luz.
-Soñé que era un hombre malo, un ladrón.
Ella se levantó, encendió la luz y trató de consolarlo. Le acarició los cabellos hasta que lo sintió dormido. Entonces se levantó otra vez y apagó la luz.
El viejo dejó de pensar en el aumento a las tasas de interés, en la boda ya cercana del último hijo que le quedaba soltero, en sus lentes sin brillo, que esperaba cambiar para el día de la recepción. Miró su imagen en el cristal enorme de una tabaquería y se acomodó el sombrero. Por un segundo había sentido, emergiendo de las aguas más empozadas de su memoria, el frío aletazo de un pez inquietante: ese rostro ya lo había visto antes, en sueños, quién sabe qué noche de hacía muchos años. Se acordó de la abuela que lo cuidaba de niño...
Entonces lo distrajeron el sonido de la alarma y el de un joven enloquecido que venía corriendo con una pistola en la mano. Un ojo negro y profundo se volvió hacia él y le miró el pecho.

509
Pseudónimo: VIRAJE

EL PROFESIONAL
Claudio Maldonado pasaba por ser el mejor asesino a sueldo del mundo.
En su dilatada trayectoria laboral, no cometió un solo error en el cálculo, jamás le tembló la mano, ni su fría cabeza amenazó nunca con la duda o la incertidumbre, ni tan siquiera ante la conmiseración piadosa de víctima alguna.
Era extremadamente eficaz, diligente, expeditivo y ante todo, sumamente leal con quien le pagaba.
Claudio Maldonado recibía siempre un primer sobre blanco y grande conteniendo el nombre de la persona a eliminar. Con posterioridad recibía un segundo sobre con dinero... mucho dinero.
Una gélida tarde de otoño, apareció Claudio Maldonado postrado sobre su cama sin deshacer, ahogado en el charco de su propia sangre y con la cabeza tan desparramada como si de una granada reventada se tratara.
Aún tenia la pequeña pistola en su mano derecha.
Sobre la mesilla de noche, un solo sobre blanco y grande, y en el interior un papel pequeño y un nombre: el suyo.

510
Laura Castellanos Fernández

IRREAL
La oscura noche me traslada a un nuevo mundo de sensaciones, sentimientos y emociones.
Es una extraña presencia la que me inquieta, no es una persona o un animal, es algo más allá de todo lo humano, es algo que me sumerge en lo irreal, de lo fantástico. inexistente.
No puedo explicar lo que surge en mi mente, solo puedo decir lo que sé, una oscura niebla me ejerce por los aires y me eleva. me traslada a un mundo donde todo es posible, ya que nada existe, y siento una sensación de paz y tranquilidad, que da incluso miedo reconocer la armonía, y quiero gritar. pero no puedo, porque no soy yo.
Me he convertido en un ser no humano que no habla, que no siente, no ve. es algo no tangible, inexistente, irreal.
Me he transformado en algo que solo puede pensar y pensar. ya no encuentro tranquilidad en este lugar, la armonía y el silencio se han desvanecido y se fue la paz apareciendo en su lugar el terror.
Me encuentro nerviosa, tensa. y de repente. ¡ya siento!, me miro las manos, los pies. ¡ya veo!, y puedo hablar, caminar, escribir, gritar, reír. ¡ya soy persona!, ya soy yo, pero sin embargo. ¿y si no soy yo?... nunca podré averiguar quien soy realmente, quien es mi persona, mi ser, cual es mi mundo. nunca podré averiguar si todo es un sueño sacado de un mundo de fantasía, o si es la realidad.

511
Seudónimo: Nelson androide.

MUNDOS POSIBLES
En un rincón del caprichoso multiverso, donde es todo lo que ha podido ser, las tropas pterodáctilo terminan su asalto a Moscú. Y desde una colina, Napoleón observa el sol ponerse sobre su mundo con su pequeña pata de tiranosaurio metida en la casaca.

512
Helena Martín Roldán

UN PAR DE ZAPATOS 
Allí estaban, limpios y brillantes.
Usados en tantas ocasiones especiales, tanto tiempo guardados. Con su aire siempre distinguido, con su dignidad preservada entre los marcados pliegues de las punteras, con las arrugas exactas en su memoria .Con tantos y tantos pasos sobre su cuero como dieron mis pies; con toda la paciencia con la que siempre soportaron mi peso, mi arrogancia, mi miedo.
Ahí estaban aún.
Me los calcé despacio y caminé un poco: Siempre suaves y cómodos ...¡se adaptaron a mí! : su horma fue creciendo a la vez que crecían y se endurecían los huesos de mis pies y cuando se deformaron las huellas de mis plantas... Fuertes y resistentes. Cuidados, sí...¡ pero qué resistentes!
Bajé al salón.
¡Viva el novio!, gritaron nuestros nietos. Y apareció su abuela. Y apareció radiante. "Viva la novia", aplaudieron. "Ahí está mi mujer - pensé yo- decidida y enérgica, caminando hacia mí desenvuelta, elegante, sonriendo confiada; en la total certeza , en el asombro de saber que la amo y de que soy feliz porque ella me ama "
Cuando nos pidieron que bailáramos el vals en ese día del cincuenta aniversario, ambos descubrimos que llevábamos puesto el mismo par de zapatos que en aquél otro de la celebración de nuestro matrimonio. Y nos deslizamos sobre ellos tal y como habíamos recorrido aquél largo camino: Apoyándonos el uno en el otro al compás de la música.

513
Mareta Espinosa Sánchez-Vallejo

EL DÍA DESPUÉS.
La princesa se quedo un buen rato mirando a la rana. Se quedó pensando lo que le podría pasar si la besaba y aparecía el príncipe azul.
Como tal príncipe, sería muy apuesto y atractivo. Cuando ella le viera quedaría prendada y presa del enamoramiento que le sobrevendría, no sería capaz de ver nada más que por los ojos de su amado. Se casarían, formarían una familia y la llenaría de hijos. Engordaría y se pasaría el día cuidando de su familia. Como él seguiría siendo atractivo, tendría cien amantes y dejaría de acudir a su cama por la noche.
La princesa dejó con cuidado la rana en el suelo, se dio media vuelta y volvió a palacio en busca de un plebeyo menos atractivo que la rana de la charca.

514
Mareta Espinosa Sánchez-Vallejo

REGRESIÓN.
Salvado de la quema Don Alonso encontró en un arcón un libro de curiosa edición. Entusiasmado comenzó a leer con avidez, recuperando la memoria y sumergiéndose de nuevo en la locura.

515
Malena Breuker

SIN ARRUGAS
Hubo una vez un hombre que nunca en su vida sonrió. Ya de viejo, no tuvo ni una arruga.

516
Rosa Yáñez Gómez

VENTILADOR
A veces grita cuando no quiere tenernos cerca. Esa es la única forma en que se comunica con nosotros. Otras veces llora, pero su llanto es para ella, un llanto solitario que crea un vacío a su alrededor, una tristeza que la envuelve y que no espera consuelo. Un llanto sincero, al fin y al cabo.
Llegó cuando ya nadie la esperaba. Tras veinte años de alimentar una esperanza vaga que ya nadie sabía que estaba ahí pero que seguía cobrando su renta de energías cada día. Llegó y transformó la esperanza vaga en una lejana alegría, extraña ya en nuestra casa. Nació con todos sus dedos, con sus dos ojitos entrecerrados, con su boquita pequeña, con su nariz perfecta. Entonces la alegría se hizo compañera.
Era tan buena, tan tranquila.
Pronto supe que no era como los demás. Adiviné de algún modo que al nacer vino al mundo su cuerpo, pero un jirón de su alma se quedó en el otro lado. Allí donde está lo que haya antes y después de esto nuestro. Estaba a medias entre dos mundos. Atrapada en una jaula llamada espacio y tiempo. En el lugar equivocado, un cuerpo deseando volver a recuperar su alma.
Entiendo que le gusten las repeticiones infinitas. Ahora a mí también me gustan. El universo debería ser así, ordenado, cada instante prefijado. El orden que este mundo le ofrece a mi pequeña está atrapado en un ventilador girando.
A veces grita y es que no quiere tenernos cerca. Invadimos su espacio y la ahogamos. A veces siento su alma rebotando de un lado a otro, repitiéndose.
A veces llora, pero su llanto es para ella. Creador de una soledad infinita que la envuelve. Ya pronto conoceré lo que hay antes y después de esto. Y quizá comprenda entonces qué hay al otro lado, mi niña, que te hace llorar así.

517
ELI

LISA
Cuando decidió emprender la marcha por primera vez a Cuba, para conocer a una amiga de la flamante nueva esposa de su amigo, no sabía que estaba atravesando un umbral, que él, chico de buena familia de la nueva burguesía madrileña del siglo XXI desconocía.
Y no sólo es que lo desconociera, es que dudaba de su existencia y sobretodo desconfiaba de dicha gente.
- Tanta incultura y tanta pobreza, no puede ser casual.- le había postulado mil y una vez su severo padre, cuando se opuso todo lo que pudo a su boda con Lisa.
La chica desde la primera sonrisa le había cautivado, nunca nadie le había sonreído así, en sus casi cuarenta años de vida. Y por una vez, desoyendo los consejos de toda su familia y de muchas de sus amistades, salvo por supuesto, la del amigo que se la presentó, hizo lo que él deseó. Se caso con ella. Por primera vez se sintió deseado por una mujer, se sintió valorado, respetado, y adulado como hombre, y como persona. Cierto es, que ayudó mucho económicamente a la desastrosa economía de la familia de Lisa, ya se sabe que allí las cosas son muy duras. Y aquella mañana, cuando sentado en la arena de aquella inmensa playa veía una maravillosa puesta de Sol, pensaba en los esfuerzos, sobretodo monetarios, que había tenido que hacer, no sólo ya por Lisa, sino por su madre, hermanos, primos etc.
Estaba incluso hasta arrepintiéndose un poquito de ello, cuando dos labios sensuales y carnosos, le recorrieron electrizantes su cuello de lado a lado, poniéndole la carne de gallina y la conciencia a flor de piel, Lisa le besaba y acariciaba con pasión. Cuando se volvió y se encontró con sus ojos él solo podía sentirse miserable, pues nunca por un sacrificio en su vida, había recibido mayor recompensa, que la que le daba con besos ardientes y mirada franca Lisa… su Lisa.

518
Ana María Baiona.

SUBTERRANEO
Me había metido en un mundo subterráneo, oculto y oscuro. Mientras el subte recorría raudo las estaciones de la ciudad, mi mente recorría imágenes, sueños. La lógica de mis sueños, paso a paso y en cada estación. Pero no… son historias -me dije, -¿qué gano haciendo un Streep-teasse de mi vida? - ¿Qué logro desnudándome completamente? ¿En qué me beneficio con darme vuelta de adentro hacia fuera, si ya todo es pasado? Y me comparé con un caleidoscopio. Imaginaba que si la muchedumbre me movía o giraba, entendería como soy y me descubriría el alma. Y vi el barro humano caminando hacia sus tares cotidianas, pensé en el poderío de pocos y la impotencia de muchos, sentí el contacto de las carnes desarmadas, exaltadas y febriles mientras yo transitaba los rostros de hombres y mujeres tristes que vegetan arruinados y entre ruinas el día a día. Y me pregunté: -¿por qué? ¿Por qué se trabaja hasta la lasitud? -¿Por qué no importa que prime en todos nosotros un poco de honradez y responsabilidad y que en nuestro deseo de superación, sepamos respetar el derecho de los demás, sabiendo ser por siempre honorables. Caminé, traté de salir de ese hoyo nauseabundo con olores a excreción y al emerger hacia la luz, encontré otro mundo. Un mundo más claro, más brillante, donde la luz ingresa abiertamente, casi como lastimando. De repente, se congelan mis lágrimas y veo el hielo que cubre la ciudad, el frío no está en la calle, el frío lo tengo yo en el alma. -Nunca cambiaremos como país, nunca cambiaremos como gente ni dejaremos de ser una nación pobre -pensé- Nos falta carácter para desempeñar estas proposiciones primordiales. Pensé en revelarme. Sí… he de poner de manifiesto mi necesidad de cambio.
Todo lo expuesto es incontestable, pero es tan solo una parte de la realidad. Quedarse con la mera enunciación de los problemas sociales y la representación de los mismos, es un recurso tan egoísta como improcedente. Es orientar los resultados perdiéndose diligentemente de las raíces.
Pues entonces me pondré en marcha. ¡Trataré de cambiar el mundo! Volví a caminar y como todos los días... me metí nuevamente en el mundo oculto y oscuro, del subterráneo y volví a ser manso.

519
Gonzalo Álvarez Perelétegui

MATANDO EL TIEMPO 
Siempre me ha inquietado sobremanera la inmutabilidad del rostro del presentador del Telediario. Ni el espectador más avezado puede sospechar si está triste porque su mujer le ha puesto los cuernos, o si está feliz porque le ha tocado la lotería. Tampoco se le nota una euforia especial a la hora de anunciar un infalible y revolucionario fármaco contra el cáncer, ni un sentimiento de malestar y desazón ante el último atentado terrorista. Yo creo que es un robot. Voy a asegurarme definitivamente. Para ello, corro a por el spray antimosquitos y se lo esparzo delante de sus narices durante cinco minutos ininterrumpidos. Pero nada: el rostro del presentador del Telediario sigue igual. Después me decido a martillearle la cara, e incluso llego a tirar el televisor por la ventana. Vanos esfuerzos todos, porque al bajar a la calle para comprobar el desperfecto veo que, a pesar de que el aparato está completamente roto, la pantalla sigue impecable y el presentador no sólo sigue vivo, sino que su gesto continúa siendo el mismo: frío, vacío, impertérrito. Pruebo entonces a encender el gas y caliento encima el amasijo de hierros que me queda del aparato, pero lo máximo que consigo es arrancar al presentador del Telediario unas gotas de sudor de la frente, porque su gesto sigue siendo incólume. Cuando la desesperación me hace preso de un sentimiento de angustia atenazadora, cojo mi barca y me voy a altamar con los restos de mi televisor. Allí lo arrojo, mientras continúa el Telediario. Feliz por mi hazaña, al día siguiente lo cuento en el bar con los amigos cuando de repente observo en el televisor del bar al presentador del Telediario, imperturbable como siempre, anunciando que todo el fuel que quedaba por encontrar en el fondo del Cantábrico con motivo del hundimiento del Prestige ha sido ya por fin hallado.

520
Noemí Brown Yani

LA CAÍDA
Cuando salió del hotel cinco estrellas, saludó al conserje que la conocía desde chica; despidió con un gesto al chofer que la esperaba en la puerta y empezó a caminar. Era un día de invierno soleado y decidió andar a pie, sin rumbo, por las calles.
No supo en qué momento de distracción perdió el equilibro y sintió que entraba en un pozo. El descenso la tomó de sorpresa y quiso aferrarse a algo. En el primer intento llegó a tocar, apenas, un brazo descarnado, sucio, con llagas malolientes. Detrás como en súplica, vio una boca desdentada. Pero seguía cayendo. El sitio era inquietante, y parecía no tener fondo. Estirando la otra mano arrastró unos harapos, y recibió una mirada desorbitada, escuchó lamentos. La caída continuaba. Alguien hurgaba en la basura buscando pan. Una nube de moscas le rozó la cara. La sensación de vómito no era sólo producto del vértigo, un olor nauseabundo acompañaba su descenso. Chapas, lonas desgarradas, cartones, ocultaban apenas los gritos de unos cuantos chicos. Bajó los párpados, se cubrió los oídos. Cayendo en espiral sintió la mugre, el hambre, el frío, el dolor, la muerte, y dos monedas tintineando en el fondo de una lata oxidada. El descenso se hizo lento, pero contínuo; se tapó la boca.
Un disparo zumbó junto a su mejilla; sangre ajena la salpicó; retumbaron en su cabeza los pasos de alguien que se alejaba; seguía bajando, ya no se resistió; volver a la superficie iba a ser muy difícil. Durante el último tramo mantuvo los ojos bien abiertos. Estaba dispuesta a conocerlo todo. En el fondo, negro de cucarachas y excrementos, un montón de ratas disputaba migajas. Respiró profundo tratando de contener el vómito que subía de sus vísceras.
No iba a ser fácil volver de la realidad.

521
Noemí Brown Yani

MEMORIA
Al olmo viejo, herido por el rayo y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
Antonio Machado

Se retuerce dormida. Sobre la almohada caliente el pelo gris le moja la cara. Desde los párpados arrugados, mira hacia adentro. Las sábanas le pesan.
En la cama desierta, recuerdos de otro cuerpo la intranquilizan. Con sus manos viejas toca el costado vacío, y sonríe. Ecos de vida suben por las pantorrillas, desde los pies cansados hasta las caderas dormidas. La nostalgia es una serpiente líquida, que trepa por su piel olvidada. Es un chorro de agua que se enrosca en el cuerpo, lo recorre.
Ella espera dócil, como Penélope, por una gota de semen. Respira apurada, entreabre los labios, estira las piernas. El pecho sube y baja; es calor el tiempo vencido, es puntada el perfume encerrado. Una espada de agua le baña el vientre.
Y descansa, rendida, con los brazos en cruz, sobre la cama grande.

522
Victoria Josefina
Argentina

T R E S V I C T O R I A S
(abuela, nieta y bisnieta)
Desde mi más tierna infancia Punta Porá fue para mí un lugar de ensueño y encuentro familiar. Hoy, todavía, aquéllos olores y sabores de scones, tortas, compotas y waffles se perciben absolutamente reales recordándome a la Abuela Victoria Eugenia.
En la galería, su sillón-hamaca parece mecerse aún y sus cuentos…oírse bajos y lejanos. Lentamente voy rememorando aquéllas fantásticas historias donde los personajes vikingos parecían jugar con la Dama Blanca que salía de entre los leños chispeantes del hogar y, el Monje Negro, que se paseaba brioso y altivo por el barranco. Así, con ellas, me voy encantando… Dije que el lugar era mágico??
Disfrutando de aquéllos recuerdos que me unen a la infancia, la negrura de la noche me regala un montón de estrellas y la luna -que forma un puente de plata sobre el río- me evoca un querer permanecer mirando extasiada el cielo y el agua sin tiempos… sin distancias…
Mientras… en la sala, con el hogar encendido, las cartas y el scrabel esperan ansiosas su hora de actuar. El tintineo de las copas de licor y el crepitar de los leños, interrumpen mi envolvente encanto y vuelvo de aquéllos territorios a los cuales me había transportado para encontrarme con Victoria Salomé, en este presente de raíces casi olvidadas pero sentimientos y emociones compartidas, que nos hacen comulgar en idéntico ensueño sintiendo correr por estas venas criollas la sangre vikinga heredada de quienes, un día, llegaron provenientes del nórdico país escandinavo de los suecos con proyección de futuridad…

523
Pablo Ruocco

LEO
Para algunas personas, todo lo que padecen a lo largo de sus vidas esta dicho o escrito, de alguna manera, en algún lugar.
¡Ya son las 11!¡Me volví a quedar dormido! ¡Me debe estar esperando, desde hace más de una hora!¿Qué me pongo? El diario de ayer me dice que salga abrigado y con paraguas, pero el sol de este mediodía me previene sobre dicha falacia. Ya es tarde para averiguar la verdad por medio del diario de hoy. Podrá esperar hasta la tarde para ser leído. Mejor será que ya mismo me vaya. (…) Y si, era lógico que ya no estuviera. Al final tenía razón el pronóstico, si no encuentro algún lugar donde guarecerme, me alcanzará la lluvia. Y yo en remera, como para no resfriarme después. Iré hasta la casa de mi tío, seguro que para ya tiene novedades sobre el empleo de cadete que me había prometido. (…) ¿Cómo? No entiendo. ¿Ya tenés el puesto ocupado?¿Cómo que me dejaste un mensaje en el teléfono para avisarme que no viniera? Si, si, puede ser. Hoy me levanté apurado y no tuve tiempo de revisarlo. Por favor, avisame de cualquier puesto que quede vacante. Ya hace más de un mes que dejé el último trabajo y los ahorros con los que cuento no son muchos. Nos vemos la semana que viene. Chau. (…) Excelente, vuelvo a mi casa con las manos vacías. Gastaré el dinero del colectivo para comprar el diario. A esta altura, mojarme por algunas cuadras no me va a venir tan mal. (…) ¡Uf! Nunca pensé que fuera tanta la distancia que separa la casa de mi tío de la mía. Acá esta el mensaje de mi tío. Lo único que resta por hacer en el día de hoy es leer el diario.
Recorrió rápidamente las hojas del periódico, como lo hacía cada mañana, pero esta vez fue de tarde. Se dispuso a realizar la sopa de letras que, como todas las mañanas, le entretenía hacer. Cuando dió por finalizado su juego, sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda. Próxima a esa sección, se encontraba el horóscopo. Tímidamente, recorrió con su mirada uno por uno, todos los signos zodiacales, hasta llegar al suyo: Leo. Lo leyó, como todas las mañanas. Pero esta vez ya era tarde.

524
Seudónimo: Hatshepsut

ESCENA FAMILIAR
Ya intuyó que su vida iba a cambiar de algún modo, el día en que al entrar en la sala de la chimenea, contempló a su hermano mayor fumando el habano que su padre le había colocado en la boca. Resultaba tan grotesco, con sus 10 años y aquella cara de acabar de convertirse en adulto… Su abuela contemplaba la escena en silencio, su madre no paraba de llorar, él estaba perplejo y su padre tenía una aire indiferente.
Al día siguiente, y al siguiente, la escena en la casa era la misma: la cara de adulto reciente de su hermano, el llanto de su madre, el silencio de su abuela y su perplejidad. Sólo un detalle no era el mismo: la cara indiferente de su padre ya no estaba. Su padre, ya no estaba.
Fue en ese tercer día cuando tomó total consciencia de la nueva situación. Ahora, el cabeza de familia era su hermano de 10 años, el mismo que hasta entonces aún jugaba con él por los campos de trigo, entorno a la casa. Y hoy, con el aire seco y serio de su padre, y el habano entre los labios, tomaba todas las decisiones más o menos importantes del hogar.
Y él, él se había convertido el único hijo de una familia de adultos, dentro de una casa que, desde hacía tres días, había tomado los tonos sombríos de una obra de arte tenebrista.
Se levantó de la silla, cogió su cometa y salió al campo a esperar que su hermano lo llamase, con voz áspera y seria, para cenar.

525
Seudónimo: Hatshepsut

LOS MEJORES CUIDADOS
Nadie sabe cómo fue a parar la lejía al bebedero del canario. Pero el caso es, que allí estaba cuando el pobre cantor se convulsionaba en su jaula y nos acercamos a ver qué le ocurría. María lloraba sin que hubiese forma de calmarla mientras repetía incesantemente que ella no había sido. Todos la consolamos, ¡por supuesto que ella no podía haber sido! Cuidaba de aquel pequeño pájaro desde que lo trajimos a casa, con el cariño que nunca había dedicado a ninguno de sus juguetes. Se ve, que la vida y alegría del animal le habían despertado sus instintos maternales. Por otro lado, tanto los productos tóxicos de limpieza como las medicinas nunca habían estado a su alcance; Doña Consuelo se aseguraba con una rectitud exagerada de apartar aquellos peligros de la niña. No hacía ni una hora que María le había pedido a Doña Consuelo cerrar todas las ventanas, pues iba a proceder a la limpieza diaria de la jaula y siempre ponía el mayor cuidado para que el canario no escapara por ninguna de ellas y se perdiera en el parque cercano a la casa. Mientras limpiaba la vivienda del animalillo, lo dejaba suelto por la cocina para que pudiera ejercitar sus alas, volando de una esquina a otra, de la encimera a la lavadora, de la lavadora, al cuenco de alpiste que Doña Consuelo ponía sobre la mesa… y desde el cual, una vez repuestas sus fuerzas, volvía a empezar su recorrido. Cuando Plumas estaba exhausto, su jaula estaba ya preparada para que volviera a ella, cosa que hacía sin ninguna necesidad de llamarlo.
En los últimos suspiros de Plumas, el llanto de la niña fue tan terrible que Doña Consuelo fue a la cocina, cogió un vaso, abrió el grifo, y lo llenó de agua, por ver si así sofocaba el berrinche de la criatura.
María, tras dar con ansia el primer trago, comenzó a convulsionar.

526
Jaime Ponce de León Pintado.
Edad: 11
Valladolid

LENNY EN PELIGRO
Un pez estaba llorando en el Océano Pacífico cuando sólo era una charca, y lloraba porque quería juntar su charca con la de una de su especie que se llamaba Fhis para poder aparearse. Lo malo era que la charca del tiburón Luke estaba muy cerca y el viento soplaba en dirección a la charca del tiburón.
El pez que se llamaba Lenny dejó de llorar porque había notado un peligro, era un pteranodon, un ave que se comía hasta los tiburones, pero en ese momento buscaba otra cosa, un nido. Lo peor fue que puso sus huevos fecundados en la charca de Lenny. Esto significó para Lenny un gran problema ya que una semana después nacerían los huevos y le devorarían.
Lenny recordó lo que le dijo su padre antes de morir: los huevos de pteranodon son el manjar de los tiburones. Lenny empezó a llorar, no de tristeza sino que lo hizo para que pudiese juntar su charca con la de Luke, y así se comiera los huevos y le salvase. Por fin lo consiguió y el tiburón se los comió, pero justo en ese momento el pteranodon levantó una ráfaga de aire con su vuelo y se comió a Luke; ahora Lenny tenía otro territorio más.
Volvió a llorar y juntó su charca con la de Fhis. Se aparearon, tuvieron muchos hijos, comieron plancton y fueron muy felices.

527
seudonimo , Mburucuyá
Girona España

IDIOTEZ DESCAFEINADA
Mientras el periódico insiste en venderme injusticias y penas al módico precio de mi incondicional atención. Cuando intenta contarme de bombas en Medio Oriente, de hambre al sur y sobrepeso al norte; de ayudas humanitarias deshumanizadas. Aunque me griten en silencio estas frías, ásperas y hormigueantes hojas sobre sed y agua, vacunas antitodo aquí arriba y enfermedades sin antídoto por allá abajo; de mentiras que son verdades únicamente en la tierra del tirano de turno, ése que invade,mata y saquea "por el bien de la humanidad".Mi mente soñadora vuela por sobre todo eso con la certeza de que es egoísta en el acto, no olvido las penurias, las aparto y por un momento soy feliz y también el idiota más grande de todos, quién sino un idiota puede ser feliz habiendo y sabiendo de sufrimientos y culpables impunes. Pues yo no leo el periódico, sino sus labios. Tiene los labios húmedos, cálidos e inalcanzables. Su mirada recorre las mesas e ilumina el local. De pronto me observa, casi instintivamente me oculto tras la enorme barrera de papel, la miro y me sonríe.Se acerca y me sonrojo. Sí!!! Al fin al cabo de un año y medio me sonríe, tal vez me coquetea.Se detiene frente a mi,la observo, sus labios se mueven pero no la escucho, el estado de idiotez momentánea me lo impide y cuándo por fin logro oírla confirmo fehacientemente que soy un idiota. -"Señor el periódico está al revés"- me dice.-"Es qué el mundo está patas arriba"- respondo tontamente. Sonríe por cortesía y se aleja. Suelto las monedas sobre la mesa que parece burlarse de mi al igual que la taza y todo utensilio que puebla mi rincón favorito; ya ni hablar del traidor ex mejor amigo y desde ahora enemigo acérrimo, periódico. Al cruzar la puerta su mirada está en mi nuca y me pesa, la mirada del mundo entero se clava en mi espalda hiriendo mi cabizbajo ser. Mientras me alejo repito para mis adentros; "no volveré mas" y busco excusas que involucran injustamente a cafés mal hechos, medialunas viejas y la carencia de área de no fumadores. Pero vamos, sé que nada de eso es cierto y que mañana estaré aquí como cada día, tan idiota ó más, para superar el trago amargo de formar parte de este mundo y por un momento ser feliz.

528
Liliana Guaragno
Buenos Aires- Rca. Argentina.

LA PLANTITA 
Dije: - Tiene algo misterioso. Voy tras él por su misterio.
La amiga responde: - Nada de misterio, en su cabeza no hay nada más que plástico de la mejor modernidad.
Entonces decidí: tomé el plástico, le hice un agujerito abajo, coloqué sobre el orificio un pedazo chico de teja rota, luego tierra, luego una planta.
La planta crecía, crecía.
Cuando pasaba por al lado la miraba para recordarme que esa era su cabeza y de ese modo no caer en la cinta pegajosa del misterio. A veces la miraba y pensaba que algo había en ella, como ovejas; no ovejas rosas, sino las blancas ovejitas, ovejitas. Toda su cabeza me parecía hecha de oveja, y él era el zorro que se iba comiendo- en su cabeza, una a una, a las ovejitas blancas-, y claro, también a las de afuera porque en la cabeza no hay adentro ni afuera. Pero lo bueno es que no había por donde penetrar el misterio si estaba todo a la vista y la planta que había plantado estaba cada vez más gordita, y las hojas sagitadas y breves se multiplicaban. Al atardecer se abrían las estrellitas y permanecían hasta la mañana siguiente, y en el nuevo atardecer surgían otras. Y su cabeza que había sido una cabeza hueca ahora estaba llena por algo de la naturaleza, como son las plantas, tan agradecidas a la tierra, al agua, y en este caso, a la cabeza de plástico.
Y pensé que el plástico de la cabeza hueca se había humanizado un poquito, por tanto natural desborde.

529
Liliana Guaragno
Buenos Aires- Rca. Argentina.

INCENDIO
La mujer se va quemando porque tiene la piel seca y el sol está muy fuerte, la ropa molesta. Arde. También arde por dentro. Tira el cigarrillo porque se está quemando, su garganta, su vientre. Humea desde dentro. Camina una, dos, tres, seis cuadras. Ya empieza a formarse desde su boca saliendo, como desde la lámpara de Aladino, un humo azul, y luego, pequeñas combustiones rojas brillan desde sus poros. Aumenta el calor. Al fin cae, cae envuelta en llamas. Ya se oye la sirena de los bomberos. Ella no veía nada, pero alguien la vio a ella, incendiada.

530
Pilar Martínez Fernandez.

TIEMPO DE LENTEJAS
¡ Las lentejas¡, he gritado desde el pasillo nada más entrar por la puerta. Otra vez se me han vuelto a pegar en la olla y me ha tocado tirarlas.¡ Qué lástima¡, para colmo les había echado chorizo Cantimpalo y morcilla Asturiana...El fogón y los pucheros no es lo mío, lo estoy viendo. Me sacan de unos huevos fritos y ya está el lío. Hasta las tortillas me salen morenas.
Hoy me apetecía comer de cuchara. Me dije: unas lentejas, estaría bien. Pero al final me he quedado con las ganas.
La culpa es mía. Bajé a la calle a por tabaco y cuando volví, las lentejas, las muy canallas, se habían sublevado. Bien lo dice el dicho: no se puede estar en misa y repicando. O se está a la cocina, o no se está.
Echo de menos las comidas de mi parienta; ¡ Que bien cocinaba¡, y mi madre, ¡Vaya cocidos que hacía mi madre¡, los hacía en la pota de barro al amor y el calor de la gloria. Echaba garbanzos, pimentón, chorizos y tocino de la matanza. Ella solía decir, que para la legumbre, nada mejor que paciencia, el barro y la lumbre.
¡ Qué demonio¡, me apetecen unas lentejas como Dios manda. Mañana lo vuelvo a intentar. Coceré las lentejas en puchero. Las removeré, vigilaré, las probaré de vez en cuando, las cantaré una jota castellana si hace falta para que cuezan contentas, pero por mi madre que si esta vez, se me vuelven a pegar y a quemar las lentejas, no lo vuelvo a intentar nunca más. Me resignaré. Abriré un bote de lentejas precocinadas, las calentaré en el microondas y me las comeré pensando, que en esto de comer lentejas y otras legumbres, hubo para mí, tiempos mejores...

531
(fuera de concurso, no se ajusta a las bases)
Leandro González

LA MÁQUINA DE SAMUEL
Era una fría tarde otoñal de primeros de Octubre. Unas ligeras gotas de lluvia habían empezado a caer, y un viento frío mecía las copas de los árboles, como si quisiera indicarles que el invierno iba en poco tiempo a hacer su puesta en escena. Dos días antes empezaron las fiestas del barrio, y aunque no solían ser gran cosa, decidimos dar un paseo por ahí. No había nada que ver de particular interés; tocaban los mismos grupos pachanguerosa de siempre, y en la atmósfera se respiraba ese inconfundible olor a chorizo frito de todas las fiestas. Noelia, mi novia, y yo, paseábamos sin más intención que la de encontrar algún sitio donde tomar algo y poder sentarnos. Debo reconocer que este tipo de fiestas populares provocan en mí una cierta sensación de apatía, como si toda aquella vacua algarabía que me envuelve me resultase algo ajeno. Las luces de colores refulgían a mi alrededor de manera mareante, y una música repetitiva de fondo martilleaba mis oídos sin miramiento. Sólo deseaba poder tomarme algo, sentarme en algún sitio que no estuviera demasiado atestado de gente, y luego irme de allí. Noelia, por el contrario, parecía disfrutar en aquel lugar, como la mayoría de la gente. Eso me hacía sentirme como si fuera alguien raro, aunque debo decir que esa sensación no me incomodaba, por el contrario, me hacía sentirme diferente y vivo. Al cabo de media hora, Noelia señaló una vetusta máquina que se erguía a escasos metros, en un lugar donde, raramente, no parecía haber mucha gente. Movidos por la curiosidad, nos acercamos a ver qué era aquello. El artilugio era extraño, como si hubiera surgido de un mundo onírico que nada tenía que ver con la realidad, pero parecía estar en funcionamiento. Disponía de cuatro botones en su parte central, y de un orificio extenso en su parte de abajo. Noelia dio a uno de los botones, y la máquina pareció ponerse a trabajar, emitiendo unos sonidos sincopados y delirantes. A los pocos segundos empezó a salir un líquido de la parte de abajo. Es café, dije yo entusiasmado, pensando en que por fin iba a poder tomerme algo. Yo también pediré uno, dijo ella. Cuando el vaso iba por la mitad, empezó a salir nata. Qué bien, café con nata. Los dos cogimos nuestros vasos.
- ¿Dónde hay que pagar esto?, le pregunté a ella.
- No tengo ni idea, no parece haber nadie alrededor encargado de la máquina.
- Pues alguien tendrá que haber, no creo que hayan dejado esto para que la gente se beba unos cafés gratis.
Ambos nos quedamos mirando a nuestro alrededor por unos minutos. Nadie parecía haberse percatado de que acabábamos de sacar dos cafes con nata de la máquina. Las fiestas populares no suelen destacar por dar cosas gratis, más bien todo lo contrario, suelen cobrar de manera abusiva por cualquier consumición. Una ligera sensación de frío envolvió mi cuerpo, mientras un pensamiento de que algo raro sucedía emergía desde muy dentro de mí. Noelia empezó a gritar a su alrededor, llamando a algún supuesto encargado de la máquina. La gente la miraba extrañada, pero nadie contestaba ni hacía ademán alguno de acercarse a donde estábamos nosotros.
- Bueno, - dijo ella- pues si nadie nos quiere cobrar nos lo bebemos y ya está.
- Tiene que haber alguien, no puede ser que hayan dejado esto aquí, abandonado.
- Mira, vamos a bebernos esto y ya está, luego si viene alguien ya se lo pagaremos.
- Está bien.
Noelia empezó a beberse su café, pero al segundo siguiente escupió la nata con un gesto de repugnancia.
- Qué mal sabe esto!. Está muy espeso y me sabe a rancio. Es como si estuviera caducado.
- Probaré yo el mío, a ver qué tal está. Buahhhhhh, pero ¿qué es esto?, esta nata parece que está pasada. Además, nunca había visto una nata con este aspecto tan pastoso. Menos mal que por lo menos nadie nos ha cobrado por esto.
- Ya, pero a mí me ha dejado un mal sabor de boca que no veas.
Un par de policías se acaminaban a donde estábamos nosotros, abriéndose paso entre la gente a empujones. Por la comisura de mis labios resbalaba aquella nata empalagosa y rancia. Como pude, me limpié la boca con la mano. Noelia había empezado a sentir arcadas, dando la impresión de que iba a vomitar de un momento a otro. Los dos agentes de policía llegaron a donde estábamos nosotros. Sus rostros reflejaban una extraña sensación de perplejidad, lo cual hizo que aquel primer pensamiento de que algo extraño sucedía se fuese haciendo cada vez más grande. Uno de los policías era alto y corpulento, con el rostro enrojecido por el frío, y nos miraba como si le hubiéramos sustraído algo. El otro era algo más menudo, con un rostro enjuto en donde sobresalía un pequeño bigote que parecía ocultar algún defecto en su labio superior. Parecía encontrarse en un estado de gran nerviosismo. Sus ojos sobresalían de su rostro, como si fueran a escapar de él, y sus manos temblaban de manera compulsiva.
- ¿Se puede saber de dónde habéis sacado eso? - preguntó el primer policía, dirigiéndose a nosotros con una mirada acerada y desafiante.
Noelia se incorporó como pudo, intentado evitar las arcadas que la había producido la pequeña porción de nata que había ingerido.
- PUes de dónde lo vamos a sacar, de esta mierda de máquina que da un café asqueroso.
El otro de los policías empezó a acordonar la zona. Yo no sabía qué pensar, parecía estar viviendo una absurda pesadilla de la que desaba despertar al instante.
- Avisa a la central, dijo el policía más corpulento al otro, hemos encontrado la máquina de Samuel. No tenemos ni idea de cómo ha aparecido esto aquí, pero está claro de que alguien se ha atrevido a jugar con ella.
El otro policía empezó a hablar con el Walkie Talkie. Parecía seguir preso de aquel estado de inquietud tan extraño. El contemplar los ojos de aquel policía me produjo un escalofrío que removió mi cuerpo de arriba a abajo.
- ¿La máquina de Samuel?, ¿qué es eso de la máquina de Samuel?, preguntó Noelia.
El otro policía se acercó a nosotros, y con una voz tenue y nerviosa, nos dijo.
Samuel es un peligroso asesino al que detuvimos la semana pasado. Entre su pasatiempos estaba el de matar gente y sacarles la médula espinal. Luego introducía la médula de sus víctima en la máquina, la cual mezclaba aquello con otro tipo de líquidos, como, por ejemplo, lágrimas de sus víctimas instantes antes de morir, y diversos tipos de segregaciones corporales, que preferiré no relatar, dando todo ello lugar a una especie de masa blancuzca y espesa, que Samuel ingería como si fuese un delicio manjar. Esta máquina estaba ayer en comisaría, y nos gustaría saber cómo demonios ha llegado esto hasta aquí. Espero que no hayan tomado nada de esa ahí.
Noelia se desplomó al suelo, mientras emitía una monumental arcada que parecía que iba a desgarrarla la garganta.

532
Leandro González

LOS EMPLEADOS DE OMBUDS
La oscura habitación hedía a miseria y podredumbre. El resto de mis compañeros iban llegando, uno a uno, como si fueran la procesión de la Santa Compaña. Ánimas negras que vagaban por un mundo perdido a medio camino entre la cordura y la locura más absoluta, tristes miradas que divagaban sin sentido, quizá en busca de algún motivo que les mantuviera agarrados a esto que llaman vida. Ombuds era ese punto de enganche; la empresa a la que todos nosotros pertenecíamos y que se encargaba de nuestro mantenimiento y de cubrir nuestras necesidades más básicas.
Ya habían llegado el resto de compañeros; estábamos todos. Era la hora del electroshock y de las diversas terapias que utilizaban con nosotros a modo de experimento, para ver si con el tiempo éramos capaces de reinsertarnos, de manera definitiva, en la sociedad. Ese era el sueño de todos, poder ser como Calvin, aquel compañero nuestro que, a base de perseverancia, logró traspasar la barrera que separa al mundo de los locos del de los cuerdos. Él fue durante mucho tiempo uno de nosotros. Nadie de los de su mundo lo sospecha, y nosotros tenemos la obligación de mantener el secreto. Al que se vaya de la lengua sería triturado en pedazos y servido en el gran caldero de nuestra señora four hairs. Ese era el destino de los traidores, el de aquellos que no habían sido capaces de mantener el secreto de nuestra existencia. Four hairs reía al otro lado de la habitación. Su siniestra risa me hacía temblar, y también me hacía darme cuenta de que no había futuro para mí, toda mi vida la pasaría entre aquellas paredes vacías de vida, sesgadas de raciocinio, proscritas del mundo de los cuerdos.

533
Jorge Muñoz G.
Chile.

DESENCUENTRO
Sandra B acudía todas las tardes a la biblioteca de la ciudad. Era una apasionada de los libros, los fantasmas y los días de lluvia. Y todas las tardes se encontraba con un sacerdote anciano, flaco y de larga barba gris que acomodado junto a una ventana y muy cerca del calefactor a gas examinaba los periódicos. Se saludaban con un gesto amable, pero nunca habían intercambiado una sola palabra. Sandra B sentía que el anciano tenía algo que contarle y ella muchas preguntas para hacerle. Por eso su sorpresa fue enorme cuando , después de una semana de obligada ausencia, una amiga le dijo que el sacerdote había muerto. Mayor aún fue su asombro cuando al otro día entró en la amplia sala de lectura y vió al sacerdote sentado junto a la ventana, con un diario entre las manos. Su primer impulso fue correr a su lado y hablarle, pero pronto comprendió que no podía hacerlo, si los demás la veían hablándole a un sillón vacío pensarían que se había vuelto loca. A la tarde siguiente no asistió a la biblioteca, estaba convencida de que el anciano fantasma deseaba comunicarse con ella y el próximo encuentro tendría lugar en su casa. Preparó la mesa para dos y a eso de las seis puso a hervir el agua y remojar el té. Varias veces se levantó, caminó y volviendo a la mesa escuchó con atención, había leído centenares de libros acerca de los fantasmas y sus apariciones y ahora esperaba alguna señal. Cuando las sombras de la noche empezaron a envolver la calle y las casas y tuvo que encender la lámpara, supo que el encuentro no ocurriría y un sentimiento de frustración se apoderó de su ánimo .
Al día siguiente fue a la biblioteca a la hora acostumbrada y mientras subía la escalinata de piedra uno de los porteros la alcanzó y hablando en voz muy baja le contó que la tarde anterior un anciano sacerdote había estado preguntando por ella.

534
Jorge Muñoz G.
Santiago, Chile.

VENGANZA
Gregorio Samsa quemó todos los escritos de Kafka y enseguida entró sonriendo en un bar y mientras caminaba hacia la barra, con las manos en los bolsillos, descubrió al escritor que estaba en una mesa. Entonces, se convirtió nuevamente en cucaracha y salió corriendo entre las patas de las mesas y las sillas.
Pero, un ebrio que se levantaba con movimientos torpes le puso el enorme zapato encima y Gregorio Samsa murió aplastado.

535
Zulma Rosadilla
Paso de los Toros

EL HORIZONTE
Desde que era niña me quedó un horizonte pendiente.
Un horizonte en la memoria, atrás de los ojos, tan lejos y enorme como se ven las cosas cuando somos chicos.
Sentada en el fondo de mi casa, en Batoví, soltaba los ojos al camino largo y corcobeante que, inevitablemente, me llevaba al horizonte.
Ahí el camino se cortaba, desaparecía tras una línea, y surgía la incógnita de qué habría más allá, si es que había algo.
Quienes vivían del otro lado de la línea. ¿Continuaría el paisaje o sería como pasar al otro lado del espejo?.
Los pájaros volaban en bandadas, a veces en esa dirección. Los miraba hasta que se perdían de pequeños en la distancia.
Pero nunca pude ver si volvían.
Tierra y cielo juntos, como cerrando el tiempo. ¿En qué momento se abriría esa línea divisoria si uno se acercaba?.
Nunca pude llegar hasta ahí, lo miraba día tras día, inquietándome con interrogantes cada vez que lo hacía.
He visto muchos hasta ahora.
Pero ese horizonte pendiente en mi niñez, asoma todavía.
Tal vez se llame nostalgia.

536
Diego Escudero Zumel

DON FAUSTINO 
Cuando Roberto vio a don Faustino pasar por delante de él, le asestó una certera y mortal puñalada en el corazón, que acabo con la vida del cura en el acto.
Roberto tenía que abandonar la ciudad con la mayor brevedad posible, ya que cuando se conociera la noticia del asesinato del cura, el clero intentaría acabar con el enemigo de Dios que hubiera cometido semejante crimen.
Antes de huir, Roberto fue al lugar acordado con aquel que lo contrató para recibir su paga, allí se encontraba el obispo con una bolsa de dinero dispuesto a pagar al sicario.

537
Diego Escudero Zumel

LLORANDO BAJO LA LLUVIA
Aquella noche caminaba triste y sola bajo la lluvia, sus lágrimas se mezclaban con el agua de los charcos, y sus lamentos era ignorados por todo el mundo.
¿Cual era la razón para que todos la odiasen?, ¿que es lo que había hecho mal?
Siempre se dedico a aliviar el dolor de los enfermos y les dio una oportunidad a los más jóvenes, y en lugar de agradecimiento solo recibía desprecio.
Sola e incomprendida, La Muerte siguió llorando bajo la lluvia.

538
Leticia Aguado Martín

EL CUMPLEAÑOS DE LUCÍA
Lucía reflexionaba de camino a su casa sobre todo lo que la había ocurrido en ese día, el día de su cumpleaños, un día en el que nada podía ir peor. El despertador no sonó a la hora que tenía que sonar, el autobús la dejo tirada empapándola con los restos de un charco de la llovizna que se produjo esa noche; la cuál no la permitió pegar ojo en toda la noche. Tuvo que recorrerse la caminata hasta el trabajo a pie, empapada y sin vislumbrar ni un autobús más en todo su recorrido. Al llegar al trabajo, su jefe la echo en cara todos los retrasos y fallos que había cometido ese mes. No fue el momento apropiado para decir nada, por lo que comenzaron una acalorada discusión que finalizó con la despedida del trabajo de Lucía. Con una caja y su bolso como única compañía, recorría las calles solitarias de un suburbio madrileño en busca de algún lugar donde cobijarse de la tempestosa lluvia que había comenzado de nuevo. Tras encontrar resguardo, el fatídico destino que Dios le había preparado para aquel día, le deparó otra sorpresa. Una banda callejera la acorraló por los cuatro costados de y la saqueó de todas las posesiones valiosas de su despacho, así como de su móvil y de todo el dinero que llevaba encima. Abatida por la desolación y la desesperación, Lucía se dirigió a su hogar, ese zulo por el cual la saqueaban un dineral por vivir en unas condiciones deplorables. Para culminar su desgracia, tuvo que recorrerse de nuevo los 5 km, ya que los aprensivos de sus saqueadores no tuvieron el detalle de dejarla el bonobús a modo de recuerdo. Un recuerdo que en esos momentos habría considerado un buen regalo para celebrar su cumpleaños, ya que durante todo el día no recibió ni una sola felicitación por parte de nadie. Definitivamente, no había sido su día. Enfrascada en sus pensamientos, repitió el gesto de abrir una puerta el día que muchas se la cerraron. Tan metida estaba en sus pensamientos que no percibió la presencia de sus mejores amigos en aquel pequeño y cochambroso salón. Allí estaban todos con un único próposito, hacer que su amiga se acostara como la mujer más feliz del mundo en el peor día de su vida.

539
Leticia Aguado Martín

EL VIAJE A NINGUNA PARTE
Corría contra el viento sin importarle la dirección, sólo quería huir. Su vida nunca fue un camino de rosas, pasó toda su infancia atiborrado de pastillas para calmar su ansiedad y su hiperactvidad, todo ello juntado con una reclusión en su casa. Nunca pudo jugar con los niños de su edad, no pudo practicar los juegos propios de su edad ... no pudo hacer nada propio de su edad, todo eran peros y excusas que le decían que no podía alterarse. Pero ahora él ya era mayor, ya había cumplido los 16 y pensó que a su etapa de sumisión le había llegado el momento de morir, y a él, la etapa para vivir. La brisa que sacudía su cara y hacía oscilar su flequillo hasta el punto que le nublaba la vista no le supuso ningún impedimento a la hora de seguir corriendo. Llegó a un parque y frenó su ritmo hasta que se quedó parado en frente del tobogán. Allí se quedó mirándolo fijamente, analizando cada uno de sus recovecos como si fuera un niño; hasta que finalmente, sus ganas de jugar que había guardado durante años pudieron más que sus ganas de escapar. Embaucado ante tal diversión, ante la felicidad que le suponía balancearse en el columpio, ante el regocijo que experimentaba al escalar el tobagán hasta alcanzar la cúspide de aquella montaña imaginaria; sólo podía hacer una cosa ... sonreír. Las horas se le pasaron volando, pese a que el frío penetraba cada vez más en sus delicados huesos faltos de ejercicio. Todo iba bien, en apenas unas horas había recobrado la infancia que le habían robado durante más de 10 años. Las primeras luces del alba ya se vislumbran por el horizonte, a la vez que una patrulla de policía se le acercaba escoltada por sus padres. Tres agentes del orden consiguieron reducir al muchacho no sin esfuerzo. Estaba tan alterado que apenas se percató de que una aguja con tranquilizante penetraba en su flujo sanguíneo ... el resto fue oscuridad para él. Tras su intento de huida, sólo consiguió hacer de su casa una prisión y caer en una profunda depresión. Ahora, desde la ventana de su habitación, no hace otra cosa que contemplar a la multitud de niños que juegan en la calle ansiando alcanzar un día de éstos su libertad.

540
Alicia López Solache

MIRAR Y VER
Miedo. En sus ojos se reflejaban demasiadas emociones que le provocaban un fuerte temor. No comprendía todo aquello que le sucedía. Quería cerrar los ojos, por un instante dejar de ver todas las atrocidades del mundo y, sin embargo, sabía que nunca lograría librarse de las visiones. Poco a poco la vida pasaba y ella no podía verla. Sólo podía mirar a través de sus gafas y ver el sufrimiento del mundo entero. Ella era la testigo siempre presente. No podía apartar la mirada de las tragedias, los problemas la buscaban. Su vida era un infierno.
Por un instante pensó en acabar con su vida. Si así lo hacía la tortura acabaría para siempre, o quizá no.
Antes no podía ver, su vida había quedado cegada por cuatro paredes que retenían su espíritu. Pensó que aquello era un sufrimiento terrible, que necesitaba mirar al exterior, que necesitaba ser libre. Y, cuando lo logró, se dio cuenta de que ésa había sido su mayor locura.
¿Para qué quería ver, si el mundo estaba ciego?

541
Carlos Rivera García.
Chile.. Santiago.

AMATORIAL
Hoy el sol salió como de costumbre y la ciudad matinal comenzó a mover sus pies urbanos para vivir de forma integra en su fantasía de realidad social. En la emergencia de su circularidad obsesiva compulsiva nuevamente se entramaban las texturas de sonido, formas, colores y heces que modelan el paisaje multidimensional sobre el cual se movilizan las histerias, paranoias y neurosis de quienes habitamos el núcleo central de este presente que no existe más que en nuestras disposiciones emocionales y mentales que buscan desesperadamente en donde asirse: ¿globalización?, ¿virtualidad?, ¿cibernética de segundo orden? O quizás el simple instante de un vacío protector en medio de la precariedad, el hambre y la disfuncionalidad relacional que se reproduce de forma exponencial en la frustración de nuestras expectativas de bienestar bajo el alero del llamado "desarrollo humano"; mientras - y casi con espíritu sicótico- hacemos lo que hacemos creyendo que es lo correcto. Las posibilidades de ubicación del "donde se para cada uno" son demasiado amplias para saber donde nos encontramos, el ego nos nubla la sensatez y la razón sigue presa de las mañosas palabras que nos atrapan en las micro realidades construidas para crear sentidos y explicación en nuestro afán de controlar todo a sabiendas de que no controlamos nada; ya es mediodía y en la habitualidad del caos sistémico la relatividad circunstancial del pasado difuso que se cuela en la exhalación renueva el impulso para continuar en la jornada, camino a reanudar el cansado sueño de otro "casi" día, "casi" vida, "casi" casi…quizás en mi amatorial onírico esta vez no despierte, encontrando al fin la redención tan esperada que purifique el sentido del arjé y su impronta: vivir.

542
Enrique Martínez-Useros Mosquera

LUNA CHINA
En la antigua china creían (o tal vez sabían) que la luna tiene un único habitante: una mujer de plata que, con los ojos cerrados y una lágrima helada entre las manos, canta la ausencia de su amado.
En las noches de la antigua china, era más fácil conciliar el sueño.

543
Enrique Martínez-Useros Mosquera

LA AGUJA
La aguja del reloj da la última vuelta y el jugador, aunque agarra el caballo con toda intención, no termina de moverlo. Una ola de incómodos murmullos envuelve al público que asiste a lo incomprensible. - ¿Cómo puede el campeón del mundo titubear ante una jugada tan sencilla?-
El tiempo acaba y no consigue mover la pieza. Su caballo blanco se ha enamorado de la reina negra.

544
Seudónimo: Mara
Argentina

LA SANGRE TIRA
Era tan alto que su sangre tiraba hacia arriba y hacia abajo, pero nunca lograba estar en la cabeza y en los pies al mismo tiempo.
Su destino fue andar sin ideas y pensar sin dirección.

545
Seudónimo: Mara
Argentina

SEMEJANZAS
Cuatro patas tiene el gato. "Es igual a mi", pensó la silla erizándose.

546
María Luisa Casado Gallego

PLACIDO SUEÑO
Hacía calor a pesar de la hora que era. Mi marido y yo estábamos dando nuestro paseo habitual en bici por los alrededores del pueblo. Desde el puente del canal, vimos que estaban recogiendo las patatas que, a lo largo del verano habíamos visto crecer. Decidimos acercarnos. La máquina escarbaba la tierra, iba deshaciendo los surcos y desentrañando de la tierra una patata rojiza, no muy grande, pero sana. A la máquina le seguía una cuadrilla variopinta de hombres y mujeres, jóvenes en su gran mayoría, con el rostro cetrino. Parecían cansados, aplanados por un sol de justicia que había caído durante todo el día. Apenas hablaban entre ellos, un monosílabo aquí y otro allí. Mi marido dijo que parecían rumanos. A una de las mujeres del grupo se la veía desazonada, sin ceder ni un ápice en su ritmo de trabajo, no perdía de vista una pequeña furgoneta estacionada en un lateral de la tierra, junto a la que estaba maniobrando un enorme camión; ahora daba marcha atrás y parecía que iba a rozar a la furgoneta. La mujer paró de repente su trabajo y emitió un grito ahogado, al tiempo que levantaba los brazos como queriendo avisar de un peligro eminente. Me intrigaba, no entendía que podía temer tanto; acaso la perdida de su vehículo. Caminé hasta la furgoneta que, tenía la puerta abierta. Ahora entendía. Había en ella dos niños y una niña que jugaban tranquilamente a ser conductores, ajenos a la preocupación de su madre. Tendrían entre cuatro y seis años, la cara sucia, reseca por el sol y unos enormes ojos negros. Les pregunté si eran conductores, no contestaban, solo sonreían. El camión se paró al lado de unas grandes sacas llenas de patatas y la mujer más tranquila, agachó la cabeza hacía la tierra. Me alejé unos pasos. No podía creer la que estaba viendo. Tumbado en la tierra, encima de una manta, a la sombra que proporcionaba el vehículo, había un niño de apenas tres meses, durmiendo placidamente.

547
Marta Inés Vergniaud
Argentina

FABIANA RÍOS
Ingresar a "La Sureña" significaba aceptar sin cuestionamientos el trabajo duro y el derecho de pernada que el patrón ejercía, igual que sus antepasados, sin ningún resabio de conciencia. Así lo supo Fabiana Ríos la tarde en la que se mancó el cobrizo y tuvo que sacrificarlo con la única herencia de su padre, una cuchilla de mango de asta y una hoja pequeña y aguda. No se había recuperado de su espanto cuando la atrapó. Con las manos tibias de sangre se entregó a la inmolación. Lisandro López estaba tan ocupado en satisfacer sus instintos que no reparó en los que convocaba la mujer en la mirada. Mal hecho, porque ella se juró ser la última para el patrón. Cuando trajo a la Rosarito con el pretexto de que ayude en la cocina y sólo duró una semana a nadie le llamó la atención. Se esfumó en el aire. El hombre ni cuenta se dio. La hija del último puestero fue la siguiente adquisición. Cuando desapareció culparon a un novio que tenía en el pueblo, disipado junto con ella. El estanciero intervino para calmar a la peonada y al comisario que cambio su deber por la comodidad de las prebendas, pero él comenzaba a sentir cierta inquietud. Después de tres inviernos fue Juliana Santos, hija del dueño del almacén de Ramos Generales, quien llegó al campo. Tenía las carnes duras y la piel cetrina. La misma piel que encontraron dividida a la altura de su cuello cuando apareció en el barranco que se lanza al río.
Lisandro López ya no tiene dudas. Tiembla mientras los belfos húmedos de Fabiana Ríos lo atrapan, tiembla... imaginando en el fondo de su vientre el filo de una hoja que le corta los instintos.

548
Jesús García Araque.
Valladolid.

DROGOWOF
- ¡La leyenda era cierta! - gritó el doctor Shadow, sosteniendo entre sus manos un pequeño cofre. Sus dos acompañantes asintieron con la cabeza sin dar importancia al descubrimiento. Estaban allí por dinero y no tenían interes en la ciencia. El doctor apoyó el cofre sobre una roca y golpeó el cerrojo con la culata de su rifle. Cuando se disponía a abrirlo, fue agarrado del brazo fuertemente por uno de sus dos guias.
- No debería abrirlo. Presiento que contiene algo maligno - dijo muy serio Sabalele, un enorme negro que lo había acompañado durante doce años sin pronunciar más palabras que monosílabos. - El viejo antropologo miró a los ojos de su acompañante, y advirtendo algo extraño en ellos, cargó el cofre al hombro y salió de la gruta sin decir nada. Encontraría otro momento para abrirlo.
Se adentraron en el exterior y un ensordecedor silencio cayó sobre ellos. Sabalele y su hermano apuntaron sus armas hacía los árboles, esperando ver al mismísimo diablo entre la maleza. Conocían la leyenda y sabían que un monstruoso gorila gigante vigilaba desde hacía siglos el cofre sagrado. A su izquierda se movieron unas ramas y apareció ante ellos un pequeño chimpance con una cara simpática que podía hacer sonreír a cualquier niño. Era el milenario Drogowof.
- Que cojones hacéis con el cofre - dijo Drogowof con una voz infantil y en un perfecto inglés -. No podéis sacarlo del templo. Siempre pasa lo mismo. Ahora os tengo que matar a los tres -. Alzó su mano con homicidas intenciones, preparado para invocar al antiguo dios de la muerte... y comenzó a llorar.
- ¡Joder! - dijo entre sollozos - Soy vegetariano y leo libros de Antonio Machado. Estoy cansado de matar hombres que buscan la eterna juventud en un maldito cofre vacío. - Se quedó pensativo durante unos instantes; luego continuó hablando: - Os podéis llevar el cofre con la condición de que me llevéis con vosotros a la civilización. Estoy cansado de vivir aquí. Quiero caminar por la isla de Manhatan, y comer hamburguesas en la quinta avenida, y bailar en las discotecas de moda, y ... -. Un mortal trueno retumbó en todo el valle y Drogowof cayó muerto al suelo. El hermano de Sabalele no sabía hablar inglés.

549
Jesús García Araque.
Valladolid.

EL PROFESIONAL
Era un mensaje más en mi contestador automatico: "Jorge. El trabajo salió bien. Llámame al 555 676 789, y tendrás tu dinero". Y llamé al número indicado; pero yo no me llamaba Jorge, y nadie me debía dinero.
Todo salió bien. El problema se presentó más tarde. Mientras fotografiaba la Fontana de Trevi fui arrastrado hasta una furgoneta delante de una multitud de turistas, y en el interior del vehículo me golpearon violentamente por todo el cuerpo. Cuando desperté estaba en una enorme habitación con paredes acolchadas, atado a una dura silla, y comencé a pensar que quizás había algo que desconocía.
- Sabemos que mató al rey de Guinea, y queremos saber quién lo contrató - dijo una voz distorsionada.
- No... yo no he matado a nadie... - repliqué sorprendido ante la falsa acusación.
- Recogió el dinero del contrato. Diganos quien le pagó por provocar una conmoción internacional.
- No... pero... Se confunden de persona - insistí tartamudeando.
- Es un auténtico profesional - dijo alguien sin apagar el micrófono. - Hasta parece idiota de verdad.
- Amigo, tienes una hora para decirnos un nombre; sino lo haces, te pegamos un tiro aquí mismo.
El micrófono se apagó con un seco golpe, y el silencio dejó mi mente en blanco. No podía pensar con claridad, y la hora de plazo pasó en apenas unos segundos.
- El tiempo se ha terminado. Díganos el nombre de la organización en que trabaja.
- Me contrató el presidente de Rusia en persona, gilipollas - repliqué sonriendo. Dije la primera tontería que me vino a la cabeza. Sin pensarlo. Por hacer una broma.
- ¡Lo sabía! - grito un individuo con un extraño acento.- ¡Malditos rusos! ¡Esto no puede quedar así!.
Por lo menos salvé la vida. Estoy en una húmeda celda en un país cuyo nombre desconozco, esperando que termine una estúpida tercera guerra mundial que nadie sabe como empezó, y mucho menos, como y cuando terminará. Mamá, espero que te llegué algún día esta carta explicando lo ocurrido. No te preocupes, no me golpean mucho. Por suerte no saben quién soy ni por que estoy aquí. Hasta pronto.

550
María Celina Cabarrou
Argentina

AMOR
Se querían mucho.
Él iba a trabajar en motocicleta.
Esa mañana, mientras se despertaba, la mujer tuvo un mal presentimiento.
Quiso cerciorarse de que el marido estuviera bien.
Lo llamó al teléfono celular.
Atendió y perdió el control de la moto.
Lo llevaron al hospital y ella pasó largos días tratando de que volviera del coma.
Cuando murió fue un alivio.

551
María Celina Cabarrou
Argentina

FRUSTRACIÓN
Una vida le resultaba poco.
Quería cinco y ser poeta, músico, científico, amante y político; cada uno de sus destinos a tiempo completo.
Se hizo clonar cinco veces para repartir las vocaciones entre ellos.
Cada clon tuvo el mismo problema que él.

552
Julio Gottheil
Argentina

AÑORANZA
SE CONOCEN, SE AMAN, SE DEJAN.
...
VUELVEN A ENCONTRARSE, VUELVEN A AMARSE, VUELVEN A DEJARSE.
...
DE NUEVO VUELVEN A ENCONTRARSE, DE NUEVO VUELVEN A AMARSE, DE NUEVO VUELVEN A
DEJARSE.
CADA VEZ MEJOR.

553
Julio Gottheil
Argentina

DESIGUALDAD
Cuando murió, le preguntó a San Pedro por su mujer y éste le contestó que la habían mandado al infierno por adúltera.
Se asustó mucho, porque él también la había engañado.
Pedro, leyendo el pensamiento, lo tranquilizó: "en los hombres no cuenta, porque está en la naturaleza creada por Dios."

554
(fuera de concurso, no se ajusta a las bases)
Juan Carlos Gorgojo de la Riera

LA GÁRGOLA TÍMIDA
Desde la altura, como excelso vigía, la gárgola observaba. Su primer conocimiento del mundo fue un rayo de luz que pudo vislumbrar por entre sus pétreos dedos. Sin embargo, la gárgola no era feliz. Ella nació con los diez dedos cruzados sobre su faz, hecho este que le impedía disfrutar plenamente del espléndido paisaje que desde su atalaya pudiera contemplar. Por ello, se la había bautizado como la tímida. ¡Qué erróneo atributo! Bien se daba cuenta de que sería muy difícil cambiar su apelativo. No estaba segura de que existiese un Dios de las gárgolas, pero por si éste en efecto existiera, clamaba todas las noches por un cambio, por un diminuto cambio de aspecto pero enorme en su percepción del mundo. ¡Y fue escuchada ! El día amaneció lluvioso, esto no hubiera sido importante para ella sino fuese que sendas gotas recorrían sus duras pupilas, suceso que la maravilló ya que nunca antes había sucedido. Pudo por fin ver separadas de su rostro las manos ahora invocando al cielo en un claro gesto oferente. Hubiera querido romper en mil pedazos la dura coraza que envolvía su alma y cubría sus labios para poder gritar a todos que ella estaba aquí, que no se ocultaba, pero eso no se le había otorgado. Con los dones concedidos esperó hasta que alguna de las criaturas, que por el suelo andaba, se percatase del cambio y, alarmada por hecho tan misterioso, corriese raudo a comunicárselo a sus convecinos. No pasó mucho tiempo hasta que una niña, curiosa siempre, se paró y observó. En su pequeño pero fértil cerebro, la lucha entre lo que hasta el momento había observado y lo que sus ojos mostraban, comenzaba. Cinco minutos fijó su mirada sin apenas pestañear, y cuando no pudo más, fue corriendo a buscar a su madre. Apareció, escéptica como es habitual en los humanos, clamando en voz alta que lo que la niña decía no eran más que alucinaciones o que, simplemente, se había confundido de gárgola. La noticia fue rápidamente divulgada, las autoridades no daban crédito ante lo sucedido. Investigadores, encaramados en andamios, afirmaban rotundamente que la piedra era la original. No se había reemplazado nada. El misterio cayó sobre la gárgola, pero ella había conseguido su objetivo por partida doble, observar y ser observada. Solo su calificativo perduró, siguió llamándose la tímida, solo que esta vez, el pueblo, se lo otorgó por su pertinaz silencio, por no contar qué había pasado.

555
Seudónimo: "Aaddaa"
Argentina

AMOR IMPOSIBLE
"Respondedme, loqueros, ¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos
el mecanismo del cerebro? ("Pero ya no hay locos" - León Felipe)

Sentado en un banco de plaza dentro del enorme parque del edificio, espera. Hace frío en ese soleado día de invierno. Dentro de poco se pondrá el sol que ahora ilumina de lleno la estatua de Venus desnuda en el borde de la fuente.
Félix aguarda que caiga la noche ya que cree que en el momento en que la diosa quede envuelta en las sombras, bajará de su pedestal, se sentará a su lado y acabarán haciendo el amor sobre los duros listones del banco.
Se está por dar el milagro cuando una enfermera, con la leyenda "Clínica de Reposo Bonanza" bordada en su uniforme, le palmea la espalda cariñosamente y le dice: "Félix, venga conmigo, ya hace frío. Es hora de la sopa calentita, el postre y después la camita".
Venus, sola, sigue en su pedestal en la casi oscuridad de esa tarde de invierno.

556
Seudónimo: "Aaddaa"
Argentina

DOBLE PÉRDIDA
"El mayor defecto del olvido es que a veces incluye la memoria"
Jorge Luis Borges

Lo había perdido. No recordaba cómo. Buscó en los cajones y en los bolsillos de las prendas que había usado, pero sin éxito. Se dijo "quizás en la cocina". Destapó ollas, abrió el horno, revisó los frascos, las latas, pero nada. De pronto recordó que muchas veces marcaba las páginas de los libros que leía con lo primero que encontraba a mano. Pensó "ahí debe estar. Seguro que entre las páginas de algún tomo". Su biblioteca de académico albergaba más de veinte mil volúmenes. Empezó con los de los estantes más bajos. Abría los libros como un abanico, los sacudía, pero no encontraba lo buscado salvo algunos billetes de banco ya fuera de circulación, boletos de tren, una lima de uñas, monedas, el negativo de una foto, la receta de un médico homeópata ya fallecido y una factura del sastre de fecha ya remota.
Así pasaron los días, los meses y los años. Al no poder alcanzar las estanterías más altas tuvo que valerse de una escalera. Una mañana, subido en el último peldaño, perdió pié y cayó sobre el escritorio. Horas después su ama de llaves lo encontró desvanecido.
En el sanatorio, después de varios días de internación recobró la conciencia, pero repetía "lo perdí... lo perdí..." Ante la pregunta del neurólogo que lo atendía sólo pudo responder, "no sé... también he perdido la memoria..."

557
Seudónimo: María Morena.
Argentina

EL PLAGIO
Definitivamente he decidido no llorar. Por supuesto que tal vez debería. Absolutamente debería. Con todas mis fuerzas. Desde adentro. Por las orejas y el ombligo. Fuerte, alto, dando alaridos para que el mundo escuche mi llanto.
No pienso en un llanto silencioso ni calmo, de esos en los que ruedan lágrimas una tras otra. No. Quiero llorar por los codos, por los poros, por el pelo y las cejas, convertirme en llanto; un llanto claro, largo, que sobreviva los días, las ideas, las estaciones; que corra por las calles, las avenidas, los aeropuertos, suba los escalones y vuele; si, un llanto volador. Que termine con la sequía que fecunde, que irrumpa. Un llanto todo mío, en que pueda caminar, navegar, nadar, construir un arca salvadora; hacer fiestas iluminadas por luciérnagas que también lloren. Entonces, acaso en medio de ese tremendo llanto estrepitoso; comer lágrimas, digerir lágrimas, volver la tierra una sola lágrima: de colores, de distintos tamaños y formas, que se puedan vender en las esquinas en puestos flotando sobre mis mismas lágrimas. Llorar, solo llorar... solamente llorar, sobrevivir llorando hasta que silenciosa y llorosa llegue la muerte y también llore, al verme seco, quebradizo, vacío, sin una sola lágrima más que derramar.
La sala se queda en silencio, todos se miran. En realidad me lo esperaba. No es un taller de poesía y aunque no tengo claro si puede llamarse poesía, es más parecido a eso que a un cuento. Nadie dice nada y mi corazón empieza a latir fuerte. No soy yo quien deba romper el silencio. Me muevo en la silla y me arrepiento, pero ya es demasiado tarde. El maestro sostiene la hoja y yo reviso las monedas para mi pasaje. Hay sol afuera y podría contar la historia pero no queda tiempo, como esa noche cuando después de leerla corrí a la esquina y doblé hacía tu casa. El gentío en la puerta me cerró el paso y yo apreté tu carta en el bolsillo y me sentí culpable, tan culpable como me siento ahora.

558
Seudónimo: María Morena.
Argentina

LA OTRA
Ha pasado tanto tiempo y entonces, es que de alguna manera de pronto era tener el pasado frente a mí. No estaba preparada. Sabes que siempre evité la mentira y en esos nuestros juegos, porque eran juegos en los que me ponías a prueba y sonreías, y en tus ojos azules se instalaba una chispa de gracia, y yo no podía, trataba te lo juro, pero no podía; por más blanca que fuera, por más piadosa, me sacaba del orden, y tu sabías resolverlo, no te costaba nada e inventabas mentiras. Ahora estoy como esta calle, vieja y vacía y no volteé a mirarte porque hay cosas que no valen la pena, ya no me queda tiempo. Abrí la puerta, la llave temblaba en mis manos, sabía que seguías mirándome, que no te bastó con mis palabras, que cuando dijiste mi nombre y yo miré tus ojos algo del ayer se hacía presente. Soy yo, Pablo, repetías, Pablo. Y te dejé decir, explicar, sin dejar de mirarte, y dijiste mi nombre; y lo negué, no podía decirte que era cierto, que después de tantos años era yo esa que tú creías haber reconocido. Supe por los diarios que el gran maestro había regresado, pero el pasado es algo que no vuelve; lo vi en tus ojos, en tu pelo ralo, en tu paso incierto. Yo ya no canto, perdí la voz, perdí la juventud, perdí a Miguel tu gran amigo, hace menos de un mes que ha muerto. Y ahora que con las luces apagadas pegada al cristal te sigo mirando, quieto bajo el farol de la calle, sin moverte, no te puedo decir que a pesar de la guerra, a pesar que la vida ha transcurrido separados, siempre estuviste entre nosotros, y son los años los que han sumado en ti ese peso al hablar. Miré tus manos, esas que corrían sobre las teclas del piano como por mi piel desnuda, esas que lograron las primeras planas de los diarios, esas que se quedaron con todo lo que alguna vez fue importante. Pero tengo que decir que no mentí, yo nunca miento y tú lo sabes. No era yo con la que te cruzaste en la calle. Yo me quedé contigo en el muelle al otro lado del océano, esa tarde cuando nos separamos.

559
Seudónimo: Karlos
Cuba

CORAZÓN
Una joven, locamente enamorada, grabó sobre la blanca y fina arena de la playa el secreto corazón de sus ardores.
Por un instante, suspendida por brazos invisibles bajo el cielo, sus ojos refulgieron de alegría y asomó a sus labios una sonrisa temblorosa, mientras se deslizaban por sus mejillas fugaces lágrimas de infinito goce.
Pero, ¡oh, Señor!, tú que sabes que no es ajena la felicidad del sufrimiento. Tú, que pacientes trenzas con hebras invisibles nuestras alegrías y tristezas, contemplaste apacible desde el trono inalcanzable de los cielos cuan breve fue su arrebato, cuando sobrevino desde el azul inmenso la furia torpe de una ola encrespada.
¡Qué dolor! De golpe, se ensombreció su rostro al descubrir sólo burbujas transparentes donde antes resplandeciera su corazón estampado. De rodillas cayó al suelo como gaviota fulminada por un rayo. Gimió, se retorció de pena y sus dedos crispados se clavaron donde la ola dejó el rastro de su alma helada.
? ¡Devuelve lo que has robado vil ladronzuelo de sal y espuma! - gritó la desdichada.
Pero por toda respuesta a su reclamo rodó a sus pies descalzos el espinazo de un pez.
? ¡Oh, infame! ¿Quién eres tú que a cambio del corazón más vivo devuelves este inerte esqueleto?
Rugió el mar y le ofreció la más hermosa perla atesorada en sus profundidades.
? ¡Maldito! - vociferó ella tomándola en su mano -. Acaso, me tomas por la tonta que pierde la razón por una lágrima lastimosa de tus ojos crueles.
Y lanzó furiosa la perla a lo lejos.
El mar hizo un último intento rodeándola de caracoles, conchas, corales y algas de colores deslumbrantes.
? Si supieras, no brilla más la estrella en lo alto del firmamento que la humilde llama de la vela que disipa las penumbras de nuestra celda.
El mar embraveció, como un toro bufaba y desencadenó su furia de bestia endemoniada sobre la orilla donde la joven le increpaba.
? ¡Iré por él! -gritó finalmente -. Podrás enterrarlo bajo la arena, encadenarlo a recias rocas, ocultarlo en lo más profundo de tus aguas… No importa. ¡Arrancaré mi corazón de entre tus brazos.

560
Seudónimo: Shang-ch`uan

FETO
Íbamos en comitiva o en un grupo de familiares. Buscábamos algo. Era camposanto o zona arbolada limitada por pequeños setos.
Subiendo a un promontorio nos introdujimos por una pequeña apertura: túnel de gusano bajo tierra. Nuestros vientres, nuestros codos, nuestras piernas reptaban entre suelo y techo cobalto, cada vez más estrecho.
De pronto iba primero. La compulsiva respiración y cabeza apenas si podían ya con la tensión. Cuando el anhelo era casi insoportable asomé a lo alto de una pequeña cavidad apretado por las paredes.
Vi un cuerpo-crisálida con postura fetal. Piel y cuerpo claro, casi transparente. En su lecho, en el cráneo naciente, se hendía una depresión de fractura mortal.
No pude. No pude. Todo mi ser convulsionó en un movimiento de llanto y sollozos ahogados, desesperados, en una tensión de infinita angustia.
Estaba en un cementerio conventual familiar.
Experimenté el sino de la vida violenta.

561
A. Gustavo Espeche Ortiz
Argentina

LA EFIGIE DE LA MONEDA
Encontré la extraña moneda bronceada entre el cambio del boleto del bus. Parecía una medalla y tenía grabada una efigie que me miraba desde la palma de mi mano y con su mirada me transmitió algo -una orden o un impulso- que me hizo descender en la parada siguiente. Comencé a caminar palpando con los dedos la figura dentro de en un bolsillo. No sabía a dónde iba, pero entré a un bar y encontré a Liza esperándome en una mesa. Me presenté y luego todo fue vertiginoso. Poco después vivíamos juntos en nuestra casa, felices y apasionados. En ningún momento abandonaba la medalla y cada vez que la observaba encontraba a la efigie mirándome a los ojos. Sabía que en ese cruce de miradas estaba mi garantía de felicidad y continuidad junto a Liza. Todo terminó cuando, por descuido, me alejé de la medalla y se produjo el inevitable acto de despertar. Estaba solo en mi habitación, como siempre. Entonces no dudé un instante y lo intenté.
Tomé un bus de la misma línea que en el sueño, pero al revisar el cambio sólo hallé monedas normales. Una de ellas cayó al piso y al buscarla encontré la medalla bajo un asiento. Era idéntica a la soñada, pero su efigie no sólo me miraba sino que también sonreía enigmática. Bajé en la misma zona y caminé hacia el bar, pero encontré a Liza poco antes, mirando una vidriera. El sueño había sido exageradamente premonitorio o la realidad se aproximaba demasiado a él.
Liza me alcanza una taza de café, en nuestro dormitorio, y cuando regresa a la cocina observo furtivamente la efigie, cuya existencia ella ignora.
Sé que sin el sueño esto no estaría sucediendo, pero todo sería perfecto si no lo hubiera soñado antes. Porque cada momento junto a Liza me parece idéntico al último instante que compartimos en ese sueño, salvo que entonces todo parecía destinado a ser eterno gracias a la posesión de la medalla. Ahora, no puedo dejar de pensar constantemente que si me alejo de ella -y quizás aunque no lo haga- en cualquier momento puedo despertar.-

562
A. Gustavo Espeche Ortiz
Argentina

ESQUIROL
Fui en busca de trabajo en mal momento. Había un conflicto laboral y en la entrada los del sindicato me comentaron que la empresa estaba incorporando personal que le era incondicional para que en las asambleas votara contra cualquier medida de fuerza. "Que no cuenten conmigo", los tranquilicé
En Recursos Humanos me dijeron que volviera más tarde. Me dirigía a la cafetería, donde habitualmente charlaba con mis colegas, cuando al cruzar por el salón central, que estaba repleto de gente, vi en el otro extremo a mi amigo Granados, el delegado, parado sobre un escritorio junto a un desconocido. Me paré para saludarlo pero no me vio. Un murmullo generalizado le impedía oírme. Todos hablaban o vociferaban incrédulos: "¡no puede ser!", "¡es la tercera vez!", "¿cómo lo definimos?". Entonces me pareció que Granados me miraba y lo saludé con la mano, tratando de sobresalir entre otros brazos levantados. Vi su gesto de sorpresa mientras el que estaba a su lado casi cae del escritorio al señalarme gritando entusiasmado "¡ahí, 54!". Escuché una ovación y muchos desconocidos se abalanzaron sobre mí para felicitarme y palmearme. La muchedumbre enfervorizada me arrastró hacia la cafetería, para celebrar, decían. Mis amigos y conocidos protestaban. Entonces entró el que estaba junto a Granados, con el gerente de Recursoso Humanos, quien con sonrisa satisfecha informó que yo había sido incorporado a la empresa esa mañana. Aclaró que si no estaba conforme podía renunciar y se me abonaría el único día trabajado.
Mis amigos se alejaron frustrados, sin saludarme. A los desconocidos no les preocupó que no participara de su triunfo. La asamblea que debatía la aplicación de una huelga, y cuya votación había empatado tres veces en 53 votos, resolvió suspender toda medida de fuerza por varios meses al romperse la paridad con mi voto.
A la semana fui incluido en la primera tanda de cesantías. El sindicato se hizo cargo de todas las demandas laborales pero no de la mía, ya que había sido expulsado de la organización el día de la asamblea, por inconducta gremial y actitud propatronal durante un conflicto laboral.-

563
Eduard Diéguez de Jaureguízar

EL VIEJO Y EL NIÑO
El viejo descansa dejando que el calor del sol se deslice por su apergaminada piel, escuchando el trinar de los pajarillos, y deleitándose con las risas y los chillidos infantiles que invaden el parque como todas las mañanas de domingo de esta agradable primavera. Sus manos, presas de un ligero temblor, se aferran con vigor a la empuñadura del nudoso bastón, bastón fabricado por él, surgido lentamente de una fuerte rama de moral. Piensa en su larga vida, en las experiencias acumuladas; la infancia en el cortijo, la guerra, la escasez, la llegada a esta ciudad que ya es la suya, el nacimiento de sus hijos y ahora el de sus nietos. Pero una sombra de aflicción cruza su rostro. No es recordar el pasado lo que lo entristece, sino vivir el presente. Siente que ya no es importante, que ya no es necesario. Le han obligado a apearse del tren en el que viajaba. Sus opiniones, sus sugerencias, ya no interesan. Le dan la razón como a los tontos. A él, que tanto sabe.
Un balón le golpea las espinillas despertándolo de su ensimismamiento. Un niño de unos diez años, temeroso de su reprimenda, lo recoge. Pero el viejo le sonríe y le acaricia el cabello.
- Hola, ¿qué haces? - pregunta el chiquillo.
-Tomo el sol - contesta el viejo.
- ¿Juegas conmigo?
- De acuerdo - dice contento el viejo levantándose fatigosamente, aunque dispuesto a emular a los ases del fútbol.
Y los dos, viejo y niño, entablan su particular encuentro.

564
Eduard Diéguez de Jaureguízar

AMOR NEGRO
Tu piel negra, mi piel blanca. Oscuros tus ojos, claros los míos. Mis labios una delgada línea, los tuyos carnosos, gruesos. Son rosadas las palmas de tus manos... igual que las mías. Rubio, largo, liso tengo el cabello. Negro, corto, rizado lo tienes tú. Me acaricias con tacto rugoso; rezuman por tus poros años de esfuerzo trabajando la tierra. Cuando miras veo la hospitalidad de tu pueblo, aunque también el abandono a que te ha llevado el mío.
Bésame. Has atravesado las dunas del desierto, has dominado las olas del mar y has llegado a mi lado. Todo para obsequiarme con tu amor, tu ternura y con la sabiduría ancestral que viaja contigo. Te quiero. ¿Son navegables tus venas?. ¿Tus músculos son transitables?. ¿Pueden visitarse tus sueños?.
Te vi por vez primera acompañado de tus amigos. Juntos semejabais una atractiva construcción de ébano. Entonabais canciones, bailabais ritmos africanos al son de pequeños timbales. Te brillaba la cara expuesta al sol del verano. Casi en éxtasis quedé mirándote. Parecías extraño a la gente, pero bello a mí. Rápidamente convertí en costumbre el ir a verte. Y llegó el día en que tú también me viste...
Hoy lo recordamos mientras luchamos contra la incomprensión que nuestra pasión genera.
Pensaba en el negro como en el color del luto, de la muerte. Ahora ya no. El negro es amor, el negro es vida.

565
Placido Romero Sanjuan
Las Escuelas. Jaen

RECUERDOS DE UN REICHSMARK
In memoriam Krzysztof Wyrzyski
Mi camarada de muchos años pasó -imaginó que para pagar una deuda antigua e improrrogable- a la cartera de piel de cocodrilo del comandante; pero no permanecí mucho tiempo solo. El capitán no tardó en conseguirme nuevos compañeros -tal vez antiguas deudas que se cobraban, con rigor prusiano, en lo que parecía el final de los tiempos-. Unos habían estado en la fría Rusia, otros en la cálida Libia. Todos acabaron escoltándome en la ancha cartera del carcelero de Bikernau. Cuando las cercanas chimeneas dejaron de expulsar su lúgubre humo, sonó la señal para que el Lager fuera desalojado. El amo consiguió un coche, un sólido Mercedes de otra época -entonces las fábricas no vomitaban continuamente tanques y aviones- y se dirigió hacia el oeste. Nos perseguía una implacable sombra que amenazaba -eso contaban nuestras solitarias historias- con un lodozal y con la nada.
Una noche, el amo entró en un Nachtkabaret y se desprendió de los compañeros a cambio de un espumoso francés y de las caricias de una rubia checa -su acento la delataba-. Invitó a varios oficiales de uniforme negro, azul, gris, en cuyo rostro estaba reflejado el miedo y la desesperación. Varias veces me sacó de su ancha cartera. Temí que me entregará a la arrugada alcahueta que ya había tomado a otros compañeros. El amo, sin embargo, se apiadó de mí o quizá se contuvo al ver el dibujo que la pequeña Erika había realizado sobre el escudo del Reich, en tiempos mejores.